entera delante suyo sin darse cuenta.

Comenzamos a caminar lentamente a lo largo de la calle. El doctor me dio un golpe con el codo.

– ?Lo ha entendido usted?

– Ni jota -respondi.

El ingeniero me lanzo una mirada que traspasaba.

– Da totalmente lo mismo que me entiendan o no. ?Para que? Todo encaja, y con saber esto ya tengo suficiente. Esta noche, baron, podra usted dormir tranquilo. Ya no hace falta que se marche de viaje, ni que sufra ningun accidente de caza. No habra ninguna crucecita detras de su nombre en el diccionario genealogico, al menos de momento. Esto todavia alcanza a comprenderlo, ?no es verdad?

– ?Pero no quiere decirnos con palabras me dianamente inteligibles que es lo que ha descubierto? -le pidio el doctor Gorski.

– Todavia no, doctor, todavia no. De momento solo tengo una vaga idea sobre lo que ha sucedido, una imagen demasiado imprecisa. Y por otra parte todavia hay algunas pequenas lagunas en el transcurso logico de los acontecimientos. Todavia no se contra quien iba dirigido el primer disparo de Eugen Bischoff, y mientras no haya descubierto eso…

– ?Cree que sera posible saberlo alguna vez?

– Quiza, doctor, quiza. ?Que es lo que me impide repetir el experimento de Eugen Bischoff? Puede ser que manana mismo ya tenga algo que decirles que incluso para usted, baron, podria ser de gran importancia. Hoy no les puedo decir mas. Sean ustedes pacientes conmigo, se lo ruego.

– ?Solgrub! -exclamo el doctor-. Si esta ha blando en serio, y mucho parece ser que si, que sabe usted muy bien lo que se dice, entonces, si se trata de un experimento, por el amor de Dios, Solgrub, sea usted prudente y vaya con cuidado.

– Esta bien, doctor -dijo el ingeniero con la mayor serenidad-. ?De verdad cree usted que me enfrento a un peligro con los ojos vendados? Estoy advertido, y se muy bien de que debo prevenirme. Vean…

Se detuvo y saco de su bolsillo un pequeno revolver de extrana forma.

– Aqui llevo un buen amigo de los viejos tiempos. Me hizo compania durante muchas patrullas nocturnas por las colinas de Kirin y Gensam. Pero ahora no puedo recurrir a el, y es preciso que nos separemos. Guardelo usted, doctor. Ya se lo volvere a pedir cuando todo haya pasado. El monstruo que habita en casa del usurero, ya lo saben ustedes, no asesina, sino que induce al suicidio. Mientras yo este desarmado, no tendra poder alguno sobre mi.

– ?Y que espera hacer usted con el cuando lo encuentre?

– Hay que destruirlo -dijo el ingeniero bajando la voz y conteniendo su rabia. -?Echarlo al fuego! La pobre muchacha, por cuya vida estan luchando ahora los medicos, ha de ser su ultima victima.

– Echarlo al fuego, dice usted. ?Echarlo al fuego! Entonces, si he comprendido bien, este monstruo es…

– ?Ah! -exclamo el ingeniero-. Creo que ya comienza usted a comprender, doctor. Le ha llevado su tiempo, si senor. En efecto, no se trata de ningun ser de carne y hueso. Se trata mas bien de alguien que ha muerto hace mucho tiempo y que revive introduciendose en las mentes de los vivos. Pero acabare con este fantasma, ya lo veran ustedes.

Finalmente llegamos a una calle mas concurrida, a una parte de la ciudad que ya me era familiar. Era una amplia avenida bien iluminada por las farolas en arco y con acacias a cada lado. En algun lugar cerca de alli tenian que estar los cuarteles del 73 Regimiento de Caballeria.

– ?Pero adonde nos ha llevado usted? -dijo el doctor Gorski-. Hemos dado una vuelta to talmente innecesaria. Ya hace rato que podria haber llegado a casa.

– No tengo la intencion de dejarles marchar tan aprisa -respondio el ingeniero-. Alli esta el cafe Gulliver. ?No quieren ustedes tomar un vasito de aguardiente conmigo?

El doctor Gorski rechazo la invitacion respondiendo por los dos y sin pedir mi opinion.

– Me voy a casa en tranvia -dijo-. Si senores, en tranvia -repitio dirigiendome una mirada-. Puesto que no soy ningun oficial del ejercito, no sufro de tales impedimentos a causa del rango. Si quiere usted esperarse hasta que pase un taxi por casualidad, esto es cosa suya.

– Pero hombre, venga, venga usted con nosotros -intento convencerle el ingeniero -. Con un poco de suerte conocera a un personaje de lo mas interesante. Un asiduo del cafe Gulliver es mi viejo amigo Pfisterer, un erudito de saber universal, un hombre con memoria de Barnum, un autentico enciclopedista, y ademas bailarin, pintor, grabador, artista, barman excelente, mezzofanti y todo lo que usted quiera. Tambien es un virtuoso en el arte de despistar a sus acreedores, que ya deben andar por el orden de los quinientos, segun creo.

– Gracias -rugio el doctor-. Pero no me gustan los genios con grenas.

– Mi amigo Pfisterer es de los que llevan el cabello cortado al cepillo. Y ademas, el es precisamente el hombre que hoy necesito. Venga, acompanenme, que no tengo ganas de volver solo a casa.

Entramos en el cafe. Era un sitio perfectamente sospechoso, y nuestra entrada causo una notable impresion entre los pocos clientes que habia. El ingeniero, sin embargo, parecia ser uno de los habituales, puesto que la camarera de la barra lo saludo con la mayor confianza largandole un «?Como vamos, ingeniero?».

Con la mala gana pintada en el rostro se nos acerco el camarero y nos pregunto que deseabamos.

– ?Anda todavia por aqui el senor Pfisterer? -se informo el ingeniero.

– Que yo sepa -dijo el camarero acompa nandose de un gesto con la mano que expresaba desprecio y desconfianza bien fundada.

– ?Cuanto lleva gastado ya?

– Veintisiete coronas sin el peaje.

– Ahi van las veintisiete y ahi va el peaje. ?Donde podemos encontrarle?

– Donde siempre, escribiendo en la sala de billar.

Se trataba de un tipo alto, delgado, pelirrojo, que estaba sentado ante una mesita de marmol. Delante suyo tenia una botella de cerveza medio vacia, una huevera que le servia de tintero y un monton de cuartillas escritas. Junto a el, una muchacha jovencisima con el cabello tenido de color rubio claro iba liando cigarrillos. No se oia ni una mosca. En la pared, enfrente suyo, habia un papel clavado con una chincheta, sucio y arrugado, cubierto por una letra apretujada escrita a lapiz. Observado mas de cerca, resultaba ser un documento de considerable trancendencia: «?Declaracion! Los abajo firmantes retiran y lamentan las acusaciones dirigidas contra el senor Dr. Pfisterer por el robo de dos revistas y un suplemento de arte, ya que el mismo acusado ha amenazado a los demandantes con acudir a los tribunales. Respetuosamente, la mesa 4».

– Ahi esta -dijo el ingeniero-. Buenas noches, Pfisterer.

– Hola. Y no molestes -dijo por toda res puesta el pelirrojo sin levantar la cabeza de lo que estaba haciendo.

– ?Y en que trabajas ahora, si se puede saber?

– En la tesis de un jovencito algo cretino que suena con ser doctor. ?Camarero! Una compota de peras asquerosamente rebosante de zumo y un cafe turco a la Pfisterer. A las once tengo que haber acabado.

– Dejame ver, ?puedo? -el ingeniero cogio una de las hojas escritas que habia sobre la mesa.

– «La pectina y el aceite glucosidico como ele mentos saborizantes de nuestras hortalizas.» ?Pero por todos los diablos! ?Desde cuando te dedicas a la quimica?

– Mira, por lo menos todavia se tanto e incluso un poco mas que los senoritos de la facultad – dijo el erudito sin dejar de escribir.

– Pfisterer, ?tienes un minuto? Necesito una informacion.

– Si no hay mas remedio, procura al menos ir rapido. El chico vendra a las once a recoger la obra de su vida, de modo que desembucha ya.

– ?Conoces de algun pintor que haya pasado a la historia conocido como el Maestro del Juicio Final?

– Giovansimone Chigi, maestro bastante co nocido, discipulo de Piero di Cosimo. ?Que mas?

– ?Hacia que epoca vivio, lo sabes?

– Nacio en 1520 en Florencia, so ignorante.

– ?Se suicido?

– No. Murio en el convento de los hermanos seraficos de los siete dolores. Loco de remate.

– ?Loco, dices?

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