El erudito dejo la pluma y alzo la vista. Tenia un ojo de cristal y en la mejilla izquierda una llaga enrojecida.

– Si, loco. ?Es eso todo lo que querias saber?

– Gracias, si.

– Con tus «gracias» no puedo ir muy lejos, desgraciadamente. Me has hecho tres preguntas, como Mime a Wotan, el padre primigenio. Ahora me toca a mi devolvertelas. Primera: ?Tienes dinero, Solgrub?

– Tu consumicion esta pagada.

– ?Ah, excelente! La verdad es que no sabia que mas preguntarte. Sigue pues tu camino. Ha ce ya tiempo que he notado que te has pasado al lado mas blandengue y afortunado de la humanidad. ?Ea, al diablo! ?Fuera de mi vista!

Nos bebimos nuestro aguardiante de pie junto a la barra.

– ?Un loco! -murmuro el ingeniero-. Posee armas mucho mas fuertes de lo que yo me figuraba. ?Un loco! ?Bah, pamplinas! Habiendo combatido en Oriente no puede ser que ahora tenga miedo ante su Juicio Final.

18

A la manana siguiente, mientras tomaba mi desayuno, me vino una extrana idea a la cabeza. No habia forma de quitarmela de encima, y a pesar de que me esforzaba por pensar en cosas mas serias e importantes todo era inutil: volvia una y otra vez a mi mente, sin dejarme ningun instante de reposo. Finalmente me di por vencido. Me puse en pie, cogi cinco de las pildoras blancas que me habian dado en la farmacia y las disolvi en un vaso de agua. Entonces me fije en las maletas hechas que seguian en la habitacion. Ahora no tenia mas remedio que olvidarme de mis planes de viaje, visto que aquella estupida y ridicula ocurrencia los habia reducido a la nada.

Despues, una vez instalado frente a mi escritorio, la verdad es que la idea no me parecio tan ridicula ni estupida como en un principio. Solo tenia que hacer un ligero gesto con la mano para traspasar el umbral de la noche, entregarme a un reposo profundo y sin suenos, estafarle al diablo un triste dia gris de otono y acabar con la tirania de las horas. ?Ahora!, me dije. ?Para que esperar un segundo mas?

Ya tenia el vaso en la mano, ?pero no! Hice un esfuerzo por resistirme. ?Todavia no! Aun habia demasiados asuntos importantes que resolver, cosas que no podia dejar a medio hacer. Luego, me dije; quizas esta noche. Y deje el vaso sobre la mesa.

Cuando hacia las doce del mediodia volvi a casa me encontre con una nota del ingeniero sobre el escritorio.

«Tengo una noticia importante para Vd. Le ruego que aplace su viaje y que no haga nada hasta que yo no haya hablado con Vd. Pasare a verle esta tarde.»

Asi pues, decidi esperar, ya que de todos modos no tenia la intencion de volver a salir. Cogi un libro de mi biblioteca y me instale en mi escritorio. Hacia las cuatro estallo una tormenta, con truenos y un gran chaparron de agua, lo que se dice un verdadero aguacero. Tanto, que tuve que apresurarme a cerrar todas las ventanas para evitar que se inundara la habitacion. Luego permaneci inmovil, de pie ante el balcon, viendo como la gente corria para refugiarse en los portales. En unos momentos la calle quedo totalmente desierta, lo que, en cierto modo, me hizo gracia. De pronto llamaron a la puerta. Ahi esta, me dije. Precisamente tenia que llegar en medio de esta tormenta.

De modo que tenia algo importante que decirme. Muy bien, veremos de que se trata. No me di ninguna prisa. Coloque de nuevo en su sitio el libro que habia estado leyendo, recogi una hoja del suelo, puse en su lugar la silla del escritorio y solo entonces sali para recibir al visitante.

– Vinzenz, ?donde esta el senor que ha preguntado por mi?

No, nadie habia preguntado por mi. Era solo el correo de la tarde, que me traia una carta de Noruega largo tiempo esperada. Jolanthe, la joven con quien trabe amistad durante la travesia del fiordo de Stavanger, se habia decidido por fin a escribirme. En mis manos tenia un sobre de notables dimensiones, totalmente de color blanco, sin el habitual sello de lacre ni el menor rastro de perfume, exactamente como era ella. En broma habia comenzado a llamarla Jolanthe, como la protagonista de una novela francesa cuyo titulo he olvidado. Pero el nuevo nombre me temo que no fue del agrado de la senorita y mi idea no obtuvo su aplauso. Su verdadero nombre era Augusta. Asi que finalmente se ha acordado de mi y ahi esta la carta prometida. Muy bien, pense, pero ahora me toca a mi hacerla esperar. Y deje la carta sin abrir en uno de los cajones del escritorio.

A las siete decidi no esperar mas. Ya habia casi oscurecido. Afuera la lluvia seguia golpeando contra los cristales, nubes negras aparecian suspendidas sobre los tejados. Ya no vendra, es demasiado tarde, me dije. Pense que no iba a dejar de llover nunca. El vaso en el que habia disuelto las pastillas estaba ante mi. Todavia no, todavia no habia llegado la hora. Tenia una ultima tarea que hacer, una tarea que me abrumaba y que siempre habia ido postergando, pero ahora no me quedaba otra alternativa: tenia que poner en orden mis papeles. Notas, documentos, carpetas, fotografias, cartas arrugadas o dobladas apresuradamente, un lastre inutil que se habia formado ano tras ano, de modo que ni yo mismo sabia como orientarme entre tantos papeles. Vinzenz encendio el fuego de la chimenea, la habitacion se fue calentando agradablemente. Cogi un monton de papeles cubiertos de polvo del ultimo cajon. ?Extrana casualidad! Lo primero que aparecio fueron mis cuadernos de alumno de la Academia militar. Abri uno y comence a hojearlo. A la vista aparecia la letra de un joven de dieciseis anos, de trazo todavia poco diestro: «La guardia nacional y las milicias en la reserva sirven de apoyo al ejercito. El servicio es obligatorio para todos, pero debe ser cumplido como algo personal. Cracovia, Viena, Graz, Poszony. La defensa territorial esta dividida en distritos, seis de los cuales pertenecen a la honved». Al margen, y escrito de modo apresurado: «El miercoles aniversario de mama. La artilleria de montana esta formada por canones de tiro rapido y con efecto de retroceso, desmontables y con placa protectora movible. Practicas, carro de herramientas, ocho animales de recambio. Martes 16 marcha confirmada, a las 4 estar preparado». ?Aurora de mi juventud! Asi habia comenzado mi vida. ?Al diablo con esas bagatelas! ?Al fuego con ellas!

Cartas de mi tutor, muerto hacia cinco anos. La fotografia de una muchacha jovencisima, de la cual no lograba acordarme. Detras se podia leer: «24 de febrero de 1902. Verdadera ha de ser la amistad que nos une». Y demas cartas, postales, un documento rubricado por cuatro firmas que ahora me resultaban completamente extranas. El diario de una muchacha muerta prematuramente, comenzado el 1 de enero de 1901 en el sanatorio del doctor Demeter, de Merano. Un gran boceto hecho con lapices de colores. La factura de mi administrador sobre la venta de doce hectareas de robledos y hayales. Un catalogo escrito a mano por mi mismo de mi coleccion de piezas annomitas y javanesas, junto con una carta de agradecimiento del director de la seccion de etnografia del Museo de Historia Natural por el donativo de mi coleccion. Una condecoracion enemiga, un mapa de la region de Rottenmann. Una invitacion al baile de la corte grabada en cobre, cartas y mas cartas; y una fotografia bastante mas reciente que me regalo la hija del consul holandes en Rangun cuando me despedi de ella, y abajo, escrito al margen, un mensaje escrito en caracteres singaleses: «No se esfuerce por descifrarlo», me dijo al darmela. «Nunca sabra lo que he escrito para usted.» Ahora sostenia la fotografia entre mis manos y miraba aquellas letras rizadas sin saber si significaban odio o amor. Todo fue a parar a la chimenea. La fotografia de Rangun se resistio, como si no quisiera rendirse a las llamas, pero el fuego era demasiado fuerte y destruyo aquella mirada orgullosa, la frente ligeramente arrugada, la figura alta y delgada, y las palabras jamas leidas.

– Le ruego que me disculpe -dijo de pronto una voz desde la puerta-. Llego con mucho retraso. ?Esta usted solo, baron? ?Todavia no ha llegado Solgrub?

Me puse de pie de un salto. Normalmente hubiera debido oir el tintineo de la campana de la puerta. Cegado por el fuego de la chimenea no alcanzaba a reconocer a quien se encontraba ante mi en la penumbra.

– He llamado, pero nadie ha respondido -dijo el visitante cerrando la puerta detras de si-. ?No ha estado Solgrub aqui con usted?

Dio un paso hacia adelante. La luz de la lampara ilumino su rostro. Entonces lo reconoci. Era Felix, el hermano de Dina. ?Que querra ahora?, me pregunte con cierta alarma. ?Que diablos vendria a buscar aqui?

– ?Solgrub? No, no ha venido -dije descon certado-. No le he visto desde ayer.

– Entonces no tardara en llegar -dijo Felix, y se sento en una silla que le ofreci-. Mi viejo amigo Solgrub tiene una idea fija en la cabeza, cree que usted no tiene nada que ver con el suicidio de Eugen Bischoff. Y me ha rogado que viniera para, en presencia de usted, exponerme, segun ha dicho el, los resultados de sus investigaciones.

Вы читаете El Maestro del Juicio Final
Добавить отзыв
ВСЕ ОТЗЫВЫ О КНИГЕ В ОБРАНЕ

0

Вы можете отметить интересные вам фрагменты текста, которые будут доступны по уникальной ссылке в адресной строке браузера.

Отметить Добавить цитату