– Hoy no. Con mucho gusto otro dia, pero hoy no.
Dina y Felix comenzaron a animarlo. ?Por que no hoy? ?Vaya un caracter! Y eso que todos se habian hecho tantas ilusiones.
– Bueno, la verdad es que confiabamos en tener alguna prerrogativa ante la
Eugen Bischoff volvio a sacudir la cabeza y se mantuvo en sus trece.
– No, hoy no, no es posible. Verian un trabajo a medio hacer, y eso no lo quiero.
– Venga, algo asi como un ensayo general entre buenos amigos -propuso el ingeniero.
– No, y les agradeceria que no insistieran. De otro modo, Dios sabe que no me haria rogar. Ya saben que yo soy el primero que disfruta cuando hay publico. Pero hoy no puede ser, todavia no he acabado de formarme la imagen del personaje. Debo tenerlo ante mis ojos, he de verlo. Eso es imprescindible para una buena interpretacion…
El doctor Gorski parecio ceder, pero me volvio a guinar el ojo con aire ladino, pues conocia un metodo excelente y de probada eficacia cuando se trataba de vencer la timidez de un actor, y ahora, al parecer, iba a ponerlo en practica. Se trataba de proceder con una gran astucia y prudencia, y asi comenzo a hablar con toda naturalidad de un famoso actor berlines de lo mas mediocre, y que, segun el, tambien habia representado aquel papel. De hecho, se dedico a buscar las palabras mas elogiosas para hablar de aquel actorcillo.
– Usted ya me conoce, Bischoff, y ya sabe que no soy uno de esos ruidosos entusiastas de gallinero, pero la verdad es que este Semblinsky me parecio sencillamente fabuloso. ?Vaya ocurrencias mas geniales que tenia ese hombre! Como cuando, estando sentado en las escaleras del palacio, lanza al aire su guante y lo vuelve a coger al vuelo, y luego, se estira por el escenario como un gato al sol. ?Oh! Y ademas, ?que forma de construir el monologo!
Y para que Eugen Bischoff se hiciera una idea de todo ello, el doctor se puso a declamar con el peor patetismo y los gestos mas exagerados que se hayan visto:
– «Yo, privado de esta bella proporcion, de forme, desprovisto de todo encanto por la per fida Naturaleza…»
Ahi se interrumpio el mismo con una observacion de critica textual:
– No, al reves, primero viene «desprovisto», el «deforme» va despues. No importa, «…sin acabar…» ?Que viene ahora? «Enviado antes de tiempo a este latente mundo…»
– Ya es suficiente, doctor -le interrumpio el actor, al principio con delicadeza.
– «A este latente mundo…» No me inte rrumpa, se lo ruego: «Terminado a medias, y eso tan imperfectamente y fuera de la moda, que los perros me ladran cuando ante ellos me paro…».
– ?Basta! -exclamo Eugen Bischoff apretan dose las orejas con los punos-. ?No siga! Me esta usted poniendo enfermo.
El doctor Gorski se mantenia en sus trece.
– «Y asi, ya que no puedo mostrarme como un amante, para entretener estos bellos dias de galanteria he determinado portarme como un vi llano…»
– Y yo he determinado retorcerle el pescuezo si no para usted ahora mismo -exclamo Bischoff-. Se lo ruego, esta convirtiendo a Gloster en un payaso sentimentaloide. Ricardo era un ave de rapina, un monstruo, una bestia, pero a pesar de todo ello tambien era un hombre y un rey, no un payaso histerico, ?maldita sea otra vez!
Y en el estado de arrebato y exaltacion que le provocaba el papel comenzo a dar vueltas como un loco por el salon. Por fin se detuvo, y entonces ocurrio exactamente lo que el doctor Gorski habia previsto:
– Voy a ensenaros como hay que interpretar el Ricardo III. Ahora silencio, voy a recitar el monologo inicial.
– Yo tengo mi propia concepcion del personaje – dijo el doctor con un aire de gelida impertinencia-. Pero se lo ruego, usted es el actor, aceptare gustoso su leccion.
Eugen Bischoff le dedico una mirada que traspasaba, llena de sorna y de desprecio. A punto de transformarse en el rey shakesperiano, ya no tenia ante si al doctor Gorski, sino a su pobre e infeliz hermano Clarence.
– ?Atentos pues! -ordeno -. Voy un mo mento al pabellon. Abrid entretanto las venta nas, aqui no se puede estar de tanto humo.
Vuelvo enseguida.
– No querras maquillarte ahora, ?verdad? -pregunto el hermano de Dina-. No nos hace falta, Eugen. Renunciamos a la mascara.
Los ojos de Eugen Bischoff llameaban y aparecian radiantes. Se encontraba en un tal estado de excitacion como yo nunca lo habia visto antes. Entonces dijo algo muy extrano:
– ?Maquillarme, dices? ?No! Lo que quiero es ver los botones del uniforme. Debeis dejarme a solas por unos instantes. Enseguida vuelvo a estar aqui con vosotros.
Salio pero al segundo volvio sobre sus pasos.
– Y con respecto a su Semblinsky, su gran Semblinsky, ?sabe usted lo que en realidad es? Un cretino. Una vez lo vi en el papel de Yago. ?Que desastre!
Y dicho esto volvio a salir. Lo vi cruzar el jardin apresuradamente, hablaba consigo mismo, gesticulaba, sin duda estaba ya en el castillo de Baynard, en el mundo del rey Ricardo. Estuvo a punto incluso de chocar con su jardinero, pues el pobre hombre, a pesar de que ya estaba oscureciendo, seguia arrodillado sobre el cesped, recortando la hierba. Inmediatamente despues de desaparecer la silueta de Eugen Bischoff se encendieron las luces del pabellon y sus ventanas se iluminaron esparciendo una claridad tremula y un movimiento inquietante de sombras en el amplio y silencioso jardin nocturno.
5
El doctor Gorski no cejo en su empeno de recitar versos de Shakespeare con aquel patetismo fingido y el ridiculo derroche de gestos con que acompanaba su declamacion; y ahora que Eugen Bischoff habia abandonado ya el salon de musica cabia pensar que lo hacia por el puro entusiasmo que todo aquello le causaba, por testarudez o sencillamente para acortar la espera. Ahora habia llegado, convertido en una verdadera furia, al rey Lear, e insistia en aguarnos a todos la fiesta cantando con su voz ronca las canciones del bufon, a las que, huelga decirlo, ponia la musica que en aquel momento le pasaba por la cabeza. Mientras tanto, el ingeniero permanecia sentado en su sillon y encendia un cigarrillo tras otro, completamente ensimismado en la contemplacion del dibujo de la alfombra que tenia bajo sus pies. Por la razon que fuera, era evidente que la historia de aquel joven oficial de la Marina lo habia dejado inquieto y las misteriosas y tragicas circunstancias que habian envuelto aquel suicidio seguian ocupando sus pensamientos. De vez en cuando sufria un sobresalto. Entonces, moviendo la cabeza de un lado para otro, y con la misma expresion que ponemos a veces ante ciertos fenomenos que nos resultan absolutamente extranos e incomprensibles, clavaba su mirada sobre el doctor, quien seguia entregado por completo a su recital. En un momento dado, intento incluso retornarlo a la realidad. Se inclino hacia delante y con gesto decidido cogio al doctor por la muneca:
– Hay algo en todo este asunto, doctor, que no acabo de ver claro. Pare un momento, se lo ruego, escucheme usted. Supongamos que fuera realmente un suicidio, y que este ocurriera a raiz de una determinacion imprevista. Bien. Pero en tonces, ?por que razon, le pregunto a usted, el oficial se encerro un cuarto de hora antes en su habitacion? Todavia no ha pensado en suicidarse y ya se encierra. ?Con que fin? ?Puede usted decirmelo?
– «Que quien te aconsejo / que entregaras tu hacienda / venga y este a mi lado / o se tu quien se venga.»
Esto, unido a un gesto de rechazo y enfado – el mismo con el que, por ejemplo, se espantaria una mosca inoportuna-, fue todo lo que el doctor se digno a dar por respuesta.
– Dejese de tonterias, doctor -insistio el ingeniero-. Un cuarto de hora antes ya se habia encerrado con llave. Uno piensa que deberia de haber tenido tiempo mas que suficiente para los preparativos, pero de pronto se tira por la ventana, lo cual convendra usted conmigo que un oficial no haria nunca teniendo en el cajon de su escritorio un revolver con una caja llena de municion.