El doctor Gorski no estaba dispuesto a dejarse distraer tan facilmente de su recital shakesperiano con todas esas consideraciones y deducciones. La ilusion de ser un gran actor actuando en un escenario famoso lo habia sumido en una especie de alegre locura de la que nadie parecia ser capaz de arrancarlo, a pesar de que con su aspecto, menudo y algo contrahecho, como un verdadero gnomo en medio de un arrebato de pasion, cantando y rasgando las cuerdas de un laud imaginario, invitaba mas bien a la autentica carcajada:

– «Tendremos de inmediato / un dulce y un amargo / bufon…»

El ingeniero acabo por darse cuenta de lo inutil que era su intento de hacer participe al doctor de sus reflexiones y opto por volverse hacia mi:

– Es una contradiccion, ?no lo ve usted asi?

Se lo ruego, no deje que se me olvide preguntarlo a Eugen Bischoff antes de irnos.

– ?Alguien sabe donde se ha metido mi her mana? -pregunto Felix de pronto.

– Este donde este, en cualquier caso ha hecho muy bien en irse: hay demasiado humo en esta habitacion -dijo el ingeniero, y apago el resto de su cigarrillo en el cenicero-. Magna pars fui, lo reconozco. Debiamos haber abierto las ventanas y nos hemos olvidado de hacerlo…

Nadie se fijo en mi cuando abandone el salon de musica. Cerre la puerta detras mio con cuidado de no hacer ruido. Pense que Dina se encontraria en el jardin y segui el camino de grava que cruzaba por el cesped hasta llegar a la valla de madera del jardin vecino. Pero no la encontre en ninguno de sus lugares preferidos. Sobre la mesa que estaba junto al bosquecillo habia un libro abierto, y sus hojas todavia estaban humedas de la lluvia de los ultimos dias o a causa del relente de la noche. Por un momento me parecio verla en un rincon del muro, «ahi esta Dina», me dije, pero al acercarme me di cuenta de que no eran mas que herramientas del jardin: dos regaderas vacias, un cesto, un rastrillo y una hamaca rota que el viento hacia balancearse de un lado para otro.

No se por cuanto tiempo permaneci en el jardin. Puede ser que fuera durante largo rato. Quiza llegue a apoyarme contra el tronco de algun arbol y me deje llevar por los suenos.

De pronto oi ruidos y unas carcajadas que procedian del salon de musica. Una mano recorrio con traviesa alegria todas las teclas del piano, desde la octava mas grave hasta los agudos mas estridentes. La silueta de Felix aparecio como una gran sombra oscura en el ventanal.

– ?Hola! ?Eres tu, Eugen? -grito hacia el jardin. – ?Ah, es usted, baron!

Su voz adquirio de pronto un tono que denotaba preocupacion e inquietud.

– ?Donde se habia metido? ?De donde sale?

Detras suyo aparecio el doctor, quien tambien me reconocio y al instante comenzo a declamar de nuevo:

– «Aqui te veo, a la luz de la luna…»

Pero fue interrumpido bruscamente por alguien que lo aparto de la ventana, de modo que ya solo pude oirle gritar:

– ?Que atrevimiento! ?Oh!

Luego se hizo otra vez el silencio. Sobre sus cabezas, en el primer piso de la casa, se encendieron de pronto las luces. Dina aparecio en la veranda. Su figura se recortaba contra la luz blanquecina de la lampara mientras iba poniendo la mesa para la cena.

Volvi a entrar y subi por la escalera de madera que conducia a la veranda. Dina oyo mis pasos y giro su rostro hacia mi, protegiendose con la mano de la luz que le daba en los ojos.

– ?Eres tu, Gottfried?

Me sente en silencio ante ella y observe como iba colocando los platos y las copas sobre el blanco mantel. Podia oir su respiracion profunda y acompasada. Respiraba como un nino que duerme libre de cualquier pesadilla. El viento sacudia las ramas de los castanos y barria pequenas cabalgatas de hojarasca sobre el camino de grava. Abajo, en el jardin, el viejo jardinero seguia ocupado en su trabajo. Habia encendido un farolillo que tenia a su lado sobre el cesped y cuyo debil resplandor se mezclaba con la luz mas intensa que salia de las ventanas del pabellon.

De pronto tuve un sobresalto.

Alguien habia gritado mi nombre -«?Yosch!»-, solo mi nombre y nada mas, pero en el sonido de aquella voz habia algo que me asusto: rabia, reproche, aborrecimiento, rechazo…

Dina dejo de pronto lo que estaba haciendo y aguzo el oido. Despues me miro con aire interrogante y sorprendido.

– Es Eugen. ?Que querra?

Y ahora la voz de Eugen Bischoff por segunda vez:

– ?Dina, Dina! -grito. Pero en esta ocasion su tono de voz habia cambiado por completo; ya no habia ni furia ni sorpresa, sino tormento, dolor, y una desesperacion que parecia no tener limites.

– ?Estoy aqui, Eugen! ?Aqui! -grito inclinandose sobre la veranda.

Y durante unos segundos ninguna respuesta.

Despues sono un disparo, y luego otro.

Dina quedo sobrecogida. La veia frente a mi, incapaz de decir nada, incapaz de moverse. No podia quedarme con ella, tenia que ir a ver que era lo que habia ocurrido. Creo recordar que primero tuve la impresion de ver a dos intrusos que subian por la tapia de madera para robar fruta. No se muy bien como pudo ocurrir, pero lo cierto es que en lugar de ir al jardin fui a parar a una habitacion a oscuras que se encontraba en el entresuelo y en la que nunca habia estado. Y una vez dentro me resulto imposible encontrar de nuevo la puerta o alguna ventana, ni siquiera el interruptor de la luz. No habia mas que pared y mas pared. Pared por todos los lados. Di con la cabeza contra algo duro y anguloso. Durante un largo minuto estuve en aquella lamentable situacion dando vueltas en medio de la oscuridad, a tientas por las paredes, cada vez mas furioso y mas desesperado.

Finalmente oi pasos que se acercaban. Se abrio una puerta, se encendio una cerilla en la oscuridad. Ante mi estaba el ingeniero.

– ?Que es lo que ha sucedido? -le pregunte atenazado por la angustia y el desasosiego, y a pesar de ello feliz por el hecho de que hubiera luz y de que ya no estuviera solo -. ?Que fue eso? ?Que ha ocurrido?

La idea de que habian entrado ladrones en la casa habia acabado concretandose en una imagen que estaba convencido de haber visto. Y tal era mi convencimiento que incluso podia describirlos a los tres -pues ahora me parecia que habian sido tres en lugar de dos-: uno, menudo y con barba, que estaba colgado de la reja del jardin; otro que se estaba levantando del suelo, y el tercero que en aquel preciso instante saltaba y se escondia detras de los arbustos y de los troncos de los arboles, avanzando a grandes zancadas en direccion al pabellon.

– ?Que es lo que ha sucedido? -volvi a pre guntar. La cerilla se apago y el rostro palido y desencajado del ingeniero desaparecio en la oscuridad.

– Estoy buscando a Dina -dijo-. No po demos dejar que lo vea. Es espantoso. Uno de nosotros deberia permanecer junto a ella.

– Esta arriba, en la veranda.

– ?Pero como ha podido dejarla sola? -grito, y al cabo de un segundo ya se habia ido.

Fui al salon de musica. No habia nadie, y una de las sillas estaba caida en el suelo al lado de la puerta.

Baje al jardin. Aun recuerdo la premura y la angustia que me dominaban mientras cruzaba el largo sendero hacia el pabellon, que parecia no acabar nunca.

La puerta estaba abierta y entre.

De pronto supe, antes incluso de echar un vistazo a mi alrededor, lo que habia ocurrido. No habia tenido lugar combate alguno contra ningun intruso. Eugen Bischoff se habia suicidado, aunque no sabria decir por que razon estuve tan seguro de ello.

Yacia en el suelo, junto al escritorio, con el rostro girado hacia mi. Su americana y su chaleco estaban desabrochados. Tenia el revolver en la mano derecha y su brazo parecia estar completamente rigido. En su caida habia arrastrado consigo un par de libros, el tintero y un pequeno busto de Iffland hecho de marmol. Junto a el, arrodillado en el suelo, estaba el doctor Gorski.

En el instante en que entre todavia habia vida en la mirada de Eugen Bischoff. Abrio los ojos, su mano temblo ligeramente, movio la cabeza. ?Era acaso una ilusion? Su rostro desfigurado por el dolor y la agonia adopto al verme -o eso por lo menos me parecio a mi- una expresion de sorpresa indescriptible; habia algo, fuera lo que fuera, que lo desconcertaba profundamente.

Intento incorporarse, quiso decir algo, gimio y volvio a caer hacia atras. El doctor Gorski tomo su mano izquierda. Pero el rostro de Bischoff solo mantuvo por un breve espacio de tiempo aquella expresion de sorpresa.

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