administrativo y empezar a valorar la sentencia que finalmente debia imponerles a los cuatro vietnamitas.

Sono el telefono, pero era Staffan, desde Funchal.

– Vamos a hacer una excursion -le explico.

– ?A la montana? ?Al valle? ?Por los hermosos senderos de flores?

– En barco. Hemos reservado plaza en un gran velero que nos llevara a alta mar. De modo que puede que no tengamos cobertura durante un par de dias.

– ?Adonde vais?

– A ninguna parte. Fue idea de los chicos. Nos hemos apuntado como tripulacion no cualificada, junto con el capitan del barco, un cocinero y dos marineros expertos.

– ?Cuando zarpais?

– Ya hemos salido. Hace un tiempo esplendido, pero por desgracia no sopla la menor brisa.

– ?Hay botes salvavidas? ?Teneis chalecos?

– Oye, no nos subestimes. Deseanos una buena travesia. Si quieres, te llevo un frasco de agua salada.

La conexion dejaba mucho que desear y se despidieron a gritos. Birgitta Roslin colgo el auricular y deseo haber ido con ellos, pese a que Hans Mattsson se habria sentido algo decepcionado y sus colegas, un tanto irritados.

Volvio a llamar al hotel Eden, pero en esta ocasion comunicaba. Aguardo, lo intento cinco minutos mas tarde, seguia comunicando. Miro por la ventana y comprobo que continuaba haciendo un magnifico tiempo primaveral. Cayo en la cuenta de que llevaba demasiada ropa y fue a cambiarse. Aun comunicaba. Decidio intentarlo otra vez cuando bajase al despacho. Tras una ojeada al frigorifico, escribio una lista de lo que necesitaba comprar y marco el numero de Hudiksvall.

En esta ocasion, respondio una mujer con acento extranjero.

– Eden.

– Queria hablar con Sture Hermansson.

– Imposible -grito la mujer.

Despues empezo a hablar histerica en una lengua extranjera que Birgitta intuyo que seria ruso.

Sono como si se le hubiese caido el auricular. Alguien lo recupero del suelo. Esta vez era un hombre que hablaba el dialecto de Halsingland.

– ?Diga?

– Queria hablar con Sture Hermansson.

– ?Quien pregunta?

– ?Con quien hablo? ?Es el hotel Eden?

– Si, exacto. Pero no puedes hablar con Sture.

– Soy Birgitta Roslin y llamo de Helsingborg. Sture Hermansson me llamo ayer hacia las doce de la noche. Y habiamos quedado en hablar por la manana.

– Pues esta muerto.

Birgitta perdio el resuello. Por un instante, sintio un vertigo terrible, incluso calambres.

– ?Que ha pasado?

– No lo sabemos. Parece que se ha cortado con un cuchillo y se ha desangrado.

– ?Con quien estoy hablando?

– Me llamo Tage Elander. No como el ex primer ministro Erlander, sino sin la erre. Tengo una tapiceria en la casa de al lado. La limpiadora, la rusa, vino corriendo hace unos minutos. Y ahora estamos esperando a la ambulancia y a la policia.

– ?Lo han asesinado?

– ?A Sture? ?Por que, en nombre del Senor, iban a haberlo asesinado? Se corto con un cuchillo de cocina, por accidente. Como estaba solo, nadie lo oyo pedir ayuda. Es tragico. Un hombre tan amable.

Birgitta no estaba segura de haber comprendido bien lo que le habia dicho Elander.

– No podia estar solo en el hotel.

– ?Por que no?

– Tenia huespedes.

– Segun la rusa, estaba vacio.

– No, tenia por lo menos un huesped. Me lo conto anoche. Un chino que se alojaba en la numero doce.

– Puede que yo no la entendiese. Espera, voy a preguntarle.

Birgitta oyo la conversacion de fondo. La voz de la rusa seguia sonando chillona y excitada.

Elander volvio al auricular.

– Insiste en que esta noche no habia un solo huesped.

– No hay mas que mirar en el registro. Habitacion numero doce. Un huesped con nombre chino.

Elander volvio a desaparecer. Birgitta oyo que la limpiadora rusa llamada Natascha estaba llorando. Al mismo tiempo, una puerta se abrio y otras voces llenaron la habitacion.

Hasta que Elander dejo oir su voz de nuevo al aparato.

– Tengo que colgar. Han llegado la policia y la ambulancia. Pero no hay registro.

– ?Que quieres decir?

– Que no esta. La limpiadora dice que siempre lo dejaba en el mostrador. Pero no esta.

– Estoy segura de que habia un huesped en el hotel.

– Pues ahora ya no. ?Sera el quien se llevo el registro?

– Peor aun -respondio Birgitta Roslin-. Puede que fuera el quien uso el cuchillo de cocina para matar a Sture Hermansson.

– No entiendo una palabra de lo que dices. Mas valdria que hablaras con alguno de los policias.

– Lo hare, pero no ahora.

Birgitta colgo el auricular. Habia mantenido la conversacion de pie pero en ese instante tuvo que sentarse. El corazon le martilleaba el pecho.

De repente, lo vio todo claro. El hombre que, segun sus sospechas, habia matado a los habitantes de Hesjovallen habia vuelto para preguntar por ella antes de desaparecer con el registro del hotel y de matar a su dueno, y eso solo podia significar una cosa. Habia vuelto para asesinarla a ella. Cuando le pidio al joven chino que mostrase la fotografia que ella habia sacado de la camara de Sture Hermansson, no sospecho las consecuencias que aquello podria acarrearle. Por razones obvias, el hombre creyo que ella vivia en Hudiksvall. Ahora habia corregido el error. Sture Hermansson le habia facilitado al chino la direccion correcta.

Por un instante, se sintio inmersa en el caos mas absoluto. El asalto callejero y la muerte de Hong, el bolso robado que aparecio mas tarde, la anonima visita a su habitacion del hotel, todo guardaba relacion, pero ?que sucederia ahora?

En un impulso desesperado, marco el numero de su marido, pero su telefono estaba fuera de cobertura. Birgitta maldijo para sus adentros aquella aventura marinera. Lo intento con el numero de una de sus hijas, pero con el mismo resultado.

Llamo entonces a Karin Wiman, que tampoco respondio.

El panico no le daba respiro. No veia otra posibilidad que la de huir. Debia marcharse de alli. Al menos, hasta que comprendiese lo que estaba pasando y en que estaba metida.

Una vez tomada la decision, actuo como solia en situaciones extremas, con rapidez y resolucion, sin dudar lo mas minimo. Llamo a Hans Mattsson y logro hablar con el, pese a que estaba en una reunion.

– Me encuentro mal -le dijo-. No es la tension, pero tengo algo de fiebre. Algun virus. Estare de baja unos dias.

– Te has esforzado demasiado para terminar cuanto antes el juicio de los vietnamitas -se lamento Mattsson-. No me sorprende que hayas caido enferma. Acabo de terminar un escrito que presentare ante la Direccion Nacional de Administracion de Justicia donde les explico que los juzgados suecos estan imposibles. Tal y como estan las cosas ahora, con tanto empleado judicial y tantos jueces al borde del colapso, la seguridad en la justicia corre peligro.

– Bueno, no sera mas que un par de dias. No tengo ninguna vista hasta la semana que viene.

– Que te mejores. Y lee el diario local. «La jueza Roslin presidio la vista como de costumbre, con mano firme y sin permitir disturbios por parte del publico. ?Todo un ejemplo!» Desde luego, necesitamos todos los elogios que nos dediquen. En otro mundo y otro tiempo, podriamos haberte nombrado la Jueza del Ano, si tuviesemos ese tipo de dudosos reconocimientos.

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