Dos horas le llevo redactar la carta. La leyo varias veces antes de meterla en el sobre y escribir en el lugar del destinatario el nombre de Vivi Sundberg, policia de Hudiksvall. Despues, dejo la carta en la recepcion de los juzgados, en la bandeja del correo para enviar, y abrio de par en par la ventana del despacho para airear el ambiente, cargado despues de tanto pensar en las victimas de las solitarias casas de Hesjovallen.

El resto del dia lo dedico a leer el borrador de un debate del Ministerio de Justicia para una de las sempiternas reorganizaciones del sistema judicial sueco.

Sin embargo, tambien se concedio el tiempo necesario para sacar una de sus canciones inacabadas e intentar anadirle unos versos.

La idea se le ocurrio durante el verano. Se llamaria Paseo por la playa. Aquel dia, no obstante, no estaba muy inspirada. Arrojo a la papelera varios intentos fallidos y volvio a dejar en el cajon el texto sin terminar. En cualquier caso, estaba firmemente decidida a no abandonar.

A las seis apago el ordenador y salio del despacho.

Al salir comprobo que la bandeja del correo estaba vacia.

39

Liu se oculto en el lindero del bosque pensando que por fin habia llegado a su destino. No olvidaba que Ya Ru le habia dicho que aquella mision era la mas importante de cuantas le habia encomendado. Su cometido consistia en poner punto final a todo aquello, a todos los sucesos indignantes que comenzaron hacia mas de ciento cuarenta anos.

Liu pensaba en Ya Ru, que le encomendo aquella tarea, le proporciono las armas y lo incito a cumplirla. Ya Ru le hablo de los predecesores. El interminable viaje ya duraba mucho anos, a traves de mares y continentes, travesias llenas de miedo y de muerte, de insufrible persecucion, y ahora habia llegado el momento del obligado final, de la venganza.

Los que partieron habian muerto hacia ya mucho. Alguno yacia en el fondo del mar, otros descansaban en tumbas sin nombre. Todos aquellos anos, las tumbas no dejaron de emitir su lamento funebre. Ahora, su mision de emisario consistia en hacer que el doloroso canto cesara de una vez por todas. Ahora el tenia que conseguir que aquel viaje llegase a su fin.

Liu se encontraba en la linde de un bosque cubierto de nieve, rodeado de frio. Era el 12 de enero de 2006. Habia visto en un termometro que estaban a nueve grados bajo cero. Movia los pies sin cesar, para mantenerlos calientes. Aun era muy pronto. Desde donde se encontraba vio en varias de las casas la luz de las lamparas o el reflejo azulado del televisor. Aguzaba el oido, pero no oia un solo sonido. Ni siquiera se oian perros, penso. Liu creia que las personas de esta parte del mundo tenian perros para que los guardasen por las noches. Habia visto huellas de perro, pero luego comprendio que los tenian dentro de las casas.

Penso si el hecho de que los perros estuviesen en las casas no le causaria problemas, pero desecho la idea: nadie sospechaba siquiera lo que iba a suceder, no lo detendria ningun perro.

Se quito un guante y miro la hora. Las nueve menos cuarto. Aun tardarian en apagar las luces. Volvio a ponerse el guante y penso en Ya Ru y en todas las historias que le conto sobre las personas ya muertas que habian hecho aquellos viajes tan largos. Cada miembro de la familia habia recorrido un tramo del camino. Por una curiosa casualidad el, que ni siquiera pertenecia a la familia, seria el encargado de poner fin a todo. Y aquello lo hacia sentir una gran responsabilidad. Ya Ru confiaba en el como en su propio hermano.

Oyo el motor de un coche en la distancia, pero no se dirigia al pueblo. Era un vehiculo que pasaba por la carretera principal. «En este pais», se dijo, «en las silenciosas noches invernales, los sonidos recorren un camino muy largo, igual que cuando se transmiten por las aguas.»

Movio los pies despacio alli donde se encontraba, junto al bosque. ?Como reaccionaria cuando todo hubiese terminado? ?Existiria en su razon o en su conciencia una parte aun desconocida para el? Imposible saberlo. Lo importante era que estaba preparado. Todo fue bien en Nevada pero, claro, nunca se sabe; sobre todo cuando la mision, como ahora, era de mayor envergadura.

Dejo vagar la imaginacion y, de pronto, penso en su propio padre, un funcionario medio al servicio del Partido, perseguido y maltratado durante la Revolucion Cultural. Su padre le habia contado como la Guardia Roja les pintaban la cara de blanco a el y a otros «capitalistas», por aquello de que el mal siempre era blanco…

E intento ver de esa manera a las personas que habitaban aquellas casas silenciosas. Todas con los rostros blancos, como demonios del mal.

Se apago una de las luces, poco despues se hizo la oscuridad en otra de las ventanas. Dos de las casas estaban ya a oscuras. Seguia esperando. Los muertos llevaban ciento cuarenta anos esperando, para el eran suficientes unas horas.

Se quito el guante de la mano derecha y tanteo con los dedos la espada que colgaba de su cinturon. El acero estaba frio, la hoja afilada capaz de cortar sin dificultad la piel de los dedos. Era una espada japonesa que habia conseguido comprar por casualidad en una visita a Shanghai. Alguien le habia hablado de un viejo coleccionista que aun tenia algunas de aquellas preciadas espadas de la ocupacion durante la decada de los treinta. Busco el modesto comercio y, en cuanto tuvo la espada entre sus manos, no lo dudo un segundo. La compro y se la llevo a un herrero para que le reparase el puno y la afilase como una hoja de afeitar.

Se estremecio. La puerta de una de las casas acababa de abrirse. Liu se adentro un poco en la espesura y vio a un hombre que salia a la escalinata con un perro. La lampara que habia colgada sobre la puerta iluminaba el jardin cubierto de nieve. Agarro el puno de la espada y entrecerro los ojos para distinguir mejor los movimientos del perro. ?Que ocurriria si el perro olfateaba su presencia? Aquello arruinaria sus planes. No dudaria un instante en matar al perro si era necesario, pero ?que haria el hombre que ahora fumaba en el porche?

De repente, el perro se detuvo y empezo a olisquear a su alrededor. Por un momento, penso que el animal habia detectado su presencia por el olor. Pero enseguida reemprendio sus carreras por el jardin.

El hombre llamo al perro, que corrio al interior de la casa. La puerta se cerro y, poco despues, se apago la luz del vestibulo.

Siguio esperando. Hacia medianoche, cuando la unica luz que se veia era la de un televisor, noto que habia empezado a nevar. Los copos caian sobre su mano extendida como plumas blancas y ligeras. Como flores de cerezo, penso. Solo que la nieve no tiene perfume, no respira como las flores.

Veinte minutos mas tarde apagaron el televisor. Seguia nevando. Saco unos pequenos prismaticos con vision nocturna que llevaba en el bolsillo del anorak y observo despacio las casas del pueblo. En ningun lugar se veia mas luz que la del alumbrado urbano. Volvio a guardar los prismaticos, respiro hondo y recreo en su interior la imagen que Ya Ru le habia descrito en tantas ocasiones.

Un buque. Gente sobre la cubierta, como hormigas, agitando ansiosos panuelos y sombreros. Pero no ve sus rostros.

Ni un rostro. Solo brazos y manos moviendose.

Aguardo un rato mas. Despues, cruzo despacio la carretera. Llevaba en una mano una pequena linterna y en la otra la espada.

Se acerco a la casa mas apartada, la que daba al oeste. Se detuvo una ultima vez y aguzo el oido.

Despues, entro en la casa.

«7 de agosto de 2006

»Vivi,

»Este relato se encuentra en el diario de un hombre llamado Ya Ru. Se lo oyo contar a la persona que, en primer lugar, viajo hasta Nevada, donde mato a una serie de personas, y que luego fue a Hesjovallen. Quiero que lo leas para que comprendas el resto de esta carta.

«Ninguna de esas personas vive hoy, pero la verdad sobre lo que sucedio en Hesjovallen abarca mucho mas y es muy distinta de lo que creiamos todos. No estoy segura de que pueda probarse todo lo que te he contado. Lo mas probable es que no. Igual que, por ejemplo, no puedo explicar como fue a parar la cinta roja en medio de la nieve que cubria Hesjovallen. Sabemos quien la llevo hasta alli, pero eso es todo.

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