El hombre resoplo al telefono, como si le costase decidirse.

– Puedo ensenarte la cinta si vienes ahora mismo.

– ?Dentro de media hora?

– Dentro de dos minutos, ni uno mas.

La recibio en la recepcion, tosiendo y estornudando. La bolsa de plastico que contenia la cinta roja se hallaba sobre la mesa de su despacho. La saco y la extendio sobre un papel blanco.

– Mide diecinueve centimetros exactamente. En uno de los bordes hay un agujero que indica que ha estado prendida a algo. Es de algodon y poliester, pero parece de seda. La encontramos en la nieve. La olfateo uno de los perros.

Birgitta se esforzaba al maximo, estaba segura de reconocer la cinta, pero no conseguia ubicarla.

– La he visto -afirmo-. Puedo jurarlo. Puede que no sea esta en concreto, pero una parecida.

– ?Donde?

– No lo recuerdo.

– Si la viste en Escania, dificilmente nos sera de ayuda.

– No -respondio ella con gravedad-. La he visto aqui.

Siguio mirando la cinta mientras Erik Hudden aguardaba apoyado contra la pared.

– ?Lo recuerdas?

– No. Lo siento.

El policia guardo la cinta en la bolsa y la acompano a la recepcion.

– Si lo recuerdas, llamame -le dijo-. Aunque, si al final resulta que era una cinta de envolver regalos, no te molestes.

Fuera, en la calle, la esperaba Lars Emanuelsson. Llevaba un gorro de piel muy desgastado y calado hasta los ojos. Birgitta se irrito al verlo.

– ?Por que me persigues?

– No te estoy persiguiendo. Doy vueltas, ya te lo dije. Y ahora he visto por casualidad que entrabas en la comisaria, asi que pense que podia esperarte. En estos momentos estaba reflexionando sobre a que podia deberse una visita tan breve.

– A algo que no sabras nunca. Y, ahora, dejame en paz antes de que me enfade.

Se marcho mientras oia la voz del reportero a su espalda.

– No olvides que se escribir.

Birgitta se dio la vuelta airada.

– ?Estas amenazandome?

– En absoluto.

– Ya te he dicho por que estoy aqui. No hay razon alguna para mezclarme en lo que esta sucediendo.

– El gran publico lee lo que se escribe en los diarios, sea o no cierto.

En esta ocasion, fue Lars Emanuelsson quien se dio media vuelta y se alejo. Birgitta lo vio marcharse llena de desprecio y con la esperanza de no volver a verlo nunca mas.

Volvio al coche. Acababa de sentarse al volante cuando cayo en la cuenta de donde habia visto la cinta roja. De repente, su memoria le revelo lo que ocultaba sin mas. ?Estaria confundida? No, veia la imagen con toda claridad.

Aguardo un par de horas, puesto que el lugar al que queria acudir estaba cerrado. Entretanto, deambulo llena de desasosiego por la pequena ciudad, impaciente por no poder comprobar de inmediato lo que creia haber descubierto.

A las once abrio el restaurante chino. Birgitta Roslin entro y se sento a la misma mesa que la vez anterior. Observo las lamparas que colgaban sobre las mesas. Eran de un material transparente, un plastico muy fino, como si quisieran imitar los farolillos de papel. Eran alargados, como cilindros, y de la base colgaban cuatro cintas rojas.

A raiz de su visita a la comisaria sabia que debian medir diecinueve centimetros de largo. Iban prendidas a la lamparilla por un pequeno gancho que se introducia por el agujero de uno de los extremos de la cinta.

La joven que hablaba mal el sueco se acerco a su mesa con el menu. Le sonrio a Birgitta, pues la habia reconocido. La jueza eligio el bufe, aunque no tenia hambre. Los platos que habia para elegir en el expositor le daban la posibilidad de dar una vuelta por el local. Encontro lo que buscaba en una mesa para dos, situada en un rincon del fondo. A la lamparilla que colgaba sobre la mesa le faltaba una de las cintas rojas.

Se quedo petrificada y contuvo la respiracion.

«A esta mesa se sento alguien», se dijo. «En el rincon mas oscuro del restaurante. De aqui se levanto, dejo el establecimiento y se dirigio a Hesjovallen.»

Miro a su alrededor. La joven seguia sonriendo. Desde la cocina se oian voces de gente que hablaba en chino.

Penso que ni ella ni la policia podrian comprender nada de lo que habia sucedido. Aquello tenia mucha mas envergadura, era mas profundo y misterioso de lo que habian imaginado.

En realidad, no sabian nada en absoluto.

Segunda parte Niggers and chinks (1863)

Sopla helado el viento del oeste.

Se oyen en el aire los graznidos de las ocas,

luna escarchada del amanecer.

Luna escarchada del amanecer,

retumban los cascos de los caballos,

sordo es el resonar de la trompeta.

Mao Zedong,

«El paso de Lushan» (fragmento), 1935

El camino a Canton

10

Sucedio durante la estacion mas calurosa del ano 1863. Y el segundo dia del largo periplo de San y sus hermanos hacia la costa y la ciudad de Canton. Aquella manana, muy temprano, llegaron a una encrucijada donde hallaron tres cabezas clavadas en sendas varas de bambu incrustadas en la tierra. Resultaba imposible deducir cuanto tiempo llevaban alli expuestas. Wu, que era el mas joven de los hermanos, creia que como minimo una semana, pues los ojos y grandes porciones de las mejillas se veian ya picoteadas por los cuervos. Guo Si, el mayor, decia que parecian cortadas hacia tan solo unos dias, pues creia ver un resto del horror ante la muerte en la quejumbrosa expresion de sus bocas.

San no opino. En todo caso, no dejo traslucir lo que pensaba. Aquellas cabezas cortadas eran una especie de senal de lo que podia ocurrirles a el y a sus hermanos. Habian huido de un pueblo remoto de la provincia de Guangxi para salvar sus vidas. Y lo primero que encontraban les parecia un recordatorio de que seguirian en peligro tambien

Вы читаете El chino
Добавить отзыв
ВСЕ ОТЗЫВЫ О КНИГЕ В ИЗБРАННОЕ

0

Вы можете отметить интересные вам фрагменты текста, которые будут доступны по уникальной ссылке в адресной строке браузера.

Отметить Добавить цитату