No se cruzo con ningun coche. En una ocasion tuvo que frenar, pues creyo haber visto un alce en la montana de nieve apilada en el arcen. Sin embargo, no se trataba de un animal, sino de un enganoso arbol arrancado de raiz.
Cuando llego a la ultima pendiente, antes del descenso al pueblo, se detuvo y apago los faros del coche. Tenia una linterna en la guantera. Con suma precaucion emprendio el camino a pie por la carretera. De vez en cuando, se detenia a escuchar. Una leve brisa murmuro al soplar contra las invisibles copas de los arboles. Ya al final de la pendiente vio que aun habia dos focos encendidos y un coche de policia aparcado junto a la casa mas proxima al bosque. Podria acercarse a la de Brita y August sin ser vista. Cubrio con la mano el haz de luz de la linterna, cruzo la verja y se acerco al porche desde la parte posterior. En el coche de policia seguian sin reaccionar. Tanteo con la mano hasta dar con la llave.
Cuando Birgitta Roslin entro en el vestibulo, sintio un escalofrio por todo su cuerpo. Saco una bolsa de plastico y abrio el cajon muy despacio.
De repente se le apago la linterna, no lograba hacerla funcionar, pero empezo a guardar las cartas y los diarios. Uno de los fajos de cartas se le escapo de las manos y estuvo un buen rato buscandolo a tientas por el frio suelo, hasta que lo encontro.
Despues se apresuro a marcharse de alli y a volver al coche. La recepcionista la miro sorprendida al verla entrar en el hotel a aquellas horas.
Estuvo tentada de empezar a leer de inmediato, pero al final decidio dormir unas cuantas horas. A las nueve de la manana fue a recepcion a pedir prestada una lupa y se sento a la mesa, que habia arrastrado hasta la ventana. Los publicistas estaban despidiendose y fueron desapareciendo en sus coches y en microbuses. Colgo el cartel de no molestar y empezo a leer el diario. Avanzaba despacio y habia palabras, incluso frases enteras, que no lograba descifrar.
El primer descubrimiento que hizo fue que tras las iniciales J.A. se ocultaba un hombre. Por alguna razon, no decia «yo» cuando hablaba de si mismo, sino que usaba un par de iniciales. Al principio no entendio quien podia ser, hasta que recordo la otra carta, la que habia encontrado entre los documentos de su madre. Jan August Andren, debia de tratarse de la misma persona. Era capataz de las obras de construccion del ferrocarril que se prolongaba poco a poco hacia el este, a traves del desierto de Nevada, y describia con todo lujo de detalles en que consistian sus responsabilidades. J.A. hablaba de zapatas y railes y de como se inclinaba de buen grado ante aquellos que estaban por encima de el en la jerarquia y que no dejaban de impresionarlo por el gran poder que tenian. Describia las enfermedades que habia sufrido, entre otras, una fiebre pertinaz que lo tuvo mucho tiempo inhabilitado para el trabajo.
Se notaba en lo irregular de la caligrafia. J.A. escribia que tenia una «fiebre muy alta y que los vomitos, frecuentes y terribles, eran con sangre». Birgitta Roslin casi podia sentir fisicamente la angustia ante la muerte que rezumaba cada pagina. Puesto que J.A. no siempre fechaba sus notas, no pudo saber cuanto tiempo estuvo enfermo. En una de las paginas siguientes aparece, de pronto, su testamento: «A mi amigo Herbert, mis botas buenas y demas ropa, asi como a Mister Harrison, mi escopeta y mi pistola, y le pido ademas que les comunique a mis parientes de Suecia que he abandonado este mundo. Le dejo asignado un dinero al sacerdote de las obras del ferrocarril para que me de un entierro decente con dos salmos, como minimo. La verdad, no esperaba que la vida fuese a terminar ya. Que Dios me ayude».
Pero J.A. no murio. De repente, sin solucion de continuidad en el diario, aparece totalmente recuperado.
Por lo visto, J.A. ocupa algun tipo de cargo en Central Pacific, la empresa donde trabaja, que esta construyendo el ferrocarril desde el Pacifico hasta el punto en que se ha de encontrar con la linea que, al mismo tiempo, esta construyendo desde la Costa Este una de las companias ferroviarias de la competencia. A veces se queja de que «los trabajadores son
Birgitta Roslin tenia que forzar la vista para poder descifrar las letras. De vez en cuando se tumbaba en la cama a descansar con los ojos cerrados. Paso a estudiar uno de los tres fajos de cartas. Una vez mas, es J.A. quien escribe con la misma caligrafia apenas legible. Dirige la carta a sus padres y les cuenta como le va. Existe una clara contradiccion entre lo que anota en el diario y lo que dicen las cartas. «Si», segun suponia, «en los diarios describe la realidad, en las cartas debe de estar mintiendo.» En el diario decia que tiene un salario de once dolares, mientras que en la primera de las cartas que leyo Birgitta aseguraba que «los jefes estan tan satisfechos que ya gano veinticinco dolares al mes, un sueldo que se puede comparar con lo que percibe en Suecia un secretario del gobierno regional». «Esta fanfarroneando», se dijo Birgitta. «Sabe que esta tan lejos que nadie puede comprobar si dice la verdad.»
Siguio leyendo las cartas y descubrio mas mentiras, a cual mas sorprendente. De repente tiene una novia, una cocinera llamada Laura procedente de una «buena familia» de Nueva York. A juzgar por la fecha de la carta, es justo cuando esta moribundo a causa de la fiebre y angustiado y escribe su testamento. Es posible que Laura apareciese en uno de sus delirios febriles.
El hombre que Birgitta Roslin intentaba conocer era escurridizo, un ser que se escabullia constantemente. Empezo a hojear impaciente entre las cartas y los diarios.
Llevaba varias horas enfrascada en aquellos escritos tan trabajosos de leer cuando, de pronto, se detuvo: en uno de los diarios habia un documento que, segun entendio, era una nomina. A Jan August Andren le habian pagado once dolares por el mes de abril de 1864. En cualquier caso, a aquellas alturas estaba segura de que se trataba del mismo hombre que habia escrito la carta que hallo entre los documentos que dejo su madre.
Se levanto de la silla y se acerco a la ventana. Un hombre, solo, quitaba nieve alla fuera. «Es decir, que un dia, un hombre llamado Jan August Andren emigro de Hesjovallen», penso. «Fue a parar a Nevada como trabajador del ferrocarril, se convierte en jefe de obras y no le gustan ni los irlandeses ni los chinos que tiene a sus ordenes. La novia inventada tal vez no fuese otra que alguna de las 'lascivas mujeres que merodean por las obras del ferrocarril', sobre las que escribe en los diarios, las mismas que contagian enfermedades venereas a los peones ferroviarios. Las putas que siguen las vias del tren y que crean situaciones desagradables y problemas. No es solo que haya que despedir a los trabajadores sifiliticos, sino que ademas surgen entre los hombres constantes y violentas disputas por las mujeres.»
En el diario, del que ya habia leido cerca de la mitad, J.A. describe que un irlandes llamado O'Connor habia sido condenado a muerte por asesinar a un trabajador escoces. Los dos estaban ebrios y se enzarzaron en una disputa por una mujer. Iban a colgarlo y el juez designado acepto que no fuese en la ciudad, sino en una colina que se alzaba junto al lugar hasta el que llegaba el ferrocarril. Jan August Andren escribe que «me parece bien que todos vean en que terminan el alcohol y las navajas».
Es muy prolijo a la hora de describir la muerte del trabajador irlandes. El hombre al que van a colgar es un joven, «lampino», escribe.
Es muy temprano, por la manana. La ejecucion se producira justo antes de que se incorpore el turno de la manana. Ni siquiera un linchamiento debe impedir que haya retrasos en la colocacion de una sola zapata, de un solo tramo de via. Todos los capataces tienen ordenes de acudir a presenciar la ejecucion. Sopla un fuerte viento. Jan August Andren lleva un panuelo anudado alrededor de la boca y la nariz mientras va comprobando que sus hombres han salido de las tiendas y se preparan para dirigirse a la colina donde tendra lugar el linchamiento. La horca esta sobre una plataforma de listones recien embreados. En cuanto el joven O'Connor haya muerto, la desarmaran y devolveran los listones al terraplen de las obras. El condenado llega rodeado de alguaciles armados. Tambien hay un sacerdote. Jan August Andren describe la situacion diciendo que «se oia un murmullo entre los congregados. Por un instante, parecio que aquel susurro iba dirigido al verdugo. Despues, uno comprendia que los que iban a presenciar el espectaculo se sentian aliviados y contentos de no ser ellos los que estaban a punto de ser ahorcados. Pense que muchos de los que detestaban el duro trabajo diario experimentaban una gratitud angelical ante la idea de, un dia mas, poder dedicarse a llevar tramos de rail, quitar grava y poner zapatas».
Jan August Andren es muy exhaustivo en la descripcion del linchamiento. «Se comporta como un reportero que llega el primero a dar cuenta de un crimen», penso Birgitta Roslin. «Solo que escribe para si mismo o tal vez para una posteridad desconocida. De lo contrario, no utilizaria expresiones como 'una gratitud angelical'.»