en lo sucesivo.

Abandonaron el lugar, y San lo bautizo mentalmente con el nombre de «La encrucijada de las tres cabezas». Mientras Guo Si y Wu discutian sobre si los duenos de las mismas serian bandidos que habian sido ejecutados o unos campesinos que hubiesen disgustado a un poderoso latifundista, San reflexionaba sobre todo aquello que los habia movido a emprender el camino. En lo mas hondo de su ser confiaba en que, un dia, sus hermanos pudiesen volver a Wi Hei, el pueblo donde habian crecido. El no sabia muy bien que pensar. Tal vez los campesinos pobres y sus hijos no pudiesen salir jamas de la miseria en la que vivian. ?Que los aguardaba en Canton, el lugar al que se dirigian? La gente decia que alli uno podia subirse de polizon a un barco que atravesaba el mar rumbo al este y arribaba a un pais donde corrian rios que relucian por las pepitas de oro grandes como huevos de gallina que arrastraban. Incluso al pueblo de Wi Hei habian llegado historias de aquel pais habitado por diablos blancos, un pais tan rico donde incluso las gentes sencillas de China podian salir de la miseria y alcanzar poder y riqueza.

San no sabia a que atenerse. La gente pobre siempre sonaba con una vida en la que ningun latifundista pudiese maltratarlos. Tambien el habia abrigado esos pensamientos cuando, de nino, inclinaba la cabeza al cruzarse con algun gran senor que pasaba en su carro bajo palio. Siempre se pregunto como era posible que la gente llevase vidas tan diferentes.

En una ocasion le pregunto a su padre, Pei, y este le propino una bofetada por respuesta. No habia que formular preguntas innecesarias. Los dioses que estaban en los arboles y los arroyos y las montanas habian creado el mundo en que vivian los hombres; para que aquel universo enigmatico conservase el equilibrio divino tenia que haber ricos y pobres, campesinos que empujaban el arado detras de los bueyes y grandes hombres que apenas ponian el pie en una tierra que tambien los alimentaba a ellos.

El jamas les habia preguntado a sus padres cuales eran los suenos que abrigaban cuando rezaban ante las imagenes de los dioses. Ellos vivian sus vidas inmersos en una servidumbre sin fin. ?Habria alguien que trabajase mas duro y que sacase mas provecho de su esfuerzo? Jamas tuvo a quien preguntar, pues todos los habitantes del pueblo eran igual de pobres y sentian el mismo temor por el invisible latifundista, cuyo administrador sometia a los campesinos obligandolos con el latigo a ejecutar sus tareas diarias. El habia visto a muchas personas pasar de la cuna a la tumba arrastrando a lo largo de su existencia unos trabajos cuya carga crecia a medida que pasaba el tiempo. Se diria que incluso a los ninos se les vencia la espalda antes de que hubiesen aprendido a caminar siquiera. La gente del pueblo dormia sobre alfombras que, por la noche, extendian sobre los frios suelos de tierra. Apoyaban la cabeza sobre duros almohadones confeccionados con canas de bambu. Durante el dia seguian el monotono ritmo que imponian las estaciones del ano. Araban tras los perezosos bueyes de agua, plantaban arroz con la esperanza de que al ano siguiente, la proxima cosecha, fuese suficiente para alimentarlos a todos. En anos de mala cosecha apenas si tenian de que vivir. Cuando se acababa el arroz, se alimentaban de hojas.

O se tumbaban a esperar la muerte. No les quedaba otra opcion.

Empezaba a caer el ocaso, y esto saco a San de sus cavilaciones. Miro a su alrededor en busca de un lugar donde pudiesen dormir. Junto al camino crecia una pequena arboleda colindante con unas rocas que parecian arrancadas de la cadena montanosa que se erguia al oeste recortandose contra el horizonte. Extendieron sus alfombras de hierba seca, compartieron el arroz que les quedaba y que debia durarles hasta Canton. San miro de soslayo a sus hermanos. ?Tendrian fuerzas para llegar al final? ?Que harian si alguno de ellos enfermaba? El aun se sentia fuerte, pero no seria capaz de llevar a cuestas a uno de sus hermanos en caso necesario.

No hablaban mucho entre si. San les habia dicho que no debian malgastar las pocas energias que les quedaban discutiendo y peleando.

– Cada palabra que os arrojeis a la cara os robara un paso. En estos momentos lo importante no son las palabras, sino los pasos que teneis que dar para llegar a Canton.

Ninguno de los hermanos lo contradijo. San sabia que ellos confiaban en el. Ahora que sus padres ya no estaban vivos y que habian decidido emigrar, creian que San era el que tomaban las mejores decisiones.

Se acurrucaron sobre las alfombras, se colocaron bien las coletas a la espalda y cerraron los ojos. San oyo como caian vencidos por el sueno, en primer lugar Guo Si; despues, Wu. «Aun son como ninos», penso San. «Pese a que ambos tienen mas de veinte anos. Ahora solo me tienen a mi. Yo soy la persona mayor, el que sabe lo que les conviene. Sin embargo, tambien soy muy joven aun.»

Empezo a pensar en lo distintos que eran sus hermanos. Wu era discolo y siempre le habia costado obedecer lo que se le mandaba. Sus padres estaban muy preocupados por su futuro y le advirtieron repetidas veces que en la vida le iria mal si siempre andaba contradiciendo a los demas. En cambio Guo Si era mas pausado y jamas les habia ocasionado ningun problema a sus padres. Era el hermano obediente que siempre le ponian de ejemplo a Wu.

«Y yo tengo un poco de cada uno», constato San. «Pero ?quien soy en el fondo? ?El hermano mediano, el que debe estar siempre dispuesto a asumir la responsabilidad ahora que no hay nadie mas?»

Olia a barro y a humedad a su alrededor. Estaba tumbado boca arriba, contemplando las estrellas.

A menudo, su madre lo habia llevado fuera por las noches para admirar el cielo. En aquellas ocasiones, su rostro ajado por el cansancio estallaba en una sonrisa. Las estrellas eran un consuelo para la dura vida que ella llevaba. En condiciones normales vivia con el rostro vuelto hacia la tierra, que engullia sus semillas de arroz como si esperase que, algun dia, tambien la engullese a ella. Cuando alzaba la vista a las estrellas, dejaba de ver la oscura tierra por un instante.

Busco en el cielo estrellado. Su madre les habia puesto nombre a alguno de los astros. Y llamaba San a una estrella que lucia intensamente en una constelacion que parecia un dragon.

– Ese eres tu -le dijo-. De alli vienes y alli regresaras algun dia.

La idea de proceder de una estrella lo asusto, pero no dijo nada, puesto que su madre parecia alegrarse mucho de ello.

San penso en los violentos sucesos que los habian obligado a el y a sus hermanos a huir precipitadamente. Uno de los nuevos capataces del latifundista, un hombre llamado Fang, que tenia las paletas muy separadas, llego con la queja de que sus padres habian descuidado sus tareas diarias. San sabia que su padre sufria terribles dolores de espalda y que no habia terminado a tiempo el pesado trabajo que tenia asignado. Su madre le habia ayudado, pero aun asi iba con retraso. Asi que alli estaba Fang, ante la choza de adobe de su familia y con la lengua asomando entre sus paletas como si de una peligrosa y amenazadora serpiente se tratase. Fang era joven, casi de la misma edad que San, pero procedian de mundos distintos. Fang miraba a los padres de San como si fueran insectos que pudiese aplastar en cualquier momento, mientras que ellos se inclinaban ante el con los sombreros de paja en la mano y las cabezas gachas. Si no cumplian con sus obligaciones diarias, los expulsarian de la choza y se verian obligados a vivir como mendigos.

Por la noche, San los oyo murmurar. Era frecuente que tardaran en dormirse y San los escuchaba a hurtadillas. Sin embargo, no entendio lo que se decian.

Por la manana, hallo vacia la alfombra trenzada en la que dormian sus padres. El se asusto enseguida. En su reducida vivienda, todos solian levantarse al mismo tiempo, es decir, que sus padres debian de haber salido sin hacer ruido para no despertar a sus hijos. Se levanto despacio y se puso los harapientos pantalones y la unica camisa que poseia.

Cuando salio de la choza, aun no habia amanecido. El horizonte ardia en tonos color de rosa. En algun lugar se oyo cantar a un gallo. La gente del pueblo empezaba a despertar. Todos, menos sus padres, que se habian colgado del arbol que les daba sombra en la epoca mas calurosa del ano. Sus cuerpos se mecian lentos al compas de la brisa matinal.

Lo que sucedio despues no podia recordarlo mas que de forma vaga e imprecisa. El no queria que sus hermanos viesen a sus padres colgados de las cuerdas, con las bocas abiertas, de modo que las corto con la guadana que su padre utilizaba en el campo. Sus cuerpos cayeron pesadamente sobre el, como si quisieran llevarselo consigo a la muerte.

Los vecinos llamaron al anciano del pueblo, el viejo Bao, que tenia la vista nublada y temblaba de tal modo que no podia mantenerse derecho. El se llevo a San a un lado y le dijo que lo mejor que los tres hermanos podian hacer era marcharse. Fang se vengaria sin duda, los encerraria en los calabozos de su hacienda. O quiza los ejecutaria. No habia juez en el pueblo y solo imperaba la ley del latifundista; en cuyo nombre hablaba y actuaba el propio Fang.

Se marcharon antes de que los feretros de sus padres hubiesen terminado de arder siquiera. Y alli estaba ahora, bajo las estrellas, en compania de sus hermanos que dormian a su lado. Ignoraba que les depararia el futuro mas inmediato. El viejo Bao le dijo que huyesen hacia la costa, a la ciudad de Canton, para buscar trabajo. San intento averiguar que clase de trabajo habia alli, pero el viejo Bao no supo contestarle; simplemente senalaba hacia

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