la costa con su mano tremula.

Caminaron hasta que los pies se les llenaron de ampollas y se les seco la boca debido a la sed. Los hermanos lloraron por la muerte de sus padres y por el miedo que les inspiraba el futuro incierto. San intentaba consolarlos al tiempo que los animaba a apresurarse. Fang era peligroso. Y tenia caballos sobre los que cabalgar, hombres con lanzas y afiladas espadas que aun podian darles alcance.

Siguio admirando las estrellas. Pensaba en el latifundista, el cual vivia en un mundo totalmente distinto donde los pobres jamas podrian poner un pie. Jamas aparecia por el pueblo, sino que se mantenia como una sombra amenazante, inseparable de las tinieblas.

Finalmente, tambien San cayo vencido por el sueno. Las tres cabezas cortadas poblaron sus ensonaciones. Sentia la fria punta de la espada contra su garganta. Sus hermanos ya estaban muertos, sus cabezas rodaban por la arena mientras que la sangre manaba a borbotones de sus gargantas abiertas. Una y otra vez se despertaba, como para liberarse del sueno, que retornaba en cuanto volvia a dormirse.

Reemprendieron la marcha por la manana temprano, tras beberse los ultimos sorbos del cantaro que Guo Si llevaba de una correa atada al cuello. Tendrian que encontrar agua durante el dia. Caminaban deprisa por el pedregoso camino. De vez en cuando se cruzaban con gente que venia de los campos o que llevaba pesadas cargas sobre los hombros y la cabeza. San empezo a preguntarse si no seria aquel un camino infinito. Tal vez no existiese el mar. Ni una ciudad llamada Canton. Sin embargo, no les dijo nada a Guo Si ni a Wu, pues eso entorpeceria el ritmo de sus pasos.

Un perro pequeno y negruzco con una mancha blanca bajo el hocico se unio a los caminantes. San no se dio cuenta de donde habia salido el animal. De repente estaba alli, con ellos. Intento espantarlo, pero siempre volvia a su lado. Entonces empezo a lanzarle piedras para que fuese a buscarlas, pero el perro no tardaba en alcanzarlos otra vez.

– Se llamara Duong Fui, «La gran ciudad al otro lado del mar» -decidio San.

A mediodia, cuando el calor resultaba mas insoportable, se tumbaron a descansar bajo un arbol en un pueblecito del camino. Los habitantes del lugar les dieron agua con la que llenar su cantaro. El perro jadeaba tumbado a los pies de San.

San observo atentamente. Aquel perro tenia algo extrano. ?Lo habria enviado su madre como mensajero desde el reino de la muerte? ?Un mensajero capaz de moverse entre los vivos y los muertos? No lo sabia, siempre le habia costado creer en todos aquellos dioses que los habitantes del pueblo y sus padres adoraban. ?Como podian rezarle a un arbol, incapaz de contestar, que no tenia oidos ni boca? ?O a un perro sin dueno? Si los dioses existian, era ahora cuando el y sus hermanos necesitaban su ayuda.

Prosiguieron su peregrinar despues del mediodia. El camino seguia serpenteando sin fin ante sus ojos.

A los tres dias de camino empezaron a unirseles cada vez mas personas. Los adelantaban carretas con altas cargas de cana y sacos de grano, mientras que otras rodaban vacias en la direccion contraria. San se armo de valor y le pregunto a un hombre que estaba sentado en uno de los carros vacios.

– ?Cuanto falta para el mar?

– Dos dias. No mas. Manana empezareis a sentir el olor de Canton, es inconfundible.

El hombre se echo a reir mientras reemprendia la marcha. San se quedo mirandolo, ?que habria querido decir con «el olor de Canton»?

Aquella misma tarde atravesaron un denso enjambre de mariposas. Eran transparentes y amarillentas y su aleteo recordaba al crujido del papel. San se detuvo admirado en medio de la nube de mariposas. Era como si hubiese accedido a una casa cuyas paredes estuviesen construidas de alas. Se dijo que le gustaria quedarse alli. «Me gustaria que esta casa tuviese una puerta, claro. Me quedaria aqui escuchando el aleteo de las mariposas hasta que llegase el dia en que cayese muerto a tierra.»

Sin embargo, alli estaban sus hermanos. No podia dejarlos. Se abrio paso con las manos entre la cortina de mariposas y les sonrio: no pensaba abandonarlos.

Una noche mas se tumbaron a descansar bajo un arbol, despues de haber comido algo de arroz. Cuando se echaron a dormir, los tres continuaban hambrientos.

Al dia siguiente llegaron a Canton. El perro seguia con ellos. San se reafirmaba en su conviccion de que era un enviado de su madre, un emisario del mas alla con la mision de protegerlos. El nunca habia creido en esas cosas, pero ahora que se hallaba a las puertas de la ciudad, empezo a considerar si no serian reales, a pesar de todo.

Entraron en el bullicio urbano, que, en efecto, los recibio con su desagradable pestilencia. A San lo asusto la idea de perder a sus hermanos entre todos aquellos extranos que abarrotaban las calles, de modo que se ato una larga correa a la cintura y luego anudo con ella a sus hermanos. Ahora ya no podian extraviarse, a menos que se rompiese la correa. Muy despacio, fueron abriendose paso a traves del gentio, asombrados ante los grandes edificios, los templos, las mercancias que habia a la venta.

De repente, la correa se estiro. Wu se habia parado y senalaba algo con la mano. San vio de que se trataba.

Un hombre sentado en un palanquin. Las cortinas que, en condiciones normales, ocultaban al pasajero, estaban descorridas. No cabia duda de que aquel hombre estaba moribundo. Era un hombre blanco, se diria que le hubiesen empolvado las mejillas. O tal vez fuese una mala persona. El diablo solia enviar a la tierra demonios de color blanco. Ademas, no llevaba coleta y tenia un rostro alargado y feo con una gran nariz aguilena en el centro.

Wu y Guo Si se acercaron a San para preguntarle si se trataba de un ser humano o de un demonio, pero San no lo sabia. Jamas habia visto nada semejante, ni siquiera en sus peores pesadillas.

De repente, echaron las cortinas y el palanquin empezo a moverse. El hombre que habia al lado de San escupio a su paso.

– «?Quien era? -pregunto San.

El hombre lo miro con desprecio y le pidio que repitiese la pregunta. San se dio cuenta de que hablaban dialectos muy distintos.

– El hombre del palanquin, ?quien es?

– Un blanco, propietario de muchas de las embarcaciones que arriban a nuestro puerto.

– ?Esta enfermo?

El hombre se echo a reir.

– No, son asi. Palidos como cadaveres que deberian haber sido incinerados hace mucho.

Los hermanos continuaron su deambular a traves de la polvorienta y maloliente ciudad. San observaba a la gente. Muchas personas iban bien vestidas y no llevaban andrajos como el, y cuanto mas veia, mas se inclinaba a pensar que el mundo no era exactamente como el se lo habia imaginado.

Tras vagar muchas horas por el centro, vislumbraron por fin el agua entre los callejones. Wu se libero de la correa y echo a correr hasta el agua, se zambullo y se puso a beber, pero paro y empezo a escupir en cuanto noto que estaba salada. El cadaver hinchado de un gato se deslizo flotando a su lado. San vio la suciedad que habia, no solo el cadaver, sino tambien excrementos de personas y de animales. Sintio nauseas. En el pueblo usaban los excrementos para abonar las pequenas huertas donde cultivaban sus verduras. Aqui, en cambio, la gente descargaba su basura en el agua, sin abonar nada.

Miro la masa de agua, pero no pudo ver la otra orilla. «Lo que la gente llama el mar debe de ser un rio muy ancho», se dijo.

Se sentaron en un muelle de madera que se balanceaba al ritmo del agua y que estaba rodeado de barcos tan apinados que resultaba imposible contarlos. Desde todas partes se oia a gente gritando y chillando. Otra diferencia entre la vida de la ciudad y la del campo. Aqui todos gritaban sin parar, parecia que siempre tenian algo que decir o de lo que quejarse. San no encontraba el silencio al que tan acostumbrado estaba.

Comieron el ultimo arroz que les quedaba y compartieron el agua del cantaro. Wu y Guo Si observaban a su hermano temerosos. Ya era hora de que les mostrase que merecia su confianza. Sin embargo, ?como encontrar trabajo para ellos en aquel caos de gente vociferante? ?De donde sacarian comida? ?Donde dormirian? Observo al perro, tumbado con una pata sobre el hocico. «?Que hago ahora?», se pregunto San.

Sintio que necesitaba estar solo para poder valorar bien su situacion. Se levanto y les pidio a sus hermanos que aguardasen alli con el perro. Con el fin de apaciguar su temor de que los abandonase, de que desapareciese entre la masa de gente para no regresar nunca mas, les dijo:

– Imaginad que estamos unidos por una correa invisible. No tardare en volver. Si alguien se dirige a vosotros, responded educadamente, pero no os movais de aqui. Si lo haceis, nunca os encontrare.

Se adentro en los callejones, pero mirando hacia atras constantemente, para recordar el camino. De repente,

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