una de las estrechas callejas se abrio a una plaza donde se alzaba un gran templo. La gente rezaba arrodillada o se inclinaba una y otra vez ante el altar lleno de ofrendas entre el humeante incienso.

«Mi madre habria acudido corriendo a rezar», se dijo. «Mi padre tambien, aunque con paso mas vacilante. No recuerdo que diese un paso en su vida sin dudar.»

Ahora, en cambio, era el quien no sabia que hacer.

En el suelo habia unas piedras caidas del muro del templo. Se sento, pues el calor, la multitud y el hambre, a la que se esforzaba por ignorar al maximo, lo mareaban.

Despues de descansar unos minutos regreso al rio Perla y paseo por los muelles que se alineaban a lo largo de la orilla. Gentes vencidas bajo sus bultos iban y venian por las inestables pasarelas. Mas arriba se veian grandes buques con los mastiles abatidos, que navegaban por el rio bajo los puentes.

Se detuvo y observo largo rato a todos los porteadores que soportaban cargas a cual mayor. Junto a las pasarelas tambien habia gente que llevaba la cuenta de lo que entraba o salia de los cargueros. Antes de que los porteadores se perdieran en alguno de los callejones, les daban unas monedas.

De repente lo vio clarisimo. Para sobrevivir tenian que hacerse porteadores. «Eso sabemos hacerlo», se dijo. «Mis hermanos y yo sabemos llevar una carga, somos fuertes.»

Regreso a donde estaban Wu y Guo Si, que seguian sentados en el muelle. Se quedo un rato mirando como se acuclillaban el uno junto al otro.

«Somos como perros», sentencio para si. «Como perros a los que todos dan patadas y que viven de lo que otros desdenan.»

El perro lo vio y echo a correr hacia el.

Pero San no le dio una patada.

11

Pasaron la noche en el muelle, porque a San no se le ocurrio ningun lugar mejor donde dormir. El perro vigilaba el lugar, grunia cuando unos pies sigilosos se acercaban demasiado. Pese a todo, cuando despertaron por la manana comprobaron que alguien se las habia ingeniado para robarles el cantaro. San miro enfurecido a su alrededor. «El pobre le roba al pobre», concluyo. «Incluso un viejo cantaro vacio puede resultarle atractivo a quien nada posee.»

– El perro es bueno, pero no como vigilante -les dijo a sus hermanos.

– ?Que hacemos ahora? -quiso saber Wu.

– Intentaremos encontrar trabajo -declaro San.

– Tengo hambre -tercio Guo Si.

San meneo la cabeza. Guo Si sabia tan bien como el que no tenian nada que comer.

– No podemos robar -observo San-. Si lo hacemos, nos ira como a aquellos cuyas cabezas vimos empaladas en la encrucijada. Tenemos que trabajar y, despues, buscaremos algo que comer.

Se llevo a sus hermanos al lugar donde los hombres corrian de un lado a otro con sus cargas. El perro los seguia. San se quedo un buen rato observando a los que daban ordenes junto a las pasarelas de los cargueros. Finalmente decidio acercarse a un hombre grueso y de baja estatura que no azotaba a los porteadores aunque se moviesen despacio.

– Somos tres hermanos -le dijo San-. Podemos ser porteadores.

El hombre le lanzo una mirada iracunda al tiempo que siguio controlando a los trabajadores que salian de la bodega del barco con nuevos bultos sobre los hombros.

– ?Que hace tanto campesino aqui en Canton? -pregunto a gritos-. ?Que os trae aqui? Hay miles de mendigos campesinos que quieren trabajar y ya tengo mas que suficientes. Ya podeis iros. No me molesteis.

Siguieron deambulando entre los muelles de carga, pero siempre obtenian la misma respuesta. Nadie queria saber nada de ellos. En Canton no valian nada.

Aquel dia no comieron, salvo los restos de verduras sucias que yacian pisoteadas en la calle del mercado. Bebieron agua de un surtidor rodeado de personas hambrientas. Una noche mas, durmieron enroscados en el muelle. San no podia conciliar el sueno. Se clavaba los punos en el estomago para aplacar la sensacion de hambre que lo corroia. Penso en el enjambre de mariposas que le envolvieron. Era como si todas las mariposas hubiesen entrado en su cuerpo y le aranasen los intestinos con sus afiladas alas.

Transcurrieron otros dos dias sin que lograsen encontrar a quien, junto a algun muelle de carga, les hiciese una senal y les dijese que necesitaba sus espaldas. Hacia el final del segundo dia, San sabia que no aguantarian mucho mas. No habian comido nada desde que encontraron las verduras pisoteadas y ya solo se mantenian a base de agua. Wu tenia fiebre y yacia en el suelo temblando a la sombra de una pila de bidones.

San tomo la decision al empezar el ocaso. Tenian que comer algo, pues de lo contrario sucumbirian. Se llevo a sus hermanos y al perro a un lugar despejado en el que los pobres se acurrucaban alrededor de hogueras para comer cualquier cosa que hubiesen logrado encontrar.

Ya sabia por que su madre les habia enviado al perro. Cogio una piedra y le aplasto la cabeza al animal. Las personas que habia en torno a uno de los fuegos se acercaron. Un hombre le presto a San un cuchillo, con el que este despiezo al perro antes de poner los trozos en una marmita. Tenian tanta hambre que no pudieron esperar a que la carne estuviese bien cocida. San repartio los trozos de modo que cuantos habia alrededor del fuego recibiesen la misma cantidad.

Despues de comer, se tumbaron en el suelo y cerraron los ojos. Tan solo San se quedo sentado contemplando las llamas. Al dia siguiente ya no tendrian ni siquiera un perro que comer.

Vio ante si a sus padres, colgados del arbol. ?Estaba tan lejos la soga de su propio cuello? No lo sabia.

De repente tuvo la sensacion de que alguien lo observaba. Aguzo la vista para ver si lo distinguia en la oscuridad. En efecto, alli habia alguien, sus ojos relucian en la noche. El hombre avanzo hacia la hoguera. Era mayor que San, pero no muy mayor. Sonreia. San penso que debia de ser uno de los afortunados que no andaban siempre hambrientos.

– Me llamo Zi. He visto como os comiais al perro.

San no respondio. Aguardaba, un tanto a la defensiva. Habia algo en aquel desconocido que le infundia inseguridad.

– Me llamo Zi Quian Zhao. ?Y tu?

San miro nervioso a su alrededor.

– ?Acaso he invadido tus tierras?

Zi rompio a reir.

– En absoluto. Solo quiero saber quien eres. La curiosidad es una virtud humana. A aquellos que no tienen ambicion de saber, rara vez los espera una buena vida.

– Soy Wang San.

– ?De donde eres?

San no estaba acostumbrado a que le hiciesen preguntas y empezo a desconfiar. ?Y si el hombre llamado Zi pertenecia a los elegidos que gozaban del derecho a interrogar y castigar? Tal vez el y sus hermanos hubiesen contravenido alguna de las muchas leyes y reglas tacitas que rodean a un pobre.

San senalo vacilante hacia la oscuridad.

– De por alli. Mis hermanos y yo hemos caminado durante muchos dias. Hemos cruzado dos grandes rios.

– Es excelente tener hermanos. ?Que haceis aqui?

– Buscamos trabajo. Pero no encontramos nada.

– Es dificil. Muy dificil. Son muchos los que acuden a la ciudad como las moscas a la miel. No resulta facil ganarse el sustento.

San tenia una pregunta en la punta de la lengua, pero opto por tragarsela. Zi parecio leerle el pensamiento.

– ?Te preguntas de que vivo yo, puesto que no visto harapos?

– No quiero parecer curioso ante personas que son superiores a mi.

– A mi no me importa -respondio Zi al tiempo que se sentaba-. Mi padre tenia sampanes y trajinaba por el rio con su pequena flota mercante. Cuando murio, uno de mis hermanos y yo nos quedamos con el negocio. El tercero

Вы читаете El chino
Добавить отзыв
ВСЕ ОТЗЫВЫ О КНИГЕ В ИЗБРАННОЕ

0

Вы можете отметить интересные вам фрагменты текста, которые будут доступны по уникальной ссылке в адресной строке браузера.

Отметить Добавить цитату