de la tripulacion se transformaba en miedo y desasosiego. Algunos de los marineros aseguraban que el que habia matado al capitan era un espiritu maligno, el mismo que se habia llevado los vientos. Existia el riesgo de que se acabasen tanto el agua como la comida. A veces estallaban disputas y peleas, sucesos que habrian sido castigados de inmediato en vida del capitan. El segundo de a bordo que lo sustituia parecia carecer de su autoritaria resolucion. Y a San lo invadio un creciente malestar ante la tension del ambiente a bordo. Continuo grabando sus muescas en el mastil. ?Cuanto tiempo habia pasado ya? ?Cuales eran, en realidad, las dimensiones del mar que estaban atravesando?
Una noche de calma en que San dormitaba junto al mastil, aparecieron unos marineros y empezaron a desatar las cuerdas que sujetaban a Sun Na. Con el fin de que la joven no pudiese gritar ni ofrecer resistencia, uno de los marineros le tapo la boca con una mordaza. San vio con horror como la arrastraban hasta la falca, le quitaban la ropa y la violaban. Cada vez aparecian mas marineros, todos aguardaban su turno en la oscuridad. San se vio obligado a presenciarlo todo sin poder hacer nada.
De repente se dio cuenta de que Guo Si se habia despertado y de que estaba viendo lo que sucedia. Su hermano lanzo un grito desesperado.
– Sera mejor que cierres los ojos -le aconsejo San-. No quiero que vuelvas a caer enfermo. Lo que esta ocurriendo puede causarle una fiebre mortal a cualquiera.
Cuando los marineros acabaron con Sun Na, la joven ya no se movia. Pese a todo, uno de los hombres le puso una soga al cuello e izo el cuerpo desnudo por un madero que sobresalia de uno de los mastiles. Las piernas de Sun Na patalearon nerviosas, la joven intento trepar por la cuerda con las manos, pero no tenia fuerzas. Al final, se quedo alli colgada e inmovil. Entonces la arrojaron por la borda. Ni siquiera la envolvieron en un pano, simplemente lanzaron al agua su cuerpo desnudo. San no pudo evitarlo y dejo escapar un lamento desesperado. Uno de los marineros lo oyo.
– ?Echas de menos a tu novia? -le pregunto.
San tuvo miedo de que lo tiraran por la borda tambien a el.
– Yo no tengo novia -respondio.
– Ella fue la culpable de que viniese la calma chicha. Y seguramente tambien embrujo al capitan para que muriese. Ya no esta y el viento empezara a soplar otra vez.
– Habeis hecho lo correcto arrojandola por la borda.
El marinero se le acerco a apenas unos centimetros de la cara.
– Tienes miedo -le dijo-. Tienes miedo y estas mintiendo. Pero no te preocupes, que a ti no vamos a tirarte por la borda. No se lo que estas pensando, pero supongo que si pudieras, me castrarias. No solo a mi, sino a toda la tripulacion. Un hombre que esta encadenado a un mastil no puede tener los mismos pensamientos que yo.
Con una sonrisa ironica se marcho de alli y le arrojo a San los restos de tela blanca de lo que habia sido el vestido de Sun Na.
– Seguro que el olor permanece -le grito-. El olor a mujer y el olor a muerte.
San doblo la tela y se la guardo en la camisa. Ahora tenia el hueso del pulgar de un hombre muerto y un trozo de tela sucia de una joven a la que conocio en su desgraciado final. Jamas habia llevado una carga tan pesada.
Guo Si no hablo de lo ocurrido. San iba haciendose a la idea de que jamas llegarian al punto donde terminaba el mar y empezaba otra cosa, algo desconocido. A veces sonaba que un ser sin rostro le quitaba la piel y la carne de los huesos y arrojaba los jirones a una bandada de grandes pajaros. Cuando despertaba, seguia encadenado al mastil. Despues de aquel sueno, su estado le parecia una maravillosa liberacion.
Pasaron muchos dias navegando con viento favorable. Una manana, poco despues del alba, oyo los gritos del vigia desde su puesto en la proa. Guo Si se desperto al oir las voces.
– ?Por que grita? -quiso saber Guo Si.
– Creo que ha ocurrido lo imposible -respondio San agarrandole la mano-. Creo que han avistado tierra.
Era como una estela oscura que oscilaba por encima de las crestas de las olas. Luego vieron como iba creciendo, un territorio que emergia de entre las aguas.
Dos dias mas tarde entraron en una anchisima bocana donde se apinaban barcos de vapor de humeantes chimeneas y veleros como aquel en el que ellos viajaban, varados en los fondeaderos en largas hileras. Los llevaron a todos a cubierta. Subieron grandes cubas con agua, les dieron jabon para que se lavasen mientras los marineros vigilaban. Ya no los golpeaban. Si alguno no era concienzudo al lavarse, los propios marineros le ayudaban a hacerlo. Los afeitaron y les dieron una porcion de comida mucho mayor que durante el viaje. Una vez listos todos los preparativos, les quitaron las cadenas de los pies y las sustituyeron por esposas.
El barco seguia varado en el fondeadero. Colocaron a San y Guo Sin en fila con los demas. Todos contemplaban el inmenso puerto. Pero la ciudad levantada sobre las colinas no era grande. San penso en Canton. Aquella ciudad no era nada comparada con la que habian dejado. ?Seria verdad que el lecho de los rios de aquel pais estaba lleno de pepitas de oro?
Por la noche, dos embarcaciones de menor tamano atracaron al socaire del barco. Desenrollaron una escala. San y Guo Si fueron de los ultimos en bajar. Los marineros que los recibieron eran todos de raza blanca. Tenian barba y olian a sudor; ademas, algunos estaban ebrios. Se mostraban impacientes y empujaban a Guo Si, que se movia despacio. Los barcos tenian chimeneas que despedian un humo negro. San vio que el buque, con el mastil marcado por sus muescas, desaparecia en la oscuridad. En ese momento se rompio el ultimo lazo con su vieja patria.
Miro al firmamento. El cielo que tenian sobre sus cabezas no se asemejaba al de antes. Las estrellas formaban las mismas constelaciones, pero no estaban en el mismo lugar.
Ahora comprendia lo que significaba la palabra soledad, verse abandonado incluso por las estrellas que le brillaban a uno sobre la cabeza.
– ?Adonde vamos? -le pregunto Guo Si en un susurro.
– No lo se.
Cuando bajaron a tierra, se vieron obligados a apoyarse el uno en el otro para no caer. Habian pasado tanto tiempo en el barco que, al verse sobre tierra firme, perdieron el equilibrio.
Los empujaron hacia una oscura habitacion que olia a miedo y a orines de gato. Un hombre chino vestido como los blancos entro en la habitacion. A su lado habia otros dos chinos que sujetaban sendos quinques muy potentes.
– Esta noche la pasareis aqui -les dijo el chino blanco-. Manana reemprendereis el viaje. No intenteis escapar. Si armais escandalo, os amordazaremos. Y si aun asi no os callais, os cortare la lengua.
Al decir esto, saco un cuchillo cuya hoja relucia a la luz de los quinques.
– Si haceis lo que digo, todo ira bien. De lo contrario, os ira muy mal. Tengo perros a los que les gusta mucho comer lengua de hombre. -El chino blanco se guardo el cuchillo en el cinturon-. Manana os daran de comer - prosiguio-. Todo ira bien. Pronto empezareis a trabajar. Quienes cumplan con su obligacion podran volver a cruzar el mar con una gran fortuna.
Dejo la sala junto con los hombres que llevaban los quinques. Ninguno de los que se apinaban en la oscuridad se atrevio a decir una sola palabra. San le susurro a Guo Si que lo mejor seria intentar dormir. Pasara lo que pasara, al dia siguiente necesitarian todas sus fuerzas.
San permanecio despierto largo rato junto a su hermano, que se durmio enseguida. A su alrededor, en las tinieblas, se oian los ruidos inquietos de los que dormian y los que velaban. Aplico el oido a la fria pared e intento captar algun sonido del exterior; pero era una pared gruesa y muda que no dejaba pasar ningun ruido.
– Tienes que venir a buscarnos -le dijo a Wu hablandole a la oscuridad-. Aunque estes muerto, tu eres el unico que queda en China.
Al dia siguiente los llevaron en carromatos cubiertos de lona y tirados por caballos. Abandonaron la ciudad sin haberla visto siquiera.
Cuando llegaron a una region arida y pedregosa, en la que solo crecian arbustos, unos jinetes con rifles apartaron la lona de los carromatos.
Brillaba el sol, pero hacia frio. San vio que los carromatos avanzaban en una larga y serpenteante caravana. A lo lejos se veia una infinita cadena montanosa.
– ?Adonde vamos? -pregunto Guo Si.
– No lo se. Ya te he dicho que no preguntes tanto. Te lo dire cuando lo sepa.
Continuaron durante varios dias en direccion a las montanas. Por la noche, dormian bajo los carros dispuestos