rebelde que se conserva bastante bien fisicamente», penso Birgitta.
– Hermosa vista -le dijo.
Karin se sobresalto como si la hubiesen sorprendido en una falta.
– Pense que dormias.
– Si, hasta hace un minuto. Esta vez me he despertado sin llorar.
– ?Algun sueno?
– Seguramente, pero no recuerdo nada. Los suenos se han escabullido y han ido a esconderse. Seguro que sonaba con la adolescencia y un amor no correspondido.
– Yo nunca sueno con mi epoca de juventud. En cambio, a veces si que me imagino muy vieja.
– Si, hacia alla vamos.
– Bueno, en estos momentos no. Ahora me preocupa mas que las conferencias sean interesantes.
Karin fue al cuarto de bano y, cuando regreso, ya se habia vestido para salir.
Birgitta aun no le habia contado nada del robo y dudo de que fuese acertado mencionarlo. Entre todos los sentimientos que le inspiraba aquel suceso existia tambien una especie de verguenza, como si ella hubiese podido evitarlo, pues en general era muy precavida.
– Me voy. Esta noche llegare tan tarde como ayer; pero para manana habra terminado todo. Entonces nos tocara a nosotras.
– Tengo una larga lista -le dijo Birgitta-. Hoy me espera la Ciudad Prohibida.
– Alli vivio Mao -comento Karin-. Y ademas creo una dinastia. La dinastia comunista. Hay quienes aseguran que intento conscientemente imitar a alguno de los viejos emperadores. En especial a Qi, del que tratan los seminarios. Pero yo creo que eso es difamacion politica, ni mas ni menos.
– Seguro que su espiritu impregna toda la ciudad -observo Birgitta-. Anda, vete ya, trabaja mucho y ten ideas brillantes.
Karin se marcho llena de energia. En lugar de envidiarla, Birgitta se levanto, hizo algunas flexiones de brazos bastante chapuceras y se preparo para un dia en Pekin sin conspiraciones y sin mirar nerviosa hacia detras por si la perseguian. Dedico la manana a adentrarse en el misterioso laberinto que constituia la Ciudad Prohibida. Sobre la puerta central del ultimo muro rosado, que antiguamente solo podian cruzar los emperadores, colgaba un retrato enorme de Mao. Birgitta se dio cuenta de que todos los chinos que cruzaban dicha puerta tocaban los herrajes de oro. Supuso que se trataba de algun tipo de supersticion. Quiza Karin supiese explicarselo.
Camino sobre las desgastadas piedras del patio del palacio y recordo que, cuando era una rebelde roja, leyo que la Ciudad Prohibida constaba de nueve mil novecientas noventa y nueve habitaciones y media. Puesto que el Dios del Cielo tenia diez mil, el Hijo del Cielo no podia poseer mas. Ella dudaba de que fuese verdad.
Habia muchos visitantes pese a que soplaba un viento gelido. Quienes admiraban las habitaciones a las que sus antepasados no habian tenido acceso durante generaciones eran sobre todo chinos. «Aquella revuelta ingente…», se dijo. «Lo que sucede cuando un pueblo se libera es que tiene derecho a abrigar sus propios suenos, el acceso a las habitaciones prohibidas donde se creo la opresion.»
Una de cada cinco personas del mundo era china. «Si mi familia fuera el mundo, uno de nosotros seria chino», calculo. «Al menos en eso teniamos razon cuando eramos jovenes. Nuestros profetas nacionales y, desde luego, Moses, el de formacion teorica mas solida, nos recordaban siempre que no podia discutirse el futuro del mundo sin contar con China en todo momento.»
Estaba a punto de salir de la Ciudad Prohibida cuando descubrio con asombro que habia alli dentro una cafeteria de una cadena norteamericana. El letrero le llamo poderosamente la atencion desde la pared de ladrillo rojo de la que colgaba. Intento ver como reaccionaban los chinos que pasaban por alli. Alguno que otro se detenia y senalaba el local; otros incluso entraban, pero a la mayoria no parecia importarle lo que ella consideraba un sacrilegio execrable. China se habia convertido en otro tipo de misterio desde la primera vez que ella intento comprender algo del Reino del Centro. «Bueno, quiza no sea asi», se corrigio. «Hasta un cafe norteamericano situado en la Ciudad Prohibida debe de poder explicarse mediante un analisis objetivo de como es hoy el mundo.»
Por el camino de vuelta hacia el hotel rompio la promesa que se habia hecho a si misma aquella manana y echo una ojeada a su alrededor. Sin embargo, no habia nadie; o, al menos, nadie a quien ella reconociese o que pareciese sorprendido de que se hubiese dado la vuelta. Almorzo en un pequeno restaurante donde, una vez mas, le sorprendio que la cuenta fuese tan elevada. Despues decidio ver si encontraba algun periodico ingles en el hotel y tomarse una taza de cafe en el bar que habia junto a la recepcion. Hallo un ejemplar de
?Cuando iria ella a la Muralla? Tal vez Karin tuviese tiempo el ultimo dia antes de que volviesen a casa. ?Como era posible ir a China y dejar de visitar la Muralla, que, segun una leyenda moderna, era una de las pocas obras humanas visibles desde el espacio?
«Debo ver la Muralla», penso. «Seguro que Karin ya ha estado alli, pero se habra de sacrificar. Ademas, ella tiene camara. No podemos irnos de aqui sin una foto que mostrarles a nuestros hijos donde se nos vea ante la Muralla.»
De repente, una mujer se detuvo ante su mesa. Era de su edad, aproximadamente, y llevaba el cabello peinado hacia atras. Le sonreia con un aspecto muy digno. Se dirigio a Birgitta en un ingles muy correcto.
– ?La senora Roslin?
– Si, soy yo.
– ?Podria sentarme? Tengo algo importante que decirle.
– Claro.
La mujer llevaba un traje azul marino que parecia muy caro.
Tomo asiento antes de presentarse.
– Me llamo Hong Qui. No la molestaria si no se tratase de un asunto verdaderamente importante.
Dicho esto, le hizo una discreta sena a un hombre que aguardaba a unos metros. El hombre se acerco y dejo el bolso de Birgitta sobre la mesa, como si se tratase de un precioso regalo, y se marcho enseguida.
Birgitta Roslin miro a Hong inquisitiva.
– La policia encontro su bolso -le explico Hong-. Para nosotros es humillante que cualquiera de nuestros huespedes sufra un percance, de modo que me han pedido que se lo devuelva en persona.
– ?Eres policia?
La mujer no cesaba de sonreir.
– En absoluto. Pero las autoridades me piden de vez en cuando que les ayude en algunos asuntos. ?Falta algo?
Birgitta Roslin abrio el bolso. No faltaba nada, salvo el dinero. Ademas, comprobo con sorpresa que tambien estaba la caja de cerillas.
– Falta el dinero.
– Tenemos la esperanza de atrapar a los ladrones. Y se les aplicara una pena muy dura.
– Pero no los condenaran a muerte, ?verdad?
Al rostro de Hong asomo una expresion apenas perceptible que, no obstante, no paso inadvertida para Birgitta.
– Nuestras leyes son muy estrictas. Si tienen antecedentes de delitos graves, tal vez los condenen a muerte. Si observan un buen comportamiento, se les conmutara la pena por cadena perpetua.
– ?Y si no cambian de comportamiento?
Hong dio una respuesta evasiva.
– Nuestras leyes son claras y faciles de interpretar, pero eso no significa que se puedan establecer de antemano las condenas. Nuestras sentencias son particulares. Cuando las penas se imponen de forma rutinaria, es imposible que sean justas.
– Yo soy jueza. Segun mi opinion, un sistema judicial que aplica la pena de muerte es esencialmente primitivo, pues nunca tiene el menor efecto preventivo.
A Birgitta no le agrado lo mas minimo el tono altanero de sus propias palabras. Hong Qui la escuchaba con gesto atento y grave. La sonrisa se habia esfumado de su semblante. Despacho con un gesto a la camarera que se acercaba a la mesa y Birgitta tuvo la sensacion de que se repetian las pautas. Hong Qui no reacciono en modo
