alguno al saber que era jueza. Ya lo sabia.

«En este pais, todo el mundo lo sabe todo de mi», se dijo indignada. A menos que aquello fuesen figuraciones suyas.

– Por supuesto que me alegro de haber recuperado el bolso, pero comprenderas que me sorprenda el modo. De pronto, te presentas con el, no eres policia y no se que ni quien eres. ?Han atrapado a los que me robaron o no te he entendido bien? ?Lo encontraron tirado por ahi?

– No han detenido a nadie. Pero hay sospechas concretas. El bolso aparecio cerca de donde te lo robaron.

Hong Qui hizo amago de levantarse, pero Birgitta Roslin la retuvo.

– Aclarame quien eres. Es extrano que una completa desconocida venga de pronto y me devuelva el bolso que me habian robado en la calle.

– Trabajo con temas de seguridad. Como hablo ingles y frances, a veces me llaman para que haga ciertas gestiones.

– ?Seguridad? O sea que, despues de todo, eres policia, ?no?

Hong Qui nego con un gesto.

– La seguridad de una sociedad no siempre consiste en la vigilancia externa, que es responsabilidad de la policia. Se trata de algo mas profundo que alcanza las raices mismas de la sociedad. Estoy segura de que en su pais ocurre lo mismo.

– ?Quien te pidio que vinieses a devolverme el bolso?

– Uno de los jefes de la central de objetos perdidos de Pekin.

– ?Objetos perdidos? ?Quien lo habia entregado alli?

– No lo se.

– ?Como sabiais que era mio? No llevaba el documento de identidad ni ningun otro efecto con mi nombre.

– Supongo que reciben informacion de las distintas instancias de investigacion policial.

– ?Acaso hay mas de una unidad que trabaje con robos callejeros?

– La colaboracion entre policias de distintos grupos es muy frecuente.

– ?Para encontrar un bolso?

– Para resolver un grave asalto a un extranjero que visita nuestro pais.

«No hace mas que eludir el asunto y dar rodeos», concluyo Birgitta Roslin. «No conseguire que me responda lo que debe responder.»

– Yo soy jueza -repitio Birgitta-. Y me quedare unos dias mas en Pekin. Puesto que parece que lo sabes todo de mi, no sera necesario que te cuente que he venido con una amiga que se pasa los dias hablando del primer emperador en un congreso internacional.

– Es fundamental conocer a fondo la dinastia Qin para comprender mi pais. Sin embargo, se equivoca si cree que se quien es o el motivo de su visita a Pekin.

– Puesto que has sido capaz de recuperar mi bolso, estaba pensando pedirte consejo. ?Como puedo obtener permiso para acceder a una sala de vistas china? No tiene por que ser un juicio importante, claro. Solo quisiera poder seguir los procedimientos y, quizas, hacer alguna que otra pregunta.

La respuesta, inmediata, sorprendio a Birgitta.

– Puedo arreglarlo manana. Yo misma la acompanare.

– No quiero causar molestias. Pareces una persona muy ocupada.

Hong Qui se puso de pie.

– La llamare mas tarde para decirle cuando podemos vernos manana.

Birgitta Roslin estaba a punto de decirle el numero de su habitacion, pero penso que Hong Qui ya lo sabria.

La vio cruzar el bar en direccion a la salida. El hombre que habia dejado el bolso en la mesa se unio a otro antes de desaparecer de su campo de vision.

Miro el bolso y se echo a reir. «Existe una entrada», se dijo. «Y tambien una salida. Un bolso desaparece y aparece otra vez. Pero, de lo que acontece entre un suceso y el otro, no se nada en absoluto. Aunque tambien existe el riesgo de que no sea capaz de distinguir entre mis quimeras y la realidad.»

Hong Qui la llamo una hora mas tarde, justo cuando Birgitta acababa de volver a su habitacion. Ya nada la sorprendia. Era como si personas para ella desconocidas estuviesen siguiendo cada uno de sus movimientos y supiesen donde se encontraba en todo momento. Como ahora: acababa de entrar y sonaba el telefono.

– Manana a las nueve -le dijo Hong Qui.

– ?Donde?

– Yo la recogere. Vamos a un juzgado de un distrito a las afueras de Pekin. Lo elegi porque presidira la sala una jueza.

– Muchas gracias.

– Haremos cuanto este en nuestras manos para compensar el desgraciado accidente del bolso.

– Ya lo has compensado. Me siento rodeada de espiritus protectores.

Despues de la conversacion, Birgitta Roslin vacio el contenido de su bolso sobre la cama. Aun le costaba comprender que las cerillas estuviesen alli, en lugar de en la maleta. Abrio la caja y comprobo que estaba medio vacia. Fruncio el entrecejo. «Alguien que fuma», concluyo. «Esta caja estaba llena de cerillas cuando la guarde en el bolso.» Saco las cerillas, las dejo en la cama y abrio la caja del todo para observar bien las dos partes. No sabia exactamente que pensaba descubrir. Una caja de cerillas no era ni mas ni menos que eso. Irritada, volvio a guardar las cerillas en la caja, y esta en el bolso. Estaba yendo demasiado lejos con sus fantasias.

Dedico el resto del dia a un templo budista y una prolongada cena en un restaurante proximo al hotel. Cuando Karin entro de puntillas en la habitacion y encendio la luz, ella ya dormia y se dio media vuelta en la cama.

Al dia siguiente se levantaron a la misma hora. Puesto que Karin se habia quedado dormida y llegaba tarde, solo le dijo que el congreso se clausuraba a las dos. A partir de esa hora estaba libre. Birgitta Roslin le hablo de la visita que pensaba hacer a la sala de vistas, pero sin contarle aun nada del robo.

Hong Qui la esperaba en la recepcion enfundada en un abrigo de piel de color blanco. Birgitta se sintio avergonzada al comparar su vestimenta con la de ella, pero Hong Qui observo que iba bien abrigada.

– Nuestras salas de vistas son muy frias -le advirtio.

– Como vuestros teatros, ?no?

Hong Qui sonrio al responder. «No creo que sepa que hace unos dias asistimos a un espectaculo de la opera de Pekin, ?no?», se pregunto Birgitta. «?O tal vez si?»

– China sigue siendo un pais muy pobre. Avanzamos hacia el futuro con mucha humildad y trabajando duro.

«No todos son pobres», penso Birgitta con amargura. «Incluso yo, que no soy una experta, tengo claro que las pieles que llevas no solo son autenticas, sino ademas muy caras.»

A la puerta del hotel las esperaba un coche con chofer. Birgitta Roslin sintio cierto malestar. En realidad, ?que sabia de aquella extrana que iba a llevarla en un coche conducido por otro extrano?

Intento convencerse de que no habia peligro. ?Por que no era capaz de apreciar, simplemente, la solicitud con que la estaban tratando? Hong Qui guardaba silencio, con los ojos medio cerrados. Circulaban a gran velocidad por una larga avenida, y unos minutos mas tarde Birgitta no tenia la menor idea de en que parte de la ciudad se encontraban.

Se detuvieron ante un edificio bajo construido en cemento cuya entrada custodiaban dos policias. Por encima del dintel habia una serie de caracteres chinos de color rojo.

– Es el nombre del juzgado del distrito -explico Hong Qui, que siguio la mirada curiosa de Birgitta.

Cuando empezaron a subir la escalinata que conducia a la puerta, los dos policias presentaron armas. Hong Qui no reacciono y Birgitta se pregunto quien seria aquella mujer en realidad. Desde luego, no era una vulgar mensajera encargada de devolver bolsos robados a los turistas.

Siguieron caminando por un pasillo hasta que llegaron a la sala de vistas, una habitacion sobria cuyas paredes estaban forradas de paneles de madera en color marron. Sobre una tarima bastante elevada ocupaban sendas sillas dos hombres uniformados. Entre ambos quedaba un sitio libre. No habia ningun espectador en la sala y Hong Qui se dirigio a la primera fila de los bancos destinados al publico, donde habia dos cojines. «Todo esta preparado», constato Birgitta. «El espectaculo puede comenzar. Aunque quiza tambien aqui, en la sala de vistas, quieran tratarme con amabilidad.»

Acababan de sentarse cuando dos guardias condujeron al acusado al interior de la sala. Un hombre de mediana

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