edad que llevaba la cabeza rapada y un uniforme de presidiario de color azul oscuro y tenia la vista clavada en el suelo. A su lado se hallaba el abogado defensor. En otra mesa se sento quien Birgitta supuso que seria el fiscal. Era un hombre de edad que vestia ropa normal, calvo y con el rostro surcado de arrugas. La jueza entro en la sala por una puerta situada detras de la tarima. Tendria unos sesenta anos, era corpulenta y de baja estatura. Sentada en la silla, parecia una nina.

– Shu Fu ha sido jefe de una banda de delincuentes especializados en robos de coches -le explico Hong Qui en voz baja-. Los demas ya han sido juzgados y ahora le toca el turno al cabecilla de la banda. Al ser reincidente le impondran una dura condena. Hasta el momento se le ha tratado con suavidad, pero, al continuar con su actividad delictiva, ha traicionado la confianza que la justicia deposito en el, de modo que el tribunal debera imponerle una sentencia mas dura.

– Pero no la pena capital, ?verdad?

– Por supuesto que no.

Birgitta Roslin intuyo que a Hong Qui no le habia gustado su pregunta, pues respondio con impaciencia, casi molesta. «Vaya, ya se te ha borrado la sonrisa de la boca», penso Birgitta. «La cuestion es si lo que voy a presenciar es un verdadero juicio o si se trata de una puesta en escena con una sentencia ya dictada.»

Todos hablaban con voz chillona, que resonaba en la sala. El unico que no dijo una palabra en ningun momento fue el acusado, que seguia mirando al suelo fijamente. De vez en cuando Hong Qui le traducia lo que decian. El abogado defensor no hizo mayor esfuerzo por apoyar a su cliente, algo que tampoco era infrecuente en los tribunales suecos, penso Birgitta. Todo se redujo a una conversacion entre el fiscal y la jueza. Birgitta no logro entender cual podia ser la funcion de los personajes sentados a ambos lados de la magistrada.

El juicio termino en menos de media hora.

– Le caeran unos diez anos de trabajos forzados -explico Hong Qui.

– No he oido que la jueza haya dicho nada que pudiera interpretarse como una sentencia…

Hong Qui no hizo el menor comentario a su observacion. Cuando la jueza se puso en pie, todos los presentes la imitaron. Se llevaron al acusado sin que Birgitta hubiese conseguido verle los ojos una sola vez.

– Voy a presentarte a la jueza -le dijo Hong Qui-. Nos invita a una taza de te en su despacho. Se llama Min Ta. Cuando no esta trabajando, se dedica a cuidar de sus dos nietos.

– ?De que tiene fama?

Hong Qui no parecio entender la pregunta.

– Todos los jueces tienen fama de algo que, en mayor o menor grado, se corresponde con la realidad, pero siempre hay un fondo de verdad. A mi se me considera una jueza templada pero muy decidida.

– Min Ta cumple la ley. Esta orgullosa de ser jueza. Por esa razon es una buena representante de nuestro pais.

Por la baja puerta que habia detras de la tarima accedieron a una habitacion fria y de decoracion espartana donde las aguardaba Min Ta. Un ujier les sirvio el te mientras ellas se sentaban. Min Ta empezo a hablar sin preambulos, con la misma voz chillona que en la sala. Cuando guardo silencio, Hong Qui tradujo sus palabras.

– Es para ella un gran honor conocer a una colega de Suecia. Ha oido hablar muy bien del sistema judicial sueco. Por desgracia, tiene pendiente otro juicio que no tardara en empezar; de lo contrario, le habria gustado seguir conversando sobre el sistema judicial sueco.

– Dale las gracias por recibirme -le dijo Birgitta-. Y preguntale cual cree que sera la sentencia y si tu tenias razon en lo de los diez anos.

– Nunca entro en la sala sin la preparacion previa necesaria -aseguro Min Ta cuando le tradujeron la pregunta-. Es mi deber utilizar bien mi tiempo y el de las demas personas que estan al servicio de la justicia. En este caso, no habia lugar a dudas. El sujeto habia confesado, es reincidente y no existen atenuantes. Creo que le impondre entre siete y diez anos de prision, pero debo sopesar a conciencia mi sentencia.

Aquella fue la unica pregunta que Birgitta tuvo la oportunidad de formular, pues Min Ta habia preparado una larga serie de cuestiones que queria plantearle a ella. Birgitta se pregunto que traduciria Hong Qui en realidad. Tal vez ella y Min Ta estuviesen manteniendo una conversacion sobre un tema totalmente distinto.

Veinte minutos despues, Min Ta se levanto y explico que debia volver a la sala de vistas. Aparecio un hombre con una camara. Min Ta se coloco al lado de Birgitta y el individuo las fotografio. Hong Qui se mantuvo algo apartada, fuera del alcance de la camara. Min Ta y Birgitta Roslin se estrecharon la mano y salieron juntas al pasillo. Cuando la jueza abrio la puerta de acceso a la sala, Birgitta entrevio que, en esa ocasion, el publico era muy numeroso.

Volvieron al coche, que partio de alli a toda velocidad. Al cabo de un rato se detuvieron, pero no ante el hotel, sino ante una casa de te con forma de pagoda construida en una isla de un lago artificial.

– Hace frio -observo Hong Qui-. El te nos ayudara a entrar en calor.

Hong Qui la llevo a una sala separada del resto del local en la que aguardaban dos tazas y una camarera con la tetera en la mano. Todo estaba minuciosamente preparado. Y, de simple turista, Birgitta habia pasado a ser una visita importante, por mas que aun no alcanzase a comprender la razon.

De pronto, Hong Qui empezo a hablar del sistema judicial sueco, sobre el que parecia muy bien informada, y le hizo varias preguntas sobre los asesinatos de Olof Palme y Anna Lindh.

– En una sociedad abierta, nunca puede garantizarse al cien por cien la seguridad de una persona -explico Birgitta Roslin-. Toda organizacion social paga un precio. La libertad y la seguridad estan en constante lucha por mantener sus posiciones.

– Es decir, que no se puede evitar que alguien que lo desee asesine a otra persona -concluyo Hong Qui-. Ni siquiera un presidente norteamericano tiene garantizada la proteccion.

Birgitta Roslin adivino cierta reticencia en sus palabras, pero no consiguio interpretarlo.

– Aqui no llegan muchas noticias sobre Suecia -prosiguio-. Pero ultimamente hemos podido leer en los diarios informacion esporadica sobre una terrible masacre.

– Si, un caso que, por cierto, conozco bien -apunto Birgitta-. Aunque no estoy involucrada en calidad de jueza. Detuvieron a un sospechoso pero se suicido. Lo que no deja de ser un escandalo es el mero hecho de que pudiese suceder.

Puesto que Hong Qui parecia amablemente interesada, Birgitta Roslin le narro los sucesos con todo lujo de detalles. Hong Qui la escuchaba atenta, sin hacer preguntas, aunque en varias ocasiones le pidio que repitiera algun que otro dato.

– Un loco -sintetizo Birgitta para terminar-. Que, por cierto, logro quitarse la vida. O tal vez sea otro loco distinto, al que la policia aun no ha logrado atrapar. O puede que se trate de algo totalmente distinto, alguien con un movil y un plan brutal y calculado con extrema frialdad.

– ?Cual podria ser el movil?

– Venganza. Odio. Puesto que no robaron nada, debe de ser una combinacion de odio y venganza.

– ?Y tu que opinas?

– ?Sobre la persona a la que deben buscar? No lo se. Pero me cuesta creer en la teoria del loco solitario.

Despues, Birgitta Roslin le hablo de lo que ella habia dado en llamar la pista china. Empezo desde el principio, con el descubrimiento de su propio parentesco con algunas de las victimas y continuo con la misteriosa aparicion del visitante chino en Hudiksvall. Como quiera que Hong escuchaba con visible interes, siguio ofreciendole detalles hasta que, por fin, le saco la fotografia y se la mostro.

Hong Qui asintio despacio. Por un instante parecio sumida en alguna reflexion y a Birgitta le dio la impresion de que reconocia el rostro de la instantanea. Claro que no tenia sentido, ?como iba a reconocer a un hombre entre millones?

Hong Qui sonrio, le devolvio la fotografia y le pregunto que planes tenia para el resto de su estancia en Pekin.

– Pues espero que mi amiga me lleve manana a ver la Muralla China. Al dia siguiente volvemos a casa.

– Vaya, pues manana estoy ocupada y no podre servirte de guia.

– Ya has hecho mas de lo que debias.

– De todos modos, me pasare para decirte adios.

Se despidieron a la puerta del hotel. Birgitta Roslin vio como el coche de Hong Qui se alejaba tras cruzar la verja del hotel.

Karin llego a las tres de la tarde y, con un suspiro de alivio, arrojo a la papelera gran parte del material utilizado en el congreso. Birgitta le propuso que visitaran la Muralla China al dia siguiente, idea que Karin acepto sin

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