dias antes de partir hacia Pekin, Hong leyo en un diario que la inflacion en Zimbabue se aproximaba ya al cinco mil por cien. La gente que se hallaba al borde de la carretera se movia despacio. Hong penso que estarian hambrientos o cansados.

De pronto vio a una mujer que se puso de rodillas. Llevaba a un nino atado a la espalda y un rollo de trapo alrededor de la cabeza. Dos hombres que habia cerca aunaron sus fuerzas para levantar un saco de cemento y lo colocaron sobre el rollo de trapo. Despues le ayudaron a levantarse. Hong la vio avanzar dando tumbos por la carretera. Sin pensarselo dos veces, se levanto, recorrio el pasillo del autobus y se dirigio a la interprete.

– Quiero que me acompanes.

La interprete, que era una mujer muy joven, abrio la boca con la intencion de protestar, pero Hong no la dejo decir una sola palabra. El chofer habia abierto la puerta delantera para que corriese el aire, que ya empezaba a ser bochornoso, puesto que el aire acondicionado no funcionaba. Hong se llevo a la interprete hasta el otro lado de la carretera, donde los dos hombres, sentados a la sombra, compartian un cigarrillo. La mujer que llevaba aquella pesada carga sobre la cabeza habia desaparecido en la calina.

– Preguntales cuanto pesaba el saco que le han puesto a la mujer en la cabeza.

– Cincuenta kilos -respondio la interprete una vez hubo preguntado.

– Es una carga tremenda. Tendra la espalda destrozada antes de cumplir los treinta.

Los hombres se echaron a reir.

– Estamos orgullosos de nuestras mujeres. Son muy fuertes.

Hong no vio en sus ojos mas que incomprension. «Aqui, como en China, las cosas son como son para las mujeres», concluyo. «Siempre llevan pesadas cargas sobre sus cabezas, pero peor aun debe de ser la carga que soportan dentro de sus cabezas.»

Regreso con la interprete al autobus, que partio enseguida. Los motoristas de la policia habian vuelto. Hong expuso la cara al viento que entraba por la ventanilla.

Jamas olvidaria a la mujer que transportaba el saco de cemento.

La reunion con el presidente Robert Mugabe duro cuatro horas. Por su aspecto, cuando lo vio entrar en la sala le parecio un maestro de escuela bonachon. Le estrecho la mano a Hong sin mirarla apenas, un hombre de otro mundo que la rozaba con premura. Despues de la reunion no le quedaria el menor recuerdo de su persona. Hong se acordo de que a aquel hombrecillo, que emanaba fortaleza pese a ser mayor y fragil, se lo describia como un tirano sanguinario que atormentaba a sus propias gentes destruyendo sus casas y ahuyentandolas de sus tierras cuando a el le convenia. Otros, en cambio, lo veian como a un heroe que jamas abandonaba la lucha contra los vestigios de las fuerzas coloniales que, segun el se empenaba en afirmar, se hallaban tras todos los problemas de Zimbabue.

?Que pensaba ella al respecto? Sabia demasiado poco para tener una opinion determinada. Aunque Robert Mugabe era un hombre que, por muchas razones, merecia su admiracion y respeto, pese a que no todo lo hiciese bien, era un hombre convencido de que las raices del colonialismo eran profundas y debian cortarse no una, sino muchas veces. Asimismo, lo respetaba por los violentos ataques que contra el publicaban constantemente los medios de comunicacion occidentales. Hong habia vivido lo suficiente como para saber que las airadas protestas de los acaudalados y sus diarios solian servir para acallar los gritos de dolor de quienes aun sufrian los males causados por el colonialismo.

Zimbabue y Robert Mugabe estaban sitiados. Occidente reacciono con virulencia cuando Mugabe, hacia unos anos, mando sus fuerzas para anexionarse todas las extensas fincas del pais, a la sazon dominadas por grandes latifundistas que dejaban sin tierras a cientos de miles de habitantes pobres de Zimbabue. El odio contra Mugabe crecia cada vez que un granjero blanco era victima de pedradas o tiroteos en confrontaciones abiertas con los negros indigentes.

Pero Hong sabia que ya en 1980, cuando Zimbabue se libero del gobierno fascista de Ian Smith, Mugabe se ofrecio a un dialogo abierto con los granjeros blancos a fin de resolver aquella cuestion crucial de un modo pacifico. Respondieron a su oferta con el silencio, tanto en aquella primera ocasion como en los quince anos siguientes. Mugabe repitio su oferta de negociaciones una y otra vez, sin recibir nada mas que un humillante silencio por respuesta. Al final, no pudo esperar mas y un buen numero de grandes latifundios fueron traspasados a los habitantes sin tierras. Aquel gesto fue condenado y vituperado por todo el mundo.

A partir de ese momento, la imagen de Mugabe se transformo y, de ser un heroe de la lucha por la libertad, paso a considerarselo un tirano africano. Aparecia retratado como los antisemitas solian retratar a los judios, le arrebataron el honor y la honra a un hombre que habia guiado a su pueblo a la libertad. Nadie menciono en ningun momento el hecho de que permitio que los antiguos gobernantes del periodo de Ian Smith y el propio Ian Smith siguieran viviendo en el pais. Tampoco los hizo pasar de los tribunales a la horca, como hicieron los britanicos con los rebeldes negros de las colonias. Claro que un rebelde blanco no era lo mismo que un rebelde negro.

Escucho con atencion el discurso de Mugabe. Hablaba despacio, con voz suave que nunca alzaba, ni siquiera cuando menciono las sanciones que incrementaron el indice de mortalidad infantil, que hicieron que se extendiera la hambruna y que los ciudadanos se viesen obligados a buscar solucion en Sudafrica como inmigrantes ilegales entre otros tantos millones como ellos. Mugabe hablo de la oposicion que existia en el pais. Cierto que se habian producido incidentes, observo, «pero los medios de comunicacion occidentales nunca informan sobre los ataques dirigidos contra aquellos que son fieles a mi y a mi partido. Siempre somos nosotros los que arrojamos piedras o utilizamos palos, nunca se dice que ellos lanzan bombas incendiarias, mutilan y golpean a mi pueblo».

Mugabe se explayo, pero hablo bien. Hong pensaba que aquel hombre habria alcanzado ya los ochenta anos. Como tantos otros lideres africanos, habia pasado gran parte de su vida en la carcel, durante el prolongado periodo en que los poderes coloniales creian que podrian rechazar los ataques contra su soberania. Ella sabia que Zimbabue era un pais corrupto, que aun les quedaba un largo camino por recorrer, pero juzgar a Mugabe como unico culpable resultaba demasiado facil. La verdad era mucho mas compleja.

Hong veia a Ya Ru sentado al otro extremo de la mesa, cerca del ministro de Comercio y del podio desde el que hablaba el presidente Mugabe. Su hermano garabateaba algo en su bloc, lo hacia desde nino, siempre estaba dibujando munequitos mientras pensaba o escuchaba, por lo general diablillos rodeados de hogueras. «Sin embargo, seguramente es el que con mas atencion escucha», penso Hong. «Va absorbiendo las palabras y procesando la informacion con el fin de ver que puede darle algun tipo de beneficio en futuros negocios: esa es la verdadera razon de este viaje. ?Que materias primas hay en Zimbabue que nosotros podamos necesitar? ?Como conseguirlas al mejor precio?»

Una vez terminada la reunion y cuando el presidente Mugabe habia abandonado la sala, Ya Ru y Hong se tropezaron en la salida. En realidad, su hermano estaba esperandola. Tomaron un plato con algo para picar que habia en una larga mesa. Ya Ru bebia vino, en tanto que Hong se contento con un vaso de agua.

– ?Por que me mandas una carta a medianoche?

– De pronto tuve la irrefrenable sensacion de que era importante y no pude esperar.

– El hombre que llamo a mi puerta sabia que yo estaba despierta -senalo Hong-. ?Como es posible?

Ya Ru enarco las cejas sorprendido.

– La gente llama de forma distinta si sabe que la persona que esta dentro esta despierta o dormida.

Ya Ru asintio.

– Vaya, hermanita, que lista eres.

– No olvides que yo tambien veo en la oscuridad. Anoche estuve un buen rato sentada en el porche y entrevi rostros a la luz de la luna.

– Pero si anoche no habia luna.

– Las estrellas emiten una luz que yo soy capaz de intensificar si quiero. Asi, el brillo de las estrellas se convierte en luz de luna.

Ya Ru la observo pensativo.

– ?Estas midiendo tus fuerzas con las mias? ?Es eso?

– Y tu, ?no haces lo mismo?

– Tenemos que hablar. Tranquilamente. Con calma. Estan produciendose grandes cambios. Nos hemos acercado a Africa con un ejercito grande, pero con buena disposicion. Y ahora estamos asentandonos.

– Hoy vi a dos hombres que colocaban un saco de cemento de cincuenta kilos sobre la cabeza de una mujer. Mi pregunta es muy sencilla: ?que pretendemos hacer con el ejercito que hemos traido? ?Ayudaremos a que a esa mujer se le alivie la carga? ?O pretendemos formar parte de los que cargan sacos sobre su cabeza?

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