La unica razon plausible de que ella participase en aquel viaje era su pertenencia al grupo de aquellos que, en el seno del Partido Comunista, adoptaban una postura critica ante la politica aplicada, entre otros, por el propio Ke. Pero ?estaba alli como rehen o para que cambiase de idea al ver puesta en practica esa politica que ella tanto detestaba? El hecho de que la acompanasen los dos altos funcionarios del Ministerio de Agricultura y el ministro de Comercio no podia senalar otra cosa mas que la importancia del viaje.
El paisaje que iban dejando atras era monotono, de arboles enanos y arbustos, de vez en cuando interrumpido por el resplandor de un riachuelo y por alguna que otra explanada salpicada de chozas y pequenos huertos. Hong se preguntaba por que una zona tan fertil estaria practicamente despoblada. En su imaginacion, el continente africano era, igual que China o la India, uno de los continentes pobres del mundo donde masas ingentes de personas se pisaban unas a otras para poder sobrevivir. «Sera que me he creido el mito», penso. «Las grandes ciudades africanas no seran muy distintas de Shanghai o de Pekin. Un desarrollo a la postre catastrofico que aniquila al hombre y la naturaleza. Pero de las zonas rurales africanas tal y como ahora las veo, lo ignoraba todo.»
Continuaron en direccion noroeste. El piso de la carretera por la que circulaban tenia tramos en tan mal estado que los coches se veian obligados a circular muy despacio. La lluvia habia vuelto porosa la tierra roja y habia deshecho el camino convirtiendolo en un sinfin de baches profundos.
Finalmente se detuvieron en un lugar llamado Sachombe, un pueblo muy extenso con chozas, algunos comercios y edificios blancos de cemento, semiderruidos, vestigio de la epoca colonial, de cuando los administradores portugueses y sus
Cuando se bajaron de los coches y se limpiaron el polvo y el sudor del rostro, Hong descubrio que toda la zona estaba acordonada por vehiculos militares y soldados armados. Al otro lado de las barreras se arracimaban curiosos que observaban a los extranos huespedes de ojos oblicuos. «Observadores pobres», penso Hong. «Siempre estan ahi. Se supone que es a ellos a quienes debemos proteger.»
En el centro de la explanada que se extendia ante uno de los blancos edificios habian montado dos grandes tiendas. Ya antes de que la caravana se detuviese, habia acudido al lugar un nutrido grupo de limusinas negras. Tambien habia dos helicopteros de la aviacion mozambiquena. «Ignoro que nos espera, pero se que es importante», concluyo Hong. «?Que puede haber movido al ministro de Comercio Ke a realizar esta visita a un pais cuyo nombre ni siquiera figura en el programa? Una parte de la delegacion visitaria Malaui y Tanzania durante un dia, pero en ningun lugar del programa se mencionaba Mozambique.
De pronto, una orquesta de viento entro al son de una marcha al tiempo que varios hombres salian de las tiendas. Hong reconocio enseguida al sujeto de baja estatura que iba al frente. Tenia el cabello cano, llevaba gafas y era bastante corpulento. El hombre que saludaba al ministro de Comercio Ke no era otro que Gebuza, el recien elegido presidente de Mozambique. Ke le presento a los miembros de la delegacion y a su sequito. Cuando Hong le estrecho la mano, fijo la mirada en sus ojos, afables pero escrutadores. Gebuza era sin duda un hombre que jamas olvidaba un rostro, penso Hong. Concluidas las presentaciones, la orquesta interpreto los himnos nacionales de ambos paises. Hong se coloco en posicion de firmes.
Mientras escuchaba el himno mozambiqueno, busco sin exito a Ya Ru con la vista. De hecho, no lo habia visto desde que llegaron a Sachombe. Continuo observando al grupo de chinos que estaba alli presente y comprobo que, desde el aterrizaje en Beira, habian desaparecido algunas personas mas. Meneo la cabeza, reflexiva. De nada servia intentar adivinar que estaba tramando Ya Ru. Desde luego, era mucho mas importante tratar de averiguar que estaba sucediendo en ese momento alli, en aquella cuenca por la que discurria el rio Zambeze.
Un grupo de muchachas y muchachos negros los condujeron a una de las tiendas y unas mujeres de mas edad, ataviadas con ropas de vivos colores, bailaron a su lado al son del ritmo intenso y desenfrenado de varios tambores. A Hong le asignaron un puesto en la ultima fila. En el suelo de la tienda habian extendido alfombras y cada uno de los participantes disponia de un comodo asiento. Una vez que todos se hubieron acomodado, el presidente Gebuza subio a un podio. Hong se coloco los auriculares, gracias a los cuales pudo oir una perfecta traduccion al chino del discurso en portugues. Hong supuso que el interprete habria estudiado en el celebre instituto de interpretacion de Pekin, que solo formaba a quienes acompanaban en sus negociaciones al presidente, a los miembros del Gobierno y a los mas notables hombres de negocios del pais. En alguna ocasion habia oido decir que no existia una sola lengua, por minoritaria que fuese, que no contase en China con interpretes cualificados. Se sentia tan orgullosa de ello… No existian limites, su pueblo podia conseguir cualquier cosa, un pueblo que, tan solo una generacion atras, estaba sumido en la ignorancia y la miseria.
Se dio la vuelta y observo la entrada de la tienda, que se movia despacio al ritmo de la brisa. Alla fuera entrevio a Shu Fu y a varios soldados, pero ni rastro de Ya Ru.
El presidente fue breve en su intervencion. Le dio la bienvenida a la delegacion china y no dijo mas que unas palabras introductorias. Hong escuchaba con suma atencion para comprender lo que sucedia.
De repente, alguien poso la mano sobre su hombro, y Hong dio un respingo. Alli estaba Ya Ru, que habia entrado en la tienda sin que nadie se percatase, acuclillado a su espalda. Le quito uno de los auriculares y le susurro al oido:
– Escucha bien, querida hermana, y comprenderas parte de los grandes acontecimientos que cambiaran nuestro pais y nuestro mundo. Asi sera el futuro.
– ?Donde has estado?
Ruborizada, comprendio enseguida lo necio de su pregunta. Como cuando Ya Ru era nino y llegaba tarde a casa. Ella solia adoptar el papel de madre cuando sus padres estaban fuera, en alguna de sus eternas reuniones politicas.
– Yo sigo mi propio camino; pero, olvidate de eso, quiero que prestes atencion y que aprendas, que compruebes como los viejos ideales se sustituyen por otros nuevos sin perder su contenido.
Ya Ru volvio a colocarle el auricular en la oreja y salio a buen paso de la tienda. Alla fuera, Hong diviso al guardaespaldas Liu y, una vez mas, se pregunto si el seria en verdad el autor del asesinato de todas aquellas personas de las que le hablo Birgitta Roslin. Penso que, en cuanto estuviesen de vuelta en Pekin, le preguntaria a alguno de los amigos que trabajaban en la policia. Liu no daba un paso sin una orden expresa de Ya Ru.
Llegado el momento, se enfrentaria a su hermano, pero antes debia averiguar la verdad.
El presidente cedio la palabra al portavoz del comite mozambiqueno encargado de los preparativos. Se trataba de un hombre sorprendentemente joven, con la cabeza rapada y unas gafas sin montura. Hong creyo oir que se llamaba Mapito, quiza Mapiro. Hablaba muy animado, como si lo que tenia que decir fuese divertido.
Y Hong empezo a comprender. Poco a poco fue viendo claro el contexto, la naturaleza de aquel encuentro, el marco hasta ahora secreto. En lo mas profundo de la selva mozambiquena estaba cobrando forma un proyecto gigantesco que incluia a dos de los paises mas pobres del mundo; uno era una gran potencia, el otro un pequeno pais africano. Hong escuchaba atenta las palabras en portugues, mientras la suave voz china traducia docilmente; y entendio por que queria Ya Ru que ella estuviese presente. Hong era una poderosa detractora de todo aquello que pudiese llevar a China a convertirse en un poder imperialista y, por consiguiente, tal y como solia decir Mao, un tigre de papel que una oposicion popular unida destruiria tarde o temprano. Tal vez Ya Ru abrigase la debil esperanza de que Hong se dejase convencer y que terminase pensando que aquello proporcionaria ventajas a esos dos paises pobres. Lo mas importante, sin embargo, era demostrarle que el grupo al que Hong pertenecia no provocaba el menor temor a aquellos que ostentaban el poder. Ni Ke ni Ya Ru temian a Hong, y tampoco sus correligionarios.
Mapito hizo una breve pausa para beber agua mientras Hong pensaba que aquello, precisamente, era lo que mas terror le inspiraba, que China hubiese resurgido como una sociedad de clases. Seria mucho peor que todos los temores de Mao. Un pais dividido entre las elites que ostentan el poder y una subclase inmovilizada en su pobreza. Un pais, ademas, que se permitiese el lujo de tratar a su entorno como suele hacerlo el imperialismo.
Mapito prosiguio con su discurso.
– Dentro de poco sobrevolaremos en helicoptero el curso del rio Zambeze, hasta Bandar, y despues bajaremos rumbo a Luabo, donde comienza el gran delta en el que confluyen el rio y el mar. Recorreremos tierras muy fertiles