popular.

Mao sabia lo que les esperaba. El mismo dia en que proclamo en Tiananmen el nacimiento de la Republica Popular China en 1949, convoco a sus colaboradores mas proximos para anunciarles que, pese a que el Estado no habia cumplido aun ni un dia de edad, las fuerzas que se oponian al pais recien nacido ya habian empezado a fraguarse.

«Aquellos que crean que no puede crearse un puesto de mandarin en epoca comunista no han entendido nada», les diria. Y, en efecto, despues se vio que tenia razon. Mientras el ser humano no fuese otro, sino que siguiese inspirado por el pasado, siempre habria grupos que buscasen obtener privilegios.

Mao los puso sobre aviso del desarrollo de la Union Sovietica. Puesto que China dependia por completo del apoyo del gran vecino occidental, se expreso de forma diplomatica y cauta, atenuando sus palabras.

– Ni siquiera es necesario que se trate de malas personas, la gente persigue igualmente aquello que puede otorgarles privilegios. Los mandarines no estan muertos. Un dia, a menos que estemos alerta, se presentaran ante nosotros enarbolando banderas rojas.

Hong experimento una sensacion de debilidad justo despues de golpear a Ya Ru, pero ya habia remitido. Para ella, lo mas importante era seguir pensando en como podria contribuir a que, en el seno del Partido, se discutiese a fondo sobre las consecuencias que la nueva linea politica podria acarrear. Todo su ser se rebelaba contra lo que habia visto aquel dia y contra la vision de futuro presentada por Ya Ru. Cualquiera que fuese minimamente consciente del creciente descontento que se propagaba en las proximidades de las ciudades mas grandes y ricas del pais, comprenderia que era preciso actuar, pero no de aquel modo, no trasladando a Africa a millones de campesinos.

Noventa mil revueltas, le dijo Ma Li. ?Noventa mil! Intento calcular mentalmente cuantos incidentes y escaramuzas resultaban al dia. Doscientos, trescientos, e iban en aumento. El creciente descontento no solo guardaba relacion con las enormes diferencias entre los salarios. Ni eran solo los medicos y las escuelas quienes provocaban los incidentes, sino tambien violentas bandas de criminales que arrasaban en las zonas rurales, raptaban a las mujeres para prostituirlas o secuestraban a trabajadores para usarlos como esclavos en las fabricas de ladrillos o en industrias que requerian peligrosos procesos quimicos. Y existia la crispacion contra aquellos que, por lo general confabulados con los funcionarios locales, echaban a la gente de zonas que no tardarian en subir de precio, cuando empezasen a construirse viviendas para las ciudades en expansion. Hong sabia ademas, por los viajes que solia hacer a lo largo del pais, que las consecuencias medioambientales del avance del mercado libre se traducian en rios desbordados de desechos, contaminados, tan sucios que depurarlos costaria sumas incalculables de dinero, si es que aun tenian salvacion.

En algun acceso de ira, ella misma habia denunciado la existencia de esos funcionarios cuya mision era evitar los abusos cometidos tanto contra las personas como contra la naturaleza, pero que se dejaban sobornar para no cumplir con su obligacion.

«Ya Ru forma parte de ese entramado», se lamento en silencio. «Es algo que no puedo olvidar.»

Aquella noche tuvo un sueno ligero y se desperto varias veces. Los sonidos de la oscuridad le resultaban extranos y se filtraban en sus suenos haciendola emerger al estado consciente. Cuando el sol se alzo sobre el horizonte, ella ya estaba en pie y se habia vestido.

De pronto, descubrio a Ya Ru sonriendo ante su puerta.

– Vaya, los dos somos madrugadores -comento su hermano-. Ninguno de los dos tiene paciencia para dormir mas de lo estrictamente necesario.

– Siento haberte golpeado.

Ya Ru se encogio de hombros y senalo un jeep de color verde estacionado en la carretera que discurria proxima al lugar donde estaban montadas las tiendas.

– Es para ti -le explico-. Un chofer te llevara a un lugar situado a unos diez kilometros de aqui. Alli podras contemplar el extraordinario espectaculo que tiene lugar al alba en cualquier poza de agua. Por un instante, las fieras y sus presas firman una paz provisional, solo mientras estan bebiendo.

Junto al coche aguardaba un hombre de color.

– Se llama Arturo. Es un chofer de confianza que, ademas, habla ingles.

– Te agradezco el detalle -respondio Hong-. Pero creo que deberiamos hablar.

Ya Ru hizo un aspaviento, como senalando su desacuerdo.

– Ya lo haremos despues. El amanecer africano es breve. Hay una cesta con cafe y algo para desayunar.

Hong comprendio que su hermano buscaba una via de reconciliacion. Lo sucedido el dia anterior no podia interponerse entre ellos. Hong se encamino al coche, saludo al chofer, un hombre delgado de mediana edad, y se sento detras. El camino, que atravesaba la selva en zigzag, era casi inexistente, apenas unas marcas en la tierra reseca. Hong iba atenta a las espinosas ramas de los arboles mas bajos que golpeaban la desprotegida cabina del jeep.

Cuando llegaron a la poza, Arturo se detuvo sobre una elevacion del terreno desde la que arrancaba la pendiente que conducia al agua, y le dio unos prismaticos. En efecto, alli bebian juntos varias hienas y unos bufalos. Arturo senalo una gran manada de elefantes que, muy despacio, se acercaban al agua como si hubiesen surgido del sol mismo.

Hong penso que asi debio de ser en el principio de los tiempos. Los animales llevaban una serie interminable de generaciones bebiendo en aquel lugar.

Arturo le sirvio una taza de cafe sin pronunciar una sola palabra.

Los elefantes ya estaban muy cerca, sus cuerpos gigantescos envueltos en nubes de polvo.

Despues, de repente, se quebro la calma.

El primero en morir fue Arturo. El disparo le dio en la sien y le arranco la mitad de la cabeza. Hong no tuvo tiempo de comprender lo que sucedia cuando tambien la alcanzo una bala, que hizo impacto en la mandibula y siguio su curso hasta llegar a la espina dorsal. Al producirse los frios estallidos, los animales alzaron la cabeza y aguzaron el oido un instante. Despues, continuaron bebiendo.

Ya Ru y Liu se acercaron al jeep, consiguieron volcarlo y lo dejaron rodar pendiente abajo. Liu lo rocio con la gasolina que llevaba en un bidon, se aparto, prendio una caja de cerillas y la arrojo contra el coche que no tardo en incendiarse con un estallido. Los animales que habia junto a la poza huyeron despavoridos.

Ya Ru espero junto a su propio jeep. Su guardaespaldas se sento, dispuesto a poner el motor en marcha. Ya Ru se le acerco despacio por detras y le asesto un fuerte golpe en la nuca con un garrote de acero. Repitio la accion hasta que Liu dejo de moverse, y entonces arrojo su cuerpo al fuego, que aun ardia con toda su fuerza.

Ya Ru retiro el coche, que estaciono entre los espesos arbustos, y aguardo media hora. Transcurrido ese tiempo, volvio al campamento y dio la alarma del accidente de trafico sucedido junto a la poza. El jeep cayo rodando por la pendiente hasta estrellarse contra el agua, donde se incendio. Su hermana y el chofer murieron, y cuando Liu intento acudir en su ayuda, murio tambien pasto de las llamas.

Cuantos vieron a Ya Ru aquel dia comentaron lo triste que debia de estar. Sin embargo, tambien los lleno de admiracion su capacidad para controlarse. En efecto, Ya Ru declaro que el accidente no debia entorpecer la mision tan importante que tenian entre manos. El ministro de Comercio Ke le presento sus condolencias y las negociaciones continuaron segun lo planeado.

Los cuerpos fueron trasladados en bolsas de plastico de color negro para ser incinerados en Harare. Nada se escribio al respecto en los diarios, ni en los mozambiquenos ni en los de Zimbabue. La familia de Arturo, que vivia en Xai-Xai, mas al sur de Mozambique, recibio una renta vitalicia que le permitiria a su mujer comprarse una casa y un coche nuevos y pagar los estudios de sus seis hijos.

Cuando Ya Ru volvio a Pekin junto con el resto de la delegacion china, llevaba consigo dos urnas con cenizas. Una de las primeras noches despues de su regreso, salio a la espaciosa y alta terraza y esparcio las cenizas en la oscuridad.

Ya empezaba a sentir anoranza de su hermana y de las conversaciones que solian mantener. No obstante, tenia la certeza de que aquello fue absolutamente necesario.

Ma Li lamentaba lo ocurrido, aterrorizada; pero en el fondo de su alma no se creyo ni por un instante la version del accidente.

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