– ?Hay algun motivo para que deba preocuparme por ti?

– No. Pero debia escribir esta carta. Es necesaria para otras personas. Y para nuestro pais.

A Hong no le paso inadvertida la curiosidad de Ma Li, pero su amiga se abstuvo de seguir indagando y se guardo la carta en el bolso.

– ?Que tienes hoy en el orden del dia? -quiso saber Ma Li.

– Una reunion con los miembros de los servicios secretos de Mugabe. Les daremos apoyo.

– ?Armas?

– En parte, pero, ante todo, entrenamiento para sus unidades, los instruiremos en el combate cuerpo a cuerpo y en temas de vigilancia.

– Algo en lo que somos expertos.

– Me ha parecido oir una critica solapada en el tono de tu afirmacion…

– No, por supuesto que no -respondio Ma Li sorprendida.

– Ya sabes que siempre he reivindicado la importancia de que nuestro pais se defienda tanto del enemigo interno como del externo. Muchos paises de Occidente no desean otra cosa que ver Zimbabue convertido en un caos sangriento. Inglaterra jamas ha aceptado plenamente que el pais se ganase a pulso la independencia en 1980. Mugabe esta rodeado de enemigos. Seria una necedad por su parte si no les exigiese a los servicios secretos que trabajasen al maximo de su capacidad.

– Y tu no crees que sea un necio, ?verdad?

– Robert Mugabe es un hombre sensato al comprender que debe oponer resistencia a todo cuanto el antiguo poder colonial seria capaz de hacer para derribar al actual partido gobernante. La caida de Zimbabue provocaria un efecto domino en muchos otros paises.

Hong acompano a Ma Li hasta la puerta y la vio desaparecer por el sendero empedrado que serpenteaba a traves de la frondosa vegetacion.

Junto a su bungalow crecia una Jacaranda. Hong admiro el azul diafano de sus flores. Intento hallar algo con que compararlo, sin exito. Recogio una de las que habian caido al suelo y la metio entre dos paginas del diario que siempre llevaba consigo, aunque rara vez se molestaba en escribir algo.

Estaba a punto de sentarse en el porche a examinar un informe sobre la oposicion politica en Zimbabue cuando oyo que llamaban a la puerta. Al abrir vio que se trataba de uno de los organizadores chinos del viaje, un hombre de mediana edad llamado Shu Fu. Hong habia notado en un par de ocasiones que estaba nervioso ante la posibilidad de que la organizacion no funcionase debidamente. Desde luego, no era la persona idonea para responsabilizarse de semejante viaje, sobre todo teniendo en cuenta que su ingles estaba lejos de ser satisfactorio.

– Senora Hong -saludo Shu Fu-. Cambio de planes. El ministro de Comercio hara un viaje a Mozambique, el pais vecino, y desea que usted lo acompane.

– ?Y eso por que?

Su sorpresa era del todo sincera, pues jamas habia tenido el menor contacto con el senor Ke, el ministro de Comercio, salvo el saludo que cruzo con el antes de la partida rumbo a Harare.

– El ministro de Comercio, el senor Ke, solo me ha dicho que debe usted acompanarlo. Sera una delegacion reducida.

– ?Cuando y adonde nos vamos?

Shu Fu se enjugo el sudor de la frente y alzo los brazos senalando que lo ignoraba, antes de mostrarle su reloj.

– Me resulta imposible ofrecerle mas detalles. Los coches que los llevaran al aeropuerto salen dentro de cuarenta y cinco minutos. No se tolerara el menor retraso. Todos los convocados deben preparar un equipaje ligero y contar con la posibilidad de pasar una noche fuera. Aunque puede que regresen esta misma noche.

– ?Cuales son el destino y el objetivo del viaje?

– Eso se lo aclarara el ministro Ke.

– Al menos, digame adonde vamos.

– A la ciudad de Beira, en el oceano Indico. Segun la informacion que poseo, el vuelo durara menos de una hora. Beira se encuentra en el pais vecino, Mozambique.

Hong no tuvo tiempo de hacer mas preguntas, pues Shu Fu se apresuro a regresar por el sendero.

Hong se quedo petrificada en el umbral. «Solo se me ocurre una explicacion», concluyo. «Es cosa de Ya Ru. Seguramente, el sera uno de los delegados que acompanen a Ke. Y querra que yo tambien este.»

Recordo algo que habia oido durante el viaje a Africa. El presidente Kaunda, de Zambia, habia exigido que la compania nacional Zambia Airways invirtiese en un ejemplar del vehiculo aereo mas grande del mundo, el Boeing 747. El mercado no justificaba el uso de un avion de tales dimensiones para el trafico regular entre Lusaka y Londres. De hecho, no tardo en descubrirse que la verdadera intencion del presidente Kaunda no era sino la de utilizar el avion para sus recurrentes visitas a otros paises. Y no porque quisiera viajar rodeado de lujo, sino por tener sitio suficiente para la oposicion dentro de su gobierno o para los militares en los que no confiaba. Simplemente, llenaria el avion con todos aquellos que estaban dispuestos a conspirar contra el o incluso a dar un golpe de Estado mientras el se encontraba fuera del pais.

?Seria esa tambien la intencion de Ya Ru? ?Querria tener cerca a su hermana a fin de controlarla mejor?

Hong penso en la rama que oyo quebrarse en la oscuridad. Con toda probabilidad no seria Ya Ru quien la partio escondido entre los arbustos, sino mas bien un espia enviado por el.

Sin embargo, Hong no queria indisponerse con el ministro Ke, de modo que lleno la mas pequena de sus dos maletas y se preparo para el viaje. Llego a la recepcion unos minutos antes de la hora fijada para la partida, pero no vio ni a Ya Ru ni al ministro Ke. En cambio, si que le parecio ver a Liu, el guardaespaldas de su hermano, aunque no estaba segura. Shu Fu la condujo a una de las limusinas que aguardaban ante el hotel. Viajaban con ella dos hombres que, le constaba, trabajaban en el Ministerio de Agricultura, en Pekin.

El aeropuerto se hallaba a poca distancia de Harare. Los tres coches de que se componia la delegacion avanzaban a gran velocidad, flanqueados por una escolta de motocicletas. Hong alcanzo a ver que habia policias deteniendo el trafico en todas las esquinas. Atravesaron sin obstaculos las puertas enrejadas del aeropuerto antes de subir directamente a un jet de la aviacion militar de Zimbabue. Hong entro por la puerta trasera y, una vez dentro, observo que el avion estaba dividido en dos mitades, de lo que dedujo que seria el avion privado de Mugabe, que se lo habria cedido al ministro. El avion despego tan solo unos minutos despues de que Hong hubiese subido a bordo. Sentada a su lado iba una de las secretarias de Ke.

– ?Adonde vamos? -pregunto Hong cuando el avion ya estaba en el aire y el comandante anuncio que el tiempo de vuelo seria de unos cincuenta minutos.

– A la cuenca del rio Zambeze -le contesto la mujer.

Su tono de voz le indico a Hong lo absurdo de seguir indagando. Llegado el momento, se enteraria del objeto de aquel repentino viaje.

Si es que en verdad era tan repentino… De pronto, la asalto la idea de que ni siquiera de eso podia estar segura. ?Y si todo formaba parte de un plan desconocido por ella?

Cuando el avion empezo a descender para el aterrizaje, describio una amplia curva sobre el oceano. Hong contemplo el mar verdiazul centelleando a sus pies, los pequenos pesqueros provistos de sencillas velas triangulares que ondeaban al ritmo de las olas. La ciudad de Beira brillaba blanca a la luz del sol. Fuera del centro construido en cemento se extendian barrios de casas independientes, quiza tambien suburbios.

Cuando bajo del avion, sintio el golpe de calor. Vio a Ke dirigirse al primer coche, que no era una limusina negra sino un Land Cruiser de color blanco que enarbolaba dos banderas mozambiquenas en la parte delantera. Vio que en el mismo coche se subia Ya Ru. En ningun momento se volvio a buscarla con la mirada. «Pero el sabe que estoy aqui», se dijo Hong.

Se dirigian al noroeste. En el coche de Hong viajaban tambien los dos funcionarios del Ministerio de Agricultura. Iban absortos en sus mapas topograficos y seguian atentamente los cambios del paisaje que discurria al otro lado de las ventanillas. Hong sentia la misma desazon que cuando Shu Fu se presento ante la puerta de su bungalow para comunicarle que los planes habian cambiado. Era como si se viese obligada a entrar en algun lugar donde saltaban todas las alarmas de su experiencia y su intuicion. «Ya Ru queria que yo viniese con el», se repitio. «Pero ?como argumentaria su deseo ante el ministro Ke para convencerlo de que yo, ahora, me encuentre aqui sentada en un coche japones que va levantando espesas nubes de tierra roja? En China, la tierra es amarilla; aqui en cambio es roja, pero el polvo que se levanta de ella es igual de ligero, penetra con la misma facilidad por todas partes, por los poros y los ojos de todos.»

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