– ?Que se trae entre manos el general? -Todo forma parte del plan -respondio Geta con calma-. Tendrias que saberlo, estabas alli cuando se dieron las instrucciones.
– Pero, ?y el rio? No podremos volver a cruzar a menos que nos retiremos ahora, senor. -Vitelio volvio la mirada hacia los abanderados con desesperacion. Alguno tendria que estar de acuerdo con el, pero el desden de sus expresiones no hizo mas que aumentar-. No podemos quedarnos aqui sentados, senor. Debemos hacer algo Antes de que sea demasiado tarde.
Geta lo contemplo en silencio unos instantes y luego fruncio la boca y asintio con un movimiento de la cabeza.
– Tienes razon, Vitelio, por supuesto. Debemos hacer algo -se dio la vuelta hacia los abanderados al tiempo que desenfundaba su espada--. Levantad el aguila. Vamos a avanzar.
– ?Que? -Vitelio se lo quedo mirando con incredulidad y sacudio la cabeza mientras trataba desesperadamente de pensar en un modo de convencer al legado de que no tomara esa peligrosa decision-. Pero, senor. El aguila… ?y si la perdemos?
– No la perderemos, una vez los hombres la vean al frente. Entonces lucharan hasta que no les quede una gota de sangre para seguirla hacia la victoria, o hasta morir defendiendola.
– Pero seria mas seguro dejarla donde esta, senor -replico Vitelio.
– Mira, tribuno -dijo Geta con severidad-. Lo que hay en lo alto del estandarte es un aguila, no un maldito pollo. Se supone que debe servir de acicate para envalentonar a los soldados, no para que salven la piel. Ya me he empezado a hartar de tus gimoteos. Se supone que eres un heroe. ?Creia que le habias salvado el pellejo a la segunda legion! Ahora tengo mis dudas… Pero ahora mismo estas con nosotros y necesito todos los hombres disponibles. Asi que cierra la boca y desenvaina la maldita espada.
El temple del tono del legado era glacial. Sin decir una palabra mas, Vitelio desenfundo su arma y formo detras de los abanderados. Geta los condujo al trote hacia el lugar donde la primera cohorte luchaba para hacerse con un espacio en la empalizada. La pendiente de los terraplenes estaba cubierta por una alfombra de muertos y heridos. Cuando el grupo de abanderados se abrio paso entre la multitud en direccion a la empalizada, los guerreros britanicos les amenazaron con sus hachas y espadas a la vez que lanzaban sus ensordecedores gritos de guerra. Por fin el aguila de la novena se alzo por encima de la muchedumbre y los legionarios correspondieron a los gritos britanos con un enorme rugido propio.
– ?Arriba la Hispania! Los romanos cayeron sobre sus enemigos con energia y agresividad renovadas y las centelleantes hojas de las espadas cortas romanas se clavaban con una eficiencia mortifera al tiempo que el grito de batalla se retomaba a lo largo de toda la empalizada.
– ?Arriba la Hispania! Vitelio guardo silencio mientras que, con los dientes apretados, seguia adelante cuesta arriba con los abanderados.
De pronto se encontro justo frente a la empalizada (una hilera de postes toscamente labrados y clavados en el suelo). Por encima de su cabeza se alzaba un guerrero britano vociferante, oscurecido frente al azul brillante del cielo, con el hacha alzada y listo para caer sobre el. De forma instintiva Vitelio dirigio una estocada a la cara de ese hombre y se agacho tras el borde del escudo. Se oyo un agudo grito de agonia un instante antes de que el hacha golpeara contra el remate reforzado de la parte superior del escudo. A Vitelio le fallaron las piernas por un momento pero se volvio a levantar enseguida. Un gigantesco centurion estaba a su lado y con sus enormes brazos rodeaba una estaca de madera con la que forcejeaba para arrancarla del suelo.
– ?Echad abajo la empalizada! -bramo el centurion a la vez que agarraba la siguiente estaca-'. ?Echadla abajo!
Otros soldados siguieron su ejemplo, con lo que pronto se abrieron una serie de pequenas brechas en la empalizada que la novena empezo a atravesar por la fuerza para salir al terraplen de tierra aplanada que habia al otro lado. A la izquierda de Vitelio se erguia el aguila y los britanos se precipitaron hacia ella, espoleados por un salvaje deseo de apoderarse del estandarte de la legion y aplastar la determinacion de su enemigo. La lucha alrededor del aguila se llevo a cabo con una intensidad terrible que Vitelio no hubiera creido posible por parte de unos seres humanos. Aparto la mirada de aquella espantosa escena y, mientras senalaba con su espada en direccion a los britanos, insto a los legionarios que lo rodeaban a que se abrieran paso por la empalizada.
– ?Adelante, muchachos! ?Adelante! ?Matadlos! ?Matadlos a todos!
Ni un solo hombre le dedico una mirada mientras se lanzaban a la carga para cruzar. Solo cuando estuvo seguro de que habia suficientes romanos en el terraplen para formar una barrera viviente entre el y el enemigo, Vitelio atraveso la maltrecha empalizada hacia el bastion. Desde aquella altura tuvo una breve oportunidad para examinar el campo de batalla que tenia delante. La linea de combate se extendia a ambos lados a lo largo de las combadas fortificaciones. Por detras de la novena legion, la primera cohorte de la decimocuarta salia del rio y en breve anadiria sus fuerzas al asalto. Incluso entonces ya podria no ser necesario. El desesperado intento de Geta de forzar las defensas estaba dando resultado y, durante todo ese tiempo, se fueron apinando cada vez mas romanos en el terraplen, los cuales obligaron a retroceder a los britanos por la pendiente contraria hacia su campamento. Con la sensacion de que la victoria estaba por fin a su alcance y empujados por un sanguinario deseo de venganza por el tormento que habian sufrido en aquel mortifero terreno junto al rio, los hombres de la novena se abrieron camino a golpes de espada de una manera salvaje.
Vitelio fue con ellos, animando a los legionarios a seguir adelante mientras el trataba de reunirse con los abanderados. Los encontro en medio de un circulo de cuerpos, tanto romanos como britanos, desparramados a los pies del aguila. Casi todos los oficiales estaban heridos tras la desesperada lucha en el terraplen y Vitelio vio que menos de la mitad del grupo original estaban todavia en pie. Geta estaba atareado dictando ordenes que tenian que hacerse llegar a los comandantes de la cohorte para evitar que sus unidades se dispersaran en una persecucion generalizada del enemigo. Esa responsabilidad se otorgaria a las tropas de refresco de la decimocuarta, mientras que la novena aseguraria las fortificaciones que tantas vidas les habian costado conquistar.
– ?Ahi lo tiene, senor! -grito Vitelio con alegria-. ?Lo logramos, senor! ?Los hemos vencido!
– ?Hemos? -Geta arqueo una ceja pero Vitelio siguio adelante. Enfundo su espada ensangrentada, agarro de la mano al legado y le dio un caluroso apreton.
– Una accion brillante, senor. Totalmente brillante. ?Espere a que Roma se entere de esto!
– Creia que te habiamos perdido, tribuno -dijo Geta con calma.
– Quede apartado entre la multitud, senor. Ayude a los muchachos a irrumpir en el terraplen por ese lado de ahi.
– Ya veo. Los dos hombres se quedaron frente a frente durante un momento, el tribuno sonriendo efusivamente y el legado con una expresion fria y comedida. Vitelio rompio el silencio.
– ?Y sin senales de la segunda legion! Esta victoria es solo de la novena. Es su victoria, senor.
– Esto todavia no ha terminado, tribuno. Para ninguno de nosotros.
– Para ellos si que ha terminado, senor. -Vitelio movio un brazo en direccion al campamento enemigo a traves del cual los antiguos defensores retrocedian en tropel hacia las puertas traseras.
– Para ellos tal vez. Disculpa. -Geta se volvio hacia sus trompetas-. Tocad retirada y vuelta a la formacion.
Ambos cornetas se llenaron los pulmones de aire y colocaron los labios en las boquillas. Las estridentes notas produjeron una breve melodia a todo volumen y luego siguieron repitiendola. Lentamente los hombres de la novena se fueron retirando y buscaron los estandartes de su cohorte. No obstante, antes de que pudiera dar la orden para que cesara la senal, Geta fue consciente de un nuevo ruido, un susurrante rugido de gritos de guerra que emanaba del otro lado del campamento enemigo. Cuando los demas miembros del grupo de abanderados se apercibieron de aquel sonido, dirigieron la mirada hacia las colinas bajas situadas tras el campamento. A lo largo de toda la linea de combate, los hombres se quedaron quietos y escucharon, tanto romanos como britanos.
Entonces, mientras un gelido pavor se apoderaba de los exhaustos romanos, las reservas cuidadosamente administradas de Carataco irrumpieron en el campamento.
– ?Oh, mierda! -murmuro Vitelio. El legado Geta sonrio y volvio a desenfundar su espada. -Me da la impresion de que tu anterior informe sobre nuestro triunfo era sumamente exagerado. Si vamos a salir en las columnas de la gaceta de Roma me temo que sera en las notas necrologicas.
CAPITULO XIII