Los soldados, a los que aquella voz apaciguo al instante, retrocedieron avergonzados y volvieron a unirse a la formacion sin osar cruzarse con la mirada fulminante del centurion, mas preocupados de momento por el inevitable castigo disciplinario que por el combate que se estaba produciendo en aquellos momentos.-

La batalla en la empalizada habia terminado y los hombres de la decimocuarta legion hacian retroceder a los britanos por la pendiente opuesta hacia su campamento. Atrapados entre las dos fuerzas, los britanos lucharon por sus vidas con una desesperacion barbara que a Cato le parecio francamente espeluznante. Aquellos rostros salvajes, salpicados con la saliva de sus gritos roncos, le hacian frente como espiritus diabolicos. El entrenamiento del ejercito romano se impuso y la secuencia de avance-embestida-retroceso-avance se llevo a cabo de forma automatica, casi como si su cuerpo perteneciera del todo a otra entidad.

Mientras los muertos y moribundos caian bajo el acero de los romanos, la linea fue avanzando lentamente sobre una extension de cuerpos, tiendas derribadas y equipo desperdigado. De pronto la sexta centuria llego a un area que los britanos habian reservado para cocinar; los hornos de turba y las chimeneas aun ardian y crepitaban con un fulgor anaranjado a la luz del atardecer, y banaban con un refulgente resplandor rojizo a aquellos que se encontraban cerca, lo cual no hacia sino acentuar el horror de la batalla.

Antes de que Cato pudiera verlo venir, un fortisimo golpe en el escudo lo pillo desprevenido y se cayo sobre una gran olla humeante que estaba suspendida sobre el fuego. Las llamas le quemaron las piernas y antes de que el agua se derramara y apagara el fuego, le escaldo todo un lado del cuerpo. No pudo evitar soltar un grito ante el dolor agudo y punzante de sus quemaduras y estuvo a punto de soltar el escudo y la espada. Otro golpe cayo sobre su escudo; al levantar la vista, Cato vio a un guerrero delgado con unas largas trenzas que pendian sobre el y con un odio salvaje que le crispaba las facciones. Cuando el britano alzo su hacha para asestarle un mandoble, Cato alzo la espada de Bestia para hacer frente al golpe.

Pero este no llego a descargarse. Macro habia hincado su hoja casi hasta la empunadura bajo la axila del britano y el hombre murio al instante. Mientras intentaba resistir el dolor de sus quemaduras, Cato no pudo hacer mas que darle las gracias al centurion con un movimiento de la cabeza.

Macro le dedico una rapida sonrisa.

– ?Levantate! La primera fila de la centuria habia pasado junto a ellos y por un momento Cato estuvo a salvo del enemigo.

– ?Como te encuentras, muchacho? -Sobrevivire, senor -dijo Cato con los dientes apretados mientras un embravecido rio de dolor le inundaba el costado. Apenas podia concentrarse debido al sufrimiento. Macro no se dejo enganar por aquella bravuconada, ya habia visto esta reaccion muchas veces durante los catorce anos que hacia que servia en el ejercito. Pero tambien habia llegado a respetar el derecho de un individuo a lidiar con su dolor como quisiera. Ayudo al optio a ponerse en pie y, sin pensarlo, le dio a Cato una palmada de animo en la espalda. El joven tenso todo el cuerpo, pero tras un temblor que le duro solo un momento se recupero lo suficiente para asir con firmeza la espada y el escudo y abrirse camino hacia la fila delantera. Macro empuno tambien con mas fuerza su espada y volvio a incorporarse a la lucha.

Del resto de la batalla para tomar el campamento britano a Cato solo le quedo un recuerdo borroso, tal fue el esfuerzo requerido para contener el terrible padecimiento causado por sus quemaduras. Quizas hubiera matado a varios hombres, pero despues no logro recordar ni un solo incidente; acuchillo con su espada y paro golpes con su escudo ajeno a cualquier sentido del peligro, solo consciente de la necesidad de controlar el dolor.

La batalla siguio su implacable curso en contra de los britanos, apretujados entre la inexorable fuerza de las dos legiones. Buscaron desesperados el punto de menos resistencia y empezaron a salir corriendo hacia los espacios entre las lineas de legionarios que se cerraban. Primero fueron docenas y luego veintenas de britanos los que se separaron de sus companeros y corrieron para salvar sus vidas, subiendo a gatas por las pendientes de los terraplenes y adentrandose a toda velocidad en el inminente anochecer. Miles de ellos escaparon antes de que las dos -lineas de legionarios confluyeran y rodearan a un sentenciado grupo de guerreros decididos a luchar hasta el final.

Aquellas no eran unas tropas corrientes, Macro se dio cuenta de ello mientras intercambiaba golpes con un anciano guerrero al que el sudor le brillaba sobre la piel de su musculoso cuerpo. Del cuello del britano colgaba un pesado torques de oro similar al trofeo tomado del cadaver de Togodumno y que Macro llevaba en esos instantes. El britano lo vio, en su expresion se hizo patente que lo habia reconocido y arremetio con el hacha contra Macro con renovada furia alimentada por su deseo de venganza. Al final, su propia ira acabo con el: el romano, mas sereno, dejo que la menguante energia de aquel hombre se agotara contra su escudo antes de zanjar el asunto con un golpe rapido. Un legionario, uno de los reclutas del otono anterior, se arrodillo y tendio una mano hacia el torques del britano muerto.

– Coge eso y estas muerto -le advirtio Macro-. Ya conoces las reglas sobre el botin de guerra.

El legionario asintio con un rapido movimiento de la cabeza y se lanzo hacia el cada vez mas reducido grupo de britanos, con lo cual consiguio unicamente empalarse a si mismo en una -lanza de guerra de hoja ancha.

Macro solto una maldicion. Entonces siguio adelante y se encontro con que, una vez mas, Cato estaba a su lado y grunia con los dientes apretados mientras seguia luchando con una eficiencia feroz. Cuando el arrebol anaranjado y rojo del sol poniente-tenia el cielo, una trompeta romana toco retirada a todo volumen y se abrio un pequeno espacio alrededor de los britanos -que seguian con vida. Cato fue el ultimo en ceder, tuvo que ser fisicamente apartado de la lucha por su centurion y zarandeado para hacerlo volver a un estado de animo mas equilibrado.

En la penumbra, reunidos en un pequeno circulo de no mas de cincuenta hombres, los britanos miraban en silencio a los legionarios. Sangrando por numerosas heridas, con los cuerpos manchados de sangre que se agitaban al haberse quedado sin aliento, se apoyaron en sus armas y aguardaron el final. Desde las filas de las legiones una voz les grito algo en una lengua celta. Una llamada a la rendicion, se imagino Macro. El llamamiento se volvio a repetir y esta vez los britanos dieron rienda suelta a un coro de gritos y gestos desafiantes. Macro sacudio la cabeza, de pronto estaba muy harto de luchar. ?Que mas tenian que demostrar aquellos hombres con su muerte? ?Quien iba a enterarse nunca de su ultima resistencia? Era axiomatico que la historia-la escribian los vencedores en la guerra. Eso era lo que habia aprendido de los libros de historia que Cato habia utilizado para ensenarle a leer. Aquellos valientes se condenaban a si mismos a morir para nada.

Poco a poco las palabras provocadoras y los gestos fueron decayendo y los britanos hicieron frente a sus enemigos con una calma fatalista. Hubo un momento de silencio y entonces, sin necesidad de mandato alguno, los legionarios se abalanzaron sobre ellos y los eliminaron.

Los romanos hicieron balance de su victoria a la luz de las antorchas. Las puertas estaban vigiladas en prevision de un contraataque, y la tarea de buscar a los romanos heridos entre los cuerpos desparramados por todo el campamento britano empezo de forma concienzuda. Con las antorchas en alto, las- patrullas de legionarios localizaban a sus maltrechos companeros y los llevaban al campo de heridos de vanguardia que se habia levantado a toda prisa junto a la orilla del rio. Los britanos heridos fueron despachados con clemencia mediante rapidas estocadas de espada y lanza y amontonados en pilas para su posterior enterramiento.

Macro mando a un destacamento a buscar provisiones para la sexta centuria y relevo a Cato de servicio. En la mente del optio solo habia una sola cosa. La necesidad desesperada de algun tipo de alivio del dolor que le causaban sus quemaduras. Dejo al centurion junto al terraplen, trepo por los restos de la empalizada y bajo con dificultad por el otro lado. Se abrio camino a traves de la zanja y subio por la orilla del rio que las antorchas y braseros del campo de heridos iluminaban con luz vacilante. Se habian dispuesto hileras de heridos, moribundos y muertos por toda la orilla y Cato tuvo que pasar cuidadosamente entre ellos para llegar al rio. En la orilla del agua dejo a un lado su escudo y se desabrocho las correas del casco, de la cota de malla y del cinturon de las armas con mucho cuidado. Mientras se despojaba del equipo y se palpaba buscando heridas, noto que una palmarla sensacion de ligereza le inundaba el cuerpo exhausto. Tenia algunos cortes en los que la sangre seca ya habia formado costra y las quemaduras estaban empezando a ampollarse. Eran un martirio al mas minimo roce. Desnudo, temblando mas a causa del cansancio que por el aire fresco de la noche, Cato se adentro en la suave corriente. En cuanto estuvo a suficiente profundidad, se sumergio de pronto y su respiracion se volvio fatigosa cuando el agua fria envolvio su cuerpo. Un momento despues sonreia de pura dicha por el abrumador alivio que aquello proporciono a sus quemaduras.

CAPITULO XIV

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