caer.
Pensar en el dano que le provocaria a un ser humano a una velocidad veinte veces mayor hizo que se estremeciera. Mientras le daba vueltas en la mano al proyectil, noto una irregularidad en su superficie y se lo puso delante de los ojos para observarlo mas de cerca. Incluso bajo aquella escasa luz se dio cuenta de que antes habia habido algo acunado en uno de los lados del proyectil y que alguien habia intentado borrar las marcas, al parecer de una forma demasiado apresurada.
– ?Ves alguna letra aqui? -pregunto al tiempo que sostenia en alto el proyectil.
El cirujano lo miro un momento y fruncio el ceno. -Bueno, parece haber una L, luego una E, pero no distingo nada mas. _Es lo que me habia parecido -asintio Cato-. ?Pero que hace el alfabeto latino en un proyectil britano?
– Quiza sea uno de los nuestros que nos lo han devuelto. Cato lo penso un momento.
– Pero a las legiones todavia nos se les han entregado hondas. Asi que, ?de donde puede haber salido?
– De algun sitio que empieza por LE -sugirio el cirujano.
– Tal vez -dijo Cato en voz baja-. -o tal vez LE signifique LEGION, en cuyo caso si que seria uno de los nuestros. ?Ves algun otro como este?
– Mira a tu alrededor. -El cirujano hizo un gesto con la mano-. Estan por todas partes.
– ?En serio? -Cato volvio a lanzar al aire el proyectil de plomo-. Esto es interesante…
– ?Bueno! Ya he terminado contigo. -El cirujano se puso en pie y se limpio la mano en un trapo que llevaba metido en el cinturon-. Baja hasta el rio y toma una barca para volver al campamento de tu unidad. Tienes que descansar y mantener el brazo lo mas quieto que puedas. Si ves que hay alguna senal de pus en las quemaduras vas a ver al cirujano mas proximo inmediatamente. ?Queda claro?
Cato asintio con la cabeza. Se remetio la tunica por el cinturon y recogio su equipo con la mano sana. El unguento y el aire fresco sobre la piel desnuda de la parte superior de su torso se combinaban para aliviar un poco el escozor de sus quemaduras y esbozo una sonrisa de agradecimiento.
– Si un dia de estos pasas por donde estamos te invitare a una copa.
– Gracias, optio. Eres muy amable. Por norma general no hago visitas a domicilio pero, dada tu oferta, con mucho gusto hare una excepcion. ?Por quien debo preguntar?
– Cato. Quinto Licinio Cato, optio de la sexta centuria, cuarta cohorte de la segunda legion.
– Pues encantado de conocerte, Cato. Me hara mucha ilusion. -El cirujano coloco el tarro de unguento en su bolsa de cuero curtido y se dio la vuelta para marcharse.
– Esto… ?podrias decirme tu nombre? -le pregunto Cato. -Niso. Al menos asi es como me llaman -respondio el cirujano con amargura, y se marcho dando grandes zancadas entre las hileras de heridos.
CAPITULO XV
Cuando el amanecer inundo el ondulado paisaje de Britania, sus habitantes lanzaron un contraataque desesperado para retomar el control del vado. Fue un esfuerzo inutil puesto que los mismos barcos que se habian utilizado para trasladar a los heridos de vuelta a la orilla oriental del rio habian regresado cargados con ballestas del convoy de proyectiles del ejercito. Mucho antes de que despuntara el dia, se habian montado muchas de estas armas en los terraplenes del lado oeste de las fortificaciones britanas y se habian cubierto todos los accesos.
Cuando los desafortunados britanos se alzaron de entre la bruma que envolvia el terreno bajo situado detras del fuerte y aullaron su grito de guerra, muchos fueron aniquilados antes de que tuvieran oportunidad de volver a tomar aire. Se lanzaron a la carga con un insensato coraje, animados por el estruendo de sus cuernos de guerra y por el ejemplo de sus portaestandartes, que iban en cabeza bajo sus henchidas serpientes. Los romanos habian cerrado firmemente las puertas y formaron un solido muro de escudos a lo largo de toda la longitud del terraplen. Disciplinados y decididos, los legionarios no cedieron ni un palmo de terreno y la oleada de britanos se hizo trizas contra las defensas.
A Cato lo estaban ayudando a subir a bordo de una de las embarcaciones de fondo plano de los zapadores cuando el sonido de los cuernos de guerra britanos se abrio paso en el aire del amanecer, un tanto apagado y distante, como si perteneciera a otro mundo. El rumor de la batalla descendio por la vitrea superficie gris del rio, pero hubo muy pocos sentimientos de entusiasmo entre los que iban en el barco. Por un momento Cato se irguio y aguzo el oido para escuchar. Entonces bajo la mirada y vio la fatiga y el dolor grabados en los rostros de los hombres que habia a su alrededor, demasiado cansados para prestar atencion al desesperado combate que tenia lugar, y Cato se dio cuenta de que ya no era asunto suyo. Habia cumplido con su deber, habia sentido el fuego de la batalla corriendo por sus venas y habia compartido la exultacion de la victoria. Ahora, mas que otra cosa, necesitaba descansar.
Mientras los zapadores llevaban la embarcacion por el agua a un ritmo constante los demas cabeceaban adormilados, pero Cato se concentro en la actividad que habia a su alrededor para distraerse y no pensar en el dolor de sus quemaduras. La pequena chalana paso a poca distancia de uno de los barcos de guerra y Cato levanto la mirada para encontrarse con un infante de marina con la cabeza descubierta que se apoyaba en uno de los lados con un pequeno odre de vino en sus manos. El hombre tenia el rostro y los brazos ennegrecidos debido al hollin de los proyectiles incendiarios que habian hecho llover sobre los britanos el dia anterior. Alzo la cabeza al oir el sonido de los remos de los zapadores al chapotear en la tranquila superficie del rio y se llevo un dedo a la frente a modo de informal saludo.
Cato respondio con un movimiento de la cabeza. -?Una tarea peligrosa? -Tu lo has dicho, optio.
Cato miro fijamente el odre y se relamio de forma instintiva al pensar en su contenido. El infante de marina se rio.
– ?Toma! Pareces necesitarlo mas que yo, optio. Cato, que de tan exhausto estaba torpe, trato de atrapar el odre que le habian arrojado. En su interior, el contenido se agito con fuerza.
– ?Gracias! -?Tipico de la maldita infanteria de marina! -refunfuno uno de los zapadores-. Esos asquerosos no tienen nada mejor que hacer que beber todo el dia.
– Mientras que la gente como nosotros hace todo el punetero trabajo -se quejo su companero, que llevaba el otro remo.
– ?Ese es tu problema, amigo! -le grito el infante de marina-. ?Y vigilad lo que haceis con esos remos o vais a enredar la cadena del ancla!
– ?Vete a la mierda! -replico agriamente uno de los zapadores, pero al mismo tiempo aumento sus esfuerzos con el remo para conducir la embarcacion lejos de la proa del barco de guerra.
El marinero solto una carcajada y levanto una mano con la que parodio un saludo. Cato destapo el odre y tomo un buen trago de vino. Estuvo a punto de atragantarse cuando un repentino zumbido seguido de un chasquido rompio la calma. Una catapulta que habia en la cubierta del barco acababa de lanzar a las alturas un receptaculo lleno de pedernal hacia una pequena fuerza de carros de guerra situada mas abajo de las fortificaciones siguiendo el rio. Como tenia curiosidad por la precision del arma, Cato observo mientras el proyectil describia un arco en el aire en la direccion aproximada de las formas espectrales del distante enemigo. Todas las miradas debian de estar fijas en la lucha por las fortificaciones puesto que no hubo ninguna senal de reaccion ante aquel punto negro que se les venia encima. El receptaculo desaparecio entre las formas apenas visibles de hombres, caballos y vehiculos. Momentos despues, desde el otro lado del agua llego un apagado estrepito seguido de gritos de sorpresa y dolor. Cato podia imaginarse perfectamente el devastador impacto del proyectil y las heridas infligidas por el pedernal al salir despedido en todas direcciones. Al cabo de unos instantes los britanos se habian esfumado y solo los muertos y heridos permanecian alli donde habian estado los carros de guerra britanos.
Mientras el casco del barco de guerra desaparecia bajo la luz lechosa, Cato se dejo caer de nuevo contra el duro lateral de la embarcacion y cerro los ojos a pesar del martirio de las quemaduras. Todo lo que importaba entonces era aprovechar un momento de reposo. Ayudado por el vino, en cuanto cerro sus doloridos ojos y se abandono al calido confort del descanso, el joven optio cayo en un sueno profundo. Tan profundo era que apenas murmuro cuando lo sacaron de la embarcacion y lo trasladaron a uno de los carros del hospital de la segunda legion para empezar con el traqueteo del viaje de vuelta al campamento. Tan solo se desperto un momento cuando el cirujano de la legion lo desnudo y le palpo las quemaduras para evaluar los estragos. Se ordeno una nueva aplicacion de unguento y entonces Cato, al que habian inscrito en la lista de heridos que podian andar, fue llevado