– No te entusiasmes demasiado con ese honor. Es un grupo grande, mas de cien personas, segun el despacho de Narciso. Supongo que Claudio queria rodearse de gente variopinta que lo entretuviera mientras esta fuera de Roma. Sea cual sea la razon, tendras la oportunidad de volver a verla. Toda una monada, si mal no recuerdo.

Aquel comentario rastrero avinagro a Vespasiano aun mas. Asintio con la cabeza, sin ninguna intencion de expresar orgullo masculino al poseer una esposa de aspecto tan llamativo. Lo que habia entre ellos iba mas alla de cualquier atraccion superficial. Pero eso era personal y el no iba a confiar tal intimidad a nadie. La emocionante perspectiva de que Flavia pronto estaria de camino hacia el quedo rapidamente sumergida en la preocupacion por el hecho de su inclusion en el sequito del emperador. A las personas se les solicitaba que atendieran al emperador en sus viajes por uno o dos motivos. O bien eran grandes animadores o aduladores, o eran gente que representaba una sobrada amenaza para el, por lo que este no osaba perderlos de vista.

En vista de su reciente conspiracion, Flavia podia estar en el mayor peligro posible, si es que sospechaban de ella. Entre toda la pompa del grupo de viajeros de la corte imperial, la vigilarian en secreto. El mas minimo atisbo de traicion podia acarrear que cayera en las siniestras garras de los interrogadores de Narciso.

– ?Eso es todo, senor? -Si, eso es todo. Asegurate de que tu y tus hombres aprovechais al maximo el tiempo mientras aguardamos a que llegue Claudio.

CAPITULO XXIX

En cuanto las fortificaciones estuvieron listas, tres de las otras legiones se trasladaron al otro lado del Tamesis y se dirigieron a las areas que se les habian asignado. Las cohortes auxiliares y la vigesima legion se quedaron atras para vigilar a los animales de tiro del ejercito que pastaban en todas las franjas de pradera disponibles, dispersos por una vasta extension de terreno. Una sucesion de pequenos fuertes se extendia a lo largo de las lineas de comunicacion por todo el camino que llevaba a Rutupiae y, de vez en cuando, los convoyes de suministros avanzaban lentamente hasta el frente y volvian vacios, aparte de aquellos que llevaban a los invalidos destinados a una baja prematura y la subsiguiente dependencia del reparto de trigo en Roma. En aquellos momentos la mayor parte de los suministros se transportaban siguiendo la costa y, desde alli, rio arriba en los barcos de la flota invasora.

Se habia establecido un enorme deposito de abastecimiento en el campamento de la legion y cada dia se descargaban mas viveres, armas y equipo de repuesto que los jefes de intendencia anotaban con todo detalle y que luego se depositaban en el interior de la cuadricula meticulosamente senalizada que habian preparado los zapadores. La proxima vez que el ejercito se dirigiera al campo de batalla, estaria tan bien aprovisionado y armado como lo habia estado al inicio de la campana.

Los legionarios descansaron mientras esperaban la llegada del emperador y de los miembros de su circulo, aunque todavia habia muchas cosas que hacer. Habia que guarnecer los muros del fuerte, cavar las letrinas y ocuparse de su mantenimiento, mandar a un destacamento a conseguir lena, hacerse con cualquier suministro de grano o animales de granja que pudieran encontrar y otras muchas tareas rutinarias que formaban parte de la vida militar. Al principio las patrullas de aprovisionamiento se habian formado con cohortes enteras pero, como los exploradores de caballeria continuaban informando de que habia pocas senales del enemigo, se permitio que grupos menos numerosos de legionarios abandonaran el campamento durante el dia.

Aunque Cato estaba exento de servicio hasta que se hubiera recuperado por completo de sus quemaduras, se encontro con que necesitaba ocupar el tiempo haciendo algo util. Macro se burlo de su peticion de ayudarle a ponerse al dia con la administracion. La mayoria de veteranos trataban por todos los medios de tener el mayor tiempo libre posible, y habian aprendido todos las trampas y triquinuelas posibles para abandonar el servicio. Cuando Cato se persono en la tienda del centurion y se ofrecio a ayudar, el primer impulso de Macro fue preguntarle que tramaba el optio en realidad.

– Solo quiero hacer algo util, senor. -Ya veo -respondio Macro al tiempo que se rascaba la barbilla con un aire meditabundo-. Algo util, ?eh?

– Si, senor. -?Por que? -Me aburro, senor.

– ?Te aburres? -contesto Macro con verdadero horror. La posibilidad de rechazar la oportunidad de disfrutar del abanico de actividades que un legionario podia desarrollar estando fuera de servicio era algo que nunca habia considerado. Reflexiono unos momentos sobre el asunto. Cualquier optio normal hubiera ideado algun truco para hacerse con alguna racion extra o alguna paga de la contaduria de la centuria. Pero Cato habia hecho gala de una integridad deplorable en su administracion de los archivos de la centuria. En sus momentos mas benevolos, Macro suponia que Cato debia de estar dirigiendo su poderosa inteligencia hacia alguna oportunidad, que hasta la fecha se le habia pasado por alto, de enriquecimiento personal a costa del ejercito. En sus momentos menos benevolos atribuia la escrupulosidad del muchacho a la ignorancia de juventud con respecto a las costumbres del ejercito, una actitud que la experiencia acabaria enmendando. Pero alli estaba, disconforme con su situacion de exencion del servicio y, aunque pareciera mentira, solicitando algo que hacer. -Bueno, dejame pensar -dijo Macro-. Hace falta saldar las cuentas de los fallecidos. ?Que te parece eso?

– Muy bien, senor. Empezare ahora mismo. Mientras el desconcertado centurion miraba, Cato abrio la tapa del arcon donde se guardaban los documentos de la centuria y con cuidado extrajo las cuentas financieras y los testamentos de todos los soldados senalados como «baja por defuncion» en el resumen de efectivos mas reciente. Antes de que pudieran validarse los testamentos, todas las cuentas de los fallecidos tenian que ponerse al dia y deducir todos los gastos de los articulos del equipo de los ahorros acumulados. El valor neto del patrimonio del legionario se repartia de acuerdo con los terminos establecidos en su testamento. Si no habia ninguna declaracion de ultimas voluntades, ya fuera oral o escrita, entonces, estrictamente hablando, el patrimonio se concedia al pariente varon de mas edad. Pero en la practica, la mayoria de los centuriones afirmaban que el hombre habia hecho un testamento oral en el que legaba sus bienes materiales a los fondos funerarios de la unidad. Tales fuentes de ingresos adicionales eran necesarias en el servicio activo para financiar la enorme cantidad de lapidas conmemorativas que hacian falta. El aumento de la demanda incrementaba los precios, y el dolor que sentian los mamposteros de la legion por la muerte de sus companeros quedaba en cierta medida mitigado con las considerables sumas que podian ganar preparando sus lapidas.

Cato estaba sentado tranquilamente a la sombra del toldo frente a la tienda del centurion y pasaba el dedo de un articulo a otro mientras sumaba mentalmente las deudas y el total lo restaba de las cifras en la columna de ahorros. Muchos de los muertos habian dejado atras mas deudas que ahorros, lo cual indicaba que eran nuevos reclutas, que siempre tenian menos posibilidades de sobrevivir que los experimentados veteranos. La mayor parte de los nombres no le decian nada, pero algunos de ellos destacaban en la pagina y lo llenaban de tristeza: Pirax, el veterano de trato facil que le enseno a Cato como funcionaba todo cuando llego al cuartel; Harmonio, ese asqueroso impasible y desinteresado que entretenia a sus companeros con imitaciones de animales de corral y con pedos ensordecedores cuando se lo pedian (quizas eso ultimo no representara una gran perdida para la civilizacion, decidio Cato tras una reflexion). Todos eran personas como el, seres humanos que antes vivian, respiraban y reian, con sus compendios de virtudes y defectos. Hombres junto a los que habia marchado durante los ultimos meses, hombres que se conocian unos a otros mejor de lo que muchos conocen a sus propias familias. Ahora estaban muertos y su rica experiencia de la vida quedaba reducida a una hilera de cifras en un pergamino de registros financieros y a los pocos efectos personales que constituian su legado.

El estilo de Cato se agitaba sobre una tablilla encerada y temblaba entre sus dedos inseguros. Recordo que le habian dicho que la muerte seria su constante companera durante todo su servicio en el ejercito. Habia creido comprender muy bien las implicaciones, pero ahora sabia que existia un amplio abismo entre los elegantes conceptos expresados con frases bien construidas y la sordida realidad de la guerra.

Durante los dias que pasaron mientras se recuperaba, tuvo dificultades para dormir normalmente. Se quedaba tumbado en la tienda de su seccion con los ojos cerrados mientras que su mente trabajaba con fervor y unas terribles imagenes de carnicerias surgian espontaneamente de su imaginacion, como si las estuviera viendo. Incluso cuando estaba despierto le asaltaban sin cesar las mismas imagenes, hasta que empezo a dudar de su cordura. A medida que el agotamiento nervioso lo iba invadiendo, empezo a oir sonidos procedentes de los margenes de su mundo de vigilia: un apagado eco del choque de espadas, Pirax chillando su nombre o Macro bramandole que corriera para salvar la vida.

Cato necesitaba hablar con alguien, pero no podia desahogarse con Macro. Su alegre falta de sensibilidad y el

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