caracter campechano que lo hacian tan admirable tanto en la vida diaria como en el fragor de la batalla eran precisamente lo que imposibilitaba que Cato se confiara a el. Sencillamente, no podia esperar que el centurion comprendiera el tormento por el que estaba pasando. Tampoco queria revelar lo que consideraba como una debilidad suya. La mera posibilidad de que Macro sintiera lastima por el, o peor aun, desprecio, lo llenaba de odio hacia si mismo.
La imagen mas espantosa de entre la atormentadora secuencia de batallas volvia a repetirse cuando al fin se dormia. Sonaria que el guerrero britanico lo sujetaba bajo el agua otra vez. Solo que en aquella ocasion el agua seria sangre, y su espesa rojez salada le llenaria los pulmones y lo asfixiaria. Y el guerrero no moriria, sino que miraria a traves del rio rojo con el rostro horriblemente mutilado por una salvaje herida, pero petrificado en una mueca espantosa mientras sus manos sujetarian a Cato bajo el agua, lejos de la superficie.
Cato se despertaria con un grito y se encontraria sentado muy erguido, con la piel cubierta de un sudor frio y pegajoso y avergonzado por las maldiciones que farfullarian en la tienda los soldados a los que habria molestado. No podria volver a dormirse y pasaria la larga noche tratando de apartar de su pensamiento aquellas terribles imagenes hasta que el grisaceo amanecer diluyera la densa oscuridad que lo envolvia en el interior de la tienda.
Por eso se habia presentado en la tienda de su centurion, desesperado por tener alguna tarea que le exigiera fijar su atencion durante largos intervalos de tiempo, lo bastante largos para expulsar a los demonios que acechaban en los limites de su conciencia. Completar las cuentas de los soldados muertos le exigia la concentracion suficiente para mantener a raya los peores excesos de memoria e imaginacion, pero se centraba en la tarea con tal determinacion que termino el trabajo mucho antes de lo deseado. De manera que Cato repaso los calculos una vez mas para cerciorarse de que eran correctos, o al menos eso fue lo que se dijo.
Al final ya no quedaron mas excusas para dudar de su competencia matematica, por lo que enrollo ordenadamente los pergaminos y los volvio a colocar con cuidado en el arcon de documentos. Ya terminaba cuando una sombra cayo sobre el escritorio de campana.
– Hola, optio -dijo Niso-. Veo que ese negrero que tienes por centurion sigue haciendote trabajar.
– No, lo hago porque quiero. Niso ladeo la cabeza y la apoyo sobre una larga y fina lanza con tres puntas.
– ?Porque quieres? Creo que se me debio de pasar por alto un poco de conmocion cerebral cuando te examine. O eso o que la fiebre se esta aduenando de ti. Sea como sea, te iria bien un descanso. Y, mira por donde, a mi tambien.
– ?A ti? -No pongas esa cara de asombro. Algunos de nuestros heridos sobreviven a mi tratamiento hasta varios dias. No puedo hacer que se mueran lo bastante deprisa. Asi que lo que hace falta es un poco de diversion. En mi caso eso significa pescar. Y ya que estamos acampados junto a un rio no quiero desperdiciar la oportunidad. ?Quieres venir conmigo?
– ?A pescar? No se. Nunca lo he probado. -?Nunca has pescado? -Niso retrocedio fingiendo estar horrorizado-. ?Pero, hombre! ?Que pasa contigo? La antigua practica de separar del agua a nuestros primos con escamas es un derecho inalienable del ser humano. ?Donde te has equivocado?
– He vivido en Roma casi toda mi vida. No se me ocurrio ir a pescar.
– ?Ni siquiera con el poderoso Tiber rugiendo a traves del corazon de tu ciudad?
– Lo unico que alguien saco nunca del Tiber fue un repugnante acceso de eso que llaman la Venganza de Remo. _Ja! -Niso dio una palmada con sus enormes manos-. Aqui no existe esa posibilidad, asi que venga, vamonos. Al atardecer estaran comiendo y la verdad es que podriamos atrapar alguno.
Tras vacilar solo un momento, Cato asintio con la cabeza, cerro la tapa del arcon y volvio a deslizar el pestillo en su sitio. Entonces, la pareja se dirigio hacia la puerta del muro este.
Macro volvio a levantar el faldon de su tienda para observarlos y sonrio. Habia estado sumamente preocupado por el humor sombrio del muchacho durante los ultimos dias. Mas de una vez habia pasado a ver a Cato y habia visto su mirada perdida y el ceno fruncido que apenas cambiaba, y que evidenciaban una silenciosa angustia que el habia visto en muchisimos legionarios tras una dura lucha. La mayoria de los hombres se sobreponian bastante pronto, pero Cato aun no era un hombre, y Macro poseia suficiente sensibilidad como para darse cuenta de que el joven no tenia alma de soldado. Puede que fuera un optio de la magnifica segunda legion, pero bajo la armadura y la tunica reglamentaria del ejercito habia una persona de caracter completamente distinto. Y esa persona estaba sufriendo y necesitaba hablar de ello con alguien que no perteneciera al mundo cerrado de la sexta centuria.
Por mucho que le desagradara la despreocupada falta de respeto de Niso, Macro era consciente de que el cirujano y Cato compartian una sensibilidad similar, y de que el muchacho quiza hallara un poco de consuelo hablando con el. Desde luego, Macro esperaba que asi fuera.
CAPITULO XXX
– Esta bueno -murmuro Macro a la vez que mascaba el trozo de pescado-. ?Condenadamente bueno! -Le sonrio encantado al cartagines que estaba a su lado. Se hallaban sentados en el exterior de su tienda. Un fuego que se extinguia brillaba entre las cenizas grises y seguia desprendiendo calor mientras atraia hacia la muerte a los mosquitos y demas insectos. Cualquier duda que Cato hubiera podido tener sobre la receta de Niso para la trucha se habia disipado y en esos momentos se servia otro pedazo de pescado del cesto caliente que Niso habia llevado a la tienda.
La excursion de pesca habia sido una nueva experiencia y Cato la habia disfrutado mas de lo que habia pensado en un principio. Era raro estar sentado y observar como la luz del sol rielaba en la corriente, abandonarse a la agradable musica de la naturaleza. El susurrar de las olas en la suave brisa se habia fundido con el chapaleo del agua, y la tension de cada uno de los momentos pasados en aquella campana habia empezado a desaparecer. La admiracion de Cato por Niso habia aumentado mientras el cartagines combinaba la habil pesca con alguna que otra tanda de conversacion en voz baja.
– Una exquisitez africana -explico Niso-. Lo aprendi de nuestro cocinero cuando era nino. Se puede hacer con casi cualquier pescado. El secreto radica en la eleccion de las hierbas y especias.
– ?Y donde guardas tu eso en campana? -pregunto Macro. -Con los suministros medicos. La mayoria de ingredientes se puede utilizar para hacer distintos cataplasmas.
– ?Que practico! -Si, ?verdad? Cato observo al cartagines mientras este comia de su plato de campana. Parecia estar muy orgulloso de su linaje y sin embargo servia en las tropas del ejercito que les habia dominado. Era interesante, reflexiono el, como se adaptaba la gente. Dejo su plato de campana en el suelo a su lado.
– Niso -dijo-, ?que se siente al ser cartagines y servir en el ejercito romano, dada nuestra historia mutua?
Niso dejo de masticar un momento. -Alguien me pregunto lo mismo hace unos pocos dias. ?Que se siente? La mayor parte del tiempo estoy demasiado ocupado para pensar en ello. Despues de todo, ya ha pasado mucho tiempo. No parece que tenga mucho que ver conmigo. De todas formas, ahora formamos parte del Imperio y ese es el mundo en el que vivo. Mira el ejercito romano.
Ya no es un ejercito romano como tal. Mira cuantas razas diferentes sirven ahora con las aguilas. Galos, hispanicos, ?lirios, sirios e incluso algunos germanos. Luego estan las cohortes auxiliares. Casi todas las razas del Imperio estan representadas en sus filas. Todos tenemos puesto un interes personal en Roma. Y sin embargo, hay veces que me pregunto… -La voz de Niso se fue apagando por un momento y dirigio la mirada hacia las ascuas refulgentes-. Me pregunto si no hemos entregado a Roma demasiado de nosotros mismos.
– ?Que quieres decir? -pregunto Macro entre un bocado y otro.
– No estoy del todo seguro. Es solo que alli donde viajes dentro del Imperio, e incluso mas alla, encuentras arquitectura romana, soldados y administradores romanos, obras romanas en nuevos teatros romanos, dramas historicos y poesia romana en las bibliotecas, ropa romana en las calles, palabras romanas en boca de gente que nunca vera Roma.
– ?Y que? -Macro se encogio de hombros-. ?Hay algo mejor que Roma?
– No lo se -respondio sinceramente Niso-. Quiza no mejor, pero si diferente. Y son las diferencias lo que a la larga cuenta.
– Son las diferencias las que conducen a la guerra -sugirio Cato.
– Por lo general no. Con mas frecuencia son las similitudes entre nuestros gobernantes. Todos van detras de lo mismo: obtener ventajas en la politica interna, el engrandecimiento personal… en resumen, poder, riqueza y un