hueco en la historia. Siempre es igual cuando hablas de Julio Cesar, Anibal, Alejandro, Jerjes o cualquier otro. Son los hombres como esos los que hacen las guerras, no el resto de nosotros. Estamos demasiado ocupados preocupandonos por la proxima cosecha, por como garantizar el suministro de agua a la ciudad, por si nuestras esposas nos son fieles, por si nuestros hijos llegaran a la edad adulta. Esto es lo que inquieta a las personas modestas de todo el Imperio. La guerra no sirve a nuestros fines. Nos obligan a entrar en ella.

– ?Y una mierda! -solto Macro-. La guerra sirve a mis fines. Yo elegi alistarme en el ejercito, nadie me obligo a hacerlo. Si no fuera por el ejercito todavia estaria en un asqueroso agujero ocupado de manera ilegal ayudando a mi padre a pescar para vivir. Unas buenas campanas mas y habre ahorrado lo suficiente para retirarme por todo lo alto. Y eso mismo vale para Cato. -Por un momento fulmino a Niso con la mirada; luego, satisfecho por haber dicho lo que queria decir, siguio devorando su trozo de pescado.

Cato hizo un movimiento con la cabeza, avergonzado, y trato de desviar la conversacion hacia un terreno mas seguro.

– Pero no cabe duda de que las guerras de Roma se justifican en terminos de lo que viene despues. Piensa en como ha cambiado la Galia al ser parte del Imperio. Alli donde solo habia laxas confederaciones de tribus enfrentadas ahora tenemos orden. Eso tiene que servir a los intereses de los galos tanto como a los nuestros. Extender los limites de la civilizacion es el destino de Roma.

Niso sacudio la cabeza tristemente.

– Eso tal vez es lo que a la mayoria de romanos les gustaria pensar. Pero podria ser que otras naciones tuvieran el suficiente desparpajo como para creer que ya estaban civilizadas, aunque con un criterio de civilizacion distinto.

– Niso, muchacho. -Macro adopto su tono de persona de mucho mundo-. En mis tiempos vi muchas de esas otras supuestas civilizaciones y, creeme, no tienen nada que ensenarnos. No nos superan en nada. Roma es la mejor, de raiz, y cuanto antes lo reconozcan las demas, como has hecho tu, mejor.

Niso se sobresalto y el brillo de los rescoldos se reflejo por un instante en sus ojos muy abiertos antes de que bajara la mirada.

– Centurion, yo me uni al ejercito para obtener los derechos que la ciudadania romana te otorga. Lo hice por motivos pragmaticos, no idealistas. No comparto tu sentimiento sobre el destino de tu Imperio. Con el tiempo desaparecera, al igual que han desaparecido todos los imperios, y todo lo que quedara seran unas estatuas rotas medio enterradas en los desiertos que simplemente suscitaran curiosidad a los viajeros que pasen por alli.

– ?Caer Roma? -se burlo Macro-. ?No digas tonterias, por favor Roma es la mas grande en todos los sentidos. Roma es, bueno… diselo tu, Cato. Tu tienes mas facilidad de palabra que yo.

Cato le lanzo una mirada furiosa a su centurion, enojado por la incomoda situacion a la que le habia empujado. Por mucho que pudiera creer en la mayoria de las afirmaciones de Macro sobre Roma, era muy consciente de la deuda que el Imperio tenia con otras culturas y no queria ofender a su nuevo amigo cartagines.

– Creo que lo que usted quiere decir, senor, es que en cierto modo el Imperio romano marca un hito en la historia, en el sentido de que nosotros representamos una amalgama de las mejores cualidades que pueden darse en el ser humano, junto con la bendicion de los dioses mas poderosos. Todas las guerras que hacemos tienen el proposito de proteger a aquellos que disfrutan de los beneficios del Imperio del peligro de los barbaros que no pertenecen a el.

– ?Asi es! -exclamo Macro triunfalmente-. ?Esos somos nosotros! ?Bien dicho, muchacho! No lo hubiera podido expresar mejor. ?Que dices a eso, Niso?

– Digo que tu optio es joven. -Niso trataba con todas sus fuerzas de que no se notara la amargura en su voz-. Con el tiempo adquirira sus propios conocimientos, no unos de segunda mano. Quizas aprenda algo de los pocos romanos que poseen verdadera sabiduria.

– ?Y quienes podrian ser esos? -pregunto Macro-. Los malditos filosofos, sin duda.

– Podrian ser ellos. Pero tambien podrian estar entre los hombres que nos rodean. He hablado con algunos soldados romanos que comparten mi opinion.

– ?Ah, si? ?Con quien? -Tu tribuno Vitelio, por ejemplo. Macro y Cato intercambiaron una mirada de asombro.

Niso se inclino hacia adelante.

– Ahi teneis a un hombre que considera a fondo las cosas.

Conoce los limites del Imperio. Sabe lo que la expansion del Imperio ha costado a su gente, tanto a los romanos como a los no romanos. Sabe… -Niso se detuvo al darse cuenta de que habia hablado mas de la cuenta--. Lo unico que quiero decir es que el piensa detenidamente en esas cosas, nada mas.

– ?Oh, el piensa detenidamente las cosas, claro que si! -replico Macro con resentimiento-. Y te apunala por la espalda si por casualidad te cruzas en su camino. ?Ese cabron!

– Senor -interrumpio Cato, ansioso por calmar la desagradable tension entre ellos-, sea cual sea nuestra opinion sobre el tribuno, es mejor que nos la guardemos para nosotros por ahora.

Si Niso se habia hecho amigo de Vitelio, entonces debian tener mucho cuidado de no decir nada que el tribuno pudiera utilizar contra ellos, en caso de que Niso repitiera su conversacion. La traicion con el arcon de la paga de Cesar todavia les dolia, y el hecho de que a Vitelio no lo hubieran llamado para dar cuenta de ello lo convertia en un peligroso enemigo.

Macro refreno su genio y se quedo sentado en silencio, mordisqueando una corteza de pan mientras fruncia el ceno ante el oscuro paisaje de interminables lineas de tiendas y fogatas.

Niso espero un momento y luego se levanto y se sacudio las migas de la tunica.

– Ya nos veremos, Cato. -Si. Y gracias por el pescado. El cartagines hizo un gesto con la cabeza, se dio la vuelta y se alejo con brio.

– Yo en tu lugar -dijo Macro en voz baja- procuraria alejarme de el. El tipo frecuenta malas companias. No deberiamos fiarnos de el.

Cato aparto la mirada de su centurion para dirigirla hacia la sombra de Niso que se alejaba rapidamente y luego volvio a mirar a Macro. Se sentia mal por la manera en que su superior habia tratado al cirujano y avergonzado por haberse sentido obligado a secundar su simplista argumentacion. ?Pero que otra alternativa tenia? Y, de todas formas, Niso estaba equivocado. Sobre todo en el juicio que se habia formado sobre el tribuno Vitelio.

CAPITULO XXXI

En cuanto terminaron de levantar los parapetos, el general Plautio ordeno a los soldados que construyeran una serie de fuertes para proteger los accesos al campamento principal. Al mismo tiempo, los zapadores empezaron con el ponton. Clavaron unos pilares en el rio y durante el dia aseguraban los barcos en posicion mientras que por la noche tendian la calzada. Al trabajar desde ambas orillas, los zapadores iban cubriendo el espacio a un ritmo constante y pronto los soldados y los suministros podrian atravesar libremente el Tamesis. Niso los observaba desde un tocon de arbol por encima del rio, con la mirada posada en el brillante reflejo de las antorchas sobre el agua oscura. Tenia el cejo fruncido mientras miraba hacia abajo, al rio, y estaba tan inmerso en sus pensamientos que no se dio cuenta de que tenia visita hasta que el hombre se sento en un tronco cercano.

– ?Vaya, amigo cartagines, si que tienes un aspecto sombrio! -Vitelio solto una risita-. ?Que pasa?

Niso dejo a un lado sus oscuros pensamientos y forzo una sonrisa.

– Nada, senor. -Venga, vamos, puedo leer el cuerpo de una persona como si fuera un libro. ?Que te pasa?

– Tan solo necesitaba estar solo un rato -respondio laconicamente el cirujano.

– Ya veo -replico Vitelio, y se levanto del tronco-. Entonces disculpame, por favor. Pense que podriamos hablar, pero ya me doy cuenta de que no quieres…

Niso movio la cabeza en senal de negacion. -No hace falta que se vaya. Solo estaba pensando, eso es todo.

– ?Sobre que? -Vitelio volvio a sentarse con suavidad-.

Fuera lo que fuera parece haberte alterado.

– Si. -Niso no dijo nada mas y se limito a quedarse mirando de nuevo hacia el otro lado del rio, dejando al tribuno sentado en silencio a su lado.

Vitelio era lo bastante astuto como para saber que el hombre al que queria manipular necesitaba confiar en el

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