CAPITULO XXXII
– ?Donde esta tu amigo cartagines? -pregunto Macro. Estaba sentado con los pies apoyados en su escritorio mientras admiraba la vista que desde su tienda tenia sobre el rio. Habian terminado ya de cenar y los diminutos insectos se arremolinaban en la tenue luz. Macro se dio un manotazo en el muslo y sonrio cuando, al levantar la mano, esta revelo una minuscula mancha roja y el pringue de un mosquito destrozado-. Ja!
– ?Niso? -Cato alzo la vista de la carta que estaba escribiendo en su escritorio de campana, con la pluma en la mano sobre el tintero de arcilla negra de color gris-. Hace dias que no le veo, senor.
– ?Pues adios y buen viaje! Confia en mi, muchacho. Es mejor evitar a los de su calana.
– ?Los de su calana?
– Ya sabes, cartagineses, fenicios y todas esas arteras naciones comerciantes. No te puedes fiar de ellos. Se las saben todas.
– Niso parecia una persona bastante honesta, senor.
– Tonterias. Iba detras de algo. Todos hacen lo mismo. Cuando se dan cuenta de que no tienes nada de lo que ellos querian, se largan.
– Yo mas bien creo que se largo, como usted dice, debido al caracter de la conversacion que tuvimos esa noche que nos hizo la cena, senor.
– Piensa lo que quieras. -Macro se encogio de hombros, con la mano preparada sobre otro molesto insecto que zigzagueaba de manera peligrosa junto a su brazo. Dio un cachete, fallo y el mosquito se alejo revoloteando con un zumbido agudo-. ?Hijo de puta! _Eso es un poco fuerte, senor.
– Hablaba con un bicho, no de tu amigo -replico Macro con irritacion-, aunque los dos son igual de latosos.
– Si usted lo dice, senor. -Si que lo digo, naturalmente. ?Y ahora creo que necesito beber algo! -El centurion se puso en pie y arqueo la espalda, con las manos en las caderas-. ?Ya estamos organizados para esta noche?
A la centuria le tocaba el turno de guardia en el lado este de la empalizada; las recientes bajas en combate implicaban que cada guardia tenia que durar casi dos veces mas de lo normal. No era justo pero, tal como Cato habia llegado a aprender, la imparcialidad no era algo que estuviera muy presente en la mentalidad militar.
– Si, senor. He mandado la lista de turnos al cuartel general y yo mismo hare las rondas para asegurarme.
– Bien. No quiero que ninguno de nuestros muchachos trate de echar una cabezadita. Nuestras tropas ya estan bastante mermadas, gracias a los habitantes del lugar. No puedo permitirme el lujo de empeorar las cosas y que lapiden a alguno de ellos hasta morir.
Cato asintio con la cabeza. Dormirse durante la guardia, al igual que otras muchas infracciones del servicio activo, acarreaba la pena de muerte. La ejecucion debian llevarla a cabo los companeros del culpable.
– Muy bien, si alguien me necesita, estare en la tienda del comedor de centuriones.
Cato lo miro mientras desaparecia en la oscuridad a un paso agil. Los centuriones habian conseguido agenciarse cierta cantidad de anforas de vino de uno de los capitanes de los barcos de transporte. El envio iba dirigido a un tribuno de la decimocuarta, pero el hombre se habia ahogado una noche que decidio ir a nadar un poco despues de haber tomado demasiado falerno y ellos se apoderaron de la nueva remesa antes de que al capitan, un poco corto de entendederas, se le ocurriera devolverla al remitente. Ellos habian dado cuenta de la bebida mucho antes de que el mercader de vinos galo se enterara de que su cliente ya no le podria pagar la factura.
Al quedarse solo, Cato se apresuro a terminar los asuntos administrativos del dia sin que le interrumpieran y puso los pergaminos en su sitio. Aquella era su oportunidad de disfrutar de un poco de paz y tranquilidad. A pesar de la admiracion y la simpatia que sentia por su centurion, Macro era fastidiosamente sociable y se empenaba en conversar en los momentos mas inoportunos. Tanto era asi que a menudo Cato se encontraba apretando los dientes con frustracion mientras Macro no paraba de chacharear con su estilo soldadesco.
Cato era plenamente consciente de lo dificil que le resultaba mantener una conversacion sobre temas triviales con sus companeros militares incluso entonces, tras haber pasado varios meses en el ejercito. La espontanea jocosidad masculina de los legionarios le irritaba terriblemente. Ordinaria, obvia y lamentable, para ellos era como un acto reflejo, pero a el le era muy dificil participar, mas aun porque temia que si trataba de utilizar el argot apropiado lo descubririan al instante. No habia nada peor, reflexiono el, que el que te sorprendan en un condescendiente intento de confraternizar con los soldados rasos.
De vez en cuando Cato trataba de desviar sus conversaciones con Macro hacia temas mas estimulantes. Pero la expresion perdida y a veces molesta con la que eran recibidos sus esfuerzos hacia que rapidamente se mordiera la lengua. Macro compensaba su falta de sofisticacion con generosidad de espiritu, coraje, honestidad e integridad moral, pero justo en aquellos momentos Cato queria alguien con quien hablar, alguien como Niso. Habia disfrutado de la excursion de pesca y habia esperado cultivar una amistad verdadera con el cartagines. La tranquila sensibilidad del cirujano era como un balsamo para las crudas emociones que crispaban su interior. Pero la rotunda hostilidad de Macro habia alejado a Niso. Y lo que era aun peor, este parecia estar cayendo bajo el hechizo del tribuno Vitelio. Asi que, ?con quien podria desahogarse ahora?
Cato se preguntaba si la respuesta seria llevar un diario y consignar sus preocupaciones por escrito. O mejor todavia, le escribiria a Lavinia y sacaria el mejor partido posible del papel de poeta-filosofo atormentado que habia estado interpretando para impresionarla. Aunque para el habian sido muy reales las traumaticas experiencias en combate, era asimismo lo bastante analitico e inteligente como para considerarlas instructivas de alguna manera. Le conferirian un sentido de enigmatico hastio de la vida que sin duda impresionaria a Lavinia.
Cato aplano cuidadosamente con el antebrazo un pergamino en blanco, mojo la pluma en el tintero, limpio el exceso de tinta y coloco la punta sobre la lisa superficie. Todavia habia suficiente luz para escribir durante un rato antes de que tuviera que recurrir al palido resplandor de la lampara de aceite y se tomo tiempo para ordenar detenidamente sus pensamientos. La pluma entro en contacto con el pergamino y trazo con pulcritud el saludo formal: «Saludos de Quinto Licinio Cato a Flavia Lavinia».
La pluma hizo una interminable pausa mientras Cato afrontaba el familiar desafilo de la primera frase. Fruncio el ceno ante el esfuerzo de crear una linea de inicio que impresionara sin que fuera innecesariamente florida. Una frase burlona provocaria en Lavinia un estado de animo no adecuado para lo que seguiria. Por el contrario, un tono demasiado serio al principio podria ser molesto. Se dio una palmada en un lado de la cabeza.
– ?Vamos! ?Piensa! Levanto la vista para asegurarse de que nadie lo habia oido y se sonrojo al cruzarse con la brillante mirada de un legionario que pasaba. Cato le devolvio el saludo y sonrio con timidez antes de volver a mojar la pluma con tinta y escribir la primera frase. «Querida mia, apenas hay instante en el que no piense en ti.»
No estaba mal, penso, y las palabras eran ciertas, aunque el espiritu no lo fuera del todo. Durante los pocos momentos en los que su vida no estaba ocupada con algun que otro servicio, en efecto, pensaba en Lavinia. Especialmente en aquella vez que habian hecho el amor en Gesoriaco poco antes de que ella se hubiera marchado a Roma con su ama, Flavia.
Bajo la cabeza y continuo. Esa vez la inspiracion le vino con facilidad y su pluma se apresuro a escribir las palabras que manaban de su corazon mientras se movia adelante y atras con rapidez entre el tintero y el pergamino. Le hablo a Lavinia sobre la manera tan personal en que la amaba, de la pasion que ardia en sus entranas con solo pensar en ella y de como cada dia que pasaba restaba uno al tiempo que faltaba para estar de nuevo el uno en brazos del otro.
Cato paro para leer lo que habia escrito y hacia una mueca aqui y alla, cuando sus ojos se detenian en alguna que otra frase facil, topico o expresion poco fluida. Pero estaba contento con el efecto global. Ahora queria contarle las cosas nuevas que le habian pasado. Lo que habia estado haciendo desde que se separaron. Queria aliviarse de la carga de todos los acontecimientos terribles que se sentia obligado a recordar pero que no lograba entender. El sentimiento de culpa al acordarse de una estocada mortal, el hedor del campo de batalla a los dos dias de la lucha, el fetido y oleoso humo de las piras funerarias que tapaba el sol y asfixiaba los pulmones de aquellos que se encontraban en la misma direccion del viento. La forma en que la sangre y los intestinos brillaban cuando se desparramaban en un radiante dia de verano.
Lo que mas deseaba era confesar aquel terror que le retorcio las entranas y que habia sentido cuando el transporte se habia acercado a las filas de britanos que chillaban en la otra orilla del Tamesis. Queria explicarle a alguien lo poco que le habia faltado para encogerse de miedo en los imbornales y negarse a gritos a aguantar nada mas.
Pero de la misma manera que tuvo miedo de que sus companeros reaccionaran con indignacion y lastima ante su debilidad, tambien temia que Lavinia lo considerara menos que un hombre. Y, consciente de su juventud y falta