de experiencia mundana comparado con otros hombres de la legion, temia que ella lo despreciara por ser un ninito asustado.
El atardecer dio paso a la noche, iluminada unicamente por el delgado cuarto menguante de la luna, y al final Cato decidio que no podia contarle a Lavinia mas que un simple resumen de la batalla en la que habia combatido. Encendio la lampara y, bajo su parpadeante luz, se inclino sobre el pergamino y describio con dinamismo y sencillez la evolucion de la campana hasta el momento. Casi habia terminado cuando aparecio Macro, que regresaba del comedor de los centuriones, y que maldijo en voz alta al golpearse el dedo del pie con una estaquilla de la tienda.
– ?Quien carajo puso eso ahi? -Su enojo hacia que arrastrara aun mas las palabras. Paso junto a Cato dando trompicones, entro en la tienda y se desplomo pesadamente sobre su cama de campana, que acto seguido se vino abajo con el chasquido de algo que se astilla. Cato alzo los ojos al cielo y sacudio la cabeza antes de limpiar la pluma y recoger sus articulos de escritorio.
– ?Como se encuentra, senor?- -?Pues bastante mal! Esta maldita cama de mierda ha querido matarme. Y ahora esfumate y dejame solo.
– ?Por supuesto, senor! Ya me esfumo. -Cato sonrio mientras se ponia en pie y agachaba la cabeza bajo la orla del toldo-. Le vere por la manana, senor.
– Por la manana, ?por que no? -respondio Macro de forma distraida al tiempo que forcejeaba con su tunica. Entonces decidio abandonar y se dejo caer sobre los restos de su cama de campana. Luego se apoyo en el codo de una sacudida.
– ?Cato! -?Senor? -Tenemos ordenes de ver al legado manana a primera hora. ?No vayas a olvidarte, muchacho!
– ?Al legado? -Si, al maldito legado. Y ahora vete al carajo y dejame dormir un poco.
CAPITULO XXXIII
El toque de guardia de primera vela sono desde el cuartel general, inmediatamente seguido de los toques de las otras tres legiones acampadas en la orilla izquierda del Tamesis y, un instante despues, por el de la legion que todavia se encontraba en la orilla derecha. Aunque el general Plautio estaba con el contingente mas numeroso, coordinando los preparativos para la siguiente fase del avance, las aguilas de las cuatro legiones seguian alojadas en un area del cuartel general construida en el otro lado del rio, asi que, oficialmente, el ejercito todavia no habia cruzado el Tamesis. Se le concederia ese triunfo a Claudio. El emperador y las aguilas atravesarian juntos el Tamesis. Seria un espectaculo magnifico, Vespasiano no tenia ninguna duda sobre ello. Se sacaria la mayor ventaja politica posible del avance hacia la capital enemiga de Camuloduno. El emperador, que llevaria una deslumbrante armadura ceremonial, y su sequito encabezarian la procesion y, en algun lugar de entre el largo cortejo de seguidores, estaria Flavia.
Flavia, al igual que todas las personas cercanas al emperador, iba a estar estrechamente vigilada por los agentes imperiales; todos aquellos con quienes hablara y toda conversacion que pudieran oir serian debidamente anotados y enviados a Narciso. Vespasiano se preguntaba si el liberto en quien mas confiaba el emperador acompanaria a su senor en aquella campana. Todo dependia de la confianza que Claudio tuviera en su esposa y en el prefecto de la guardia pretoriana que estaba al mando de las legiones que habian permanecido en Roma. Vespasiano solo habia visto una vez a Mesalina, en un banquete de palacio. Pero le basto esa sola vez para darse cuenta de que una mente aguda como una aguja contemplaba el mundo desde detras de la deslumbrante mascara de su belleza. Sus ojos, muy maquillados al estilo egipcio, lo habian atravesado con una ardiente mirada y Vespasiano no pudo hacer mas que evitar apartar la mirada. Mesalina habia sonreido con aprobacion ante su temeridad al tiempo que le tendia la mano para que se la besara.
– Deberias tener cuidado con este, Flavia. -habia dicho ella-. Un hombre que con tanta facilidad sostiene la mirada a la esposa del emperador es un hombre que seria capaz de cualquier cosa. -Flavia forzo una debil sonrisa y rapidamente se llevo de alli a su marido.
Era ironico, penso Vespasiano al recordar el acontecimiento, que hubiera sido el y no Flavia a quien habian senalado como conspirador en potencia, por mucha sutileza con que lo hubiesen hecho. Flavia habia parecido ser la esposa leal y ciudadana modelo en todos los sentidos y nunca le habia dado motivos para temer que pudiera involucrarse en algo mas peligroso que una excursion a los banos publicos.
Considerandolas desde el presente, las pequenas comidas sociales que habia dado o a las que habia sido invitada sin su presencia parecian entonces decididamente siniestras, especialmente cuando algunas de aquellas personas con las que habia comido habian sido condenadas despues de la investigacion que llevo a cabo la red de espias de Narciso. Vespasiano aun no sabia hasta que punto estaba relacionada con aquellos que conspiraban contra Claudio. Hasta que no le planteara la cuestion no podia estar seguro. Incluso entonces, suponiendo que no fuera ni sombra de la traidora de sangre fria que Vitelio afirmaba que era, ?como podria saber el si su version de los hechos era autentica? La posibilidad de que Flavia mintiera y de que el no fuera capaz de darse cuenta de la falsedad lo llenaba de una terrible sensacion de inseguridad.
Llego a sus oidos el ruido de unos pasos sobre las tablas del exterior de la tienda que le hacia de oficina y rapidamente agarro el pergamino que tenia mas cerca y concentro la mirada en el: una solicitud del cirujano jefe de la legion para aumentar la capacidad del hospital.
Tuvo lugar un intercambio de palabras en voz baja antes de que el centinela gritara:
– ?Espere aqui! El faldon de la tienda se abrio y un rayo de luz cayo inclinado sobre su escritorio e hizo que Vespasiano entrecerrara los ojos al levantar la vista.
– ?Que pasa? -Disculpe, senor, el centurion Macro y su optio han venido a verle. Dice que se le ordeno venir aqui despues del toque de la primera vela.
– Bueno, entonces llegan tarde -se quejo Vespasiano-. Que entren.
El centinela se agacho al salir y se puso a un lado mientras sostenia el faldon de la tienda.
– Muy bien, senor. El legado les recibira ahora. Dos figuras entraron bajo el rayo de luz, se acercaron a su escritorio, estamparon los pies contra el suelo y se pusieron en posicion de firmes.
– El centurion Macro y el optio Cato se presentan tal como se les ordeno, senor.
– Llegas tarde.
– Si, senor. -Por un momento Macro penso en disculparse, pero no dijo nada. En el ejercito no se admitian disculpas. O se hacia lo que a uno le ordenaban o no, y no habia excusas.
– ?Por que? -?Senor? -?Por que llegas tarde, centurion? El toque de primera vela sono ya hace un rato.
– Si, senor. Vespasiano sabia cuando le andaban con evasivas. Mientras su vista se volvia a adaptar a la tenue luz del interior de la tienda vio que al centurion Macro le pesaban los ojos y tenia un aspecto cansado. Dado el historial de aquel hombre, decidio que una advertencia extraoficial seria suficiente.
– De acuerdo, centurion, pero si esto vuelve a repetirse habra consecuencias.
– Si, senor. -Y si alguna vez me entero de que dejas que la bebida interfiera en tus obligaciones, te juro que hare que vuelvas a la tropa. ?Lo has entendido?
– Si, senor -respondio Macro con un energico movimiento de la cabeza.
– De acuerdo, caballeros, entonces tengo trabajo para vosotros. No es nada demasiado peligroso pero de todas maneras es importante y no va a obstaculizar la recuperacion del optio. -Vespasiano rebusco entre unos cuantos documentos que habia a un lado del escritorio y con cuidado saco una hoja pequena con un sello en una esquina-. Aqui tienes tu salvoconducto. Llevaras a tu centuria de vuelta a Rutupiae. Alli te encontraras con los reemplazos de la octava. Quiero que escojas a los mejores para la segunda. Haz que se alisten con nuestros efectivos enseguida y, que las otras legiones se queden con el resto. ?Entendido?
– Si, senor. -Y si eres rapido, puedes embarcar a tus hombres en uno de los transportes que llevan a los heridos hacia la costa. Podeis retiraros.
De nuevo solo en su tienda, Vespasiano se puso a pensar en otro asunto que le habia estado preocupando. Aquel mismo dia, mas temprano, el y otros comandantes de la legion habian sido convocados por el general Plautio para ser informados sobre los ultimos intentos de negociacion con las tribus britanas. Las noticias de Adminio no eran buenas. El hecho de que el ejercito romano no hubiera seguido su avance hacia la capital de Carataco habia alarmado a las tribus que se habian comprometido con Roma. Les habian dado a entender que la confederacion