de Van Nuys.

– Escucha, no quiero aguar la fiesta, pero Annabelle Crowe se ha ido.

– ?Que quiere decir que se ha ido?

– Eso, quiere decir que se ha ido. Estoy en su apartamento ahora, y esta vacio.

– ?Mierda! La necesitabamos de verdad, Harry. ? Cuando se ha largado?

– No lo se, acabo de descubrirlo.

– ?Has hablado con el conserje?

– Todavia no. Pero no va a saber mucho mas, aparte de cuanto hace que se fue. Si esta huyendo del juicio, no habra dejado ninguna direccion al conserje.

– Bueno, ?cuando fue la ultima vez que hablaste con ella?

– El jueves. La llame aqui. Pero hoy la linea esta desconectada y no hay ningun desvio de llamada.

– ?Mierda!

– Si, ya lo habias dicho.

– Recibio Ja citacion, ?verdad?

– Si, la recibio el jueves. Para eso la llame, para asegurarme.

– Muy bien, entonces a lo mejor se presenta manana.

Bosch observo el apartamento vacio.

– Yo no contaria con eso.

Miro su reloj. Eran mas de las cinco. Habia estado tan seguro de Annabelle Crowe que habia sido el ultimo testigo que habia ido a visitar. Ninguna pista indicaba que fuera a marcharse. Sabia que tendria que pasarse la noche tratando de encontrarla.

– ?Que puedes hacer? -pregunto Langwiser.

– Tengo informacion de ella que puede servirme. Tiene que estar en la ciudad. Es actriz, ?a que otro sitio podria ir?

– ?A Nueva York?

– Alli van los actores de verdad. Ella es solo una cara. Se quedara aqui.

– Encuentrala, Harry. La necesitaremos la semana que viene.

– Lo intentare.

Se produjo un momento de silencio mientras ambos consideraban la situacion.

– ?Crees que Storey ha contactado con ella? -pregunto finalmente Langwiser.

– No lo se. Puede haberle ofrecido lo que necesita: un trabajo, un papel, dinero. Cuando la encuentre se lo preguntare.

– Vale, Harry. Buena suene. Si la encuentras esta noche, dimelo. Si no, te vere por la manana.

– De acuerdo.

Bosch cerro el movil y lo dejo en la encimera. Luego saco una fina pila de tarjetas de ocho por trece. En cada tarjeta tenia anotados el nombre de uno de los testigos de los que era responsable de investigar y preparar para el juicio, asi como sus direcciones personales y del trabajo y numeros de telefono y de busca. Reviso la tarjeta correspondiente a Annabelle Crowe y luego marco el numero de su busca. Un mensaje grabado decia que el busca ya no estaba en servicio.

Cerro el telefono y volvio a mirar la ficha. Abajo figuraba el nombre y numero de telefono de la agente de Annabelle Crowe. Decidio que el lazo que la unia con su agente podria ser el que no habia roto.

Volvio a guardarse el telefono y las fichas en el bolsillo. La averiguacion iba a hacerla en persona.

13

McCaleb cruzo solo en el Following Sea y llego al puerto de Avalon a la caida de la noche. Buddy Lockridge se habia quedado en Cabrillo, porque no habia surgido ninguna nueva salida de pesca y no iban a necesitarlo hasta el sabado. Cuando llego a la isla, McCaleb llamo por el canal 16 de la radio al capitan de puerto y recibio ayuda para atracar el barco.

El peso anadido de dos voluminosos tomos que habia encontrado en la seccion de libros usados de la libreria Dutton, en Brentwood, y la neverita con los tamales congelados hicieron que la subida hasta su casa resultara extenuante. Tuvo que detenerse dos veces para descansar. En ambas ocasiones se sento en la nevera y saco uno de los libros de la bolsa de cuero para poder estudiar una vez mas la oscura obra de Hieronymus Bosch; incluso en las sombras del anochecer.

Desde su visita al Getty, las imagenes de los cuadros de Bosch no se habian alejado de sus pensamientos. Nep Fitzgerald le habia dicho algo al final de su reunion en el despacho. Justo antes de cerrar el libro con las laminas que reproducian El jardin de las delicias lo miro con una timida sonrisa, como si tuviera algo que decir y no se atreviera.

– ?Que? -pregunto el.

– No, no es nada, solo una observacion.

– Adelante. Me gustaria escucharla.

– Iba a mencionar que muchos de los criticos y estudiosos han visto en la obra de Bosch un corolario de los tiempos contemporaneos. Esa es la marca de un gran artista, que su obra resista la prueba del tiempo. Si tiene poder para conectar con la gente… e incluso influir en ella.

McCaleb asintio. Sabia que ella queria que le explicara en que estaba trabajando.

– Entiendo lo que me dice. Lo siento, pero por el momento no puedo hablarle del caso. Quiza algun dia lo hare, o simplemente usted sabra de que se trataba. Pero gracias. Creo que me ha ayudado mucho. Aun no estoy seguro.

McCaleb recordo esta conversacion sentado sobre la nevera. Un corolario de los tiempos contemporaneos, penso. Y de los crimenes. Abrio el mayor de los dos libros que habia comprado por la ilustracion en color de la obra maestra de Bosch. Examino la lechuza de ojos negros y su instinto le dijo que estaba cerca de algo significativo. Algo muy oscuro y peligroso.

Cuando llego a casa, Graciela abrio la neverita en la cocina. Saco tres de los tamales de maiz verde y los puso en un plato para descongelarlos en el microondas.

– Voy a hacer chiles rellenos, tambien-dijo-. Suerte que has llamado desde el barco, si no habriamos cenado sin ti.

McCaleb dejo que se desahogara. Sabia que estaba enfadada por lo que estaba haciendo. Se acerco a la mesa donde estaba apoyada la gandulita de Cielo. La nina estaba mirando al ventilador del techo y moviendo las mitas ante sus ojos, acostumbrandose a ellas. McCaleb se inclino y le beso las manos y luego la frente.

– ?Donde esta Raymond?

– En su habitacion, con el ordenador. ?Por que has traido solo diez?

McCaleb la miro cuando ella se sentaba al lado de Cielo. Estaba poniendo el resto de los tamales en un tupper para congelarlos.

– Lleve la neverita y le pedi que me la llenara. Supongo que no cabian mas.

Graciela sacudio la cabeza, enfadada con el.

– Nos sobra uno.

– Pues tiralo o invita a cenar a un amigo de Raymond la proxima vez. ?Que importa eso, Graciela? Es un tamal.

Graciela se volvio y miro a su marido en la oscuridad, con ojos disgustados que pronto se calmaron.

– Estas sudando.

– Acabo de subir la colina. Ya habia pasado el ultimo autobus.

Ella abrio un armarito y saco una cajita de plastico que contenia un termometro. Habia termometros en todas las habitaciones de la casa. Graciela saco este y lo agito mientras se acercaba a McCaleb.

– Abre la boca.

– Usemos el electronico.

– No, no me fio.

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