– Yo no he dicho eso.

– No hace falta que lo digas. Te conozco y con solo verte la cara desde que ha venido Jaye…

– Lo que no quiero es que esto cambie. Nada mas.

– Lo entiendo. Yo tampoco quiero que cambie. Y no va a cambiar. Lo unico que voy a hacer es mirar el expediente y la cinta y darle mi opinion a Jaye.

– Sera mas que eso. Te conozco. Te he visto en accion y se que te quedaras enganchado. Es tu especialidad.

– No quiero implicarme. Solo voy a hacer lo que me ha pedido. Ni siquiera lo hare aqui. Voy a llevarme lo que me ha dado al barco, ?vale? No quiero tenerlo en casa.

McCaleb sabia que iba a hacerlo con el consentimiento de Graciela o sin el, pero deseaba su aprobacion de todos modos. La relacion entre ambos era todavia tan reciente que el siempre buscaba la aprobacion de ella. Habia pensado en el asunto y se preguntaba si tenia algo que ver con su segunda oportunidad. El sentimiento de culpa lo habia acosado en los ultimos tres anos, y todavia surgia cuando menos se lo esperaba, como un control de carretera. De alguna manera sentia que si aquella mujer le daba el permiso para seguir viviendo, todo estaria bien. Su cardiologa lo habia llamado la culpa del superviviente. El vivia porque otra persona habia muerto y por eso debia ganarse la redencion. Pero McCaleb pensaba que esa explicacion era demasiado simple.

Graciela puso mala cara, aunque a McCaleb le seguia pareciendo hermosa. Tenia la piel cobriza y un pelo castano oscuro que enmarcaba un rostro con ojos de un marron tan oscuro que apenas se distinguia el iris de la pupila. La belleza de su esposa era otra de las razones por las que buscaba siempre su aprobacion. Habia algo purificador en sentirse banado por la luz de su sonrisa.

– Terry, he escuchado lo que hablabais en el porche, despues de que la nina se durmiera. Oi lo que dijo Jaye acerca de que era lo que hacia latir tu corazon y de que no pasa un dia sin que pienses en tu trabajo. Solo te pido que me digas si tenia razon.

McCaleb se quedo un momento en silencio. Miro el plato vacio y luego hacia el puerto y las luces de las casas que trepaban por la otra colina, hasta el hotel de la cima del monte Ada. Asintio muy despacio y luego volvio a mirarla.

– Si, tenia razon.

– Entonces, todo esto, lo que hacemos aqui, la nina, ?es una mentira?

– No, claro que no. Esto lo es todo para mi y lo protegeria con todo lo que tengo. Pero la respuesta es que si, pienso en lo que era y en lo que hacia. Cuando estaba en el FBI salvaba vidas, Graciela, asi de simple. Luchaba contra el mal para que este mundo fuera un poco menos oscuro. -Levanto la mano e hizo un gesto hacia el puerto-. Ahora tengo una vida maravillosa contigo y con Cielo y con Raymond. Y pesco para la gente rica que no tiene otra cosa en la que gastar el dinero.

– O sea que quieres las dos cosas.

– No se lo que quiero, pero se que cuando Jaye estuvo aqui yo le hablaba porque sabia que me estabas escuchando. Decia lo que querias escuchar, pero sabia que no era lo que de verdad queria yo. Lo que queria era abrir ese expediente y ponerme a trabajar en ese mismo instante. Jaye no se equivocaba conmigo, Gracie. No me habia visto en tres anos, pero me tenia bien calado.

Graciela se levanto y rodeo la mesa para ir a sentarse en el regazo de su marido.

– Es solo que estoy asustada por ti -dijo, y se abrazo a el.

McCaleb saco dos vasos altos del armario y los puso en la encimera. Lleno el primero con agua mineral y el segundo con zumo de naranja. Entonces, empezo a tragar las veintisiete pastillas que habia alineado en la mesa, acompanandolas con sorbitos de agua y de zumo para ayudar a pasarlas. Tomarse las pildoras -dos veces al dia- era su ritual, y lo detestaba. No era por el sabor, eso era algo que ya habia superado con creces en los ultimos tres anos, sino porque el ritual constituia un recordatorio de la extrema dependencia de factores externos que tenia su vida. Las pastillas eran una correa. No podria vivir mucho tiempo sin ellas. Buena parte de su mundo giraba en torno a asegurar que siempre las tendria. Hacia planes acerca de ellas, las acaparaba. A veces incluso aparecian en sus suenos.

Cuando hubo acabado, McCaleb fue a la sala de estar, donde Graciela estaba leyendo una revista. No levanto la mirada cuando el entro, otra senal de que no le hacia gracia lo que de repente estaba sucediendo en su casa. El se quedo alli un momento, pero al ver que nada cambiaba se fue a la habitacion de la nina, al fondo del pasillo.

Cielo continuaba dormida en su cuna. La luz del techo estaba atenuada y subio la intensidad lo justo para verla con claridad. Se acerco a la cuna y se inclino para sentir la respiracion del bebe y percibir su olor. Cielo tenia la piel y el pelo oscuros, como su madre, pero los ojos eran azules como el oceano. Sus manilas estaban cerradas en punos, como si quisiera mostrar que estaba dispuesta a luchar por la vida. McCaleb sentia un profundo amor por ella cuando la veia dormir. Penso en toda la preparacion que habia tenido que pasar, en los libros y los consejos de las amigas de Graciela que eran enfermeras de pediatria en el hospital. Todo para estar preparados para cuidar de una vida fragil y extremadamente dependiente de ellos. Nadie le dijo nada, ni el lo leyo en ningun sitio, para prepararlo para lo contrario: la certeza que tuvo en el mismo instante de tenerla en brazos por primera vez, la certidumbre de que su propia vida dependia de la de la nina.

Estiro el brazo y cubrio la espalda de la nina con la mano. Ella no se movio. McCaleb sentia el latido del minusculo corazon. Parecia acelerado y desesperado, como una plegaria susurrada. En ocasiones ponia la mecedora al lado de la cuna y se quedaba observando a la pequena hasta muy tarde. Esa noche era diferente. Tenia que irse. Tenia trabajo que hacer y no estaba seguro de si estaba alli para darle las buenas noches a Cielo o si de algun modo tambien buscaba obtener de la nina inspiracion o aprobacion. Bien pensado no tenia sentido, sin embargo, sabia que tenia que observarla y tocarla antes de ponerse a trabajar.

McCaleb camino por el embarcadero y luego bajo las escaleras hasta el muelle de los esquifes. Encontro su Zodiac entre las otras pequenas lanchas y subio a bordo, con cuidado de poner la cinta de video y el expediente de la investigacion bajo la proteccion de la proa inflable. Tiro dos veces de la cuerda hasta que el motor se puso en marcha y se dirigio hacia el carril central del puerto. En Avalon no habia atracaderos, las embarcaciones estaban atadas a boyas dispuestas en lineas que seguian la forma concava del puerto natural. Como era invierno, habia pocos barcos, pero de todos modos McCaleb no corto camino pasando entre las boyas. Siguio los pasillos, del mismo modo que cuando uno conduce por las calles del barrio no pasa por encima de los jardines de los vecinos.

Hacia frio en el agua y McCaleb se abrocho el chubasquero. Al aproximarse al Following Sea distinguio el brillo de la television detras de las cortinas del salon. Eso significaba que Buddy Lockridge no habia terminado a tiempo de tomar el ultimo trasbordador y se iba a quedar a pasar la noche.

McCaleb y Lockridge trabajaban juntos el negocio de las excursiones de pesca. El barco estaba puesto a nombre de Graciela y la titularidad de la licencia para las excursiones y del resto de la documentacion relacionada con el negocio era de Lockridge. Los dos hombres se habian conocido mas de tres anos antes, cuando McCaleb tenia atracado el Following Sea en el puerto deportivo de Cabrillo, en Los Angeles, y vivia a bordo mientras se dedicaba a restaurarlo. Buddy residia en un barco vecino y ambos habian desarrollado una amistad que en los ultimos tiempos se habia convertido en sociedad.

Durante las agitadas temporadas de primavera y verano, Lockridge se quedaba muchas noches en el Following Sea, pero en temporada baja solia tomar un trasbordador hasta su barco amarrado en el puerto deportivo de Cabrillo. Al parecer tenia mas exito en los bares de la ciudad que en los escasos locales de la isla. McCaleb supuso que volveria a la manana siguiente, puesto que no tenian ninguna otra salida hasta al cabo de cinco dias.

McCaleb choco con la Zodiac en la bovedilla del Following Sea. Paro el motor y salio con la cinta y la carpeta. Ato la lancha a la cornamusa y se dirigio a la puerta del salon. Buddy estaba esperandolo alli, porque habria oido la Zodiac o habria notado el golpe en la popa. Abrio la puerta corredera, con una novela de bolsillo en la mano. McCaleb echo un vistazo a la tele, pero no pudo distinguir que estaba viendo.

– ?Que pasa, Terror? -pregunto Lockridge.

– Nada. Necesito trabajar un poco. Usare el camarote de proa, ?vale?

Entro en el salon. Hacia calor. Lockridge tenia el calefactor encendido.

– Claro. ?Puedo ayudarte en algo?

– No, no tiene nada que ver con el negocio.

– ?Tiene que ver con la mujer que vino antes, la ayudante del sheriff?

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