Bosch paso por todos los mostradores de alquiler de coches del aeropuerto internacional McCarran de Las Vegas, pero en ninguno quedaban vehiculos disponibles. Se reprendio en silencio por no haber hecho una reserva y salio de la terminal para coger un taxi. Cuando le dio la direccion de Lone Mountain Drive a la taxista, pudo ver claramente su decepcion en el espejo retrovisor. El destino no era un hotel, de manera que ella no podria conseguir de inmediato una carrera de regreso.

– No se preocupe -dijo Bosch, comprendiendo su problema-. Si me espera puede llevarme de vuelta al aeropuerto.

– ?Cuanto tiempo va a estar? Me refiero a que Lone Mountain esta bastante lejos, en los pozos de arena.

– Podria estar cinco minutos o quiza menos. Puede que media hora. No creo que mas.

– ?Espera con el taximetro?

– Como usted quiera.

Ella penso un momento y puso en marcha el coche.

– De todos modos -dijo Bosch-, ?donde estan todos los coches de alquiler?

– Hay una gran convencion en la ciudad. De electronica, creo.

El trayecto hasta el desierto, al noroeste del Strip, era de treinta minutos. Los edificios de neon y vidrio se batieron en retirada y el taxi atraveso barrios residenciales hasta que estos tambien se hicieron mas escasos. La tierra era de un marron desigual y estaba salpicada de matorrales dispares. Bosch sabia que las raices de cada arbusto se extendian mucho y absorbian la escasa humedad de la tierra, haciendo que el terreno pareciera muerto y desolado.

Las casas eran asimismo escasas y se hallaban separadas unas de otras, como si cada una fuera un puesto de avanzada en tierra de nadie. Las calles habian sido disenadas y pavimentadas tiempo atras, pero el boom de Las Vegas aun no habia llegado hasta alli, aunque estaba en camino. La ciudad iba extendiendose como una mancha de algas en el mar.

La carretera empezo a empinarse hacia una montana color chocolate. El coche se sacudio cuando a su lado paso rugiendo una procesion de camiones de dieciocho ruedas cargados de arena de los pozos de excavacion que habia mencionado la taxista. Y enseguida el camino pavimentado dejo paso a la gravilla y el taxi levanto una estela de polvo a su paso. Bosch empezo a pensar que la direccion que la supervisora insoportable del ayuntamiento le habia dado era falsa. Pero entonces llegaron.

La direccion a la que se enviaban los cheques mensuales correspondientes a la pension de Claude Eno era una casa extendida estilo rancho, de estuco rosa y con un tejado de color blanco polvoriento. Si miraba mas alla, Bosch distinguia donde terminaba incluso el camino de grava. Era el final del trayecto. Nadie vivia mas apartado que Claude Eno.

– No se -dijo la taxista-. ?Quiere que le espere? Esto parece la luna.

La mujer habia aparcado en el sendero, detras de un Olds Cutlass modelo finales de los setenta. Habia otro vehiculo en una cochera, cubierto por una lona que era azul en la parte del fondo de la cochera, pero que parecia casi blanca en las superficies sacrificadas al sol.

Bosch saco su fajo de billetes y pago a la taxista treinta y cinco dolares por el viaje de ida. Despues saco dos billetes de veinte, los partio por la mitad y le dio la mitad de cada billete.

– Si espera, le doy la otra mitad.

– Mas la tarifa de vuelta al aeropuerto.

– Mas la tarifa.

Bosch salio, dandose cuenta de que si nadie le abria la puerta los suyos podian ser los cuarenta pavos perdidos mas deprisa en todo Las Vegas. Pero estaba de suerte. Una mujer con aspecto de tener casi setenta anos le abrio la puerta antes de que llamara. «?Y por que no? -penso-. En esta casa puedes ver llegar a las visitas desde mas de un kilometro.»

Bosch sintio la rafaga del aire acondicionado que escapaba a traves de la puerta abierta.

– ?Senora Eno?

– No.

Bosch saco la libreta y comprobo la direccion con los numeros negros clavados en la pared, al lado de la puerta. Coincidian.

– ?Olive Eno no vive aqui?

– No ha preguntado eso. Yo no soy la senora Eno.

– ?Podria hablar con la senora Eno, por favor? -Molesto con la meticulosidad de la senora, Bosch mostro la placa que McKittrick le habia devuelto despues del paseo en barco-. Es un asunto policial.

– Bueno, puede intentarlo. No ha hablado con nadie en tres anos, al menos no ha hablado con nadie que este fuera de su imaginacion.

Invito a Bosch a pasar y este se adentro en la fria casa.

– Yo soy su hermana. Cuido de ella. Olive esta en la cocina. Estabamos comiendo cuando vi la nube de polvo que subia por la carretera y despues lo oi llegar.

Bosch la siguio por un pasillo de baldosas hasta la cocina. La casa olia a viejo, como a polvo, moho y orina. En la cocina habia una mujer con aspecto de gnomo y el pelo blanco. Estaba sentada en una silla de ruedas, ocupando apenas un tercio del espacio que ofrecia el asiento. Las manos nudosas y blancas de la mujer estaban entrelazadas encima de una bandeja deslizante situada delante de la silla. La anciana tenia cataratas de color azul lechoso en ambos ojos y estos parecian muertos para el mundo exterior. Bosch reparo en un bol de salsa de manzana en la mesa de al lado. Solo tardo unos segundos en sopesar la situacion.

– Cumplira noventa en agosto -dijo la hermana-. Si llega.

– ?Cuanto tiempo lleva asi?

– Mucho. Yo hace tres anos que la cuido. -Se doblo hacia la cara de gnomo y anadio en voz alta-: ?Verdad, Olive?

El volumen de la pregunta parecio disparar un interruptor y la mandibula de Olive Eno empezo a moverse, aunque no emitio ningun sonido inteligible. Detuvo el esfuerzo despues de un rato y la hermana se enderezo.

– No te preocupes, Olive. Ya se que me quieres.

Esta frase no la dijo en voz tan alta. Quiza temia que Olive lograra negarlo.

– ?Como se llama? -pregunto Bosch.

– Elizabeth Shivone. ?De que se trata? He visto que esa placa suya es de Los Angeles, no de Las Vegas. ?No se ha alejado un poco?

– La verdad es que no. Se trata de uno de los viejos casos de su cunado.

– Hace cinco anos que murio Claude.

– ?Como murio?

– Simplemente murio. Le revento el corazon. Se derrumbo ahi mismo donde esta usted ahora.

Ambos miraron al suelo como si el cadaver continuara alli.

– He venido a mirar sus cosas -dijo Bosch.

– ?Que cosas?

– No lo se. Pensaba que tal vez guardaba archivos de su epoca en la policia.

– Sera mejor que me diga que esta haciendo aqui. No me suena correcto.

– Estoy investigando un caso en el que trabajo en mil novecientos sesenta y uno. Sigue abierto. Faltan partes del archivo. Pense que tal vez se las habia llevado el. Pensaba que tal vez se quedo con algo importante. No se que. Cualquier cosa. Crei que merecia la pena intentado..

Bosch vio que la mente de Elizabeth trabajaba y los ojos de la mujer se congelaron por un segundo cuando su recuerdo se engancho con algo.

– Hay algo, ?verdad? -dijo el.

– No, creo que deberia irse.

– Es una casa grande. ?Tenia un despacho en casa?

– Claude dejo la policia hace treinta anos. Se construyo su casa en medio de ninguna parte para estar alejado de eso.

– ?Que hizo cuando se traslado aqui?

– Trabajo en la seguridad de un casino. Unos anos en el Sands y despues veinte en el Flamingo. Cobraba dos pensiones y cuidaba bien de Olive.

– Hablando de eso, ?quien firma ahora el recibo de los cheques de la pension?

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