12

Al cabo de diez minutos estaban delante de la casa de los Verloren. El barrio en el que habia vivido Becky Verloren todavia parecia agradable y seguro. Red Mesa Way era una avenida amplia, con aceras a ambos lados y no pocos arboles de copa frondosa. La mayoria de las casas eran bungalows con extensas parcelas de terreno. En los anos sesenta, las propiedades mas grandes atrajeron a la gente a establecerse en la esquina noroeste de la ciudad. Cuarenta anos despues, los arboles habian alcanzado la madurez y el barrio daba sensacion de cohesion.

La casa de los Verloren era una de las pocas que tenia una segunda planta. Era de estilo bungalow, pero el tejado asomaba por encima de un garaje de dos plazas.

Bosch sabia por el expediente del caso que el dormitorio de Becky se encontraba en el piso de arriba, encima del garaje y en la parte de atras.

La puerta del garaje estaba cerrada. No habia signo aparente de que hubiera alguien en la vivienda. Aparcaron en el sendero de entrada y caminaron hasta el portal. Al pulsar el timbre, Bosch oyo un repique, un unico tono que parecia muy distante y solitario.

Salio a abrir una mujer que llevaba un vestido sin forma que la ayudaba a ocultar su cuerpo sin forma. Llevaba sandalias. Tenia el cabello tenido de un rojo demasiado anaranjado. Parecia un trabajo casero que no habia ido segun lo planeado, pero o bien la mujer no se habia fijado o no le importaba. En cuanto abrio la puerta, un gato gris salio al patio delantero.

– Smoke, ?ten cuidado! -grito primero. Despues dijo-: ?Puedo ayudarles?

– ?Senora Verloren? -pregunto Rider.

– Si, ?que desean?

– Somos de la policia. Nos gustaria hablar con usted de su hija.

En cuanto Rider dijo la palabra «policia» y antes de llegar a «hija», Muriel Verloren se llevo ambas manos a la boca y reacciono como si se repitiera el momento en que descubrio que su hija habia muerto.

– ?Oh, Dios mio! ?Oh, Dios mio! Diganme que lo han detenido. Diganme que han detenido al mal nacido que me arrebato a mi nina.

Rider puso una mano en el hombro de la mujer para reconfortarla.

– No es tan sencillo, senora -dijo-. ?Podemos entrar y hablar?

Muriel Verloren retrocedio y les dejo entrar. Parecia estar susurrando algo y Bosch penso que quizas era una oracion. Una vez que estuvieron en el interior de la casa, la senora Verloren cerro la puerta despues de gritar una vez mas una advertencia al gato que se habia escapado.

La casa olia como si el animal no se escapara con la frecuencia precisa. La sala de estar a la que los llevo estaba ordenada, pero los muebles tenian un aspecto viejo y gastado. En el lugar se percibia el caracteristico olor de orin de gato. Bosch de repente lamento no haber invitado a Muriel Verloren al Parker Center para el interrogatorio, aunque sabia que eso habria sido un error. Necesitaban ver la casa.

Los dos detectives se sentaron uno junto al otro en el sofa, y Muriel se coloco en una de las sillas que habia al otro lado de la mesa baja de cristal. Bosch se fijo en las huellas de pezunas gatunas en el cristal.

– ?De que se trata? -pregunto desesperadamente-. ?Hay noticias?

– Bueno, supongo que la noticia es que estamos investigando el caso otra vez -dijo Rider-. Soy la detective Rider y el es el detective Bosch. Trabajamos en la unidad de Casos Abiertos del Parker Center.

Mientras se dirigian a la casa, Bosch y Rider habian acordado ser cautelosos con la informacion que proporcionaban a los Verloren. Hasta que conocieran la situacion de la familia seria preferible recibir antes que dar.

– ?Hay novedades? -pregunto Muriel con urgencia.

– Bueno, estamos empezando -replico Rider-. Estamos revisando la investigacion, tratando de ponernos al dia. Solo queriamos venir y decirle que estamos trabajando otra vez en el caso.

Muriel se mostro un poco alicaida. Aparentemente habia pensado que tenia que haber algo nuevo para que la policia se presentara despues de tantos anos. Bosch sintio una punzada de culpa por reservarse el hecho de que el analisis de ADN les habia proporcionado una pista solida como una roca con la que trabajar, pero en ese momento sintio que era lo mejor.

– Hay un par de cosas -dijo, hablando por primera vez-. En primer lugar, al mirar en los archivos del caso, nos encontramos con esta foto.

Saco del bolsillo la foto de Roland Mackey a sus dieciocho anos y la puso en la mesa de centro, delante de Muriel. Ella inmediatamente se inclino a mirarla.

– No estamos seguros de cual es la conexion -continuo Bosch-. Pensamos que quiza podria reconocer a este hombre y decirnos si lo recuerda de entonces.

La mujer continuo mirando sin responder.

– Es una foto de mil novecientos ochenta y ocho -aclaro Bosch con la intencion de animarla a hablar.

– ?Quien es? -pregunto ella finalmente.

– No estamos seguros. Se llama Roland Mackey. Tiene un historial de pequenos delitos cometidos despues de la muerte de su hija. No estamos seguros de por que estaba su foto en el expediente. ?Lo reconoce?

– ?Le han preguntado a Art o a Ron?

Bosch iba a preguntarle quienes eran Art y Ron cuando cayo en la cuenta.

– De hecho, el detective Green se retiro y fallecio hace mucho tiempo. El detective Garcia es ahora inspector Garcia. Hablamos con el, pero no pudo ayudarnos con Mackey. ?Y usted? ?Podria haber sido uno de los conocidos de su hija? ?Lo reconoce?

– Podria haber sido. Hay algo en el que reconozco. Bosch asintio.

– ?Sabe como lo reconoce y de donde?

– No, no lo recuerdo. ?Por que no me lo dice y quizas ayude a refrescarme la memoria?

Bosch cruzo una mirada fugaz con Rider. No era algo completamente inesperado, pero siempre complicaba las cosas que el progenitor de una victima estuviera tan ansioso de ayudar que simplemente preguntara a la policia que querian que dijera. Muriel Verloren habia esperado diecisiete anos a que el asesino de su hija fuera puesto a disposicion del sistema judicial. Estaba muy claro que iba a elegir respuestas que en modo alguno entorpecieran la posibilidad de que eso ocurriera. En ese punto tal vez ni siquiera le importaba que se tratara de una pista falsa. Los anos transcurridos habian sido crueles con ella y e1 recuerdo de su hija. Alguien tenia que pagar todavia.

– No podemos decirselo porque no lo sabemos, senora Verloren -explico Bosch-. Piense en ello y diganoslo si lo recuerda.

Ella asintio con tristeza, como si considerara que era otra oportunidad perdida mas.

– Senora Verloren, ?como se gana la vida? -dijo Rider.

La pregunta parecio poner de nuevo a la mujer delante de ellos, sacandola de sus recuerdos y anhelos.

– Vendo cosas -respondio como si tal cosa-. En Internet.

Esperaron una explicacion mas profunda, pero no la consiguieron.

– ?De veras? -pregunto Rider-. ?Que cosas vende?

– Lo que encuentro. Voy a ventas de garaje. Encuentro cosas. Libros, juguetes, ropa. La gente compra lo mas inimaginable. Y pagan lo que sea. Esta manana he vendido dos servilleteros por cincuenta dolares. Eran muy viejos.

– Queremos preguntarle a su marido por la foto -dijo Bosch en ese momento-. ?Sabe donde podemos encontrarlo?

Muriel Verloren nego con la cabeza.

– En algun rincon de Toyland. No he tenido noticias suyas en mucho, mucho tiempo.

Pasaron unos segundos de sombrio silencio. La mayoria de las misiones de vagabundos del centro de Los Angeles estaban apinadas en el borde del llamado Toy District: varias manzanas donde se alineaban fabricantes y mayoristas de juguetes, e incluso unos pocos vendedores al por menor. No era inusual encontrar vagabundos durmiendo en la puerta de las jugueterias.

Lo que Muriel Verloren les estaba diciendo era que el marido se habia perdido en aquel mundo de despojos humanos a la deriva. El restaurador de las estrellas habia caido hasta una existencia sin hogar en las calles. Pero

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