ocasiones resultaba dificil encontrarlo en otras partes de la ciudad. Rider vivia cerca de Inglewood, en el mismo barrio en el que habia crecido.
– Perfecto. Llamame y te lo leere. Hay una caja de diarios al pie de la colina de mi casa.
Rider abrio uno de los cajones y saco el bolso. Miro a Bosch y volvio a mover la ceja.
– ?Estas seguro de hacer esto, de marcarte asi?
Se estaba refiriendo al plan de su companero para que Mackey viera el diario al dia siguiente. Bosch asintio.
– He de poder convencerlo -dijo-. Ademas, puedo llevar manga larga un tiempo. Aun no es verano.
– Pero ?y si no es necesario? ?Y si ve el articulo en el periodico y entonces coge el telefono y empieza a contar todas sus penas?
– Algo me dice que eso no va a pasar. De todos modos, no es permanente. Vicki Landreth me dijo que duraba dos semanas a lo sumo, dependiendo de con que frecuencia uno se duche. No es, como esos tatuajes de alhena que se hacen los chicos en el muelle de Santa Monica. Esos duran mas.
– De acuerdo, Harry. Te llamo por la manana, pues.
– Hasta luego, Kiz. Buenas noches.
Rider se dirigio hacia la salida.
– Eh, Kiz -la llamo Bosch.
– ?Que? -dijo ella, deteniendose para mirar a Bosch.
– ?Que te parece? ?Estas contenta de haber vuelto?
Ella sabia de que estaba hablando. De volver a Homicidios.
– Si, Harry, estoy contenta. Y estare delirando en cuanto detengamos a este jinete palido y resolvamos el misterio.
– Si -dijo Bosch.
Despues de que ella se fuera, Bosch penso unos segundos en que queria decir ella llamando a Mackey jinete palido. Penso que tal vez se trataba de alguna referencia biblica, pero no podia ubicarla. Quizas en la zona sur llamaban asi a los racistas. Decidio que se lo preguntaria al dia siguiente. Empezo a examinar otra vez el informe de la condicional, pero enseguida se rindio. Sabia que era el momento de concentrarse en el aqui y ahora. No en el pasado. No en las elecciones tomadas y en los caminos que no se habian seguido. Se levanto y se puso el expediente del caso bajo el brazo. Si la vigilancia iba para largo al dia siguiente quiza tendria ocasion de leerlo a fondo. Metio la cabeza en el despacho de Pratt para decir adios.
– Buena suerte, Harry -dijo Pratt-. Cierralo.
– Vamos a hacerlo.
26
Bosch estaciono en el aparcamiento trasero y entro en la comisaria de Hollywood por las puertas de atras. Hacia mucho tiempo que no estaba alli y la noto diferente. La renovacion a consecuencia del terremoto a la que se habia referido Edgar aparentemente habia afectado a todos los espacios del edificio. Encontro la oficina de guardia en el lugar donde antes habia un calabozo. Habia una sala para que los agentes de patrulla escribieran sus informes, mientras que antes tenian que robar espacio en la brigada de detectives.
Antes de subir a la unidad de antivicio tenia que pasar por la sala de detectives para ver si podia sacar un expediente. Recorrio el pasillo de atras, cruzandose con un sargento de patrulla llamado McDonald cuyo nombre no podia recordar.
– Eh, Harry, ?has vuelto? Cuanto tiempo sin verte, tio.
– He vuelto, Seis.
– Bien hecho.
Seis era la designacion de la Division de Hollywood en las comunicaciones por radio. Llamar al sargento de patrulla Seis era como llamar a un detective de Homicidios Roy. Funciono y salvo a Bosch del bochorno por su espantosa perdida de memoria. Cuando llego al final del pasillo recordo que el nombre del sargento era Bob.
La unidad de Homicidios estaba en la parte de atras del enorme espacio asignado a los detectives. Edgar tenia razon. No se parecia a ninguna oficina de detectives que Bosch hubiera visto antes. Era gris y aseptica. Recordaba a un almacen donde los comerciales podian hacer llamadas telefonicas a ciegas a empresas y ancianas para colocarles estilograficas a precios exorbitados o venderles apartamentos de multipropiedad. Reconocio la parte superior de la cabeza de Edgar, que asomaba justo por encima de una de las mamparas de separacion. Parecia que era el unico que quedaba en toda la oficina. Era tarde, pero no tanto.
Se acerco y miro por encima de la mampara a Edgar. Tenia la cabeza baja y estaba concentrado en el crucigrama del
Edgar no habia advertido la presencia de Bosch, que retrocedio en silencio y se agacho en el cubiculo contiguo. Cuidadosamente, levanto la papelera de acero que estaba al pie del escritorio y salio reptando del cubiculo para situarse justo detras de Edgar. Se levanto y dejo caer la papelera en el suelo de linoleo nuevo, desde mas de un metro de altura. El sonido, fuerte y seco, resono como un disparo. Edgar salto de su silla, y el lapiz con el que estaba haciendo el crucigrama volo hacia el techo. Estaba a punto de gritar algo cuando vio que era Bosch.
– Maldita sea, Bosch.
– ?Como va, Jerry? -dijo Bosch, de manera casi ininteligible por las risas.
– Maldita sea, Bosch.
– Si, ya lo has dicho. Diria que las cosas estan calmadas en Hollywood.
– ?Que cono estas haciendo aqui? O sea, ademas de asustarme.
– Estoy trabajando, tio. Tengo una cita con la artista de antivicio. ?Que estas haciendo?
– Estoy terminando. Estaba a punto de salir.
Bosch se inclino hacia delante y vio que la rejilla del crucigrama estaba casi llena de palabras. Habia varias marcas de goma de borrar. Edgar nunca hacia los crucigramas en tinta. Bosch se fijo en que el viejo diccionario rojo de Edgar no estaba en el estante, sino sobre la mesa.
– ?Otra vez haciendo trampas, Jerry? Se supone que no has de usar el diccionario.
Edgar volvio a sentarse en su silla. Perecia exasperado, primero por el susto y luego por las preguntas.
– Chorradas. Puedo hacer lo que quiera. No hay reglas, Harry. ?Por que no subes por la escalera y me dejas en paz? Anda y que te ponga un poco de perfilador y a la calle.
– Si, te gustaria. Serias mi primer cliente.
– Vale, vale. ?Necesitas algo o solo te has pasado para tocarme los huevos?
Edgar sonrio finalmente, y Bosch comprendio que ya todo estaba bien entre ellos.
– Un poco de cada cosa -dijo Bosch-. Necesito un viejo archivo. ?Donde los guardan en este palacio?
– ?Como de viejo? Empezaron a enviar el material al centro para que lo microfilmaran.
– Debio de ser en el dos mil. ?Te acu2rdas de Michael Allen Smith?
Edgar asintio.
– Por supuesto que si. Alguien como yo no va a olvidarse de Smith. ?Que quieres de el?
– Solo queria su foto. ?Ese archivo sigue aqui?
– Si, todo lo reciente sigue aqui. Acompaname.
Condujo a Bosch hasta una puerta cerrada. Idgar tenia una llave y enseguida estuvieron en una pequena sala llena de estanterias repletas de carpetas azules. Edgar localizo el expediente del asesinato de Michael Allen Smith y lo saco de un estante. Lo dejo en las manos de Bosch. Era pesado. Habia sido un caso complicado.
Bosch se llevo el expediente al cubiculo contiguo al de Edgar y empezo a pasar paginas hasta que llego a una seccion de fotografias que mostraban el torso de Smith y diversos primeros planos de sus tatuajes. Estos habian servido para identificarlo y acusarlo de los asesinatos de tres prostitutas cinco anos antes. Bosch, Edgar y Rider habian investigado el caso. Smith era un declarado defensor de la supremacia blanca que secretamente contrataba los servicios de travestis que recogia en el bulevar de Santa Monica. Despues, sintiendose, culpable por haber cruzado las fronteras racial y sexual, los mataba. De algun modo le hacia sentir mejor acerca de sus