– Eh, mireme.

El hombre le dio la vuelta al libro para no perder la pagina y levanto la cabeza.

Bosch le mostro la placa. Entonces bajo la mirada y vio que el libro se titulaba Preguntale al polvo.

– Si, agente.

Bosch volvio a mirar los ojos cansados del hombre.

– ?Que quiere decir que se metio en lo suyo y que quiere decir que se ha ido? El hombre se encogio de hombros.

– Llego borracho y esa es la norma que tenemos aqui. Ni alcohol ni borrachos.

– ?Lo despidieron?

El hombre asintio.

– ?Y su habitacion?

– La habitacion va con el trabajo. Como le he dicho, se ha ido.

– ?Adonde?

El hombre se encogio de hombros una vez mas. Senalo a la puerta que conducia a la acera de la calle Cinco. Le estaba diciendo a Bosch que Verloren estaria en las calles, en alguna parte.

– Estas cosas pasan -dijo el hombre. Bosch volvio a mirarle.

– ?Cuando se fue?

– Ayer. Fue por culpa de ustedes los polis.

– ?Que quiere decir?

– Oi que vino un poli y le solto un rollo. No se de que se trataba, pero fue justo antes, ?entiende? Termino el turno, se fue y volvio a probarlo. Yeso fue todo. Lo unico que se es que ahora necesitamos otro chef porque el que han puesto no sabe freir un huevo.

Bosch no le dijo nada mas al hombre. Se aparto de la ventanilla y se dirigio a la puerta. La calle se estaba poblando de gente. La gente de la noche. Los heridos y sin lugar. Gente que se ocultaba de otros y de si mismos. Gente que huia del pasado, de las cosas que habian hecho y de las que no habia hecho.

Bosch sabia que la noticia estaria en los medios al dia siguiente. Habia querido decirselo a Robert Verloren el mismo.

Decidio que buscaria a Robert Verloren en las calles. No sabia que efecto le causaria la noticia que le llevaba. No sabia si sacaria a Verloren del pozo o lo hundiria todavia mas. Quiza ya nada podia ayudarle. Pero de todos modos necesitaba decirselo. El mundo estaba lleno de gente que no podia superar sus traumas. No encontraria la paz. La verdad no te hace libre, pero es posible superar las cosas. Eso era lo que Bosch le diria. Uno puede dirigirse hacia la luz y escalar y cavar y buscar una salida del agujero.

Bosch abrio la puerta y se interno en la noche.

43

El campo de desfile de la academia de policia estaba encajado como una manta verde contra una de las colinas boscosas del parque Elysian. Era un lugar hermoso y protegido y hablaba bien de la tradicion que el jefe de policia queria que Bosch recordara.

A las ocho de la manana siguiente a su infructuosa busqueda nocturna de Robert Verloren, Bosch se presento en la mesa de registro de invitados y fue escoltado hasta el asiento que se le habia asignado en la tribuna de personalidades. Habia cuatro filas de sillas detras del atril desde el que se harian los discursos. La silla de Bosch miraba a los terrenos del desfile, donde los nuevos cadetes marcharian y despues formarian para pasar revista. Como invitado del jefe, el seria uno de los inspectores.

Bosch llevaba el uniforme completo. Era tradicion lucir con orgullo los colores en la graduacion de nuevos agentes, dar la bienvenida al nuevo uniformado vestido de uniforme. Y llegaba temprano. Se sento solo y escucho la banda de la policia que tocaba viejos standards. Ninguno de los otros invitados que fueron llevados a sus asientos se dirigio a el. En su mayoria eran politicos y dignatarios, asi como unos pocos ganadores del Corazon Purpura en Irak que vestian el uniforme del Cuerpo de Marines.

Sentia picor bajo el cuello almidonado y la corbata fuertemente apretada. Habia pasado casi una hora en la ducha frotandose para eliminar la tinta que se habia puesto en la piel, con la esperanza de que el agua arrastrara tambien todo lo desagradable del caso.

No reparo en que se aproximaba el subdirector Irvin Irving hasta que el cadete que lo conducia a la tienda, dijo:

– Disculpe, senor.

Bosch levanto la mirada y vio que Irving iba a sentarse justo a su lado. Se enderezo y levanto su programa del asiento reservado a Irving.

– Que lo disfrute -dijo el cadete antes de virar con un taconazo y dirigirse hacia otro invitado.

Al principio, Irving no dijo nada. A Bosch le dio la sensacion de que dedicaba mucho tiempo a acomodarse y mirar a su alrededor para ver quien podia estar observandolos. Estaban en la primera fila, eran dos de los mejores asientos del acto. Finalmente hablo sin girar el cuello y sin mirar a Bosch.

– ?Que esta pasando aqui, Bosch?

– Digamelo usted, jefe.

Bosch se volvio y echo un vistazo para ver si alguien les estaba mirando. Obviamente no era casual que estuvieran sentados uno al lado del otro. Bosch no creia en las coincidencias de ese tipo.

– El jefe me dijo que queria que viniera -explico-. Me invito el lunes, cuando me devolvio la placa.

– Que suerte.

Pasaron otros cinco minutos antes de que Irving volviera a hablar. Las sillas de debajo del entoldado estaban todas ocupadas, salvo el lugar reservado al jefe de policia y su esposa, en un extremo de la primera fila.

– Ha tenido Una semana infernal, detective -susurro Irving-. Aterrizo en mierda y se levanto oliendo a rosas. Felicidades.

Bosch asintio. Era una valoracion precisa.

– ?Y usted, jefe? ?Solo ha sido una semana mas en la oficina para usted?

Irving no respondio. Bosch penso en los lugares donde habia buscado a Robert Verloren la noche anterior. Penso en el rostro de Muriel Verloren cuando habia visto al asesino de su hija conducido al coche patrulla. Bosch tuvo que darse prisa en meter a Stoddard en el asiento de atras para que ella no se le echara encima.

– Fue todo culpa suya -dijo Bosch en voz baja. Irving lo miro por primera vez.

– ?De que esta hablando?

– De diecisiete anos, de eso estoy hablando. Tenia a su hombre comprobando las coartadas de los Ochos. El no sabia que Gordon Stoddard era tambien el profesor de la chica. Si Green y Garcia hubieran comprobado las coartadas, como deberia haber sido, habrian encontrado a Stoddard y habrian resuelto el caso facilmente. Hace diecisiete anos. Todo ese tiempo pesa sobre usted.

Irving se volvio por completo en su asiento para mirar a Bosch.

– Teniamos un trato, detective. Si lo rompe, encontrare otras formas de llegar a usted. Espero que lo entienda.

– Si, claro, lo que usted diga, jefe. Pero olvida una cosa. No soy el unico que sabe de usted. ?Que pretende, hacer sus pequenos pactos con todo el mundo? ?Con cada periodista, con cada poli? ?Con cada padre y cada madre que ha tenido que vivir una vida hueca por lo que usted hizo?

– No levante la voz -dijo Irving entre dientes.

– Ya le he dicho todo lo que queria decide.

– Bueno, dejeme decirle algo. No he terminado de hablar con usted. Si descubro…

Dejo la frase a medias cuando el jefe de policia y su esposa llegaron escoltados por un cadete. Irving se enderezo en su asiento cuando sono la musica y empezo el espectaculo. Veinticuatro cadetes con placas nuevas y brillantes en sus pechos uniformados marcharon en la explanada del desfile y ocuparon sus posiciones delante de la tribuna de personalidades.

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