Dentro, al fondo del espacioso salon rectangular, mas alla de los alegres grupos de invitados de todas las edades elegantemente ataviados, frente a la gran repisa de madera de roble grabada de la chimenea y el oleo de Magritte colgado mas arriba, Sharon Fields seguia presidiendo la fiesta muy a pesar suyo.

Cuatro de sus invitados -un productor britanico, un 'playboy' sudamericano, un millonario de Long Island y un modisto frances-habian formado un semicirculo a su alrededor y la tenian acorralada contra la chimenea.

Puesto que tenia previsto salir hacia Londres pasado manana, le habian estado hablando de apartados restaurantes que no tenia que perderse.

Y dado que la conversacion iba dirigida a ella y era en su provecho, se habia visto obligada a mostrarse insolitamente atenta.

Pero ahora ya se habia hartado, se estaba cansando y solo deseaba poder librarse de ellos cuanto antes y que la dejaran en paz.

Con mucho optimismo y hasta con entusiasmo, Sharon Fields habia organizado a ultima hora aquella fiesta de despedida para tener la oportunidad de ver a algunos antiguos amigos y personas del ambiente cinematografico, para poder corresponder a ciertas deudas sociales que tenia contraidas, y para poder manifestar su agradecimiento a sus colaboradores en la pelicula sobre Mesalina.

Habia estado deseando que empezara la fiesta y ahora estaba deseando que terminara.

Mientras se esforzaba por escuchar y responder a las interminables idioteces superficiales de aquellos estupidos, a proposito de las especialidades del Caballo Hambriento de la calle Fulham, del Keats de Downshire Hill y del Sheekey's justo a la salida de la calle St. Martin's, advirtio que se estaba marchitando.

Se pregunto si se notaria por fuera. Pero sabia por experiencia que jamas se notaba. Lo que tenia dentro jamas lo reflejaba exteriormente.

La mascara teatral que tanto tiempo llevaba luciendo se habia convertido en una especie de segunda piel que no permitia que se filtrara nada y que jamas la traicionaba.

Estaba segura de que su aspecto era identico al que habia ofrecido al recibir cinco horas antes a los primeros invitados.

Se habia vestido con sencillez para esta velada: una fina blusa blanca de profundo escote sin sujetador debajo, una falda corta de gasa con suave estampado, cinturon ancho, pantimedias color piel que realzaban sus largas y bien torneadas piernas y ningun adorno en las manos o la blusa, simplemente el pequeno brillante de un cuarto de millon colgandole de una fina cadena de oro y hundiendose en la profunda hendidura del busto.

No se habia tomado la molestia de recogerse el cabello y este le caia suavemente por los hombros. Apenas se habia maquillado los almendrados ojos, al objeto de que destacaran mas el felino verdor de los mismos. Llevaba los carnosos y humedos labios mas pintados que de costumbre.

Antes de que comenzara la fiesta, se habia admirado en el espejo de metro ochenta de altura que tenia en el piso de arriba para comprobar cuan alto y firme se mantenia su busto increible sin la ayuda del sujetador.

Claro, que parte del merito se debia al incesante regimen espartano de ejercicios que seguia. Por consiguiente, al recibir a sus primeros invitados, se habia sabido impecable y atractiva. Pero ahora, tras largas horas de tragos, de cena y de conversacion, le dolian los hombros, le dolian las pantorrillas y los pies, le zumbaban los oidos y se sentia aturdida. Pero se tranquilizo pensando que su aspecto debia ser tan lozano y deslumbrante como habia sido a las siete y cuarto de la tarde. Estaba deseando saber la hora que era y, si ya era tan tarde como suponia, podria dar por terminada la fiesta y verse libre de aquella pesadilla.

Subitamente Sharon se percato de que los cuatro hombres no se estaban dirigiendo a ella, sino que se habian enzarzado en una ligera discusion acerca de algo de Centry.

Aquella distraccion y aquel intervalo de libertad fueron suficientes. Se puso de puntillas para poder ver que hora marcaba el reloj antiguo. Faltaban diez minutos para las doce. Menos mal. Ahora podria hacerlo.

Se aparto a un lado, busco a su secretaria y amiga Nellie Wright, levanto levemente la mano para llamar la atencion de Nellie y le hizo la senal. Nellie asintio.

Se aliso profesionalmente el traje pantalon, se deslizo entre dos grupos de invitados, se acerco a Felix Zigman y le dio una palmada en el hombro. Apartandose con el le murmuro algo al oido. Las gruesas gafas de montura de concha de Zigman centellearon mientras este asentia energicamente varias veces agitando el abundante copete entrecano. Sharon comprobo aliviada que Zigman habia recibido el mensaje y se disponia a actuar. A veces, penso, era demasiado aspero y desabrido, pero ella le apreciaba.

En el transcurso de los ultimos anos, tras haberse hecho cargo de sus asuntos profesionales y de su carrera, habia conseguido librarla de todos los pelmazos y sanguijuelas que la habian agobiado durante tanto tiempo.

Su querido Felix consideraba que el tiempo era un recurso natural que no debia despilfarrarse.

Para el, con sus bruscos modales (si bien, de vez en cuando, resultaba ser un maravilloso judio de lo mas sentimental), la distancia mas corta entre dos puntos era la sinceridad.

Le vio levantar un brazo, mirarse el reloj de pulsera, murmurar algo y acercarse de nuevo al grupo.

– Es la hora de las brujas -dijo, logrando que su atronadora voz llegara hasta todos los rincones del salon-. No sabia que fuera tan tarde. Sera mejor que le demos a Sharon la oportunidad de descansar un poco.

Fue como el timbre de una escuela que senalara el termino de las clases y la hora de irse a casa.

El grupo al que Zigman se habia dirigido empezo a disgregarse, y ello, a su vez, provoco una reaccion en cadena que fragmento a otros grupos, lo cual constituyo el final de la fiesta de despedida.

Sharon Fields sonrio levemente y rozo los brazos de dos de los hombres que le bloqueaban la salida.

– Veo que se esta marchando todo el mundo -dijo-, sera mejor que cumpla con mis deberes de anfitriona.

Los hombres se apartaron y Sharon se deslizo hacia el centro de la estancia.

Se detuvo bajo la arana de cristal sin querer producir la impresion de sacar a empellones a los que todavia no se habian levantado y permanecio alli esperando.

Empezo a pensar en su agotamiento. Estaba cansada. No se debia al sueno sino a la fatiga que le causaba la gente; no aquella gente en particular sino toda la gente en general.

A excepcion de cinco personas que habia en el salon -Nellie, su unica amiga, Felix Zigman, uno de los pocos hombres en quienes tenia plena confianza, Terence Simms, su fiel peluquero negro y Pearl y Patrick O'Donnell, el matrimonio que vivia en su casa y que ya habia empezado a recoger los vasos vacios y los ceniceros llenos-y tal vez de una sexta, Nathaniel Chadburn, amigo de Zigman y digno presidente del Banco Nacional Sutter, a quien apenas conocia, a excepcion de estas personas estaba harta de todos los componentes de su aburrido circulo de amistades.

Sus ojos verdes seguian sin traicionar ni el menor de sus sentimientos, y solo revelaban amable interes al tiempo que observaban a los interpretes de la comedia disponiendose a hacer el mutis.

Su mirada se detenia brevemente en cada uno de ellos, su cerebro anadia una etiqueta y pasaba despues a fotografiar y catalogar al siguiente.

Hank Lenhardt, el publicitario mas afortunado de la ciudad, con sus aburridas y estupidas anecdotas y sus interminables chismorreos y murmuraciones.

Justin Rhodes, el productor de su ultima pelicula, un perfecto caballero del teatro, pero otro hipocrita que se proponia, no conseguirla a ella (era indudablemente un marica o un indiferente), sino lograr que dependiera de el de tal forma que pudiera utilizarla en calidad de peldano en su ascenso al poder.

Tina Alpert, la famosa periodista cinematografica, que sonreia y te clavaba el cuchillo, una bruja a la que no se podia volver la espalda, ni ignorar ni olvidar agasajar con costosos regalos de Navidad o cumpleanos.

Y todos los demas, el grupo de los famosos, los explotadores y los explotados, la compania de actores ambulantes que actuaba en todas las fiestas de Beverly Hills, Holmby Hills, Brentwood y Bel Air y hasta a veces en algunas de Malibu y Tranca.

Sy Yaeger, el nuevo director cinematografico, que modificaba los guiones durante el rodaje y tenia la osadia de rendir culto a los cursilones pordioseros del pasado, tales como Busby Berkeley, Preston Sturges y Raoul Walsh.

Sky Hubbard, el comentarista de radio y television, un tipo con chillona voz de sirena y cara de anuncio de camisa, a quien el muy idiota de Lenhardt habia insistido en que invitara en calidad de inversion de buena voluntad.

Nadine Robertson, cuya unica fama consistia en el hecho de haber actuado una vez en calidad de oponente de Charles Chaplin (lo cual no era un escaso merito), y que ahora habia pasado a convertirse en un personaje de la alta sociedad, que organizaba bailes beneficos, en toda una gran senora que habia conseguido escapar al internamiento en el Museo de Cera Cinematografico.

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