Tendra que decirmelo.

– ?Nuestro Judas? -dijo el doctor Knight-. Es Hans Bogardus, el bibliotecario del proyecto. Es de el de quien debemos deshacernos… si no queremos ver a nuestro Cristo crucificado de nuevo y para siempre.

De vuelta en el primer piso del «Gran Hotel Krasnapolsky», Steven Randall se encamino directamente a su oficina.

En el cubiculo de la secretaria, Angela Monti levanto la vista, suspendio la mecanografia, y le pregunto:

– ?Fue el doctor Knight?

– No.

– Me alegro. ?Quien fue, entonces?

– Ahora no, Angela. Despues hablaremos del asunto. Comunicame por favor con el doctor Deichhardt. Si no ha llegado aun, llama a George Wheeler.

Randall entro en su oficina. Saco la grabadora del bolsillo de su chaqueta, hizo retroceder durante unos minutos el cassette, apreto el boton de avance, volvio a hacer retroceder la cinta y escucho de nuevo la grabacion, parandola y volviendo a poner en marcha para borrar cierta informacion secreta. Satisfecho, preparo el aparato, lo metio en su portafolio y espero a que Angela le pasara la llamada telefonica.

Al fin, impaciente por terminar con el asunto, tomo su portafolio y regreso a la oficina de Angela justo en el momento en que ella colgaba el auricular.

– Lo siento, Steven -le dijo ella-. Ambos salieron de la ciudad. La secretaria del doctor Deichhardt dice que los editores se encuentran en Alemania; en Maguncia, para celebrar una junta con el senor Hennig esta manana.

– ?Te dijo cuando regresaran a Amsterdam?

– Lo pregunte, pero no me lo pudo informar porque lo ignora.

Randall maldijo entre dientes. El mismo tendria que encargarse de hacer el trabajo sucio. Sabia que el encuentro critico con Bogardus no podia esperar. Habia demasiadas cosas en juego.

– Esta bien, Angela, gracias. Te vere luego.

Camino por el pasillo, dio vuelta a la derecha y se detuvo frente a la Kames 190. Sobre la puerta estaba pintada la palabra BIBLIOTECA en cinco idiomas, y debajo, con letras cursivas, decia: Hans Bogardus.

Randall se armo de valor y entro.

Hans Bogardus, sentado a una amplia mesa donde habia montones de libros de consulta, estaba agachado sobre un volumen abierto, sacando apuntes. Su largo cabello rubio caia hacia delante, oscureciendo su rostro. Al oir el sonido de la puerta que se abria y se cerraba, levanto la cabeza. Sus jovenes y afeminados rasgos mostraron asombro. Comenzaba a ponerse de pie, pero una senal de Randall lo hizo permanecer sentado.

– Quedese donde esta -dijo Randall, tomando asiento en la silla que estaba frente a Bogardus.

Mientras Randall dejaba caer su portafolios sobre la mesa y comenzaba a abrirlo, miro fijamente al joven bibliotecario holandes. Como siempre, Randall encontraba repulsivo a Bogardus. Salvo por los ojos de rana y los gruesos labios, el rostro del bibliotecario era casi plano; dos fosas era lo que tenia por nariz, y su cutis era palido, casi albino.

– ?Como esta, senor Randall? -dijo el joven holandes con voz de falsete.

– Tengo algo para usted -dijo Randall.

La atencion del bibliotecario se fijo ansiosamente en el portafolio.

– La Biblia terminada… ?Ya llego de Maguncia?

– No ha llegado -dijo Randall-, pero cuando llegue, usted no sera uno de los que la vean, Hans.

Las palidas pestanas de Bogardus parpadearon cautelosamente, mientras se humedecia los gruesos labios.

– ?Que… yo no… que quiere usted decir?

– Esto -dijo Randall, mostrandole la pequena grabadora.

Deliberadamente, puso el aparato sobre la mesa y lo puso en marcha.

– La primera voz que va a escuchar es del doctor Florian Knight. La otra es mia. La grabacion se hizo hace menos de una hora.

La cinta comenzo a girar. La voz del doctor Knight se oia con inconfundible fidelidad. Randall se inclino hacia delante, subio ligeramente el volumen y luego se recosto en su silla, con los brazos cruzados sobre el pecho, mientras observaba al bibliotecario escuchando la grabacion.

Gradualmente, durante los dolorosos y lentos segundos que siguieron, conforme la confesion del doctor Knight llenaba la biblioteca, el palido rostro de Hans Bogardus empezo a tomar color. Manchas rosadas brotaron sobre sus quietas mejillas. No se movia. Solo se oia el sonido de su agitada respiracion, como contrapunto de la voz del doctor Knight.

La cinta estaba acabandose. La solemne acusacion final (ahora implacable) del doctor Knight, se elevo por encima de la mesa.

?Nuestro Judas? Es Hans Bogardus, el bibliotecario del proyecto. Es de el de quien debemos deshacernos… si no queremos ver a nuestro Cristo crucificado de nuevo y para siempre.

Despues de eso, solo se oyo el suave ronroneo de la cinta terminada. Randall se estiro y apago el aparato, guardandolo nuevamente en su portafolio.

Gelidamente, afronto la vacia mirada de Bogardus.

– ?Le interesa negar esto frente al doctor Knight, el consejo de editores y el inspector Heldering?

Hans Bogardus no contesto.

– Esta bien, Hans; lo hemos descubierto. Afortunadamente para nosotros, lo que le ha entregado a su amigo Cedric Plummer, para el dominee De Vroome, no tiene gran valor. Ya no podra obtener mas informacion, y de seguro tampoco un ejemplar anticipado de la Biblia. Voy a ordenar a Heldering que envie a un guardia de seguridad para que lo mantenga vigilado… hasta que localice a Deichhardt o a Wheeler en Maguncia y les informe de lo sucedido para que lo despidan.

Randall esperaba una explosion de histeria, una negacion retardada, una salvaje escena defensiva.

No ocurrio nada.

Una mueca malevola, ruin, se dibujo en el rostro plano del joven holandes.

– Es usted un tonto, senor Randall. Esos jefes suyos… no me despediran.

Esto era algo nuevo, inesperado, descarado.

– ?No lo cree? Supongamos que tan solo…

– Estoy seguro de que no -interrumpio Bogardus-. No se atreveran a despedirme cuando se enteren de todo lo que yo se. Permanecere en mi puesto hasta que yo decida irme. Y no me ire hasta que tenga la Biblia en mi poder.

El joven holandes estaba loco, penso Randall. Era inutil seguir hablando con el. Randall empujo su silla hacia atras.

– Esta bien. Averiguemos.si se le despide o no. Voy a telefonear a Deichhardt y a Wheeler a Maguncia…

Bogardus empujo la mesa, todavia sonriendole a Randall engreidamente.

– Si, hagalo -le dijo-. Pero antes, cerciorese de una cosa. Digales que Hans Bogardus, con su talento, ha descubierto en su Biblia lo que todos sus cientificos, estudiosos de los textos y teologos no lograron descubrir. Digales que Hans Bogardus ha descubierto una imperfeccion, un defecto fatal que puede destruir su Biblia, hacerla aparecer como un fraude y arruinarlos por completo, si es que.se decide a divulgar semejante error ante el mundo. Y lo divulgare si me fuerzan a dimitir.

«Esta definitivamente loco», penso Randall. Sin embargo, el joven holandes hablaba con tal convencimiento («tiene cerebro de computadora, puede localizar cualquier cosa», le habia comentado cierta vez Naomi) que Randall no se levanto de su silla.

– ?Un defecto fatal en la nueva Biblia? ?Como pudo encontrarlo en un libro que no ha visto, ni mucho menos leido?

– He leido lo suficiente -dijo Bogardus-. He estado alerta durante un ano. He investigado, he escuchado, un poco aqui, un poco alla. Recuerde que yo soy el bibliotecario de consultas. Me solicitan que investigue una palabra, una frase, un parrafo, una cita. Las consultas son cautelosas, pero yo he visto muchas piezas sueltas del rompecabezas. Es verdad que me han ocultado muchas cosas; a mi y a otras personas de aqui. No conozco el titulo preciso de la Biblia, ni el contenido exacto del descubrimiento; ni tampoco conozco el noventa por ciento del nuevo

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