aumento, escudrinadas por los ojos mas agudos y las mentes mas alertas del mundo. Y todos, unanimemente, sin excepcion alguna, lo han aprobado y autentificado. Asi que, ?quien le va a prestar atencion a un bibliotecario puto que anda chillando que encontro un error?

– George, tal vez no le presten atencion a un bibliotecario puto, a una nulidad, pero el mundo entero escucharia al dominee Maertin de Vroome, si es que se entera.

– Bueno, pues no se enterara, porque no hay nada de que enterarse. No hay tal error. El descubrimiento de Monti es autentico. Nuestra Biblia es infalible.

– Entonces, ?como explicaremos que nuestro Nuevo Testamento presenta a Jesus atravesando un lago seco en Roma, tres anos antes de que fuera desaguado?

– Estoy seguro de que ya sea Bogardus o usted lo captaron mal, que han enredado el asunto. De eso no hay duda. -Hizo una pausa-. Esta bien, esta bien, solo para tranquilizarlo a usted, leame de nuevo ese pasaje… despacio. Espere, dejeme sacar mi pluma y tomar un pedazo de papel. Esta bien, leame ese disparate.

Randall se lo leyo despacio, y cuando termino dijo:

– Eso es todo, George.

– Gracias. Se lo mostrare a los demas. Pero ya vera que no es nada. Puede usted olvidarse del asunto. Proceda como de costumbre. Nosotros tenemos que resolver nuestro problema aqui.

– Esta bien -dijo Randall, sintiendose mas seguro-. Entonces despedire a Hans Bogardus y hare que el inspector Heldering lo acompane hasta la puerta del hotel.

Hubo el mas corto de los silencios al otro lado de la linea.

– Con respecto a Bogardus, si, por supuesto que tendremos que deshacernos de el. Pero, pensandolo bien, Steven, tal vez seria mejor que lo hicieramos nosotros mismos. Quiero decir, un empleado como Bogardus no es responsabilidad de usted. Las contrataciones y las cesaciones son labor nuestra. Al doctor Deichhardt le gusta ser muy correcto en asuntos como este. Estos alemanes, usted sabe. Le dire que. Olvidese de Bogardus por hoy y usted haga su trabajo. Manana, cuando estemos todos de vuelta en la oficina, haremos lo que nos corresponde. Yo creo que eso es lo mejor. Ahora, mas vale que regrese yo con Hennig para atender nuestro problema inmediato. Ah, y a proposito, Steven, gracias por su vigilancia. Ha tapado el escape que habia en Amsterdam. Merece usted una gratificacion. Y con respecto a ese… lago… como se llame… Fucino, olvidelo.

Wheeler habia colgado, y Randall hizo lo mismo.

Sin embargo, cinco minutos mas tarde, todavia sentado en el sillon giratorio de su escritorio. Randall no se habia podido olvidar del asunto. Trato de definir aquello que lo inquietaba.

Y lo definio.

Habia sido el cambio en el tono de voz y en la actitud de George Wheeler acerca del despido de Hans Bogardus. Primero, el editor habia querido que echaran inmediatamente a Bogardus del «Krasnapolsky». Despues, al enterarse del hallazgo y la amenaza del bibliotecario, Wheeler cambio de parecer repentinamente. ?Que extrano!

Pero habia otra cosa que le preocupaba mas a Randall. La manera tan casual, tan natural con la que Wheeler habia echado de lado el anacronismo que Bogardus habia encontrado. Wheeler no lo habia refutado con hechos nuevos; simplemente no le concedio importancia alguna. Claro que Wheeler no era teologo ni erudito, asi que no podria esperarse que el diera respuestas verdaderas. «Pero mas valdria que alguien le encontrara alguna explicacion, pronto», penso Randall.

Se enderezo en su silla. El mismo era uno de los Guardianes de la Fe, de la nueva Fe. Como publicista, al igual que como ser humano, no podia venderle eso al mundo (o, en verdad, a si mismo) si todavia existian preguntas que no pudieran ser contestadas.

Aqui, sobre su escritorio, se hallaba una pregunta. La falla descubierta por Bogardus. La credibilidad misma del proyecto podria destruirse si la cuestion no se aclaraba.

Era un pequeno detalle, cierto. Pero…

Un viejo refran que alguien habia dicho (Herbert, ?habia sido George Herbert?, o, tal vez, ?Benjamin Franklin?) le vino a la mente. Por falta de un clavo se pierde la herradura; por falta de una herradura se pierde el caballo; por falta de un caballo, el jinete se pierde.

Pues bien, este jinete no se iba a perder.

A este, el lo clavaria.

Randall tomo el telefono y apreto el timbre.

– Angela, llama a Naomi Dunn. Dile que quiero tomar un avion a Paris dentro de las proximas dos horas. Pidele que me concierte una cita con el profesor Henri Aubert, en su laboratorio, para esta misma tarde.

– ?Otro viaje? ?Sucede algo, Steven?

– Solo una investigacion -dijo el-. Un poco mas de investigacion.

Una vez mas, Randall se encontraba en Paris, en el Centre National de la Recherche Scientifique en la Rue d'Ulm, donde el profesor Aubert tenia su oficina y sus laboratorios.

Ahora, sentados en los extremos opuestos de un sofa estilo Luis XVI, se encontraban frente a frente, mientras Aubert abria la carpeta de archivo que le acababan de entregar.

Antes de examinar el contenido, Aubert se sobo una ceja.

Sus angulosos rasgos reflejaban asombro.

– Aun no comprendo, Monsieur Randall, por que desea usted que revise por segunda vez los resultados de nuestro analisis de los papiros de Monti. No le puedo informar nada distinto de lo que le informe a usted durante nuestra primera reunion.

– Solo deseo asegurarme de que no paso nada por alto.

El profesor Aubert aun no se sentia satisfecho.

– No hay nada que pudiera yo haber pasado por alto, especialmente en el caso de los papiros de Monti.

Observo a Randall y agrego:

– ?Hay algo en particular que lo este preocupando?

– A decir verdad -admitio Randall-, existe cierta confusion con respecto a la traduccion hecha de una hoja llamada Papiro numero 9.

Randall busco con la mano su portafolio, que yacia junto al sofa, lo abrio, y extrajo la fotografia del Papiro numero 9, tomada por Oscar Edlund.

– Esta -dijo, mostrandosela al profesor frances.

– Un especimen muy hermoso -Aubert se encogio de hombros resignadamente-. Muy bien. Permitame revisar nuestra prueba de los papiros.

Randall devolvio la fotografia a su portafolio, lleno su pipa y comenzo a fumar, mientras observaba al profesor Aubert que hojeaba los informes de sus pruebas. Aubert saco dos pedazos de papel amarillo y los leyo mentalmente con cuidado.

Despues de un intervalo, Aubert miro a Randall.

– Los resumenes de nuestras pruebas de carbono 14 confirman lo que usted ya sabe. El papiro en cuestion es absolutamente autentico. Proviene del siglo i y se puede logicamente fechar en el ano 62 A. D., cuando Santiago escribio sobre esta fibra comprimida.

Randall tenia que reasegurarse. Habia estado trabajando durante su vuelo a Paris.

– Profesor -le dijo- algunas autoridades han criticado las pruebas del radiocarbono. G. E. Wright hizo que se comprobara un antiguo pedazo de madera tres veces, y le dieron tres fechas distintas, tan separadas entre si como 746 a. de J. y 289 a. de J., y despues de que el doctor Libby dio a conocer su prueba de los Rollos del Mar Muerto, en 1951, alguien que escribio en la revista The Scientific American, un ano despues, penso que existian muchos «enigmas, contradicciones y debilidades» acerca de las pruebas de datacion por radiocarbono y que tal procedimiento aun estaba lejos de ser «tan perfecto como una maquina electrica para lavar platos». ?Acaso ha tenido en cuenta tal margen de error?

El profesor Aubert rio entre dientes.

– Por supuesto que si. Y, ciertamente, los criticos que ha mencionado usted tenian razon. Ellos hablaban de un margen de error bastante amplio, alla en la decada de los cincuenta. En aquel tiempo, a traves de nuestras pruebas, era posible ubicar un objeto dentro de un margen de cincuenta anos de su fecha de origen. Gradualmente, con mejoras, bajo condiciones favorables, hemos podido senalar un hallazgo antiguo dentro de un limite de veinticinco anos. -Hizo a un lado su carpeta-. Si tiene mas aprensiones acerca de la autenticidad del Papiro numero

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