del doctor Deichhardt.

– ?Podria avisarle? Quisiera hablar con el.

– Lo lamento mucho, senor Randall, pero tengo instrucciones de no interrumpir ni pasar llamadas telefonicas.

– Mire, nadie se va a molestar. Ellos saben que yo soy el responsable de que el abad se encuentre aqui. Entre y digales que es muy importante.

– No puedo, senor Randall. Las ordenes del doctor Deichhardt fueron precisas. No quieren que se les interrumpa.

Exasperado, Randall cambio de tactica.

– Esta bien, ?cuanto tiempo estara ahi el abad?

– El doctor Deichhardt lo acompanara al aeropuerto dentro de cuarenta y cinco minutos.

– Bueno, yo estare ahi de vuelta en menos de media hora. ?Puede usted tomar un mensaje y encargarse de que el abad Petropoulos lo reciba en el instante en que salga de la junta?

– Por supuesto.

– Digale… -Randall reflexiono acerca del recado, y luego lo dicto lentamente-: Digale que Steven Randall quisiera verlo brevemente antes de que parta para Schiphol. Digale que le agradecere que fuera a mi oficina. Digale que deseo… darle de nuevo las gracias personalmente, y despedirme de el. ?Esta claro?

La secretaria lo habia anotado todo. Satisfecho, Randall colgo y luego salio apresuradamente a buscar un taxi.

Veinticinco minutos mas tarde, Randall habia regresado al primer piso del «Hotel Krasnapolsky», ansioso por mostrarle al abad Petropoulos la confusa fotografia del Papiro numero 9.

Habia entrado a su oficina y se preparaba para recibir al abad, cuando se dio cuenta de que no estaba solo.

En el otro lado del despacho se hallaba George L. Wheeler, un Wheeler que Randall jamas habia visto. La rubicunda y redonda cara del editor estaba desprovista de su habitual disfraz de alegre vendedor. Wheeler estaba furioso. Su robusto cuerpo avanzo y se planto frente a Randall.

– ?Donde diablos ha estado usted? -ladro Wheeler.

Intimidado por la inesperada agresividad de su patron, Randall titubeo.

– Bueno, queria reunir algunas fotografias publicitarias y…

– No me salga con estupideces -dijo Wheeler-. Yo se donde ha estado. Fue a ver a Edlund. Acaba de estar alli.

– Asi es. Hubo un incendio en su cuarto oscuro y nosotros…

– Ya estoy enterado de ese maldito incendio. Solo quiero saber que andaba usted haciendo de curioso por alla. Usted no fue a conseguir ningunas fotografias publicitarias. Fue alla porque sigue jugueteando con el Papiro numero 9.

– Tenia algunas dudas mas y queria comprobar algo.

– Con Edlund. Y como el no lo pudo ayudar, entonces decidio molestar nuevamente al abad Petropoulos -dijo Wheeler con disgusto-. Pues bien, yo he venido a decirle que no va a ver al abad, ni hoy ni nunca. Hace diez minutos que salio al aeropuerto. Y si usted tiene la simpatica idea de ponerse en contacto con el en Helsinki o en el Monte Atos para que le de una respuesta, olvidelo. Le pedimos que no vea a nadie ni hable con nadie, incluyendo a nuestro personal, acerca de nada que tenga que ver con el Evangelio segun Santiago, y el estuvo completamente de acuerdo. Tambien el abad desea proteger la obra de Dios, tanto de aquellos que estan dentro como de quienes estan fuera y que quieran crear problemas.

– Mire, George, yo no estoy tratando de crear problemas. Solo quiero reasegurarme de que todo lo que respaldamos es autentico.

– El abad esta satisfecho de su autenticidad, y nosotros tambien. Asi que, ?que diablos esta usted tratando de hacer?

– Solo trato de convencerme a mi mismo. Despues de todo, yo formo parte de esta empresa…

– Entonces, maldita sea, ?comportese como tal! -El semblante de Wheeler estaba livido-. Comportese como uno de nosotros, y no como si fuera miembro del peloton de demoliciones de De Vroome. Usted mismo trajo al abad aqui para que comprobara el papiro, y el lo examino y confirmo que era genuino. Con un demonio, ?que mas quiere usted?

Randall no respondio.

Wheeler dio un paso hacia delante.

– Yo le dire que es lo que nosotros queremos. Queremos sustituirlo a usted, pero sabemos que el hacerlo nos provocaria retrasos. Asi que hemos acordado que si se dedica a sus propios asuntos y deja de entrometerse en los nuestros, aceptaremos que continue. Nosotros lo contratamos, con un sueldo muy abundante, para lanzar nuestra Biblia al publico; no para investigarla. Nuestra Biblia ha sido analizada mil veces por hombres que estan capacitados y que saben lo que hacen. Tampoco lo contratamos para que usted hiciera el papel de Abogado del Diablo. Ya hay suficientes De Vroome alla afuera sin que usted los ayude y los conforte. Usted esta aqui para una sola cosa: para vender nuestra Biblia. Y a mi me han elegido para recordarle cual es su verdadera tarea, y mas vale que la haga… que se dedique a su trabajo y a nada mas.

– Eso es lo que me propongo hacer -dijo Randall llanamente.

– No me interesan sus intenciones; me interesan los resultados. Lo que necesitamos son hechos. Escucheme, nosotros sabemos quien trato de destruir el cuarto oscuro de Edlund. Sabemos que fueron algunos de los rufianes de De Vroome…

– ?De Vroome? ?Como podria el o cualquiera de sus colaboradores meterse en ese lugar?

– Olvidese del como y recuerde el quien. Fue De Vroome, y usted tendra que creernos. Ahora bien, ya no vamos a correr mas riesgos con ese radical hijo de puta. Esta desesperandose y es capaz de cualquier cosa. Vamos a ganarle la partida. Hemos modificado nuevamente la fecha del anuncio. Lo vamos a hacer cuanto antes. Lo haremos dentro de ocho dias, el viernes cinco de julio. He estado con el personal de usted durante una hora, y hemos cambiado la fecha para el palacio real y para el Intelsat. Estamos preparando los telegramas y cables para invitar a la Prensa. Estamos apresurando la redaccion de articulos previos al anuncio, para que la Prensa ponga sobre aviso al publico acerca de un gran acontecimiento que ocurrira dentro de una semana, a partir de manana. Hemos ordenado a Hennig que traiga libros sin encuadernar, tan pronto como los tenga listos, para estos colaboradores. Queremos que el personal de publicidad (y esto tambien lo incluye a usted) trabaje dia y noche, hasta el dia del anuncio. Queremos que todas las gacetillas esten listas en el momento en que entremos al palacio real para informar de nuestra Biblia al mundo entero. Escucheme, Steven, nada debe interferir con su trabajo a partir de este momento.

– Esta bien, George.

Wheeler camino airosamente hacia la puerta de la oficina, la abrio y se giro para ver a Randall.

– Sea lo que fuere lo que anda buscando, Steven, creame, no lo va a encontrar. Porque no existe. Asi que deje de perseguir fantasmas y confie en nosotros.

Wheeler se habia marchado.

Y Randall se quedo con sus preguntas y sin respuestas. De repente, algo mas habia quedado. Un nuevo fantasma.

Uno mas. El ultimo que podria conocer las respuestas.

Por primera vez, Randall anhelaba ver a Angela Monti esa noche.

Habia trabajado hasta muy tarde con su personal, y no fue sino a las diez de la noche que finalmente pudo salir para concurrir a su ya muy retrasada cita con Angela.

Tanto cuanto habia deseado la reunion, la habia temido. Desde que se habia enterado en Paris de como Angela lo habia enganado (desde su viaje al Monte Atos, durante el cual habia estado interiormente furioso contra ella), tantas cosas mas habian sucedido que su ira habia disminuido y comenzaba a alejarse con el tiempo. Pero aun le quedaban residuos de desconfianza. Si hubiera tenido una disyuntiva, habria continuado evitando enfrentarse a ella y al momento de la verdad. Pero sabia que no habia alternativa… tenia que verla. Habia demasiado en juego.

Cuando Randall renuentemente toco a la puerta del cuarto 105 del «Hotel Victoria», habia decidido manejar a Angela fria, desapasionada, directamente. No obstante, cuando la puerta se abrio y aparecio Angela con su alborotado cabello negro, sus seductores ojos verdes y su cuerpo voluptuoso, sugerido a traves del blanco

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