una sena con la cabeza, y el la siguio hacia dentro de la casa.

Estaban en el pasillo de entrada, cuyo piso estaba compuesto por ladrillos barnizados. A la izquierda habia una escalera. A la derecha, una sala. Entraron a la sala, que era un cuarto enorme con techo abovedado y por piso mas ladrillos rojos barnizados. El mobiliario incluia dos pianos de cola, varios conjuntos de muebles y una variedad de lamparas.

«Demasiada casa para un profesor retirado y solitario», penso Randall.

Angela lo condujo hacia el conjunto mas cercano para que tomara asiento; un sofa de terciopelo verde, una mesa para cafe y varias sillas en color crema. Pero Randall no se sento en el sofa. Permanecio de pie, rigido, con la vista fija. Dos escenas extranas y confusas llamaron su atencion.

Al frente, la ventana que daba al jardin lo inquieto. Estaba protegida con barrotes de arriba a abajo.

Tambien al frente, a traves de una puerta lateral, dos mujeres jovenes habian entrado al cuarto. Estaban identicamente ataviadas, con cofias almidonadas, cuellos blancos y delantales encima de unos uniformes azul marino.

Perplejo, Randall se giro hacia Angela. Ella lo miraba fijamente, e hizo una pequena afirmacion con la cabeza.

– Si, mi padre vive aqui -dijo ella-. Es un asilo de locos.

Quince minutos despues, a solas y paseando inquietamente por toda la sala (la recepcion, en realidad) de la Villa Bellavista, Steven Randall aun no se recuperaba de la impresion que le causo la revelacion de Angela.

Hasta hoy, le habia parecido perfectamente logico creer que el profesor Monti se hallaba recluido en las afueras de Roma por razones politicas. Aun al llegar aqui, la Villa Bellavista le habia enganosamente parecido una residencia privada; un escondite perfecto y lujoso para quien habia sido un eminente arqueologo que habia hecho un descubrimiento invaluable. De hecho, esta construccion habia sido, tiempo atras, la mansion campestre de algun acaudalado romano que luego la vendio a un grupo de psiquiatras italianos que la habian convertido en una casa di cura, un sanatorio para enfermos mentales. Los doctores habian tenido buen cuidado de que el edificio conservara, hasta donde fuera posible, su mobiliario residencial y su atmosfera hogarena, en la creencia de que eso produciria un efecto saludable en los pacientes.

Pero era, simple y llanamente, usando las palabras de Angela, un asilo de locos. Y el profesor Monti era, y habia sido durante mas de un ano, su paciente mas prominente (aunque sin publicidad).

Todo esto se lo habia dicho Angela en los emotivos momentos que siguieron a su primera revelacion.

– Ahora comprenderas mis evasivas y mis mentiras -habia dicho Angela-. Mi padre estaba perfectamente bien; era normal, tenia la mente claramente aguda, hasta hace poco mas de un ano. De la noche a la manana sufrio un colapso mental total. Se volvio abstraido, desorientado, incomunicativo, y desde entonces lo han atendido aqui. No podia decirselo a nadie; ni a los editores, ni siquiera a ti, Steven. Si se hubiera sabido la noticia… si la hubieran distorsionado los enemigos de mi padre o los enemigos del proyecto… podria haberse creado un estigma, una duda acerca de todo su trabajo, de su descubrimiento, del propio proyecto. Yo no podia permitir que eso sucediera, asi que me interpuse entre mi padre y todos aquellos que deseaban verlo. Pero anoche me di cuenta de que ya no podria impedir que tu lo averiguaras. Estuve tentada a decirtelo y terminar con el asunto, pero temia que pudieras todavia pensar que te estaba mintiendo. Asi que hice lo que tu deseabas. Te traje a Roma, a la Villa Bellavista, para que vieras por ti mismo. Ahora, ?confiaras en mi, Steven?

– Por siempre jamas, querida -Randall la habia tomado en sus brazos, conmovido y avergonzado-. Lo siento, Angela; en verdad lo siento. Espero que me perdones.

Angela lo habia perdonado, porque pudo comprender sus dudas, y le habia dicho otra cosa:

– Ademas, te traje aqui para que conocieras a mi padre por otra razon. El normalmente esta en lo que parece ser un estado catatonico, aunque algunas veces, en raras ocasiones, muy raras, tiene breves intervalos de lucidez. Siempre, cuando mi hermana y yo lo vemos, esta completamente fuera de contacto con toda realidad. Pero algunas veces tiene un destello, un chispazo de su propio ser normal y consciente. Yo esperaba, por ti, que al mostrarle la fotografia y al hablarle, podrias conmover algun recuerdo de su pasado. De este modo, se despejaria tu ultima duda acerca del Evangelio segun Santiago.

– Gracias, Angela. Pero, realmente no esperas que tu padre pueda reconocer algo, ?verdad?

– Es muy poco probable. Sin embargo, uno nunca sabe. Existen tantos misterios acerca de la mente humana. De todos modos, entrare a verlo yo sola. Tu espera aqui. No me demorare. Despues, yo me encargare de que alguien te lleve a verlo.

En seguida, Angela desaparecio.

Randall continuo paseando, tratando de comprender como un brillante profesor como Monti (con una mente tan abierta durante toda su vida) pudo haberse vuelto loco de la noche a la manana. Ya no le interesaba alternar con esa mente. Nunca antes habia tenido que verselas con un enfermo mental. No tenia la menor idea de lo que podia esperar o de como comportarse. No obstante, se aferraba a una pequena esperanza de que el profesor pudiera (con alguna palabra, alguna sena) resolver sus inquietudes acerca del Papiro numero 9, y sabia que debia llevar a cabo esa entrevista.

Randall se dio cuenta de que Angela Monti habia reaparecido.

No estaba sola. Habia entrado a la sala de recepcion acompanada por una joven enfermera, alta y huesuda. La enfermera permanecio atras, junto a la puerta abierta, y Angela se dirigio hacia Randall, circunspecta y tensa.

– ?Como esta? -quiso saber Randall.

– Tranquilo, cortes, sereno -dijo ella, tragando saliva y anadiendo-: No me reconocio.

Angela trato de contener las lagrimas, pero no pudo. Apresuradamente, Randall le paso un brazo alrededor de los hombros, tratando de confortarla. Ella busco a tientas un panuelo en su bolso, se lo llevo a los ojos, y finalmente levanto la vista hacia Randall, forzando una ligera sonrisa.

– Siempre… siempre me sucede lo mismo. Olvidalo, ya se me pasara. Ahora puedes ir a verlo, Steven. No te preocupes. Es inofensivo, calmado. Trate de hablarle de ti. No se si me entendio. Pero intentalo tu. Ve con la enfermera… la Signora Branchi. Ella te mostrara el camino. Yo estare ocupada mientras tanto. Tengo que llamar a casa y decirle a Lucrezia (nuestra ama de llaves) que mi hermana llegara hoy de Napoles con los ninos para verme.

Randall la dejo, se presento con la senora Branchi, y juntos se dirigieron a un antiseptico corredor. A la mitad del camino, la senora Branchi saco del bolsillo de su uniforme azul marino un aro de llaves.

– Esta es la habitacion del profesor Monti -dijo ella. Luego, dandose cuenta de que la puerta estaba entreabierta, instantaneamente se inquieto-. Se supone que deberia estar cerrada con llave -asomo la cabeza en el cuarto y se volvio hacia Randall con evidente alivio-. Es la camarera. Esta dentro recogiendo la bandeja del almuerzo.

Segundos despues, la camarera, que llevaba un uniforme diferente (cofia y un delantal blanco sobre un vestido color de rosa), salio con los residuos de la comida.

La senora Branchi murmuro una pregunta en italiano, y la camarera respondio en voz baja, alejandose rapidamente por el corredor. La enfermera miro a Randall.

– Le pregunte como esta el profesor, y me dijo que como de costumbre, sentado frente a la ventana, mirando hacia fuera. Podemos entrar. Simplemente los presentare y lo dejare a solas con el. ?Cuanto tiempo necesitara usted?

– No lo se -dijo Randall nerviosamente.

– El doctor Venturi prefiere que las visitas no excedan de diez a quince minutos.

– Muy bien, deme quince minutos.

La senora Branchi abrio mas ampliamente la puerta y dejo entrar a Randall, quien se asombro de que ese de ninguna manera fuera un cuarto de hospital. El se esperaba un cuarto similar al que su padre habia ocupado en el hospital de Oak City, pero esta habitacion tenia la apariencia de cuarto de estar-biblioteca-recamara, combinados dentro de un apartamento privado.

La impresion inmediata que le dio a Randall fue la de un recinto soleado, confortable, acogedor, con un placentero aire acondicionado. A un lado de la pieza estaba la cama, y junto a ella una mesa y una lampara. Una puerta parcialmente abierta dejaba entrever un gran cuarto de bano con el piso de mosaico azul. En el lado opuesto del cuarto, debajo de una moderna pintura al oleo, estaba un decorativo escritorio con su silla de piel, y sobre el escritorio habia fotografias enmarcadas de una mujer de avanzada edad con grandes aretes (probablemente su difunta esposa), retratos de las hijas del paciente, Angela y Claretta, asi como de sus nietos. En el centro de la

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