justificar tu cinismo. Pues bien, ya no lo pude soportar. Quise ponerle un freno a todo eso. No por consideracion a mi padre, creeme, sino por ti. Asi que dije lo que primero se me ocurrio. Yo recordaba el nombre del abad Petropoulos en el Monte Atos, porque yo habia mecanografiado las cartas que mi padre le envio cuando sostenian correspondencia. Pero no sabia nada acerca del Monte Atos, asi que cai en una mentira estupida y disparatada. Si, te menti. Estuve dispuesta a mentirte, a decirte que habiamos estado en Atos… cualquier cosa… para impedir que trataras de arruinar la ultima cosa que podria dar significado a tu existencia. Era como si estuvieras neuroticamente obsesionado por la idea de realizar aquello en lo que De Vroome habia fracasado… destruir a Resurreccion Dos, la obra mas importante en la vida de mi padre, una ardiente esperanza para la Humanidad y, finalmente, nuestra relacion y tu propia vida. Eso es lo que trate de impedir, Steven; pero, obviamente, fracase. Tu fuiste a Atos compulsivamente, y cuando el abad no estuvo de acuerdo contigo y nos apoyo a todos nosotros, todavia no quedaste satisfecho. Sean cuales fueren los hechos, probados y comprobados, tu tenias que insistir. Yo no se tras de que andas ahora, pero me acabo de dar cuenta de que tu no estas realmente interesado en estas fotografias. Tu andas tras de alguna otra cosa… y yo no se lo que es… algo que te diga que tienes razon en continuar desconfiando y no creyendo. Te volveria a mentir con tal de detenerse. Te mentiria mil veces para impedir tu autodestruccion.

Angela habia quedado debilitada y sin aliento.

Tomo las manos de Randall y las apreto sin decir palabra, buscando comprension en su rostro.

Por fin hablo nuevamente:

– Steven, te amo. Haria cualquier cosa para que tu me amaras… para que tuvieras fe, fe en mi y en aquello en lo que yo creo… en el proyecto. Con semejante fe podrias conocer el amor… no solo por mi, sino por ti mismo. ?Te seria posible?

El la miro fijamente.

– Es posible -dijo.

– ?Como? ?Que puedo hacer yo? Te he dicho que hare cualquier cosa que me pidas.

– ?Cualquier cosa? -dijo el suavemente-. Muy bien. Quiero que me lleves a Roma manana.

– ?A Roma?

– Quiero conocer a tu padre.

– Mi padre -dijo ella con un eco muy tenue-. ?Eso es importante para ti?

– Quiero conocer al hombre que descubrio la Palabra. Quiero mostrarle una fotografia y hacerle una pregunta. El es el ultimo, el final del camino. Despues de verlo, tendre que detenerme. Eso es lo que tu quieres, ?o no? ?Que yo me detenga? ?Que tenga fe? Ahora todo depende de ti, Angela. Esta en tus manos. ?Me llevaras a ver a tu padre?

– ?Eso, eso resolveria todas las dudas que tienes acerca de mi?

– Si.

Angela aspiro profundamente, contuvo la respiracion, y luego exhalo.

– Esta bien, Steven… Es un error, pero debe hacerse. Volaremos a Roma manana. Conoceras al profesor Augusto Monti. Te enfrentaras a el cara a cara. Tal vez eso lo resuelva todo.

IX

Despues de que el jet de Alitalia procedente de Amsterdam aterrizo en la pista del Aeropuerto Leonardo da Vinci, situado a cierta distancia de Roma, en la avanzada manana de este viernes, y mientras caminaban a traves del campo pavimentado y ascendian por la ancha rampa color rojo hacia la aduana controlada por carabinieri, donde se veia un letrero que decia Controllo Passaporti, en la mente de Steven Randall habia predominado un pensamiento satisfactorio. Angela habia cedido.

Ambos habian seguido al maletero de camisa color azul que acarreaba sus maletas (Randall habia retenido su preciado portafolio) a traves del encristalado recinto de la terminal aerea, hormigueante como estaba de ruidosos pasajeros y visitantes, saliendo por debajo de un gigantesco alero de metal. Habian llamado a un taxi, y al pasar junto a la enorme estatua barbuda de Da Vinci, y cerca de los letreros esmaltados en azul que indicaban: ROMA, y los anuncios exteriores que promovian Pepsi-Cola, Ethiopian Airlines, Visite Israel, Telefunken, Olivetti, y los verdes pinos en forma de sombrilla, y los circundantes campos de zucchini y broccoli, y el mercado de comestibles conocido como Cassa del Mercato, y los edificios de apartamentos del suburbio de San Paolo, y el canodromo, y las losas rotas del Foro y el Coliseo (y durante el recorrido de media hora hasta el «Hotel Excelsior») Randall se sintio invadido por un sentimiento de creciente excitacion.

Este lugar, antiguo y nuevo, se quedo pensando Randall, aqui es donde todo comenzo. Aqui, la gente lo recordaria siglos despues, fue donde Resurreccion Dos se habia iniciado y donde el renacimiento de la fe habia tenido su principio. Aqui fue donde una vez mas se habia dado esperanza a un mundo tristemente materialista. Todo esto seria posible (y el habia rezado para que asi fuera), si esta ultima duda negra pudiera ser borrada por la unica persona del proyecto que, hasta ahora, los habia eludido a todos.

Dejando a Angela con su maleta en la acera de la entrada interior de coches del «Hotel Excelsior», Randall se habia apresurado hacia el vestibulo para registrarse para su estancia de una noche. Una vez que hubo depositado su propia maleta en el espacioso cuarto doble que le fue asignado, el numero 406, habia bajado con su portafolio para reunirse con Angela y acompanarla a la quinta de la familia Monti, donde su recluido padre estaria esperandolos.

Al salir del hotel y cruzar la entrada de automoviles hacia Angela, quien ahora estaba parada en la Via Vittorio Veneto haciendole senas, Randall se sintio como si hubiera entrado a la ardiente rafaga de un horno. Era el mediodia, y Roma estaba cociendose bajo el intenso sol veraniego.

Angela habia alquilado un automovil con chofer, un sonriente, pequeno y sempiterno italiano que usaba pantalones blancos de dril y que se habia presentado como Giuseppe. Su coche, un «Opel» grande y flamante, afortunadamente tenia aire acondicionado y todas las ventanillas cerradas.

Acomodandose en el asiento trasero, Angela, que estaba seria, observo a Randall cerrar la puerta.

– ?Estas listo? -dijo ella-. Ahora iremos a ver a mi padre.

– De nuevo, Angela, gracias.

Ella hablo rapidamente en italiano al chofer y le dio en ingles el domicilio adonde iban.

– A la Villa Bellavista, que esta justo despues de entrar a la Via Belvedere Montello.

El auto giro rapidamente y se metio al trafico de la Via Veneto. Iban en camino a ver al profesor Augusto Monti.

«Por fin», penso Randall.

El recorrido duro cuarenta minutos, tal vez cuarenta y cinco. Randall alcanzo a ver los nombres de algunas de las plazas y las calles por las que transitaban. Piazza Barberini. Via del Tritone. Piazza Cavour. Viale Vaticano, bordeando la ciudad del Vaticano. Via Aurelia, a la salida de Roma. Via di Boccea, ya en la campina, con algunos edificios y poblados esparcidos.

Una vuelta a la derecha. La Via Belvedere Montello. El «Opel» estaba aminorando la marcha. El «Opel» freno.

– Aqui es -dijo Angela-. Villa Bellavista.

Randall miro por la ventanilla del auto. Detras de una cerca de hierro color verde, cuya base de piedra era una combinacion de rosa y amarillo, mas alla de un jardin ondulado y parcialmente oculta tras de cipreses y pinos, se alzaba una rojiza mansion de dos pisos.

Angela dijo algo al chofer, este metio la velocidad y el «Opel» se movio lentamente junto a la cerca de hierro hasta llegar a la puerta que un portero canoso sostenia abierta. El portero saludo y Angela contesto el saludo, mientras Giuseppe dirigia su coche a traves de una vereda. Segundos despues se encontraban frente a la escalinata que conducia a la terraza y a la apartada puerta principal de la mansion.

Giuseppe habia dado la vuelta al auto rapidamente para ayudarlos a salir. Randall, con su portafolio y una mezcla de emociones (expectacion, aprension), subio los escalones junto con Angela. Al llegar a la puerta principal, ella no se molesto en sacar la llave. La puerta no estaba acerrojada. La abrio, por encima del hombro hizo a Randall

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