habitacion habia un mullido sillon, una mesa con una planta verde y dos rigidas sillas. A traves de la ancha ventana se observaba una tranquila vista de los jardines. Solo las delgadas barras de hierro echaban a perder la serenidad del paisaje y, al igual que las paredes pintadas de blanco, le recordaban a uno que esta era una clinica psiquiatrica.

Frente a la ventana, meciendose mecanicamente hacia delante y hacia atras, casi perdido en las profundidades de la mecedora, estaba un pequeno y remoto anciano, con el rostro todavia rollizo, mechones de cabello blanco, prominentes cejas grises y unos vacios y acuosos ojos fijos en las flores del exterior. Ese era, con menos porte, mas acabado, el hombre que Randall habia visto la noche anterior en las fotografias tomadas seis anos atras.

La senora Branchi se habia dirigido hacia la mecedora, tocando la manga de la camisa deportiva color cafe que vestia el paciente.

– Profesor Monti -dijo ella suavemente, hablandole como si estuviera despertando a alguien-, tiene usted un visitante de Norteamerica.

Con un dedo le hizo senas a Randall, a la vez que tras de si buscaba a tientas una de las pesadas sillas para arrastrarla frente a la mecedora.

– Profesor, este es el senor Randall. Esta interesado en su trabajo.

El profesor Monti observo el movimiento de los labios de la enfermera con leve interes, pero no hizo reconocimiento alguno de la presencia de Randall.

La senora Branchi se volvio.

– Los dejare, senor Randall. Si me necesita, hay un timbre colgando de la cabecera de la cama. De no ser asi, vendre por usted dentro de quince minutos.

Randall espero a que ella se hubiera marchado, escucho el pestillo de la cerradura de la puerta y finalmente se sento en la dura silla que estaba frente a la pequena figura de la mecedora.

El profesor Monti se habia dado cuenta, al fin, de la presencia de su visitante, y ahora lo observaba silencioso y sin curiosidad.

– Soy Steven Randall -dijo, presentandose nuevamente-. Soy de Nueva York. Soy amigo de su hija Angela. Usted acaba de verla, y creo que ella le hablo un poco de mi.

– Angela -dijo el profesor Monti.

Repitio el nombre sin acento ni puntuacion, sin reconocimiento ni interrogacion. Simplemente habia repetido el nombre del mismo modo como un nino comprueba la rareza de un juguete nuevo.

– Estoy seguro de que ella le hablo acerca de mi relacion con Resurreccion Dos y del trabajo que estoy desarrollando para promover su descubrimiento -continuo Randall.

Se sentia como si estuviera dirigiendose a la blanca pared que estaba mas alla de la mecedora de Monti. Tuvo el impulso de llamar con el timbre a la senora Branchi y correr. No obstante, compulsivamente, prosiguio hablando, contandole como George L. Wheeler lo habia contratado y lo habia llevado a Amsterdam. Le hablo del entusiasmo que el y los demas del proyecto sentian ahora que se acercaba el dia del anuncio, cuando el descubrimiento del profesor en Ostia Antica se daria a conocer a millones de personas en todo el orbe.

Conforme Randall presionaba, el profesor Monti comenzo a prestar mas atencion. Aunque estaba retraido e incapacitado o indispuesto para hablar, Monti parecia estar interiormente receptivo a lo que Randall le estaba diciendo. Parecia estar tan alerta como lo estaria cualquier persona ligeramente senil ante el monologo de un extrano.

Randall se reanimo. Este podria ser el largamente esperado intervalo lucido, posiblemente provocado por el hecho de que Randall estaba pisando sobre terreno conocido. Este podria ser un dia de suerte.

– Permitame decirle exactamente por que estoy aqui, profesor Monti -dijo Randall.

– Si.

– Su descubrimiento ha sido autenticado. El Nuevo Testamento revisado ha sido traducido a cuatro idiomas. La Biblia esta casi lista para su publicacion, excepto que… -Randall titubeo, y luego continuo decididamente-. Ha surgido un problema. Espero que usted pueda resolverlo.

– Si.

Randall observo el rostro del profesor. Habia en el genuina curiosidad, o asi lo parecia. Randall se sintio definitivamente alentado.

A punto de resumir, Randall se agacho a su portafolio, puso en marcha su grabadora y luego extrajo la fotografia crucial.

– Varios de nosotros encontramos un error desconcertante (o cuando menos lo que nosotros pensamos que es un error) en la traduccion. Ahora bien, le dire que es lo que me inquieta. -Randall reviso la fotografia-. Aqui tengo una fotografia tomada del Papiro numero 9, uno de los papiros que usted encontro cerca de Ostia Antica. Lo que me inquieta es que esta reproduccion no es igual a la primera fotografia que yo vi del Papiro numero 9. Mi preocupacion es que ese papiro haya sido alterado por alguna persona o que haya sido sustituido por otro.

El profesor Monti se inclino un poco hacia delante en su mecedora.

– ?Si?

Estimulado, Randall continuo.

– Ya no existe forma alguna de saber si esta fotografia representa al papiro original que usted descubrio o si corresponde a un papiro alterado. El negativo de la foto original se perdio en un incendio. Sin embargo, profesor Monti, Angela dice que usted vivio tan cerca de todos los preciados fragmentos, que cada signo, cada garabato, cada punto esta grabado en su mente. Angela piensa que usted sabria casi de inmediato si esta foto es en realidad una reproduccion verdadera del papiro que usted extrajo de la excavacion o si representa una hoja alterada o sustituida. Es de primordial importancia, profesor Monti, que nosotros sepamos la verdad. ?Puede usted decirme si esta es una fotografia del papiro que usted descubrio en Ostia Antica?

Entrego la reproduccion al profesor Monti, quien la tomo cuidadosamente con sus temblorosas manos. Durante varios segundos, el profesor ignoro la fotografia, mirando fijamente a Randall y meciendose en silencio.

Finalmente, como si recordara lo que tenia en las manos, sus ojos se desviaron hacia la fotografia. Lentamente la levanto y la ajusto a cierto angulo, para que la luz del sol que se filtraba a traves de la ventana con barrotes brillara sobre ella. Una sonrisa se formo gradualmente en su redonda cara, y Randall, observandolo, sintio surgir la esperanza.

Transcurrieron mudos segundos. El profesor Monti bajo la foto hasta su regazo, con los ojos todavia fijos en ella. Sus labios comenzaron a moverse, y Randall se esforzo por captar las palabras, entrecortadas y apenas audibles.

– Verdadera, es verdadera -estaba diciendo el profesor Monti-. Yo escribi esto.

Levanto la cabeza para afrontar la mirada de Randall.

– Yo soy Santiago el Justo. Yo fui testigo de estos acontecimientos -sus labios volvieron a moverse, y su voz se hizo mas fuerte-. Yo, Santiago de Jerusalen, hermano del Senor Jesucristo. Su heredero, el mayor de Sus hermanos supervivientes e hijo de Jose de Nazaret, pronto sere llevado ante el Sanedrin y su mas alto sacerdote, Ananias, acusado de conducta sediciosa en virtud de mi jefatura de los seguidores de Jesus en nuestra comunidad.

Randall se recargo en su silla, abatido.

«Dios mio -se dijo a si mismo-, el anciano cree que el es Santiago de Jerusalen, hermano de Jesucristo.»

El profesor Monti habia elevado la mirada hacia el techo, y continuo hablando, con mayor fervor en su temblorosa voz.

– Los otros hijos de Jose, hermanos supervivientes del Senor y mios propios, son Jose, Simon y Judas. Todos estan mas alla de los linderos de Judea e Idumea, y yo quedo para hablar del primogenito y mas amado hijo.

El profesor Monti estaba recitando, con su acentuado ingles, una de las primeras partes del papiro arameo que habia sido incluido en el Evangelio segun Santiago, dentro del Nuevo Testamento Internacional. Pero habia algo inesperado, casi misterioso, en la citacion, y Randall lo capto de inmediato. El profesor Monti, al enumerar los nombres de los hermanos de Jesus y Santiago, estaba anadiendo un trozo faltante del tercer papiro; una porcion que se habia desmoronado o disuelto y que habia desaparecido despues de casi dos mil anos.

Esto era inexplicable, salvo por una posibilidad… que el profesor Monti estaba (o habia estado) tan compenetrado con el conocimiento biblico que habia recordado los nombres por lecturas de otras fuentes, como el Evangelio segun San Mateo o los Actos de los Apostoles o de Eusebio, el antiguo historiador de la Iglesia, y los habia incorporado a su recitacion.

– Yo, Santiago el Justo, hermano de Nuestro Senor…

El profesor Monti seguia con su declamacion demente.

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