Doblo el papel y lo guardo dentro del bolsillo junto con el billete.

– Quedese con el resto -le dijo al oficial.

– Gracias, gracias, y mis condolencias por su perdida de un amigo, Signore.

Si, condolencias por la perdida de un amigo, penso Randall mientras se alejaba del deposito de cadaveres. Pero gracias, ademas, a un amigo, por un pequeno legado y una remota esperanza.

Al salir a la calida noche romana, Randall supo que debia concluir la jornada que Robert Lebrun habia iniciado. El billete color de rosa que llevaba en el bolsillo no habia sido usado. A la manana siguiente tendria otro billete color de rosa en el bolsillo, pero ese si seria usado, de Roma a Ostia Antica y de Ostia Antica a Roma.

?Y despues de eso? Manana se sabria.

Con demasiada lentitud, el manana de anoche se habia convertido en hoy.

El nuevo billete color de rosa estaba ya en su bolsillo, y la fecha perforada en los numeros que rodeaban el billete era el 2. Y ahi estaba el, en la avanzada manana de un martes que era el 2 de julio, a bordo del destartalado tren que poco a poco se acercaba estruendosamente al antiguo puerto medio sepultado donde, bajo la pala del profesor Monti, se habia iniciado Resurreccion Dos y donde, a traves del testimonio secreto de Robert Lebrun, Resurreccion Dos podria finalizar.

La anterior habia sido una noche muy ocupada para Steven Randall. Se habia asegurado, a traves del conserje del «Hotel Excelsior», de las horas de salida de los trenes matutinos que iban de Roma a Ostia Antica. Era un viaje de solamente veinticinco minutos, se le habia informado. Despues de eso, siguiendo pistas, habia bajado al distrito de la Via Veneto en busca de algunas librerias italianas que tuvieran libros en ingles y que estuvieran abiertas hasta las ocho o mas tarde. Habia encontrado dos, y en ellas habia localizado lo que queria: ejemplares usados de las obras acerca de Ostia escritas por Guido Calza, quien habia dirigido algunas de las primeras exploraciones de las ruinas en el siglo xx, y por Russell Meiggs, quien habia asentado el registro historico mas completo acerca del florecimiento y la decadencia de la antigua ciudad.

Para completar los libros, Randall habia adquirido un mapa turistico que mostraba el plano de la ciudad en la antigua epoca romana y en los tiempos modernos, asi como una guia que describia las ruinas descubiertas en el siglo pasado. No habia referencia alguna acerca del profesor Augusto Monti… lo cual era comprensible, ya que el mapa y los libros eran de fechas anteriores al descubrimiento que habia hecho Monti hacia seis anos. Despues, Randall recordo que el hallazgo de Monti se habia mantenido en perfecto secreto y no se haria del conocimiento publico sino hasta fines de esa semana.

Hasta dos horas despues de la medianoche, Randall habia examinado escrupulosamente los libros y el mapa, con sus planos antiguos y modernos, estudiandolos con mayor atencion de la que jamas habia otorgado a ningun libro de texto en la secundaria o en la universidad, hacia ya muchos anos. Casi habia memorizado todas las vistas y la leyenda de Ostia Antica y sus alrededores. Se habia penetrado de los planos de la tipica villa patricia romana del siglo primero, como aquella que Monti habia desenterrado. La tipica villa tenia un vestibulo, un atrio o patio abierto, un tablinum, o biblioteca, un triclinium o comedor, recamaras, un oecus o salon principal, una cocina, habitaciones para los sirvientes, algunas letrinas… y si, por Dios, algunas veces hasta una catacomba.

En el pedazo de papel que llevaba Randall en su cartera, Robert Lebrun habia garabateado (despues de Porta Marina, despues de 600 mtrs.) la palabra catacomba, y anoche en su lectura, se habia ocupado en buscarla. Se habia enterado de que numerosas excavaciones realizadas en Italia habian revelado que algunas villas, propiedades de los cristianos conversos secretamente, tenian su propia catacomba, una camara subterranea para enterrar privadamente a la familia.

Habiendo terminado con los libros, Randall habia sacado de su maleta el expediente con las notas de investigacion que tanto el como Angela habian hecho acerca de las excavaciones del profesor Monti en la zona del puerto hacia seis anos. Reuniendo cada una de las ultimas palabras de la confesion que Lebrun le hiciera durante su unica entrevista, las anadio a las breves anotaciones que ya habia hecho. Finalmente, con los ojos irritados y el cerebro fatigado, se fue a dormir.

Esta manana, armado unicamente con el mapa y la hoja de papel que tenia el dibujo del pez arponeado y las misteriosas notas en la esquina inferior derecha, habia tomado un taxi hacia Porta San Paolo.

Habia resultado ser una estacion ordinaria, con algunas columnas de piedra en el exterior y piso de marmol en el interior; pasando la cafeteria y el kiosco de periodicos, habia una hilera de taquillas. Llevando su perforado billete color de rosa en la mano, Randall se habia dirigido a la plataforma de la estacion y a su tren. Habia abordado un vagon pintado de azul y blanco y, unos momentos despues, el y los otros pasajeros habian iniciado su viaje.

Ahora, al ver su reloj, se dio cuenta de que habian transcurrido diecisiete minutos desde la partida. Estaba a solo ocho minutos de su destino.

Normalmente, el viaje le habria parecido insoportable. Los asientos de los pasajeros eran duros bancos de madera, ni sucios ni limpios, sino simplemente viejos. El vagon estaba repleto y la atmosfera era sofocante; estaba abarrotado de sencillos italianos, pobremente vestidos, que regresaban a sus pueblos y villas desde la gran ciudad. Se oian muchos parloteos, lloriqueos y quejidos (o a eso sonaban), y la mayoria de quienes se encontraban alrededor de el estaban empapados en sudor, mientras el despiadado sol penetraba a traves de las sucias ventanas. Desde el principio, las luces electricas del techo habian estado encendidas, lo cual habia parecido incomprensible hasta que atravesaron el primer tunel de una montana, y luego otro y otro.

Contemplando el panorama a traves de la ventana, Randall no encontro nada de interes. Habia muchos edificios de apartamentos arruinados, alguna ropa recien lavada colgando de los pequenos balcones y, aqui y alla, oscuras casas de campo pertenecientes a conjuntos residenciales. El tren se habia detenido a sacudidas ante las descuidadas estaciones de pequenos pueblos… en Magliana, en Tor di Valle, despues en Vitina.

Ahora estaban saliendo de Acilia. El panorama estaba mejorando. Sobre el horizonte se veia una arboleda de olivos, algunas granjas, prados, arroyos que desembocaban en el Tiber y una moderna autopista, la Via Ostiensis, supuso Randall, visible en una linea paralela.

Todo esto habia sido una vez el majestuoso camino de Roma al puerto desarrollado por Julio Cesar y Augusto Cesar. Mejorado por los Cesares posteriores, Claudio y Neron, el puerto habia sido una fortaleza contra los invasores y eventualmente habia llenado los graneros en Ostia, el centro de abastos de la capital.

No obstante, a Randall en realidad no le interesaba lo que habia fuera de la ventana, o el calor y las condiciones sofocantes que prevalecian dentro del vagon. Su verdadera atencion estaba en lo que le esperaba mas adelante, en la posibilidad de que la mano muerta de Robert Lebrun lo condujera hacia la evidencia de la falsificacion, la cual obviamente habia escondido en alguna parte del antiguo puerto, fuera de las excavaciones controladas por el Gobierno… probablemente en las proximidades del punto donde Lebrun dijo haber ocultado su fraude para que Monti lo descubriera.

Randall sabia que tenia escasisimas probabilidades en su favor. Eran las mismas probabilidades de encontrar una aguja en un pajar. No obstante, tenia una pista, y con un poco de confianza se sintio impulsado a representar ese acto final. De alguna manera, nada parecia mas importante que saber si el mensaje del Evangelio segun Santiago y el Pergamino de Petronio, que se ofrecerian al mundo a traves de Resurreccion Dos dentro de unos pocos dias, era la Palabra… o la Mentira.

El tren chirriaba mas lentamente; de hecho, estaba deteniendose. Randall miro su reloj. Veintiseis minutos desde que habia salido de Roma. Se asomo hacia fuera a tiempo para ver un negro letrero que ostentaba unas palabras en blanco. Decia: OSTIA ANTICA.

Se levanto de un salto, apretujado entre la docena de sudorosos pasajeros que llenaban el pasillo, y arrastrando los pies alcanzo la puerta del vagon.

Despues de atravesar la plataforma, los pasajeros se precipitaron hacia un paso a desnivel. Randall los siguio. Bajo la escalera, camino por un tunel de hormigon reconfortantemente fresco que cruzaba por debajo de las vias del ferrocarril, y luego subio los escalones que conducian a la pequena y acalorada estacion. Paso con prisas cerca de una estatua sin cabeza que estaba frente a la ventanilla de los billetes y se dirigio al exterior.

Tratando de ignorar el abrasante calor y de orientarse, se sintio agradablemente sorprendido. Era como si lo hubieran arrojado a un paraiso rural. Frente a el habia palmeras e higueras, y mas alla alcanzo a ver la escalera de un puente. Los otros pasajeros se habian evaporado. El se hallaba solo en ese tranquilo y pacifico lugar… pero no completamente solo.

Un chofer de taxi, un nativo de comica apariencia, sonriente y raquitico, que llevaba un ancho sombrero de gondolero, una harapienta camisa, una banda color escarlata a la cintura y pantalones anchos, se le habia

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