tablones que habia sobre su cabeza para separarlos aun mas. Entonces, lentisimamente, elevo la cabeza hasta que sus ojos quedaron por encima de la orilla de la zanja y fue clara su vision del campo y el monticulo que se extendian hacia la periferia de Ostia Antica, asi como del puesto de frutas y la carretera.

A primera vista capto de donde provenia la voz, que nuevamente se habia convertido en varias voces.

Todavia estaban distantes, los tres, y avanzaban en direccion a el; con rapidas y grandes zancadas bajaban el monticulo, y eran voces agitadas y ruidosas. Una mujer, una tosca italiana, venia entre dos acompanantes, un muchacho y un hombre. Ella traia asido, con su regordeta mano, el brazo del muchacho (el muchacho era Sebastiano) y con la mano libre estaba gesticulando, amenazando con golpearlo, reganandolo con voz chillona, siendo las palabras todavia inaudibles. Y Sebastiano estaba protestando, mientras ella lo medio empujaba y lo medio arrastraba hacia la excavacion de Monti.

La atencion de Randall se fijo en la otra persona, lo cual resulto mas alarmante. La otra persona representaba a la Ley. No llevaba espada, ni sombrero extravagante, como los carabinieri, sino una camisa veraniega y pantalones color verde olivo, una gorra con una placa de metal, dos bandas blancas cruzadas sobre la camisa y un cinturon blanco con una pistola dentro de una blanca funda. Era un elemento de la Policia rural.

Se estaban acercando; se aproximaban rapidamente.

Randall trato de comprender, y de inmediato presintio lo que estaba ocurriendo.

La mujer era la madre de Sebastiano. Debio haber notado la ausencia de su maldita pala, o de alguna manera se habia percatado del hecho de que su hijo la habia tomado. Debio haberle sacado la verdad al muchacho, y entonces habia notificado al policia local acerca de Randall. Inmediatamente, el asunto se habia convertido en algo mas que la mera pala. Un extrano, un extranjero, habia invadido secretamente la propiedad privada y estaba excavando sin permiso dentro de una zona arqueologica contralada por el Gobierno. Pericolo! ?Peligro, el Estado esta en peligro! Fermi que'uomo! ?Detengan a ese hombre!

Venian a buscarlo, y posiblemente a arrestarlo.

De un salto, Randall bajo de su improvisada escalera. Ya no importaba si sus especulaciones eran exactas o no. Esto era un verdadero riesgo, era una trampa, y el tendria problemas. No podia dejarse atrapar con la bolsa y el fragmento de papiro. ?La bolsa! Se inclino, la alzo junto con su chaqueta, y al demonio con todo lo demas. Ahora solo tenia un pensamiento. Escapar. Si lo agarraban con la bolsa, nunca podria explicarlo, ni en mil anos.

Se subio de nuevo a las cajas y echo una mirada rapida y furtiva por encima de la zanja.

Se habian desviado los tres, el oficial de Policia, la mujer y el muchacho. No se dirigian hacia el, sino hacia la entrada de la zanja principal de la excavacion. Estaban a punto de rebasar su campo de vision, como a media manzana de distancia, y casi habian llegado a la entrada. En el instante en que llegaran y comenzaran a desaparecer de su vista, que descendieran a la zanja que estaba a espaldas de el, tendria que moverse, y rapido.

– Lei dice che lo straniero e da solo qui? -la madre estaba reganando al muchacho. Y estaba gritando al policia, implorandole-: Dovete fermarlo! E un ladro!

Desesperado, Randall se preguntaba que estaria diciendo ella. Seguramente algo acerca de un extrano que habia bajado aqui solo y que estaba utilizando su pala. Con certeza algo acerca de atraparlo, de atrapar el ladron.

Estaban desapareciendo de su vista; primero el policia, despues Sebastiano, luego la iracunda madre.

Podia oir como resonaba el parloteo a traves del tunel subterraneo.

Randall se movio con rapidez. Ascendio a la ultima caja llena de escombros, cuidadosamente puso la bolsa sobre la sucia orilla y tiro su chaqueta hacia fuera, se agarro firmemente de la orilla de la zanja y, con lo que le restaba de fuerzas, se impulso hacia arriba, cayendo afuera sobre el pasto. Luego, arrastrandose completamente fuera de la zanja, completamente libre, tomo su chaqueta y agarro con firmeza la bolsa de cuero. Tambaleante, se puso de pie.

Comenzo a correr, tropezando y continuando, tan rapidamente como sus debiles piernas se lo permitian. Subio la pendiente, espio el puesto de frutas que se encontraba a un lado del distante camino, y hacia alli se dirigio, corriendo cuesta abajo, faltandole el aliento, aminorando el paso hasta alcanzar un trote cuando el terreno se nivelo y se encontraba mas cerca del puesto de frutas.

Entonces, sofocandose, tratando de recuperar el aire, reconocio al sonriente italiano que habia estado hablando con el propietario del puesto de frutas y que ahora se marchaba, dirigiendose hacia su pequeno «Fiat».

– ?Lupo! -grito Randall-. ?Lupo, espereme!

El taxista se volvio, asombrado, y cuando vio a Randall avanzando hacia el, su rostro se ilumino con una sonrisa. Acomodandose el sombrero de gondolero sobre la cabeza, Lupo miro esperanzadamente a Randall.

– Lo necesito -dijo Randall con voz entrecortada-. Necesito su taxi.

– ?A la estacion del ferrocarril? -pregunto Lupo con la mirada todavia fija en la desalinada apariencia de su cliente… la cara sucia, la camisa manchada, las manos inmundas.

– No -respondio Randall de inmediato, sujetando firmemente al chofer de un brazo y llevandolo hacia el «Fiat»-. Quiero que me lleve directamente a Roma, lo mas rapidamente posible. Le pagare bien por llevarme, y tambien pagare la gasolina y el tiempo que le tome regresar aqui. ?Puede llevarme rapido?

– Ya estamos practicamente alla -resoplo alegremente Lupo, abriendo de un tiron la puerta trasera de su taxi-. ?Usted disfruto de las ruinas de Ostia Antica, Signore? Se pasa un dia descansado, ?no?

Por fin, Randall estaba a salvo dentro de su habitacion en el «Hotel Excelsior».

En el vestibulo, donde todos lo habian mirado con extraneza, Randall habia solicitado al inquieto conserje que le hiciera una reservacion en el primer vuelo disponible de Roma a Paris. Todavia en el vestibulo, habia telefoneado al profesor Henri Aubert a Paris. Aubert no se encontraba en su oficina, pero su secretaria habia tomado cuidadosamente el recado. Monsieur Randall estaria en Paris antes de la hora de cenar. Oui. Monsieur Randall tenia que ver al profesor Aubert en su laboratorio a esa hora para tratar un asunto de la mayor urgencia. Oui. Monsieur Randall telefonearia para confirmar la cita en cuanto llegara al Aeropuerto de Orly. Oui.

Ahora, ya en su habitacion, Randall advirtio que apenas tenia tiempo para una llamada mas y una ducha antes de abandonar el hotel.

Una llamada mas.

Suponiendo que las pruebas de Aubert demostraran que el fragmento de papiro que Randall llevaba en la bolsa de cuero era genuino, producto del siglo i, faltaba un ultimo paso, una prueba mas crucial. Como el propio Aubert le habia indicado previamente, la autenticidad del papiro no garantizaba la autenticidad del documento en si. A fin de cuentas, lo que importaba era el texto arameo. Y en este caso, Randall lo sabia, habia algo mas. La escritura invisible que habia mencionado Lebrun.

?A quien debia llamar?

Sintio la tentacion, casi filial, de ponerse en contacto con George L. Wheeler o con el doctor Emil Deichhardt y revelarles lo que tenia en su poder, pidiendoles que trajeran a los doctores Jeffries y Knight, sus expertos en arameo, asi como a algunos de los expertos en historia romana que tenian dentro del proyecto. Sin embargo, aunque era tentador y sin duda resultaria facil, Randall desistio de la idea.

A menos que Wheeler y Deichhardt fueran masoquistas o suicidas, para nada apreciarian la prueba de la falsificacion de Lebrun. No se podia confiar en ellos. Ni se podia confiar en el doctor Jeffries, puesto que tenia los ojos puestos en la jefatura del Consejo Mundial de Iglesias, y cuyo escalon a esa direccion radicaba en el exito del Nuevo Testamento Internacional… No, Jeffries tampoco era confiable. Ni siquiera el doctor Knight, el querido doctor Knight, con su oido restaurado a traves del milagro del nuevo descubrimiento. Tampoco el podria hacer un juicio imparcial. Randall se dio cuenta de que, en realidad, nadie de Resurreccion Dos era de confianza. Todos tenian demasiado en juego.

El sabia que lo que buscaba era alguien tan esceptico y a la vez tan objetivo acerca de la verdad como el lo habia sido en su propia busqueda.

Habia solo una persona.

Randall tomo el telefono y llamo a la operadora de larga distancia.

– Deseo hacer una llamada de persona a persona, sumamente urgente, a Amsterdam. No, no tengo el numero. Es la Westerkerk, en Amsterdam. Es una iglesia. La persona con quien quiero hablar es el dominee Maertin de Vroome.

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