No habia donde sentarse; no obstante, en unos cuantos minutos el maitre d'hotel del bar del aeropuerto habia instalado una mesa y tres sillas para ellos. Randall se recordo a si mismo que para la Policia siempre habia lugar.

Sentandose desgarbadamente junto a su siames Gorin, Randall miro alrededor del salon preguntandose si alguno de los presentes habria notado las esposas. Pero nadie de los que le rodeaban de cerca se interesaba en otra cosa que lo que estaba apareciendo en las pantallas de television.

Randall se decidio a echar una mirada a la pantalla mas cercana, y al punto comprendio cual era la fuerza que motivaba la reaccion emocional que invadia el bar.

El aspecto ascetico del dominee Maertin de Vroome, su delgada estructura ataviada con un talar bordado, llenaba la pantalla. Desde el pulpito del palacio real leia en frances y en voz alta el Evangelio segun Santiago, en su totalidad, de las paginas del Nuevo Testamento Internacional, abierto frente a el (mientras toda una bateria de interpretes hacia traducciones instantaneas a otros idiomas para los televidentes de todo el mundo). Su sonora recitacion de la Palabra resonaba por todo el ambito, como si fuera la voz del Senor mismo, y hasta las oraciones y los llantos enmudecian.

A lo lejos, el inoportuno altavoz anunciaba la salida de un vuelo, y el oficial de Policia, Lefevre, aplasto la colilla de su cigarrillo e hizo una sena a Randall:

– Es hora de partir.

Ya en camino, desde todas direcciones, los persistentes sonidos de los aparatos de television y de las radios de transistores acechaban a Randall y a los dos policias que lo flanqueaban.

Los pasajeros afluian al jet trasatlantico por la rampa de acceso. Mientras Gorin retenia atras a Randall, Lefevre consulto en voz baja con un empleado de la aerolinea, y luego regreso y explico:

– Tenemos instrucciones de que usted sea el ultimo en abordar el aparato, Monsieur Randall. Seran solo unos minutos mas.

Randall asintio y miro a su izquierda. Aun alli, en la puerta de salida, un televisor portatil estaba funcionando, y habia otro grupo de espectadores que iban de paso y hacian una breve pausa para echar un ultimo vistazo a la transmision antes de subir a la nave para su vuelo. Randall trato de captar las diversas escenas que aparecian y desaparecian en la pantalla.

Hubo rapidas secuencias de dirigentes mundiales que hacian algun comentario o bien ofrecian una breve congratulacion a la Humanidad por haber recibido la maravilla del retorno de Jesucristo. Aparecio el Papa desde el balcon de la Basilica de San Pedro, con la plaza del Vaticano a sus pies, y el presidente de Francia en el patio del Palacio del Eliseo, y la familia real en el Palacio de Buckingham, y el presidente de los Estados Unidos en la Oficina Ovalada de la Casa Blanca. Y anunciaron que mas tarde, durante el dia, aparecerian presidentes y primeros ministros desde Bonn, Roma, Bucarest, Belgrado, Mexico, Brasilia, Buenos Aires, Tokio, Melbourne y Ciudad de El Cabo.

La imagen habia vuelto al interior del palacio real de Amsterdam y la camara se acercaba a los teologos congregados alli, cuando su portavoz, Monsignore Riccardi, declaraba que en los doce dias siguientes (un dia por cada discipulo de Cristo; Matias, naturalmente, sustituyendo a Judas) se celebraria la aparicion del Jesucristo corporeo en las paginas del Nuevo Testamento Internacional.

El dia de Navidad, anunciaba Monsignore Riccardi, los pulpitos de todas las iglesias de la cristiandad, catolicas y protestantes por igual, se consagrarian a la glorificacion del Cristo Redivivo, y los predicadores y sacerdotes ofrecerian sus sermones en base al nuevo quinto evangelio, que ahora era el primero y tambien la mejor esperanza de la Humanidad.

El dia de Navidad, penso Randall. El dia en que siempre (salvo los dos ultimos anos) habia vuelto a Wisconsin, a Oak City, a la blanca iglesita con su campanario desde donde Nathan Randall se dirigia a su rebano. Fugazmente penso en su padre y en el protegido de su padre, Tom Carey, y en como y donde estarian ellos viendo y escuchando este programa transmitido por satelite, y en lo que seria la Navidad con Santiago el Justo formando parte de toda familia reverente.

La mirada de Randall volvio a la pantalla. Hubo tomas de Angela Monti, del profesor Aubert, del doctor Knight y de Herr Hennig, y el comentarista iba explicando que esas personas habian estado implicadas en el descubrimiento, la autenticacion, la traduccion y la impresion de la nueva Biblia, y que en breve se acercarian a los microfonos para responder a las preguntas que les hicieran los miembros de la Prensa alli reunidos.

La camara se habia vuelto una vez mas a Monsignore Riccardi, quien estaba concluyendo sus palabras.

Distrajo a Randall el empleado de la aerolinea, quien les estaba haciendo senas desesperadas desde la puerta de la rampa de abordaje.

– Voila, todos estan ya en el avion -dijo Gorin-. Usted es el ultimo. Vamos a escoltarlo hasta el interior.

Los dos policias empujaron a Randall hacia la puerta y Lefevre saco un manojo de llaves, introduciendo una de ellas en las esposas que unian a Randall con Gorin. Las esposas se abrieron y Randall retiro la mano y el brazo, sobandose la muneca.

Habian llegado a la plataforma.

– Bon voyage -dijo Lefevre-. Lamento que haya tenido que ser asi.

Randall asintio con la cabeza sin decir palabra. El tambien lamentaba que hubiera sido asi.

Estiro el cuello para echar un ultimo vistazo al espectaculo transmitido via satelite desde Amsterdam. No alcanzaba a ver el televisor, pero todavia podia oirlo. Randall se alejo de sus guardianes, pero la apocaliptica voz de Monsignore Riccardi lo seguia.

– Como escribio San Juan, «si no veis senales y maravillas, no creereis». Y ahora tenemos que Santiago escribio: «Yo he visto, con mis propios ojos, senales y maravillas, y puedo creer.» Ahora toda la Humanidad puede repetir: ?Creemos! Christos anesti! ?Cristo ha resucitado! Alithos anesti! ?Verdaderamente ha resucitado! Amen.

Amen.

Randall entro a la cabina del avion y la solemne azafata cerro firmemente la puerta tras el.

Solo se oia el estruendo de los motores de propulsion a chorro.

Randall ocupo su asiento. Estaba listo para volver a casa.

Habian pasado cinco meses y medio.

Otra Navidad en Oak City, Wisconsin; y sin embargo, en el fondo de su corazon sabia que esta no era igual a las otras.

Steven Randall estaba comoda y tranquilamente sentado en el banco delantero de la Primera Iglesia Metodista, rodeado por los de su sangre y su pasado, aquellos que lo querian y a quienes el queria. Desde el rayado pulpito de encina que estaba arriba a su derecha, el reverendo Tom Carey estaba iniciando su sermon, basado en una viva vision de Jesucristo y Su calvario, tomada de las paginas del Nuevo Testamento Internacional; sermon que se repetia y se repetia en esta Navidad desde miles de pulpitos similares en templos de oracion similares alrededor del globo. La oratoria de Tom Carey, al igual que su propia persona, habia adquirido una nueva seguridad, una nueva conviccion y una nueva fuerza que reflejaban el resurgimiento y el fortalecimiento de su fe a traves del mensaje de esperanza que habia encontrado en la existencia, el ministerio y las parabolas sociales y espirituales del Cristo Resurrecto.

Escuchando a medias el relato y el mensaje que para ahora se le habian vuelto tan conocidos (a el mas que a ningun otro de los centenares de fieles que se apretujaban en la vieja iglesia de su padre), Randall miro hacia ambos lados del banco.

Estaba sentado en el asiento de madera de fresno, entre su madre, Sarah, cuyo rostro suave y regordete resplandecia de bienaventuranza, pendiente de cada expresion que brotaba del pulpito, y su padre, Nathan, cuyos rasgos de caballero anciano habian recobrado una parte de su antiguo vigor y cuyos ojos de azul claro seguian la cadencia de las palabras que pronunciaba su protegido desde el pulpito. Solo el baston apoyado a su lado y la densa lentitud de su habla reflejaban las huellas del ataque que habia padecido. Junto a su padre, Randall vio a Clare, su hermana, y al lado de ella, con su prominente mandibula echada hacia delante, a Ed Period Johnson. Moviendose ligeramente sobre el banco, Randall examino a los que estaban sentados mas alla de su madre; primero Judy, con el largo cabello sedoso, dorado como el trigo, cubriendole el rostro angelical, su vivaracha hija de ojos claros; y despues el tio Herman, mas gordo, pero menos vacuo que en otros tiempos.

Todos estaban atentos, absortos por completo en el sermon del reverendo Tom Carey, oyendo lo que todavia

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