ocupantes…, ?cuantos hombres eran?

– No se que auto era -dijo Randall-. Tal vez un «Renault». Era un sedan negro, compacto. Habia dos hombres. Uno de ellos usaba una gorra y se fue tras mi chofer; nunca logre verlo claramente. Solo pude ver al que trato de llevarse mi portafolio. Ese traia una media cubriendola la cabeza. Tal vez era rubio. Vestia un sueter con cuello de tortuga. Era un poco mas bajo que yo, pero mas fornido. Yo… yo no recuerdo nada mas. Posiblemente mi chofer, Theo, pueda decirles algo mas.

El policia interrogo minuciosamente a Theo, y luego transmitio al sargento las descripciones en holandes. El oficial se dio por enterado con una senal y el «Volkswagen» blanco se alejo silbando en la oscuridad.

Los siguientes diez minutos fueron de formalidades. Mientras empezaban a juntarse los curiosos de las casas vecinas y los transeuntes del puente del rio Amstel, observando y escuchando con semblantes apenados, Randall mostro su pasaporte a los policias. El primero de ellos hizo anotaciones, y Randall fue cortesmente interrogado. El les narro exactamente lo que habia ocurrido. Por lo que hacia a sus actividades en Amsterdam, sus explicaciones fueron deliberadamente vagas. Dijo que estaba de vacaciones; unicamente haciendo algunas visitas a unos cuantos amigos de negocios, nada mas. ?Que si se le ocurria a el alguna razon por la cual alguien podria querer lastimarlo o acecharlo? No, no podia pensar en ninguna razon. Y, ?que si no lo habian herido, ademas de esa rodilla raspada? No, estaba perfectamente bien.

Los policias quedaron satisfechos, y el primero de ellos cerro su libreta de apuntes.

Theo se paro frente a Randall y le dijo con toda seriedad:

– Yo creo, senor Randall, que usted ira en el auto conmigo lo que falta para llegar al hotel.

Randall, debilmente divertido, respondio:

– Creo que si.

El grupo de curiosos se disperso mientras Randall, llevando su portafolio y acompanado por los dos policias, seguia a Theo hacia la limusina. Subio al auto y se sento en la orilla del asiento trasero, mientras el chofer cerraba la puerta. La ventanilla estaba abierta y el primer policia se agacho y dijo en tono amistoso:

– Wij vragen excuus, het spijt mij dat u verschrikt bent. Het… . -Se detuvo y meneo la cabeza-. Me olvido y hablo holandes. Le estaba dando nuestras disculpas por su problema. Lamento que haya usted tenido este susto, y los inconvenientes. Claramente fue un atentado de robo por dos maleantes. Despues de todo, solo querian su portafolio. Ladrones insignificantes.

Randall sonrio. Solo su portafolio. Solamente ladrones insignificantes.

El policia tenia algo mas que agregar:

– Estaremos en contacto con usted para que los identifique, si es que los capturamos.

«No los agarraran ni en un millon de anos», quiso decirles Randall. En cambio, simplemente dijo:

– Gracias, muchas gracias.

Theo habia echado a andar el auto y el policia se habia enderezado para permanecer parado a un lado, Randall mirandole claramente observo la insignia en forma de ovalo. En la placa metalica estaba dibujado un libro con una espada encima y la punta hacia arriba, protegiendolo. En la orilla de la placa estaban las palabras: Vigilat ut quiescant, y supuso que la leyenda queria decir: Ellos vigilan, para que usted pueda estar seguro.

La espada protegiendo al libro.

Pero el sabia, sin embargo, que nunca mas podria tener la certeza de que estaria seguro.

No lo estaria en tanto el libro tuviera que continuar guardado como secreto.

IV

Dentro de muchos anos, cuando echara una mirada retrospectiva a su vida, Randall recordaria las dos ultimas horas (en realidad, la ultima) que habia pasado esta noche en la sala de la suite real del «Hotel Amstel» en Amsterdam. Recordaria esa hora de esta noche como una senal, como una marca, como un punto crucial en el curso de su odisea personal sobre la Tierra. Habia llegado a este lugar y a este punto del tiempo como un ser sin timon, sin direccion definida. Esta noche, casi por primera vez desde que tuviera memoria, sentia que tenia una guia, una luz que podria orientarle hacia la clase de vida por la cual optara.

Y habia algo infinitamente mas profundo… algo que no podia tocar o tomar entre sus manos, pero que sabia que estaba vivo en su interior y que era tan real y tangible como los organos de su cuerpo.

Lo que llevaba dentro era una sensacion de paz. Era tambien una sensacion de seguridad. Y era, sobre todo, la sensacion de un proposito, aunque no estaba seguro de cual fuera su finalidad y que, por alguna razon, no importaba.

Habia una cosa que este sentimiento no era; y eso tambien lo sabia el con certeza. El sentimiento que se habia posesionado de el nada tenia que ver con la religion en ninguno de sus aspectos ortodoxos o estrictos. Aun pensaba, como Goethe, que los misterios no son necesariamente milagros. No, no era la religion lo que se habia apoderado de el. Era mas bien una conviccion, una fuerza dificil de definir. Era como si hubiera descubierto que el significado de su vida, y su objetivo, no eran meramente la nada. A cambio de eso habia surgido esa conviccion de que su existencia, como la de todos los hombres, habia sido creada por alguna razon, por algun proposito mayor. Se habia vuelto consciente de una continuidad, de su eslabonamiento a un pasado en el que, en cierto modo, habia vivido antes y a un futuro en el que viviria y volveria a vivir, una y otra vez, a traves de mortales desconocidos para el y que nacerian como el habia nacido, y que perpetuarian su realidad eternamente.

El sabia que aquello que saturaba su ser todavia no podia llamarse fe… es decir, una fe incuestionable en un invisible y divino maestro o en un proyectista magistral que proveyera a los humanos de motivaciones y propositos, y que fuera la explicacion de lo inexplicable. Lo que le habia sobrecogido, y que podia serle mas facilmente comprensible, era el principio de una conviccion; la conviccion de que su existencia sobre la Tierra tenia un sentido, no solo para si mismo, sino tambien para aquellos con quienes su vida tenia contacto. En concreto, que no estaba aqui por accidente o por azar y, por lo tanto, que no era algo consumible, un mero desecho, una cifra danzando en el vacio rumbo a la ultima oscuridad.

Recordaba a su padre citandole, en alguna ocasion, al terrible y abrumador San Agustin: «El, que nos creo sin nuestra ayuda, no nos salvara sin nuestro consentimiento.» Con cierto pesar, Randall se dio cuenta de que aquello aun no era parte de su conviccion. Todavia no podia avizorar nada a lo cual pudiera ofrecer su consentimiento para la salvacion. Ni podia creer en lo que dice el Libro: que caminamos por la fe, no por la vista. El mismo requeria de la vista… y esta noche habia visto algo.

?Que habia visto? No lo podia describir mas profusamente. Tal vez el tiempo pudiera enfocar la imagen. Por ahora, el descubrimiento de la conviccion en el, de su creencia en un designio, en una finalidad humana, era suficiente; era una conmocion, una esperanza, casi una pasion.

Con determinacion se libero a si mismo de ese capullo de introspeccion y trato de reintegrarse a su prosaico mundo, para volver sobre el sendero que le habia traido a este viaje por la extrana tierra de la conviccion.

Hacia dos horas que habia vuelto a la suite real que ocupaba en el primer piso del «Hotel Amstel», y en la que apenas habia reparado. Aun estaba perturbado por la experiencia que habia tenido en la calle. En esta ciudad seguia y apacible, llena de gente abierta y amigable, habia sido atacado, acechado por dos extranos, uno de ellos enmascarado. La Policia habia levantado acta del incidente calificandolo de crimen menor; un ordinario intento de robo, cometido por un par de rufianes. Randall, depositando su disputado portafolio sobre la enorme y ornamentada cama, sabia bien que el proposito habia sido otro. En aquel portafolio no llevaba simplemente un libro, sino lo que Heine llamara el Libro que contenia el alba y el ocaso, la promesa y la realizacion, el nacimiento y la muerte, el drama entero de la Humanidad, grande y sabio como el mundo; el Libro de los Libros.

Sin embargo, reflexiono Randall, este mismo Libro al que Heine aludiera se habia vuelto, a los ojos de muchos lectores, un objeto muerto, obsoleto, desconectado de una nueva era, como un polvoriento, inutil mueble heredado, relegado al atico de la civilizacion. Ahora, casi de la noche a la manana, por azar, le habia sido inyectada la vida; se le habia dado juventud, y el Libro -al igual que su heroe- se habia revitalizado. Sus patrocinadores prometian que una vez mas seria el Libro de los Libros. Pero mas aun, este libro ostentaba la contrasena, la clave, la Palabra que inspiraria una fe sustentada en el retrato fresco de Jesus, obra de Santiago; y, por ende, la justicia, la bondad, el amor, la union y, finalmente, la esperanza eterna, entrarian en un mundo materialista, injusto, cinico y maquinal

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