brindar con un Ockfener Bockstein del Sarre de 1959. Es un vino blanco fresco y seco, con solo ocho por ciento de alcohol. Con eso bastara, ahora que estamos tan impetuosos.

La placentera comida en el «Mainzer Hof» duro dos horas. Despues de que Zoellner se habia ido, Karl Hennig telefoneo a su chofer para que los fuera a buscar con el «Porsche» e insistio en llevar a Randall de vuelta a Frankfurt.

Durante el viaje, Hennig hablo alegremente de la piscina olimpica que pensaba instalar en un recinto abovedado para sus operarios. Le hablo con avidez de su afecto por la actriz Helga. Hizo referencia a su vida social, mencionando que tenia un palco en el palacio de la opera del distrito. En una ocasion, senalo un campo de uvas en agraz y declaro que darian un delicioso vino de Maguncia. En otra, mientras pasaban por un antiguo y tranquilo pueblecito (paredes de ladrillo, estrechas y sinuosas calles, casas cargadas de anos, una iglesia con su campanario, una pequena plaza protegida por la estatua quebrada de un santo que tenia flores frescas en los brazos), dijo que aquel lugar era Hockheim, donde vivian algunos parientes suyos. Despues de entrar en la autopista, el automovil marcho mas aprisa y Hennig se sumio en el silencio.

Subitamente, al parecer, aunque ya habian transcurrido cuarenta y cinco minutos, se encontraron en el torbellino de Frankfurt. Los policias, con camisas de manga corta, dirigian el transito desde sus pedestales. Las calles estaban atestadas de tranvias, camionetas de reparto, «Volkswagen», gente que hacia sus compras de ultimo momento o que volvia al hogar despues del trabajo. Debajo de las sombrillas blanco y rojo del Terrassen- Cafe, los clientes se instalaban para su Teestunde.

Hennig emergio de su ensonacion.

– ?Va usted al «Frankfurter Hof», Steven?

– Si, para recoger mis cosas y liquidar la cuenta. Voy a tomar un vuelo inmediato a Amsterdam.

Hennig dio a su chofer instrucciones en aleman para ir al hotel.

Cuando llegaban a la Kaiserplatz, Hennig dijo:

– Si necesita usted mayor informacion, yo espero estar en Amsterdam dentro de poco tiempo.

– ?Sabe usted exactamente cuando?

– Cuando tenga listas las primeras Biblias encuadernadas. Probablemente la semana anterior a la fecha en que se haga el anuncio ante el publico.

Al detenerse el auto frente al «Frankfurter Hof», Randall estrecho la mano del impresor.

– Le agradezco su colaboracion, Karl -dijo-. No hubiera querido que se molestase en traerme hasta aqui.

– No, no. No era solo por eso -dijo Hennig-. De todos modos tenia que venir. Solo lamento no disponer de tiempo para invitarle a un trago, pero tengo una cita de negocios, a los cinco, en el bar del «Hotel Intercontinental». Bueno, auf Wiedersehen.

Randall espero hasta que se hubo ido el «Porsche», y entonces se encamino hacia el vestibulo del «Frankfurter Hof». Se dirigia a la mesa del Portier para preguntar si habia algun mensaje, cuando de repente se paro en seco.

Un hombre delgado, que con gesto preocupado acariciaba su barba a lo Van Dyke, se dirigia directamente hacia el Portier. Era Cedric Plummer en persona.

Primero en Maguncia y ahora aqui.

El antiguo relato de Maugham relampagueo en la mente de Randall.

El criado del mercader en Bagdad: «Amo, precisamente ahora, cuando estaba yo en la plaza del mercado, me dio un empellon una mujer en la multitud y cuando me volvi vi que era la Muerte la que me habia empujado. Me miro y me hizo un gesto amenazador… asi que, prestame tu caballo… ire a Samarra y alli la Muerte no me hallara.»

Y despues, el mismo dia, cuando el mercader hallo a la Muerte en la plaza del mercado y le pregunto por que le habia hecho un gesto amenazador a su criado, la Muerte replico: «No era un gesto amenazador, era solo de sorpresa. Me asombro verlo en Bagdad, teniendo cita con el esta noche en Samarra.»

El recuerdo no tenia sentido, y sin embargo…

Randall espero vigilante.

Cedric Plummer habia llegado a la mesa del Portier y, encorvando un dedo, habia llamado a un empleado.

Rapidamente, Randall avanzo detras de Plummer, lo paso, de espaldas a el y con el rostro vuelto, y camino rapido hacia el ascensor.

Sin embargo, el evitar que lo viera el periodista ingles no impidio que alcanzara a oir la imperativa y aguda voz de Plummer:

– Guter Herr, yo soy Cedric Plummer…

– Si, senor Plummer.

– …y si hay llamadas para mi, sepa que estare de vuelta dentro de una hora. Tengo una cita de negocios a las cinco en el bar del «Hotel Intercontinental». Si recibo algun mensaje urgente, alli me puede localizar.

Un escalofrio de temor recorrio a Randall, quien continuo hacia el ascensor. Al llegar, se detuvo y miro por encima del hombro. Plummer no se veia por ningun lado.

En el ascensor, Randall hizo sus calculos.

Karl Hennig le habia dicho: «Tengo una cita de negocios, a las cinco, en el bar del 'Hotel Intercontinental'.»

Bien sumado: coincidencia.

Mejor sumado: conspiracion.

Restando lo que Hennig le habia dicho en Maguncia: «Y de plano me negue a verlo. Yo no permitiria que ese hijo de puta cruzara mi puerta…»

Y repitiendo la suma: la cuenta no salia.

De momento decidio dejar el problema sin resolver. Volveria a Amsterdam esa misma noche y a continuacion (no mas trabajo esa noche; iba a ver a Angela, se moria por verla), manana, y los dias siguientes, tendria a Karl Hennig estrictamente vigilado.

La limusina «Mercedes-Benz» y Theo lo estaban esperando cuando Randall llego al Aeropuerto Schiphol, en Amsterdam, tras el corto vuelo desde Frankfurt.

Habia ido al «Hotel Amstel», hallando el esperado mensaje de Angela Monti donde le decia que habia llegado a Amsterdam, que estaba hospedada en el «Hotel Victoria» y que estaba ansiosa por verlo.

Se dio una ducha rapida, se vistio y expulso firmemente a Hennig y a Plummer de su mente. Estando ya abajo, indico a Theo que lo llevara al «Hotel Victoria», donde una vez que llego, llamo al cuarto que Angela ocupaba en el primer piso y espero al pie de la escalinata, cubierta por una alfombra verde.

Cuando al fin bajo ella, Randall estuvo contemplandola como hipnotizado e incredulo. La habia visto solo una vez antes, en su tierra, y se habia separado de ella sintiendo que ninguna mujer lo habia atraido tanto en muchos anos. Toda la semana habia llevado consigo la imagen de una hembra hermosa. Pero ahora, esta segunda vez, su presencia lo habia dejado extasiado. Recordarla meramente como una mujer bella era ser injusto con ella. Era la chica mas deslumbrante y deseable que hubiera visto jamas. Y alli, en el vestibulo, donde ella se habia echado tan natural y agradablemente en sus brazos, apretando ardientemente sus suaves labios contra los de el, comprendio que Angela era alguien que ya formaba parte de su propio ser.

Theo los habia llevado al Bali, un restaurante indonesio muy recomendado que estaba en la Leidsestraat. Despues de despedir al chofer holandes, insistiendo en que estaria perfectamente seguro puesto que no llevaba consigo documento o papel alguno, Randall tomo a Angela por el brazo, la condujo por la puerta giratoria y subieron dos tramos de escalones, llegando al comedor central del restaurante. Un camarero de piel oscura, tocado con un turbante, los condujo a una de las tres pequenas salas que habia en la parte trasera.

Se habian sentado a una mesa contra la pared y ordenado el Rijsttafel («mesa de arroz» o buffet frio estilo indonesio), y apenas se dieron cuenta de la enorme variedad de platillos que les ponian enfrente: el sajor soto o sopa, la carne de res con salsa de Java, la soya mezclada, los camarones gigantes, el coco frito. Habian comido y hablado poco. Bebieron una botella de vino seco del Mosela y se habian amado con los ojos y con el roce de los dedos.

Saliendo del Bali, tomados de la mano, habian paseado en la templada noche estival. Habian atravesado el Leidseplein, y se habian detenido a oir a tres amables jovencitos que rasgueaban sus guitarras. Desde el puente del Prinsengracht, cogidos del brazo, habian contemplado el canal mirando hacia otro puente distante que brillaba con

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