inquisidor y convertirlo en el narrador de mi cuento.

Perdona, ahora que llegas a lo que me interesa, no se si te sigo.

El inquisidor es aquel que vive para buscar el mal que no puede ser perdonado. El que lo nombra y lo senala, cuando lo encuentra. El que destina a su infeliz portador a la destruccion por el fuego.

Deja que lo interprete, si soy capaz.

Disculpa si no me explico bien. Ahora me toca entrar en esas razones particulares que decia antes y me resulta mucho mas dificil. Aqui dejo de contar la historia de otros para empezara contar la mia.

No importa. Puedo tratar de deducir lo que has escrito entre lineas. Como decias en tu blog, se trata de contar tu historia a traves de la historia de otros. Y, si no me equivoco, lo que me estas queriendo decir es que de los tres personajes, el que te representa, y por eso te identificas con el, es el inquisidor.

Si y no.

Pues a ver, corrigeme.

Me identifico con el inquisidor, ya te lo he dicho, pero…

?Pero?

Un momento.

?Si? ?Que pasa?

Dame un momento, por favor.

OK.

Vas a tener que disculparme, Theresa.

?Por que?

Me ha surgido un problema.

?Que problema?

No te lo puedo decir. No puedo seguir hablando.

Espera, no puedes irte asi.

Debo. Lo siento.

No es justo. Voy a pensar mal, al final…

No pienses mal. No tienes por que.

Ponte en mi lugar.

Lo hago. No era esto lo que tenia previsto, te lo aseguro.

Ya. Y ni siquiera respondes a mi pregunta.

Esta bien, la respondere. En mi novela, no soy el inquisidor. No solo. Soy el inquisidor, y el fraile, y la monja. Soy todos ellos. No te enfades, Theresa. Te lo explicare algun dia, espero. Ahora, adios.

No te vayas asi.

El siguiente mensaje no se entrego al destinatario:

No te vayas asi.

28 de noviembre

Theresa en Naxos

Siempre me parecio conmovedor el destino de la pobre Ariadna. Despues de traicionar a su padre, y de ayudar a ajusticiar a su medio hermano (eso era, en definitiva, el Minotauro), termina abandonada en Naxos por el inconstante Teseo, al que en mala hora le presto su hilo para salir del laberinto. Ella representa, como pocas, a la mujer defraudada por la ingratitud del hombre. Tambien a mi, alguna vez, me ha tocado sentirme como Ariadna en Naxos.

Por ejemplo, aquella madrugada, cuando el Inquisidor desaparecio de pronto, dejandome con la palabra en la boca (o en la yema de los dedos). No podia dar credito. No podia entender que su forma de corresponder a mi confianza fuera esa: marearme con una alambicada disertacion historica (que nadie le habia pedido) y esfumarse con una mala excusa en cuanto la conversacion empezaba a cobrar algun sentido de confidencia por su parte. Releia sus ultimas frases y para mi tenian un lamentable aire de deja vu: instantaneamente me retrotraian a alguna otra situacion en la que alguien me habia escrito palabras casi identicas a traves del chat. Aquellos otros corresponsales casi nunca me importaban mucho, y esa tosca manera de escabullirse, y de hacer evidente de paso que en algo, si no en todo, no decian la verdad, no me provocaba, tratandose de ellos, mas reaccion que una sonrisa condescendiente y su inmediato archivo en las regiones mas reconditas de mi disco duro. Pero, tratandose del Inquisidor, la decepcion me resultaba tan inesperada como descorazonadora. Venia mezclada, ademas, con un sentimiento de humillacion, por haber creido en algun momento que en nuestra relacion, por peculiar que fuera, ambos aceptabamos el compromiso de conducirnos con sinceridad y un minimo de respeto. No esperaba que desnudara su alma ante mi. Es mas, aceptaba como propio de su caracter el afan de mantener un lado oculto. Pero me habia permitido creer que no me enganaria ni trataria de confundirme. Y eso era lo que habia hecho, incumpliendo su promesa y zafandose de mi de aquella manera tan poco inteligente y tan desprovista de elegancia.

Releia la conversacion y me hervia la sangre. A su primera parte no le encontraba mucho mas sentido que la exhibicion de conocimientos, algo que me parecia impertinente, a aquellas alturas (aunque vista desde aqui, me da la impresion de que me estaba diciendo, a su modo indirecto y oblicuo, mas de lo que en ese momento yo era capaz de leer). En cuanto a la despedida, me ponia furiosa, simplemente. Es curioso que ni por un momento contemple entonces que pudiera haberle surgido de veras algun problema que le impidiera seguir escribiendo. Ahora que lo recuerdo, mientras el sigue sin dar senales de vida, me inclino a creer que si, y me torturo pensando que el problema pudo ser de una naturaleza determinada, que en aquel momento de ofuscacion no imagine y que tampoco luego, cuando acepte sus excusas, se me paso por la cabeza. Me doy cuenta de que le disculpe sin creerle del todo, o mejor dicho sin creer que esa noche hubiera tenido mas dificultad que su resistencia a ponerme al corriente de aquellas intimidades que habia empezado a revelarme y que de pronto, supuse, le hicieron sentir incomodo. A esa misma incomodidad, y a sus dudas sobre si mantener o no nuestra relacion, achaque tambien, entonces y luego (y acaso volvi a ser injusta y torpe al hacerlo), su silencio de los dias siguientes.

Los dias siguientes… Segun mis archivos, fueron exactamente veintiocho. La irritacion del primer instante se convirtio en ira, luego en rabia, y despues en algo que pretendia ser desprecio pero que escondia una buena dosis de frustracion. Porque habia sido tan idiota como para contarle mis secretos. Porque lo habia hecho en balde. Porque me habia quedado con las ganas de saber mas.

Por su parte, debio de representarse con no poca aproximacion los sucesivos estados de animo por los que yo iba pasando. Al menos, fue lo bastante perspicaz como para calcular que no era una buena idea volver a conectarse sin mas y tratar de reanudar asi nuestra truncada conversacion. Encontro otro modo de hacerlo.

El dia 24 de agosto de 2007 recibi un correo electronico. Era suyo. Era largo. Cuando termine de leerlo, quede desarmada.

29 de noviembre

Una confesion

Mi querida Theresa:

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