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En su dia convinimos decirnos solo verdad. Por eso tengo que empezar pidiendote que aceptes que no te explique la indole precisa del contratiempo que me llevo a interrumpir de forma tan descortes nuestra ultima conversacion, y que durante estas semanas me ha impedido reanudarla. No es algo que desee contarte, creo que ni siquiera debo hacerlo, y siento de tal modo este impedimento que con cualquier cosa que pudiera decirte, por vaga que fuera, correria el riesgo de sugerir lo que no es, llevandote a interpretar algo distinto de lo que realmente ocurrio. Y eso, mentirte, es lo ultimo que me permitiria, contigo que has sido, me consta, veraz e integra conmigo. Asi que me limito a pedirte perdon, sin poder darte excusa alguna.

Dicho lo anterior, tal vez estes tan enfadada que no te apetezca seguir leyendo. Pero de todos modos yo tengo que escribir esto, que no se muy bien como calificar. Es, o pretende ser, una confesion, aunque no vaya a entrar en los pormenores que normalmente asociamos a esa palabra. Tambien quiere ser una prueba: no me gustaria que pensaras, porque no es asi, que me he dedicado a jugar contigo. Hace tiempo que perdi interes por los juegos, al menos por los de cierto tipo, y por eso me resultaria muy desagradable pasar ante ti por jugador. Me importa mucho demostrarte que no lo soy. Por ultimo, intento dar cumplimiento a aquello a lo que me comprometi, porque no quiero que quede en ti la sensacion de que algo me hizo cambiar de idea. He incumplido compromisos en el pasado, y esa experiencia, unida a una larga meditacion posterior, me ha ensenado una leccion que procuro aplicar a rajatabla: no te comprometas nunca a la ligera, pero una vez que lo hagas, revienta o rompete antes de fallar. Porque lo peor de las deudas insatisfechas no es el menoscabo que uno pueda sufrir en la consideracion del acreedor: del acreedor uno puede protegerse, apartarse, incluso borrarlo de la mente. La consecuencia mas danina de nuestros incumplimientos es que nos van empujando, de un modo tan imperceptible como inexorable, hacia el borde de nuestro propio abismo interior. No se trata de que los demas no se fien de uno, sino de acabar no fiandose de uno mismo: llegados a ese punto, no hay manera de impedir el desastre. Tarde mucho en aceptar que debia comprometerme a algo contigo. Pero cuando lo hice, fue con el convencimiento de que tenia sentido y lo podia cumplir. Y ese convencimiento, por eso estoy aqui ahora, no me ha abandonado.

Asi que hago esto para ti, pero lo hago tambien por mi. Y no te engano, me siento raro, porque en el fondo no se quien eres, porque nunca nos hemos mirado a los ojos ni estoy seguro de que me conviniera conocerte. De hecho, creo que en este momento estoy decidiendo, por si habia alguna remota posibilidad, que nunca te conocere. Eso es lo que me permite hacer contigo lo que no hago con nadie. Hablar directamente de mi.

Busque una historia ajena porque no tengo la naturalidad que tu tienes para hablar de mis propias cosas. Un dia me dijiste que eso queria decir que me avergonzaba de lo que habia sido o habia hecho y no te lo negue. Es una de las razones que me mueven a ser reservado con lo que a mi se refiere y a preferir ocuparme de las andanzas de otros. Pero no la unica. Quiza tampoco la principal. Podriamos discutir que sentido tiene contar una historia: mal mirado no es mas que gastar o perder el tiempo, limitado, que podemos destinara vivir. Pero el hecho es que las contamos, y dejamos que nos las cuenten, una y otra vez, y ya que este acto parece resultarnos ineludible, debemos encontrar la manera de hacerlo provechoso. Como consumidores de historias, escoger aquellas que nos enriquezcan, por estimulantes, por emocionantes, por iluminadoras. Como narradores, contar aquellas que podamos enriquecer, y con las que podamos enriquecer a los demas y a nosotros mismos. Por eso, justamente, me abstengo de contar mi historia.

Si tiene algun sentido contarla, extremo que antes habria que resolver, creo que no soy yo quien debe hacerlo. Disto mucho de ser el narrador que le aportaria esa consistencia que a una historia cabe exigirle: me sobrepasa, no termino de entenderla, y cada vez que la recuerdo la degrado un poco. Podria intentarlo, si algun dia estuviera fuera de mi. Entretanto, renuncio: que me cuente otro, cualquiera de los que han tenido noticia de mi paso por la Tierra. Tu misma, si te apetece. Lo harias bien, seguro. Una buena historia no tiene por que ser completa ni exacta. Basta con que sea verdadera, y con que el que la cuenta tenga la capacidad de ponerle alma.

Yo me crei capaz deponerle alma a la historia de Teresa Valle. El alma, la verdad y la coherencia que no podia ponerle a mi propia historia. Crei tener la distancia suficiente para comprenderla y para hacerla comprender, y a la vez una afinidad con los personajes que me permitia darles cuerpo y hacerselos sentir al lector. Por eso empece a escribirla. Luego me entraron dudas, y por eso la interrumpi. Pero se que mi frustrada y estrambotica empresa novelesca no es lo que ahora te interesa. No voy a hablarte de ella, sino de lo que de ella me sirve para acercarte a esa historia mia que, sin contarla, tengo que encontrar en esta carta el modo de contarte.

Me preguntaste si yo era el inquisidor. Te respondi que si y no. Que era el inquisidor, pero tambien sus dos victimas. Con eso, sin decirtelo, te lo dije todo. En ellos tres, detalles aparte, esta resumida mi historia entera: la sustancia contradictoria de lo que he sido y por tanto soy. Sobre este asunto de la identidad he desarrollado una teoria que a lo mejor te hace recelar de mi salud mental, del mismo modo que un dia, segun me dijiste, llegaste a dudar de la tuya. Confidencia por confidencia, te la cuento. A lo largo de la vida, es inevitable, todos sufrimos cambios y accidentes. Con el tiempo vamos acumulando asi personas que hemos sido, y luego hemos dejado de ser. Al llegar a cierta edad, somos tanto el que en ese momento vive como una coleccion mas o menos larga de muertos. Pero los muertos, contra lo que suele creerse, no se estan quietos, y ademas son rencorosos: desearian ver al que esta vivo incorporado a su lugubre compania. El resultado es que siempre estamos, en cierta forma, sosteniendo un pulso contra todos nuestros yos muertos. Podemos seguir adelante mientras nuestro yo vivo sea mas fuerte que todos ellos. El dia que ellos pueden mas, la partida se acaba. Por eso, en la vida, conviene no dejar de ser demasiadas veces. Para no reforzar mas de la cuenta las filas del enemigo.

Yo no he sido muy prudente, a este respecto. No solo cargo con unos cuantos muertos, sino que algunos de ellos son rivales de cuidado. Puedo hacer sin embargo una lectura optimista: si logro mantenerlos a raya es que mi yo actual es fuerte tambien. Por eso me empeno en conservarlo, porque me permite enfrentarme a mi pasado y salir airoso, y porque temo que si el cae no sere capaz de levantar un nuevo yo que pueda plantarle cara a ese batallon de muertos del que el habra pasado a formar parte.

Y ahora vuelvo a nuestros tres personajes. Ahora puedo decirte quienes son y que significan. El implacable inquisidor es uno de mis yos muertos. El flaco confesor, otro. Y en cuanto a la irreductible Teresa… Quiero creer que a estas alturas ya lo habras adivinado. Seguro que si.

Teresa es mi yo actual.

Cuando me contaste tu historia, me la presentaste como un drama en tres actos. Me parecio una buena forma de hacerlo, y creo que tambien puedo aplicar a la mia la misma formula. A veces nos esforzamos inutilmente en complicar las cosas y en tratar de ser originales, cuando la mejor solucion es tan simple como consabida. Desde hace siglos, la trinidad ha servido al hombre para describir el mecanismo de su propio razonar, para explicar el despliegue del ser en el tiempo y hasta para acercarse a la comprension de Dios. No es extrano que sirva, ademas, para darle forma a un relato. Por otro lado, coincide que yo tengo aqui tres personajes. A cada uno de ellos viene a corresponderle el protagonismo de un acto de mi drama.

Primer acto. Fray Francisco. Ya he podido comprobar que de los tres es el personaje que menos parece interesarte. No me sorprende, y supongo que para cualquiera que tenga conocimiento del proceso es el que despierta menos simpatias. Se trata de un hombre en el fondo debil, que se aprovecha del ascendiente que por su condicion de confesor tiene sobre las monjas para manipularlas y para satisfacer, nunca sabremos hasta que punto, su vanidad y sus mas primarios instintos. Mientras puede prevalerse de su autoridad, y de la impunidad que le proporciona, se conduce con una osadia que llega a ser temeraria: en sus confianzas fisicas y verbales con las monjas, en su continua violacion de la clausura, y hasta en las doctrinas hereticas que se permite compartir con la priora, y por las que ya sufrio una vez un escarmiento que deberia haberle vuelto mas cauto. Pero cuando la maquinaria inquisitorial se le viene encima, se desmorona y admite su incapacidad para resistirse a la tentacion, es decir, para gobernarse a si mismo. Con ello trata, cobardemente, de evitarse un mal mayor. Todo su atrevimiento, toda su heterodoxia, toda su elocuencia, se desvanecen. Se retracta de todo, acepta ser un miserable rijoso y se humilla ante el tribunal. Y la Inquisicion le perdona la vida, pero lo aplasta como a una cucaracha.

Yo lo entiendo bien, a fray Francisco. Porque tambien yo he sido debil y he

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