– Alla lejos, tras las nubes.

Dirigi los ojos hacia donde senalaba la abuela y no dije nada mas. Alla lejos, tras las nubes, hay otras ciudades donde se hace la guerra, pense. ?Como seran las otras ciudades? ?Como sera la guerra alli?

Soplaba el viento del norte. Los grandes cristales de las ventanas sufrian escalofrios. Habia nubes en el cielo. Del aeropuerto llegaba un ruido sordo y monotono. ?Zzzz! Llenaba el valle entero, de modo fluctuante, pero sin cesar. ?Zzzz-sss! Eran sonidos que se prolongaban incesantemente. ?Susana! ?Cual seria su secreto sutil? Libelula. Tu no sabes nada del aeropuerto. Alla donde vives, el desierto es ahora dueno y senor. Sopla el viento. Avion- libelula, ?adonde vas volando asi? En el cielo planean aviones.

Me desperto la mano de la abuela sobre mi hombro.

– Te vas a enfriar -dijo.

Me habia dormido con la cabeza apoyada en el alfeizar de la ventana.

– Estas embobado con ellos.

Estaba verdaderamente embobado. Y ademas tenia frio.

– Ya despegan los malditos.

No replique esta vez a la abuela. Ya sabia que los iba a insultar y ahora lo sentia, no por los demas, sino tan solo por el aeroplano grande. Es posible que respecto a los demas la abuela tuviera razon. ?A saber que hacian por alla, tras las nubes, cuando ya no se los podia ver! Tambien nosotros robabamos mazorcas de maiz y cuando ibamos a los sembrados fuera de la ciudad, haciamos muchas cosas que no nos hubieramos atrevido a hacer dentro de ella.

Una cosa resultaba inexplicable. La apertura del aeropuerto no dificulto en lo mas minimo los bombardeos. Por el contrario, se intensificaron. Cuando venian los aeroplanos ingleses a bombardear, los pequenos cazas se elevaban de inmediato, pero el gran avion permanecia inmovil en la pista. ?Por que no despegaba? Esta pregunta me atormentaba continuamente. Intentaba justificar a toda costa su inmovilidad y alejaba de mi mente la idea de que pudiera tener miedo. Miedo era lo ultimo que podia tener aquel avion. Y cuando nosotros nos ocultabamos en la bodega durante el tiempo del bombardeo, mientras el permanecia fuera, en el campo abierto, yo sonaba que despegaba por fin, aunque solo fuera una vez. ?Como pondrian tierra por medio los bombarderos ingleses…!

Pero el gran aeroplano no despegaba nunca cuando venian los ingleses. Al parecer, nunca volaria sobre nuestra ciudad. El conocia solo una direccion, la del sur, alla donde, segun decian, se hacia la guerra.

Estaba un dia en casa de Ilir. Jugabamos con el globo terraqueo, haciendolo girar con el dedo en una u otra direccion, cuando llegaron Javer e Isa. Estaban enfadados y lo maldecian todo: a los italianos, al aeropuerto, a Mussolini, de quien se decia que vendria pronto a nuestra ciudad. Esto era normal. A los italianos los maldecia todo el mundo. Hacia tiempo que sabiamos que los italianos eran malos, aunque llevaban ropas bonitas y toda suerte de adornos y botones relucientes. Pero aun no sabiamos bien que sucedia con los aeroplanos italianos.

– ?Y sus aeroplanos como son? -pregunte.

– Tan canallas como ellos -dijo Javer.

– ?Y los aeroplanos ingleses?

– Vosotros no entendeis de estas cosas; sois pequenos aun -respondio Isa-. Mejor sera que no pregunteis.

Se dijeron algo entre ellos en lengua extranjera. Siempre lo hacian para evitar que pudieramos entender de que hablaban.

Javer me miro durante un rato, apenas con una sonrisa.

– Me ha dicho tu abuela que te gusta mucho el aeropuerto.

Enrojeci.

– ?Te gustan los aeroplanos? -me pregunto poco despues.

– Me gustan -le respondi al borde del enojo.

– Tambien a mi me gustan -anadio el.

Volvieron a hablar entre ellos en lengua extranjera. Ya no estaban enfadados. Javer suspiro.

– Pobres ninos -dijo entre dientes-. Se estan enamorando de la guerra. Es terrible.

– Son los tiempos -sentencio Isa-. Es tiempo de aviones.

Cogieron algo y se fueron.

– ?Has oido? -dijo Ilir-. Somos temibles.

– Extraordinariamente temibles -dije yo; saque la lente y me la puse en el ojo.

– ?Por que no me buscas un cristal de esos? -me pidio Ilir.

Me pase toda la tarde pensando en las palabras de Javer. Aunque Ilir y yo, una vez solos, calificamos de «calumnias temibles y extraordinarias» las cosas que dijeron de los aeroplanos, una sombra de duda cayo de todos modos sobre el aeropuerto. Tan solo el gran aeroplano se libro de ella. Aunque los demas fueran malos, mi aeroplano no lo era. Yo lo queria igual que antes. Y efectivamente continuaba queriendolo casi igual que antes. Se me llenaba el corazon de orgullo cuando se elevaba sobre la pista, inundando el valle con su sonido majestuoso. Lo adoraba sobre todo cuando, cansado y maltrecho, regresaba de alla, del sur, donde decian que se hacia la guerra.

Las noches se habian vuelto a llenar de oscuridad temerosa. Volvimos al salon de la segunda planta y papa contaba con voz monotona las luces de los vehiculos militares, que esta vez se movian en direccion contraria, desde el sur hacia el norte. Yo, igual que antes, hurgaba con los ojos la lejania, pero ahora sabia que alli, en algun lugar del campo, cubierto por la noche, el gran aeroplano dormia bajo la lluvia con las alas desplegadas. Me esforzaba por adivinar en que direccion se encontraba el aeropuerto, pero la oscuridad era tan impenetrable que me desorientaba y no lograba ver nada, ni siquiera a mi mismo.

Los camiones militares avanzaban siempre hacia el norte. El estruendo de los canones se oia mas cerca cada noche. Las calles y las ventanas de las casas rebosaban de noticias.

Una manana vimos como las largas columnas del ejercito italiano se replegaban. Los soldados caminaban despacio por la carretera, hacia el norte, en la direccion en que no se habian movido nunca ni los cruzados ni el hombre cojo. Llevaban las armas a cuestas y las mantas cubriendolos a modo de capote. Entre los soldados se veian a veces largas recuas de mulas cargadas con pertrechos y municiones.

Hacia el norte. Todo se movia hacia el norte, como si el mundo hubiera cambiado de direccion (cuando yo hacia girar con el dedo el globo de Isa en una direccion, Ilir lo empujaba en la contraria para fastidiarme). Habia sucedido poco mas o menos lo mismo. Los italianos retrocedian derrotados. Se esperaba la llegada de los griegos.

Aplastando la nariz contra el cristal de la ventana, observaba con profunda atencion lo que sucedia en la carretera. Las finas gotas de lluvia, que el viento arrojaba contra el cristal, hacian la escena aun mas triste. Esto duro toda la manana. A mediodia, las columnas seguian avanzando. Por la tarde, cuando la ultima de ellas desaparecio tras la cuesta de Zalli y la carretera quedo solitaria (el hombre cojo se disponia a salir en aquel instante), el espacio se lleno de pronto de un ruido sordo de motores. Me estremeci como si despertara de una pesadilla. ?Que sucedia? ?Por que? Mi adormecimiento se esfumo en un instante. Sucedia algo inadmisible: estaban despegando. De dos en dos, de tres en tres, acompanados por los cazas, los aviones abandonaban el aeropuerto y se alejaban en aquella direccion odiosa: hacia el norte. En cuanto se alejaba un grupo de tres, despegaba otro y asi sucesivamente, sucesivamente. Las nubes los devoraban uno tras otro. El aeropuerto se vaciaba. Despues escuche el sonido poderoso del gran aeroplano y mi corazon disminuyo el ritmo de sus latidos. Ya era tarde. Ya nada tenia remedio. Se elevo pesadamente, volvio las alas hacia el norte y se fue. Se fue para siempre. Desde mas alla del horizonte, cubierto por la niebla asfixiante que se lo habia tragado, llego una vez mas su jadeo hasta entonces familiar, ahora lejano y extrano, y despues todo acabo. El mundo enmudecio de repente.

Cuando levante los ojos de nuevo y mire mas alla del rio, vi que no habia quedado nada. Era un campo comun y corriente bajo la lluvia de otono. Ya no habia aeropuerto. El sueno habia terminado.

– ?Que te ha pasado, hijo? -pregunto la abuela al encontrarme con la cabeza caida sobre el alfeizar. No conteste.

Papa y mama acudieron inquietos a la habitacion y me hicieron la misma pregunta. Quise decirles algo, pero la boca y los labios no me obedecieron y, en vez de hablar, emitieron un llanto acongojado, inhumano. Sus caras se descompusieron de terror.

– Llora por el aerp…, por esa maldicion de la que no consigo decir ni el nombre -dijo la abuela senalando con

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