primero. Estan haciendo la lista. Todavia estan alli, en el cuarto de Isa. No paran de discutir.

– ?A quien van a matar?

– Han puesto a Vasiliki la primera de la lista, si es que sale. Javer dice que el siguiente sea Gerg Pula, pero Isa esta en contra.

– ?Que raro!

– ?Vamos a escuchar lo que dicen?

– ?Vamos!

– ?Donde vais? -dijo mama-. No os alejeis mucho. Puede salir Vasiliki.

Isa y Javer tenian la puerta entreabierta, asi que nos metimos dentro. Ya no discutian. Javer silbaba entre dientes. Parecian haberse puesto de acuerdo. Las gafas de Isa aparentaban ser mayores de lo habitual. Se volvieron los dos hacia nosotros. El reflejo de la luz sobre los cristales deslumhraba. Tenian consigo la lista de la muerte; esto se sabia en seguida.

– ?Damos un paseo? -pregunto Ilir-. Puede salir Vasiliki.

Isa lo miraba inmovil. Javer fruncio el ceno.

– No creo que la saquen -dijo-. Su tiempo ya paso.

El silencio fue largo. Desde la ventana se divisaba la carretera y mas alla una parte del campo del aeropuerto. Las vacas seguian alli. El recuerdo del gran aeroplano volvio a mi, turbio y fragmentado, como me sucedia de vez en cuando. Por encima de las aburridas charlas acerca de Vasiliki y las actividades vergonzosas de Bufe Hasan, brillo de pronto, lejano hasta causar dolor, su aluminio refulgente. ?Donde estaria en realidad? El recuerdo del pajaro muerto con los huesos de las alas recogidos bajo el cuerpo se mezclaba ahora con los miembros largos, casi transparentes, de Susana, y los tres juntos: aeroplano, pajaro y Susana, dando y recibiendo unos de otros, de la muchacha, del duro aluminio, de las plumas, de la vida y de la muerte, habian dado origen a un unico ser, completamente asombroso y extraordinario.

– Su tiempo ya paso -repitio Javer-. Salid a la calle sin miedo.

Salimos. Las calles no estaban tan desiertas como decia Xexo. Checho Kaili y Aqif Kaxahu pisaban con empaque el empedrado. Los cabellos rojos de Checho Kaili parecian un fuego atizado por el viento. Ultimamente se los veia con frecuencia juntos. Parecia unirlos la desgracia de sus hijas. Ilir habia oido decir un dia a las mujeres que tener una hija que se ha besado con un hombre y tener una hija con barba era casi lo mismo.

Los dos hombres estaban sombrios. La senora Majnur habia salido a la ventana con una rama de oregano en la mano. Las casas de las otras senoras, que se alineaban a continuacion, tenian las ventanas cerradas. La casa de los Karllashe, con su gran puerta de hierro (el llamador en forma de mano humana me recordaba el brazo cortado del ingles), estaba silenciosa.

– ?Vamos a la plaza a ver el agujero de la estatua? -dijo Ilir.

– Vamos.

– Mira, los griegos.

– Los soldados estaban de pie delante de las carteleras del cine. Eran cetrinos.

– ?Son gitanos los griegos? -me pregunto en voz baja Ilir.

– No lo se. No creo que sean gitanos, porque ninguno lleva violin ni clarinete.

– Mira, ahi esta Vasiliki -Ilir senalo con la mano la casa amarilla de Paxa Kaur, en cuya puerta habia varios gendarmes.

– No senales con la mano.

– No pasa nada -respondio el-. Su tiempo ya paso.

La taberna «Addis Abeba» estaba cerrada. Las barberias tambien. Un poco mas y pasariamos por el centro de la plaza. Los carteles rasgados por el viento se veian desde lejos a los pies de la estatua. Sss-zzz. Me detuve.

– Escucha.

Ilir abrio la boca.

De lejos llegaba un fragor apagado. Alguien levanto la cabeza hacia el cielo. Un soldado griego se llevo la mano a la frente y miraba.

– Aviones -dijo Ilir.

Estabamos en medio de la plaza. El fragor se volvia mas intenso. La plaza empezo a vaciarse. El soldado griego lanzo un grito y echo a correr a continuacion.

El cielo temblaba como si fuera a desplomarse.

Si, era el. Su sonido. Su estruendo.

– ?Rapido! -grito Ilir tirandome de la manga-. ?Rapido!

Pero yo estaba paralizado.

– El aeroplano grande -dije con un hilo de voz.

– Resguardaos -aullo alguien en tono severo.

El estruendo aumento. Bruscamente devoro todo el cielo junto con el estampido del viejo antiaereo, cuyo proyectil se perdio en aquel caos.

– ?Resguarda… a… a…!

Un giron de alarido llego roto desde lejos y vi de pronto en el cielo, exactamente sobre nuestras cabezas, tres bombarderos surgiendo de entre los tejados a una velocidad alucinante. Uno de ellos era el, precisamente el. Enorme, con las alas de color ceniza extendidas, mortifero y cegado por la guerra, lanzaba las bombas por la cola. Una, dos, tres… La tierra y el cielo se aplastaron una contra el otro. Una furia ciega me estrello contra el suelo. ?Que hace? ?Que es lo que esta haciendo? Los oidos me dolian. ?Basta! No veia nada. No era capaz de encontrar mis oidos ni mis ojos. Sin duda estaba muerto.?Pero basta ya! ?Que es lo que pasa?

Cuando se restablecio la calma, oi un llanto acongojado. Era mi propio llanto. Me levante. Sorprendentemente, la plaza estaba aun horizontal, cuando momentos antes parecia que todo se hubiera derrumbado y distorsionado para siempre. Ilir estaba tirado de bruces a unos pasos. Lo zarandee por los hombros. Tambien el lloraba. Se levanto cabizbajo. Tenia aranazos en la frente y en las manos. Yo tambien estaba ensangrentado. Sin decir una palabra, llorando sonoramente, emprendimos una carrera rapida y triste hacia casa. En la calle del mercado nos dimos de bruces con Isa y Javer, que corrian hacia nosotros con los rostros desencajados. Al vernos lanzaron un grito y, cogiendonos en brazos y corriendo de la misma forma alocada, nos llevaron a cada uno a su casa.

Los italianos volvieron a entrar en la ciudad. La carretera se lleno una manana de mulas, caravanas de soldados y canones. Arriaron en la torre de la prision la bandera con la cruz de Grecia y pusieron otra vez la tricolor de Italia.

Era facil concluir que no se trataba de una entrada provisional. Inmediatamente detras del ejercito llegaron, unos tras otros, la sirena de alarma, el proyector, la bateria antiaerea, las monjas y las chicas de la casa de prostitucion. Tan solo el campo del aeropuerto no volvio a ocuparse. En lugar de los aviones militares, vino un solo y sorprendente aeroplano de color naranja con el tronco largo, las alas cortas y tremendamente feo, al que la gente bautizo como el «bulldog». Erraba solitario por las pistas del aeropuerto, como un huerfano.

XI

Grecia habia sido derrotada. Nevaba. Los cristales de las ventanas se habian helado. Yo miraba como extraviado la carretera repleta de refugiados. En harapos. Copos de nieve y andrajos. Parecia que el mundo se hubiera llenado de ellos. Asi que, en algun lugar, se habia derrumbado el Estado griego y sus harapos y sus plumas eran arrastrados por el viento invernal. Vagaban ahora por todas partes, como espiritus.

Los refugiados subian sin descanso por las calles de la ciudad. Hambrientos, estremecidos, soldados, civiles, mujeres con bebes en los brazos, ancianos, oficiales sin galones, golpeaban enajenados a las puertas mendigando pan.

– ?Psomi! ?Psomi!

La ciudad, orgullosa, observaba a los vencidos. Las puertas eran altas. Las ventanas inalcanzables. Sus voces

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