El escultor que vino de Tirana para examinar donde habia de levantarse el pedestal estuvo a punto de recibir una paliza. En el periodico de la ciudad se libro una agria polemica. Por fin, gracias a la insistencia de la mayoria de los ciudadanos, la estatua llego. La trajo un gran camion cubierto de lona. Era invierno. La instalaron en la plaza durante la noche. No hubo inauguracion para evitar incidentes. La gente admiraba con extraneza al guerrillero de bronce, con una mano apoyada en el revolver, que miraba con aire cenudo a la plaza como preguntando: «?Por que no me quereis?».

Durante la noche, alguien echo una manta sobre los hombros del hombre de bronce. A partir de entonces la ciudad se enamoro de su estatua.

Esta era la estatua sobre la que habia disparado el sargento griego. La gente corria al centro para ver el orificio abierto por la bala. Algunos, con la mirada perdida, parecian cojear.

Y en verdad algunos cojeaban, como si la bala hubiese danado sus propios muslos. La plaza estaba alarmada. Katantzakis la atraveso secundado por sus guardias. Entro en el edificio del ayuntamiento, donde estaba alojado el mando griego.

Una hora despues, en el lugar habitual de los carteles aparecio un enorme papel donde se leia, en albanes y en griego, la orden de arresto y encarcelamiento del sargento que habia disparado contra la estatua, firmada por Katantzakis.

Por la tarde vino Xexo.

– ?Pobres de nosotras, que cosas hemos de pasar! -dijo nada mas entrar-. Dicen que ha llegado Vasiliki.

– ?Vasiliki? -dijo mama con terror.

Papa vino de la otra habitacion.

– ?Que has dicho, Xexo, que ha venido Vasiliki?

– Asi es, ha venido.

– Ahora si que estamos perdidos -suspiro mama.

Se hizo el silencio. Se escuchaba la respiracion ronca de Xexo.

– ?Por que no me habre muerto el invierno pasado? -dijo la abuela-. Ahora estaria bajo tierra…

– ?Que castigos nos manda el destino! -dijo Xexo.

– Cualquier cosa podia yo esperar en esta vida, pero volver a ver a Vasiliki, ni siquiera podia imaginarmelo - continuo diciendo la abuela. Su voz tenia ahora un acento de terrible resignacion.

Papa chasqueaba nerviosamente sus largos dedos.

– Dicen que se ha vuelto aun mas brutal -dijo Xexo-. Va a hacer barbaridades.

– ?Pobres de nosotros! -exclamo mama.

– ?Y donde esta? ?Cuando va a salir? -pregunto papa.

– La han encerrado en casa de Paxa Kaur y esperan a que llegue el dia de sacarla.

Llamaron a la puerta y llegaron por turno la mujer de Bido Sherif, dona Pino, la nuera de Nazo (?que hermosa estaba entre aquel espanto!) y la mujer de Mane Voco, con Ilir de la mano.

– ?Vasiliki?

– ?De verdad, Vasiliki?

– Es la hecatombe.

Sus caras estaban mas desencajadas que nunca. Sus arrugas se agitaban tanto que parecia que se fueran a caer al suelo. Ya sentia como tropezaba con ellas.

– Asi es, querida Selfixe -siguio diciendo Xexo y cruzo los brazos sobre el pecho.

– ?Que augurios nos traes, querida Xexo!

– Es la hecatombe.

Algo sabia yo sobre Vasiliki. El nombre de esta mujer, que hacia mas de veinte anos habia aterrorizado nuestra ciudad, habia sido para mi como las palabras «peste», «colera», «catastrofe», que estaban presentes en la mayoria de las maldiciones que los mayores se lanzaban unos a otros. Durante muchos anos el nombre de Vasiliki habia pemanecido junto a todos, pendiente de esferas desconocidas, como una amenaza permanente sobre nuestras cabezas. Y de pronto se habia puesto en movimiento y venia hasta nosotros, abandonando el mundo de las palabras y adquiriendo en el transcurso de su marcha el cuerpo, los ojos, el pelo y la boca de una mujer vestida de negro.

Hacia mas de veinte anos que aquella mujer habia llegado a nuestra ciudad junto con las tropas griegas de ocupacion. Deambulo por las calles seguida por un grupo de gendarmes griegos con las pistolas y los cuchillos dispuestos. «Aquel hombre de alli tiene mala mirada, cogedlo», decia Vasiliki. Los gendarmes se abalanzaban sobre el al momento. «Ese muchacho de ahi no me gusta. No ama a Cristo, matadlo.» «Ese de alla que baja los ojos cavila algo en su cabeza. Cogedlo, hacedlo trizas. Tiradlo al rio.»

Recorria las calles, entraba en los cafes, se paraba en medio de la plaza del centro. Los griegos la llamaban doncella santa. Las calles y los cafes se quedaron vacios. Dos veces le dispararon con intencion de matarla, pero las balas no la alcanzaron. Mas de cien hombres y muchachos fueron masacrados por orden suya. Despues se fue, junto con las columnas de soldados, alla, hacia el sur, de donde habia venido.

La ciudad no habia olvidado a aquella mujer. La palabra «Vasiliki», tras abandonar la realidad, penetro en el reino abstracto del idioma. «Que la mirada de Vasiliki te parta», maldecian las viejas. Vasiliki se alejaba y se alejaba. Iba alcanzando la lejania de la peste (tambien la peste estuvo muy cerca un tiempo) y quiza la lejania de la muerte. Pero de pronto habia vuelto. Procedente del mundo de las palabras, regresaba veloz al mundo concreto, exasperada por la prolongada separacion.

Cayo la tarde. Vasiliki estaba en la ciudad. Las ventanas de la casa de Paxa Kaur estaban tapadas con mantas. ?Cuando saldra? ?Por que no la sacan? ?A que esperan?

La ciudad se desperto con Vasiliki.

A mediodia volvio Xexo.

– Las calles estan vacias -dijo-. Solo he visto a Gerg Pula que subia al mercado. ?Os habeis enterado? Se ha vuelto a cambiar el nombre.

– ?Cual se ha puesto ahora? -pregunto la abuela.

– Jorgo Pulos.

– ?Farsante!

Gerg Pula era del barrio vecino. Cuando entraron los italianos por primera vez se habia hecho llamar Giorgio Pulo.

Llamaron a la puerta. Entro la mujer de Bido Sherif. Despues la nuera de Nazo.

– Hemos visto entrar a Xexo. ?Hay alguna novedad? -preguntaron.

– ?Que va a haber! Y que continue asi -dijo Xexo-. ?Habeis oido lo de Bufe Hasan?

La abuela volvio la cabeza hacia mi. Yo hice como si no atendiera. Siempre que se mencionaba el nombre de Bufe Hasan, la abuela cuidaba de que yo no escuchase.

– Se ha liado con… un soldado griego.

– ?Ah, que verguenza!

– Su mujer esta como loca. Penso que se habia librado de el cuando se fueron los italianos. Penso que se habia librado cuando se fue aquel maldito Pepe, que apestaba a brillantina a un kilometro, y ahora va y se lia con un tal Espiropulo. ?Un griego, queridas, un griego!

Los ojos pintados de la nuera de Nazo estaban ensimismados. La mujer de Bido Sherif se golpeaba el rostro, dejando en el senales de harina.

– Bufe Hasan ha dicho: «Lo tengo decidido; de cada ejercito que entre aqui me echare uno de sus soldados como amante. Que vienen los alemanes, elegire un aleman; que vienen los japoneses, tendre un amante japones».

– ?Y Vasiliki?

Xexo resoplo.

– La tienen encerrada. No se sabe a que esperan.

Por la tarde vino Ilir.

– Isa y Javer tienen revolveres -dijo-. Los he visto con mis propios ojos.

– ?Revolveres?

– Lo que oyes. Pero no se lo digas a nadie.

– ?Y que van a hacer con ellos?

– Matar a gente. Los he oido hablar por el ojo de la cerradura mientras discutian sobre a quien matar

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